¿Qué sostiene las realidades que vamos creando? ¿Qué hace que una idea surja y se convierta en algo sólido que sirve de sostén a un proyecto creador? ¿Desde dónde el creador pone en marcha su creación y con qué materiales lo ha de hacer para que aquella idea resulte? Los deseos humanos se despiertan y llaman a las puertas de la voluntad para que lo imaginado se concrete y se materialice.
De esta manera comienza un proceso que cuenta con muchos ingredientes: la idea surge de un estímulo interior que está despertado por una relación con la realidad concreta externa. El impulso para llevarlo a cabo puede estar maduro o sentir que se madura a través del desarrollo mismo de cada paso. Sin embargo, la inocencia, la inmadurez y el voluntarismo pueden ponernos en riesgo de fracasar, pero si no se pone en marcha la acción no hay experiencia posible.
Si se confabulan las circunstancias, la idea se materializa, siempre contando con que el tiempo, la insistencia, las condiciones históricas y la voluntad estén regidas por la misma intención, dirección y sentido.
La experiencia nos dice, sin embargo, que la vida de cualquier ser humano es, en su conjunto, una compleja creación que está integrada por miles de ideas que generan miles de impulsos creadores, los cuales están regidos por un único y global sentido, promovido por una intención evolutiva que pertenece a una fase de desarrollo espiritual concreto.
Mientras pasamos por cada una de las etapas de la vida humana, las propias características y exigencias de ellas nos hacen creer que las diferencias o necesidades que manifiestan cada una de ellas las hacen independientes por sí solas.
Sin embargo, si trazamos una línea transversal a lo largo de la vida transcurrida, recogiendo de cada etapa la energía que subyace, podemos dibujar, descubrir, descifrar, el verdadero sentido, el genuino carácter, la “huella digital” única que marca la experiencia vital de cada ser vivo, de cada mujer y de cada hombre, al margen de su historia, pero también reflejada en cada instante de su historia.
De esta manera comienza un proceso que cuenta con muchos ingredientes: la idea surge de un estímulo interior que está despertado por una relación con la realidad concreta externa. El impulso para llevarlo a cabo puede estar maduro o sentir que se madura a través del desarrollo mismo de cada paso. Sin embargo, la inocencia, la inmadurez y el voluntarismo pueden ponernos en riesgo de fracasar, pero si no se pone en marcha la acción no hay experiencia posible.
Si se confabulan las circunstancias, la idea se materializa, siempre contando con que el tiempo, la insistencia, las condiciones históricas y la voluntad estén regidas por la misma intención, dirección y sentido.
La experiencia nos dice, sin embargo, que la vida de cualquier ser humano es, en su conjunto, una compleja creación que está integrada por miles de ideas que generan miles de impulsos creadores, los cuales están regidos por un único y global sentido, promovido por una intención evolutiva que pertenece a una fase de desarrollo espiritual concreto.
Mientras pasamos por cada una de las etapas de la vida humana, las propias características y exigencias de ellas nos hacen creer que las diferencias o necesidades que manifiestan cada una de ellas las hacen independientes por sí solas.
Sin embargo, si trazamos una línea transversal a lo largo de la vida transcurrida, recogiendo de cada etapa la energía que subyace, podemos dibujar, descubrir, descifrar, el verdadero sentido, el genuino carácter, la “huella digital” única que marca la experiencia vital de cada ser vivo, de cada mujer y de cada hombre, al margen de su historia, pero también reflejada en cada instante de su historia.
Alicia Montesdeoca
Editado por
Alicia Montesdeoca
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Montesdeoca es consultora e investigadora, así como periodista científico. Coeditora de Tendencias21, es responsable asimismo de la sección "La Razón Sensible" de Tendencias21.
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