FILOSOFÍA SOCIAL: A. Montesdeoca

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Lunes, 16 de Septiembre 2019

La isla, mientras estuvo ardiendo, fue un único corazón latiendo al unísono con las fuerzas de la vida


flickr.com
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En agosto, como es costumbre, nos vamos a Gran canaria a retomar el bienestar conocido y los afectos familiares; a gozar de la brisa, de la luz, de los colores de la tierra y el mar; de la sonrisa de esa mujer desconocida que te saluda cuando se cruzan nuestras miradas; del encuentro con el anónimo paseante por la orilla de la playa que te contempla gozando del bienestar que sientes en ese lugar y que él asiente con una sonrisa porque comprende tus emociones en ese instante; del encuentro con las viejas amigas  que te reciben con los brazos abiertos como  si no hubiesen pasado los años y no se hubiese producido distancia alguna. La “recarga de las pilas” para aguantar, un año más, lejos de la tierra amada, está garantizada cada vez que a ella llego.

Allí vamos, a gozar del paso de los días, sin fijarnos rutas ni proponernos programa alguno. Siempre ha sido así, cada verano, durante treinta largos años… menos el del año 2019.

Una semana antes de llegar se habían producido dos incendios importantes: uno en Cazadores en el municipio de Telde y el otro en el llamado Barranco de Crespo, en Valleseco. A la semana ya habían sido sofocados pero la sequedad del ambiente, las altas temperaturas y el viento provocaron una catástrofe ambiental con un nuevo y destructor incendio en el hermoso parque natural de las cumbres de la isla. El incendio se inició el 10 de agosto, en el pago de Las Arbejas, en Artenara, calcinando, a lo largo de los días 1.164 hectáreas en Artenara, Tejeda y Galdar.

 El pueblo canario, de improviso, se enfrentó a una profecía anunciada, el riesgo de que el cambio climático pueda arrasar sus espacios naturales protegidos,  con los cuales tan identificado se siente, se puso en evidencia. Al final, según las cifras divulgadas, el 84% del terreno afectado forma parte de esos espacios naturales protegidos.

La conmoción en la población fue evidente, la tristeza se percibía en los silencios que se guardaban cuando las noticias llegaban y los aviones y helicópteros sobrevolaban la ciudad para repostar agua. Pero también se evidenció la capacidad de ese pueblo para sentirse uno en las tragedias, para entregarse a los que estaban más afectados, para sufrir con el dolor de los desplazados y acompañarles ofreciendo sus servicios y sus medios. También para apoyar desde las calles, las playas y las azoteas de las casas la labor de los responsables de la extinción, reconociéndoles su valor y mostrando su agradecimiento de múltiples formas. El pueblo de Gran Canaria salió a las calles a mostrar sus sentimientos, a vivir su tristeza colectivamente, una tristeza que era aliviada por la solidaridad de las poblaciones de las otras islas del archipiélago y, también, por la de los pueblos más lejanos que sintieron como propia la catástrofe. 

La gestión de la catástrofe fue excelente y todos pudimos ir conociendo su magnitud, sus riesgos y las estrategias adoptadas gracias a la excelente información que se generó desde las instituciones competentes, posibilitándose, de esta manera, que la información veraz apagara los bulos que confunden y entorpecen en momentos tan delicados, logrando con ello el sentimiento de unión necesario para aceptar la catástrofe, sin ocultar el origen ni sus consecuencias y para, también, confiar en que el futuro estaba por construirse poniendo esa posibilidad en las manos de todos.

De esta manera, la fuerza y la creatividad de este pueblo, expresada a lo largo de su historia y en los momentos más difíciles, se desperezó alimentada por las voces de sus poetas y por el saber hacer de sus ciudadanos y ciudadanas. Las frases de aliento, de esperanza y de agradecimiento surcaron las redes; las convocatorias para paliar los efectos y para proteger y acoger a los desplazados mostraron lo mejor de los seres humanos cuando las circunstancias lo requieren.

 

pixabay.com
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Solidaridad y empatía

En Gran Canaria se celebró, a través del fuego, y mientras ardían los pinares en las cumbres, los lazos que unen a los grancanarios entre sí y a todos con la Tierra que les acoge. La isla, mientras estuvo ardiendo, fue un único corazón latiendo al unísono con las fuerzas de la vida. Hubo solidaridad, empatía por todos los que sufrían el acoso de las llamas, también por los animales y las plantas que ardían sin comprender ni saber cómo poder escapar de la incineración a la que estaban siendo sometidos.

La emergencia de las innumerables manifestaciones de agradecimiento que mostró toda la población hacia aquellos expertos que se sacrificaban con las largas jornadas y que se arriesgaban para acabar con el fuego y, sobre todo para salvar las vidas humanas en riesgo, produjo en los profesionales implicados un gran asombro manifestando emocionados que jamás habían vivido una reacción igual en otros lugares a los que habían acudido para sofocar  incendios.

Este pueblo que tanto ama y se identifica con su tierra se enfrentó, con estas circunstancias, a una realidad que ya no se puede seguir ocultando: el territorio es finito y sus recursos también. Esta experiencia vivida y las lecciones y reflexiones acumuladas a lo largo de los días mostraron a los canarios la necesidad de adoptar otras formas de vida, las cuales requieren transformar los usos y costumbres, adquiriendo nuevas pautas de conducta en armonía con el medio en que desarrollan su vida. El amor a su tierra es el motor que puede impulsar los cambios necesarios para cuidar, con políticas económicas y sociales idóneas, lo que es para este pueblo el trozo de mar y de tierra que les sostiene y les acuna.

Una vez sofocados los últimos rescoldos del incendio, se emprende la aventura de recuperar lo perdido, de aprender a cuidar mejor lo que tenemos y de prepararse para convivir y aliviar los desequilibrios que las conductas humanas provocan en la naturaleza. Hoy, que todo el pueblo de Gran Canaria en particular y el de todo el archipiélago en general, se ha enfrentado a una experiencia de este calibre, poniéndole de manifiesto la fragilidad del entorno que le acoge, es el momento de optar por la oportunidad que se le ofrece con este aviso y de lo que puede esperarse en el futuro a causa del cambio climático presente.

A través de su gobierno, Canarias declara la Emergencia Climática para agilizar la tramitación de la Ley Canaria de Cambio Climático y el Plan de Acción Canario para la Implementación de la Agenda 2030 de Objetivos de Desarrollo Sostenible. La experiencia ha de servir, a propios y extraños, para iniciar una nueva cultura en total empatía con toda la Vida y con el entorno que nos acoge a todos: nuestro querido Planeta Tierra.

 

Mar de nubes en la Caldera de Tirajana. Pixabay.com
Mar de nubes en la Caldera de Tirajana. Pixabay.com
Vuelta a casa

Vuelvo a casa, tras la experiencia y con las consiguientes reflexiones. Para mí el verano de 2019 fue distinto y, a pesar de lo sucedido, fue sin embargo el mejor. Pude calibrar los valores de este pueblo y su capacidad de expresar los mejores sentimientos que encierra en sus corazones, individual y colectivamente. Con el fuego abrazador que incinera todas las manifestaciones de vida vegetal y buen parte de la vida animal y de las obras humanas, se puso de manifiesto el sentimiento de los canarios ante tanta desolación, pero también florecieron como hermosos y renovados brotes las mejores y más elevadas cualidades de este pueblo: serenidad y aceptación frente a lo inevitable, solidaridad para con los más afectados, sentimientos de desgarro por las pérdidas y por el sufrimiento que se le está ocasionando a través del fuego a esta tierra que tanto aman y con la que tanto se identifican.

Las tierras de Gran Canaria sufren una terrible destrucción y el alma colectiva de los canarios expresa, a través del canto de sus copleros y poetas aquello que ella no puede manifestar. Gran Canaria y todos los isleños nos hablan de una profunda simbiosis que pone de manifiesto que esta tierra, estas mujeres, hombres, niños y niñas son una única y compleja realidad cuyos corazones laten al unísono.

La catástrofe medioambiental está poniendo de manifiesto, también, la grandeza del espíritu que alienta este mundo nuestro y del que las Islas Canarias son una muestra más.

Con todo lo dicho, estamos nombrando los valores de solidaridad, empatía, entrega, heroísmo, generosidad y desprendimiento que han de conformar la nueva cultura, valores que siempre han alentado el latido de La Vida.
 
 

Pinar de Tamadaba. flickr.com
Pinar de Tamadaba. flickr.com
Copla
 
En la isla en que nací
cabe el cielo en una cueva,
un desierto en una playa,
la ciudad en una isleta,
la memoria en un pinar,
el aire en una caldera,
la nieve dentro de un pozo,
la sombra, bajo una piedra,
una isla en una plaza,
dos santos en una vega,
una flor dentro de un queso,
un bosque en calles estrechas,
el mundo entero en un parque
y hasta un charco en una cesta.
 
En la isla en que nací,
en la hermosa Gran Canaria
tres incendios nos llenaron
los corazones de lágrimas;
no nos cabían por dentro
la tristeza ni la rabia
pero dimos un ejemplo
como tierra solidaria
y entre todos lograremos
que la isla se rehaga,
que vuelva a vivir vestida
del color de la esperanza
y que su símbolo sea
el Pinar de Tamadaba

De José Yeray Rodríguez Quintana
 

Alicia Montesdeoca


Editado por
Alicia Montesdeoca
Montesdeoca Rivero Alicia
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Montesdeoca es consultora e investigadora, así como periodista científico. Coeditora de Tendencias21, es responsable asimismo de la sección "La Razón Sensible" de Tendencias21.

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