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Balance de poder
Es como la pesada antes del combate de boxeo. Si las condiciones iniciales del debate fueran inaceptables, habría motivos para rehusar de antemano un combate que se presente bajo malos auspicios.
Para hacer un pronóstico de quién será el vencedor comenzaremos por evaluar la panoplia de cada locutor y estableceremos comparaciones.
1) Comparar la base informacional que poseen los dos adversarios, es decir,
- su conocimiento de los dossiers económicos y políticos,
- su capacidad para entender la sicología del adversario que tiene enfrente.
2) Comparar sus habilidades en el uso de los diferentes instrumentos estratégicos y tácticos,
- técnicas de fuerza, afirmación, imposición
- técnicas de ficción, escamoteo, disimulación,
- capacidad de análisis lógico y de construcción de argumentos,
- habilidad retórica y facilidad de réplica, capacidad de fabricar las frases que clavan, capacidad de “iconizar” situaciones y personas.
3) Comparar el grado de preparación inmediata del debate, no confiando excesivamente en la improvisación.
Desequilibrios entre A y B
Quién sabe conducir el juego fría y profesionalmente, y quién puede perder el control de sí mismo porque tiene más que perder.
Desequilibrios en el saber técnico sobre los temas a tratar. Diferencias en el nivel y en la calidad de la información que se posee.
¿Quién aventaja al otro en la percepción del propio poder y en la afirmación de sí mismo?
¿Quién es más aguerrido, más capaz de desequilibrar al otro con sus ataques y quién es más susceptible de ser desequilibrado sicológicamente?
¿Quién es mejor comunicador?
¿Quién es mejor negociador?
Reconocer los adversarios difíciles
Antes de entrar en el debate el locutor tiene que identificar si el otro pertenece a una de esas categorías de jugadores que pueden complicar extraordinariamente el juego. Saber si el otro
- es duro o difícil, malévolo, malintencionado
- es capaz de engañar y, casi peor, hasta engañándose a sí mismo
- es un cínico absoluto, impermeable a la ética e insensible a los razonamientos
- es un personaje que teatraliza, que se fija y interpreta roles
- es alguien que responde a alguno de los estereotipos viciados ya de antemano por posición de vida: águilas depredadoras, señores del universo, benefactores, gatos escurridizos, frailunos hipócritas, etc. (Ver bitácora precedente)
Consiguientemente, el que desee hacer un pronóstico sobre la evolución del debate, ha de evaluar para cada uno de los jugadores:
1. Su sentido de moralidad y justicia.
2. Sus intenciones. Si su intención es ganar a toda costa, sin tener cuenta ninguna de las reglas últimas de todo juego, las que están más allá de cualquier relativismo cultural o situacional. Por ejemplo, si es capaz de traicionar cínicamente a la verdad, o de ambicionar tanto que no dude en hundir física o psicológicamente a los demás.
3. Cuáles son sus reglas de juego en la práctica. Porque quizás no sean las mismas que las que declara o exteriormente profesa.
4. Si juega fría y profesionalmente.
5. Si posee capacidades y experiencia de debates.
6. Su nivel de formación y su inteligencia general.
7. Si en esta situación concreta llega al debate con una intensa carga emocional que le pudiera llevar en algún momento a una pérdida de control de sí mismo o de lo que dice.
El terreno de competición
Seguimos con la analogía con la competición deportiva tal como la explicamos en la bitácora precedente. Ahora nos toca examinar el terreno en el que van a debatir. Los terrenos de juego suelen ser delimitados mediante una negociación previa entre las partes contendientes para ponerse de acuerdo sobre reglas y modalidades y sobre los bloques temáticos a debatir.
Sin embargo, siempre hay maneras de “soltar” lo que se quiere decir a pesar de esas barreras. Explorar los campos semánticos que pueden ser favorables al uno y al otro de los adversarios.
Definir los universos de discurso
Basta con evocar con una especie de brain storming los conceptos que definen las “zonas de significación” candentes en este momento: terrorismo, paro, inmigración, impuestos, etc. Acotar con esos conceptos el campo semántico potencial en el que cada locutor va a moverse preferentemente, así como los puntos minados que debiera evitar por peligrosos.
Adivinar cuáles serán las construcciones de líneas argumentales de cada uno. Las fuerzas y flaquezas lógicas de cada posición de locutor. Las grandes brechas por donde el enemigo puede infiltrarse.
Anticipar las áreas posibles de confrontación, por ejemplo, en lo económico: Los logros del pasado y las amenazas del futuro. Surgirán frases como “los problemas nos vienen de fuera, de los EEUU”; “habéis vivido de la herencia que os dejamos”; “no habéis hecho las reformas estructurales necesarias”; “las promesas que no podréis cumplir”, etc. ¿Habrá buenas respuestas?
Más duro se presentaría el combate si se abordase abiertamente el tema incandescente de por qué y cómo se ganaron las elecciones últimas tras el 11-M.
Jugando fuera del terreno: el uso de la frase asesina
Cuando el árbitro no ve o no se atreve a silbar, los jugadores se permiten sobrepasar los límites del campo impuestos por los bloques temáticos convenidos.
En la categoría de juego fuera del terreno y de juego sucio entran de lleno los ataques personales, los argumentos ad hominem directos o indirectos. (¿Cuántos cocineros llevó a Lanzarote?).
Hay formas de echar en cara las taras, los defectos físicos (“fisicosch”), y una infinidad de detalles inconfesables, que normalmente no nos atrevemos a manifestar en público porque nos lo impiden las convenciones sociales, pero que funcionan en una pugna de gladiadores, sobre todo si son indirectos y van bien envueltos en sutileza e ironía. (Alfonso Guerra es maestro en ese arte).
Se puede crucificar al adversario mediante el uso de la fórmula ingeniosa que plasma de manera simple, “iconizando” lo esencial de una situación en profundidad y definitivamente. Aunque no siempre justamente. (El tan traído “Aznar asesino”).
Evitar lodazales
Entrar a fondo en el terreno ideológico en el contexto de un debate es enfangarse en un lodazal. Es prácticamente imposible que lleguen a conclusiones comunes dos adversarios que derivan sus razonamientos de premisas ideológicas irreconciliables.
Si el debate se centra en el dilema izquierdas-derechas, todo el mundo tiene en parte razón, porque hoy las diferencias entre partidos son últimamente cuestión de ritmos de reforma y de dosificación entre sensibilidad social y sensatez. No hay receta precisa entre extremos ideológicos. Por eso es inútil y malsano entrar en esos planteamientos. Sin embargo, los locutores entrarán en ellos, por iniciativa del uno o del otro, o cuando quieran hostigar o sean hostigados.
En regla general es mucho mejor y más fácil para el público que el locutor presente las posiciones propias bajo las nuevas formas que hoy se llaman narrativas, el “story telling”. Es preferible esa modalidad a embarcarse en la diatriba y el combate dialéctico, según el puro estilo de las “disputationes metaphysicae” de la escolástica.
Una batalla subliminal
Aparte del combate que aparece en la pantalla entre los locutores A y B, ambos contendientes luchan en un segundo frente, el de los telespectadores. Al trabajo sobre este segundo frente, hay que darle tanta importancia como al combate que aparece sobre el ring.
Calibraremos quién tiene más facilidad para vehicular mensajes claros y que peguen mejor al público sencillo. Quién comunica mejor con la gente al nivel no verbal, con su gestualidad, tono de voz, mirada, etc. Eso hará ganar muchos puntos sobre el segundo frente. El mensaje que el público necesita debe ser nítido, preciso, no sofisticado y capaz de suscitar imágenes y sentimientos.
¿Quién ganará finalmente?
¿Qué es ganar, y qué es perder en un debate? ¿Quién decide? En última instancia debiera ser ganador el que, según un observador neutro, consiguiera exponer mejor los problemas y responder mejor manera a las expectativas de los oyentes con respecto a los grandes temas del momento.
Pero las cosas no son tan claras. Muchos telespectadores quieren consciente o subconscientemente asistir a un combate entre dos gladiadores.
Y para ellos, el que sea literalmente “machacado”, al que se le tape la boca y se le deje sin respuesta, el que pierda los nervios, el que quede acorralado, será claramente perdedor. Por ejemplo: sorprender al otro en su ignorancia puede bastar para desautorizarle ante el telespectador (“¿Cuánto vale un café?”). Por el contrario, el público no siempre advertirá que en circunstancias como ésa, un locutor hábil ha sabido camuflar sus propias limitaciones, salirse por la tangente y evitar responder.
Habrá ganado quien alcance sus objetivos por segmentos demográficos.
El título de vencedor será frecuentemente la prensa quien lo adjudique. El Gran Jurado que es el público está desarmado para dirimir en el debate racional de fondo entre dos interpretaciones diferentes del mundo económico y social. Por consiguiente la comunicación no verbal y los efectos retóricos serán determinantes. Por ejemplo, ganará el que use la formidable carta de las sorpresas argumentales que dejan al otro sin respuesta. O el que utilice las preguntas asesinas.
Es como la pesada antes del combate de boxeo. Si las condiciones iniciales del debate fueran inaceptables, habría motivos para rehusar de antemano un combate que se presente bajo malos auspicios.
Para hacer un pronóstico de quién será el vencedor comenzaremos por evaluar la panoplia de cada locutor y estableceremos comparaciones.
1) Comparar la base informacional que poseen los dos adversarios, es decir,
- su conocimiento de los dossiers económicos y políticos,
- su capacidad para entender la sicología del adversario que tiene enfrente.
2) Comparar sus habilidades en el uso de los diferentes instrumentos estratégicos y tácticos,
- técnicas de fuerza, afirmación, imposición
- técnicas de ficción, escamoteo, disimulación,
- capacidad de análisis lógico y de construcción de argumentos,
- habilidad retórica y facilidad de réplica, capacidad de fabricar las frases que clavan, capacidad de “iconizar” situaciones y personas.
3) Comparar el grado de preparación inmediata del debate, no confiando excesivamente en la improvisación.
Desequilibrios entre A y B
Quién sabe conducir el juego fría y profesionalmente, y quién puede perder el control de sí mismo porque tiene más que perder.
Desequilibrios en el saber técnico sobre los temas a tratar. Diferencias en el nivel y en la calidad de la información que se posee.
¿Quién aventaja al otro en la percepción del propio poder y en la afirmación de sí mismo?
¿Quién es más aguerrido, más capaz de desequilibrar al otro con sus ataques y quién es más susceptible de ser desequilibrado sicológicamente?
¿Quién es mejor comunicador?
¿Quién es mejor negociador?
Reconocer los adversarios difíciles
Antes de entrar en el debate el locutor tiene que identificar si el otro pertenece a una de esas categorías de jugadores que pueden complicar extraordinariamente el juego. Saber si el otro
- es duro o difícil, malévolo, malintencionado
- es capaz de engañar y, casi peor, hasta engañándose a sí mismo
- es un cínico absoluto, impermeable a la ética e insensible a los razonamientos
- es un personaje que teatraliza, que se fija y interpreta roles
- es alguien que responde a alguno de los estereotipos viciados ya de antemano por posición de vida: águilas depredadoras, señores del universo, benefactores, gatos escurridizos, frailunos hipócritas, etc. (Ver bitácora precedente)
Consiguientemente, el que desee hacer un pronóstico sobre la evolución del debate, ha de evaluar para cada uno de los jugadores:
1. Su sentido de moralidad y justicia.
2. Sus intenciones. Si su intención es ganar a toda costa, sin tener cuenta ninguna de las reglas últimas de todo juego, las que están más allá de cualquier relativismo cultural o situacional. Por ejemplo, si es capaz de traicionar cínicamente a la verdad, o de ambicionar tanto que no dude en hundir física o psicológicamente a los demás.
3. Cuáles son sus reglas de juego en la práctica. Porque quizás no sean las mismas que las que declara o exteriormente profesa.
4. Si juega fría y profesionalmente.
5. Si posee capacidades y experiencia de debates.
6. Su nivel de formación y su inteligencia general.
7. Si en esta situación concreta llega al debate con una intensa carga emocional que le pudiera llevar en algún momento a una pérdida de control de sí mismo o de lo que dice.
El terreno de competición
Seguimos con la analogía con la competición deportiva tal como la explicamos en la bitácora precedente. Ahora nos toca examinar el terreno en el que van a debatir. Los terrenos de juego suelen ser delimitados mediante una negociación previa entre las partes contendientes para ponerse de acuerdo sobre reglas y modalidades y sobre los bloques temáticos a debatir.
Sin embargo, siempre hay maneras de “soltar” lo que se quiere decir a pesar de esas barreras. Explorar los campos semánticos que pueden ser favorables al uno y al otro de los adversarios.
Definir los universos de discurso
Basta con evocar con una especie de brain storming los conceptos que definen las “zonas de significación” candentes en este momento: terrorismo, paro, inmigración, impuestos, etc. Acotar con esos conceptos el campo semántico potencial en el que cada locutor va a moverse preferentemente, así como los puntos minados que debiera evitar por peligrosos.
Adivinar cuáles serán las construcciones de líneas argumentales de cada uno. Las fuerzas y flaquezas lógicas de cada posición de locutor. Las grandes brechas por donde el enemigo puede infiltrarse.
Anticipar las áreas posibles de confrontación, por ejemplo, en lo económico: Los logros del pasado y las amenazas del futuro. Surgirán frases como “los problemas nos vienen de fuera, de los EEUU”; “habéis vivido de la herencia que os dejamos”; “no habéis hecho las reformas estructurales necesarias”; “las promesas que no podréis cumplir”, etc. ¿Habrá buenas respuestas?
Más duro se presentaría el combate si se abordase abiertamente el tema incandescente de por qué y cómo se ganaron las elecciones últimas tras el 11-M.
Jugando fuera del terreno: el uso de la frase asesina
Cuando el árbitro no ve o no se atreve a silbar, los jugadores se permiten sobrepasar los límites del campo impuestos por los bloques temáticos convenidos.
En la categoría de juego fuera del terreno y de juego sucio entran de lleno los ataques personales, los argumentos ad hominem directos o indirectos. (¿Cuántos cocineros llevó a Lanzarote?).
Hay formas de echar en cara las taras, los defectos físicos (“fisicosch”), y una infinidad de detalles inconfesables, que normalmente no nos atrevemos a manifestar en público porque nos lo impiden las convenciones sociales, pero que funcionan en una pugna de gladiadores, sobre todo si son indirectos y van bien envueltos en sutileza e ironía. (Alfonso Guerra es maestro en ese arte).
Se puede crucificar al adversario mediante el uso de la fórmula ingeniosa que plasma de manera simple, “iconizando” lo esencial de una situación en profundidad y definitivamente. Aunque no siempre justamente. (El tan traído “Aznar asesino”).
Evitar lodazales
Entrar a fondo en el terreno ideológico en el contexto de un debate es enfangarse en un lodazal. Es prácticamente imposible que lleguen a conclusiones comunes dos adversarios que derivan sus razonamientos de premisas ideológicas irreconciliables.
Si el debate se centra en el dilema izquierdas-derechas, todo el mundo tiene en parte razón, porque hoy las diferencias entre partidos son últimamente cuestión de ritmos de reforma y de dosificación entre sensibilidad social y sensatez. No hay receta precisa entre extremos ideológicos. Por eso es inútil y malsano entrar en esos planteamientos. Sin embargo, los locutores entrarán en ellos, por iniciativa del uno o del otro, o cuando quieran hostigar o sean hostigados.
En regla general es mucho mejor y más fácil para el público que el locutor presente las posiciones propias bajo las nuevas formas que hoy se llaman narrativas, el “story telling”. Es preferible esa modalidad a embarcarse en la diatriba y el combate dialéctico, según el puro estilo de las “disputationes metaphysicae” de la escolástica.
Una batalla subliminal
Aparte del combate que aparece en la pantalla entre los locutores A y B, ambos contendientes luchan en un segundo frente, el de los telespectadores. Al trabajo sobre este segundo frente, hay que darle tanta importancia como al combate que aparece sobre el ring.
Calibraremos quién tiene más facilidad para vehicular mensajes claros y que peguen mejor al público sencillo. Quién comunica mejor con la gente al nivel no verbal, con su gestualidad, tono de voz, mirada, etc. Eso hará ganar muchos puntos sobre el segundo frente. El mensaje que el público necesita debe ser nítido, preciso, no sofisticado y capaz de suscitar imágenes y sentimientos.
¿Quién ganará finalmente?
¿Qué es ganar, y qué es perder en un debate? ¿Quién decide? En última instancia debiera ser ganador el que, según un observador neutro, consiguiera exponer mejor los problemas y responder mejor manera a las expectativas de los oyentes con respecto a los grandes temas del momento.
Pero las cosas no son tan claras. Muchos telespectadores quieren consciente o subconscientemente asistir a un combate entre dos gladiadores.
Y para ellos, el que sea literalmente “machacado”, al que se le tape la boca y se le deje sin respuesta, el que pierda los nervios, el que quede acorralado, será claramente perdedor. Por ejemplo: sorprender al otro en su ignorancia puede bastar para desautorizarle ante el telespectador (“¿Cuánto vale un café?”). Por el contrario, el público no siempre advertirá que en circunstancias como ésa, un locutor hábil ha sabido camuflar sus propias limitaciones, salirse por la tangente y evitar responder.
Habrá ganado quien alcance sus objetivos por segmentos demográficos.
El título de vencedor será frecuentemente la prensa quien lo adjudique. El Gran Jurado que es el público está desarmado para dirimir en el debate racional de fondo entre dos interpretaciones diferentes del mundo económico y social. Por consiguiente la comunicación no verbal y los efectos retóricos serán determinantes. Por ejemplo, ganará el que use la formidable carta de las sorpresas argumentales que dejan al otro sin respuesta. O el que utilice las preguntas asesinas.
Blas Lara
Miércoles, 6 de Febrero 2008 - 10:46
Comentarios
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Les invito al primer ejercicio de este blog. Presentaré sucesivamente, en media docena de bitácoras, algunos instrumentos destinados a facilitar una interpretación personal y lúcida de los debates televisivos que van a tener lugar próximamente en nuestro país.
El debate en TV
El debate televisivo no es una altercación verbal, no es una defensa de tesis, ni es un procesamiento jurídico. Aunque puede tener algo de todo ello. Se sitúa entre dos modalidades extremas: el género propiamente expositivo, cortés y académico, y el esencialmente polémico, más del gusto de muchos espectadores.
El debate de TV es un combate sobre dos frentes. El primer frente es el que aparece en la pantalla del espectador: locutor A contra locutor B.
Pero hay un segundo frente que es el de cada locutor frente a todos los telespectadores, adversarios, amigos e indecisos; divididos a su vez por segmentos y categorías sociodemográficas.
Para introducirnos al estudio de los debates
- Necesitamos un útil de chequeo a fin de no olvidar ninguna información esencial.
- Necesitamos también un casillero mental en el que haya lugar para todas las informaciones pertinentes y en el que se las pueda clasificar cómodamente.
Para todo ello apelaremos a un paradigma conductor, el del juego deportivo.
Como el lector puede imaginar, la idea de juego viene de la Teoría del mismo nombre que tiene aplicación en numerosos dominios de la interactividad humana, como la guerra, la diplomacia, la competición comercial, etc. Por consiguiente, no hay más originalidad que en los detalles. Todo el aparato matemático ha sido eliminado.
Advierto al lector de que el modelo propuesto aquí es interesante para el análisis de cualquier disputa o controversia en la vida cotidiana.
¿Qué ingredientes son necesarios para que se dé una competición deportiva, por ejemplo una partida de tenis? : 1) Jugadores y espectadores, 2) terreno, 3) objetivos o finalidad del juego, 4) movimientos o jugadas y 5) reglas del juego.
1) Los jugadores o actores
¿Cómo caracterizar a los actores directos?
Lo que es cada uno de ellos: su carácter, personalidad, biografía, sistema de valores, formación, vida privada, sus ambiciones, etc.
Pero también los papeles que interpreta, lo que quiere parecer en la pantalla y en la vida. (Ver la galería de estereotipos al fin del texto).
Además es importante adivinar qué otros actores indirectos, detrás de los bastidores, van a influir con sus datos, análisis y consejos.
Y no se puede olvidar que, como dijimos, el debate se juega también “contra” los telespectadores, definidos por segmentos y caracterizados por variables sociodemográficas.
2) El terreno: Contexto del juego
Examinar el contexto físico en el que el debate tendrá lugar: marco o escenario, emplazamientos previstos para cada locutor, tiempo.
Analizar el contexto lógico, es decir el campo de las ideas, los espacios semánticos en los que presumiblemente se van a situar y mover las líneas argumentativas. Los grandes temas de la política que interpelan a los ciudadanos y ante los que cada candidato ha de posicionarse. O por el contrario los que van a tratar de evitar.
3) Finalidades, objetivos, motivaciones, intenciones de los actores
Una lista de conceptos entre los que se pueden hacer sutiles y útiles distinciones. Los unos son conceptos objetivos inherentes a la naturaleza misma del juego. Otros son subjetivos, porque los actores mismos los añaden.
A la lista hay que añadir uno particularmente significativo: lo que se están jugando realmente los actores, lo que está en juego sobre el tapiz verde. Existe un término en francés “enjeux” para el que me gustaría encontrar una buena traducción. (El término “apuestas” hoy de moda, no me satisface totalmente, porque se emplea desplazando su contenido semántico originario). Entretanto, propongo el neologismo enjuegos, “lo que está en juego”; en este caso la captación de votos, la imagen del político, y quizás otros enjuegos más concretos como impactar con un mensaje específico a tal sector del electorado.
La finalidad declarada del debate electoral debiera ser poner el dedo sobre la llaga de los problemas del país (recesión más que probable, política territorial, emigración e integración, sanidad, educación, investigación, terrorismo, etc.). Cada candidato presenta las soluciones que contempla el programa de su partido para que el ciudadano sea informado y pueda marcar su preferencia.
Sin embargo lo que realmente imprime hic et nunc la dinámica al juego interactivo son las motivaciones íntimas (del latín movere) de los locutores. La psicología de la persona entra aquí en contribución: su adrenalina, su temple, la energía que aporta al debate y su resistencia emocional para encajar.
¿Qué buscan realmente los actores en la interacción que analizamos?
El primer objetivo presunto para ambos es clarificar racionalmente una serie de temas ante la ciudadanía por el bien del país, en un espíritu de altruismo patriótico.
Sin embargo, existen otras motivaciones personales profundas -y quizás espurias- de las que a veces los actores mismos no son conscientes: la vanidad, hacerse oír, exhibir su capacidad retórica o elegancia verbal, posturismo narcisista. Así pues se han de discernir los objetivos concretos, sinceros declarados o no, de los puramente retóricos o fingidos.
4) Los posibles movimientos del juego
Para alcanzar su peculiar y amplia variedad de objetivos, los jugadores van a efectuar movimientos sobre cuatro espacios :
- el de los enjuegos concretos.
- el sicológico: por ejemplo, tentativas de dominar o de imponerse sobre el otro en el debate.
- el dialéctico: los razonamientos o argumentaciones potenciales. (Aquí conviene un análisis de contenidos).
- el de la comunicación : el control del uso de la palabra. (Al modo de la escuela de Palo Alto).
Las secuencias de movimientos de cada jugador serán espontáneas o seguirán estrategias y tácticas preprogramadas antes del encuentro. ¿Qué estrategias son posibles a priori, y cuáles son previsibles de parte de tal o tal jugador? (Nota. En próximas bitácoras iremos explicando con detalle la amplia variedad de estrategias disponibles y las tácticas correspondientes.)
5) Analizar las reglas del juego
Las reglas limitan la libertad de movimientos y hacen que el rugby sea el rugby y no el fútbol. No todos los movimientos está permitidos según las reglas del juego. Sin embargo hay quienes van al debate con ánimo de gladiador. Y el que está dispuesto al juego sucio. El hipócrita y el cínico.
Tipos de reglas en el debate
- Reglas explícitas establecidas de antemano sobre la de repartición del tiempo de palabra.
- Las leyes del razonamiento lógico. Lo contrario es la utilización de falacias, argumentaciones incompletas, etc.
- Reglas de la moralidad en el debate: La más importante es la veracidad. La responsabilidad en sus afirmaciones y que los datos que se aportan sean suficientemente probados. Respeto al otro. La cortesía.
Es previsible que se dé asimetría entre A y B porque en sus actitudes y en sus comportamientos se sometan diferentemente a estas reglas.
Negociación previa sobre las modalidades y reglas del debate
Es de gran importancia. Se ha convertido en un ejercicio clásico muy estudiado desde el debate Kennedy-Nixon en 1960.
Si las reglas no han sido inteligentemente negociadas, si son violadas, y si su cumplimiento no es vigilado por un moderador imparcial, el debate puede degenerar como se comprueba a veces en la emisión 59” de la TVE.
GALERIA DE ESTEREOTIPOS
Son interlocutores que por su carácter obligan al adversario a subir la guardia.
Todo parecido con alguno de los candidatos a la presidencia, del pasado o del presente, sería casi fortuito. Algunos locutores de la vida real responden a varios estereotipos a la vez.
DEPREDADORES. El depredador se siente con derecho a dirigir y a decidir porque es él quien tiene razón. El poder le es debido porque se siente el mejor. Eso le da naturalmente derecho a criticar y agredir y a asfixiar el razonamiento del otro.
GATOS HUIDIZOS. Cordiales, elocuentes pero poco seguros de sí mismos. A veces reprimidos, reservados y poco seguros de sí mismos, y a veces locuaces. Huidizos. No tienen muchos escrúpulos en desdecirse.
BIENEFACTORES UNIVERSALES. Pretenden ayudar, pero no dan nunca algo por nada y sin retorno. Se aprovechan del otro, y llegan a pensar que lo hacen por buena fe. Son peligrosos por sus actitudes frailunas.
SEÑORES DEL UNIVERSO. Gente capaz y responsable, firmes y decisivos pero capaces también de aplastar a quien se interponga en su camino.
LEGALISTAS. Siempre con leyes y cifras en la mano. Superordenados, precavidos, analíticos, fríos, tozudos, minuciosos y lentos para decidir.
NADADORES. Emotivos, sociables, reactivos. Les gusta agradar. Pero intentando manipular. Optimistas. Se adaptan, pero no se mojan por nada.
Artículos
Llevo casi veinte años reflexionando, enseñando y escribiendo libros y artículos sobre temas de negociación e interacción humana. Mi objetivo al comenzar este blog es invitar a sus lectores a una reflexión colectiva, científicamente fundada, sobre la negociación y en general sobre la interacción humana. Estoy persuadido de que por esos mundos de Dios hay muchos intelectuales a los que anima un espíritu de servicio a la humanidad. A ellos les pido ayuda y colaboración para desarrollar la teoría y diseñar técnicas que tiendan a disminuir los niveles de conflictividad entre países y entre los individuos en su vida cotidiana. En sucesivas bitácoras iré desarrollando la temática. Agradezco desde ahora los comentarios que tengan a bien hacer. Las críticas serán más que bienvenidas. Y el debate altamente apreciado.
Una fe y una doctrina: presentación personal a manera de prefacio.
Nací en marzo del 35. Puedo recordar con toda claridad un bombardeo de la guerra del 36-39. No asocio a esas imágenes ningún sentimiento de terror, porque yo tenía muy pocos años. Pero sí puedo afirmar que mi generación creció en ese clima de miedo que sentía la población en los años que siguieron a la guerra. Y que vivimos durante la infancia y la adolescencia las estrecheces económicas y las desigualdades de aquel tiempo.
Quizás por todo eso, a fines de los 50 y principios de los 60 viví con entusiasmo las ideologías políticas de revuelta de aquellos años jóvenes. Después de una licencia en Filosofía, entré en Matemáticas como se entra en religión, porque algunos seres extraños de entre nosotros comenzamos a entrever la posibilidad de otra utopía alternativa para el bien de la sociedad. Creíamos que la racionalidad científica en el gobierno de las cosas podía llevarnos a un mundo mejor y más justo, gracias a una ingeniería social cuyos instrumentos era preciso elaborar. Al fin y al cabo, ahí estaban la planificación y los Gossplan, en el núcleo mismo del pensamiento leninista. Aunque también la planificación indicativa francesa, l’ardente obligation del general De Gaulle).
No fuimos nunca comunistas, pero compartíamos los mismos sentimientos generosos con los que creían aún en la revolución. Queríamos apasionadamente el cambio, pero sin convulsiones sociales, ni horrores, ni sufrimientos. Los fines no justificaban los medios. Optábamos por la transformación radical del funcionamiento de la sociedad, pero sin violentar los ritmos de la historia.
La utopía de la racionalidad
La Justicia social, pretendíamos hallarla a través de la gestión racional de la cosa pública y de las decisiones de empresa. A condición de que las funciones a optimizar incorporasen con todo su “peso” los valores humanistas. La utopía de nuestros sueños era elaborar instrumentos matemáticos para construir planes óptimos a todos los niveles de la acción social, a fin de evitar los dispendios de la gestión ineficaz y a fin de maximizar el valor de funciones ajustadas a los criterios de compasión humana. ¡Como si las realidades mundanas pudiesen caber en un sistema de ecuaciones de Leontief!
A principios de los 60 llegaron los ordenadores. Hice entonces una tesis doctoral sobre los límites de la inteligencia artificial, un master en Informática y un postdoc en Investigación Operativa, siempre con la misma idea de la transformación social gracias a la planificación científica. ¡Qué ingenuidad! Imaginábamos entonces que todo lo que nos faltaba para cambiar el mundo eran algoritmos apropiados y ordenadores con gigantescas memorias y capacidades de cálculo.
El primer lugar de experimentación fue para mí la gran empresa multinacional. Allí recogí los primeros éxitos en la confrontación con la realidad. Los esquemas conceptuales y los modelos marchaban. Allí fue también donde tropecé con los primeros obstáculos. Lo que marchaba tan perfectamente a la escala de una fábrica o un grupo de productos encontraba sus límites a causa de la talla de los modelos matemáticos y sobre todo a causa de los conflictos de competencia con un alto management que se sentía amenazado en su poder.
En realidad, y simplificando mucho, faltaban al menos tres cosas esenciales:
• Capacidad para tratar enormes bases de datos constantemente puestas al día para representar los flujos
• Algoritmos apropiados para tratar problemas de larga escala, que tuviesen en cuenta el componente de azar.
• Ver la manera cómo integrar en los modelos la influencia perturbadora de la decisión humana que rompe la visión mecanicista del mundo.
En las décadas finales del siglo XX, la situación ha progresado pero de una manera menos gloriosa y más mediocre de lo que esperábamos. La revolución informática nos ha traído teratomemorias y grandes capacidades de cálculo, aunque muy insuficientes todavía para afrontar por ejemplo la explosión de los problemas combinatorios. Además, a pesar de que hemos dado unos pasos significativos hacia adelante, nuestro avance es meramente cuantitativo, dejando aún intacta la sustancia del problema.
El factor humano era lo esencial
Nuestras finalidades prácticas eran humanistas. Pero habíamos ignorado y quizás desdeñado el factor humano entre las variables a integrar en nuestras reflexiones epistemológicas y, consecuentemente, en nuestros modelos teóricos. (En estos días las intensas operaciones mediáticas han conseguido popularizar el tema del cambio climático. El problema es el mismo. Existe sin duda una importante dimensión técnica para frenar el cambio climático, pero no se avanzará significativamente mientras no haya un serio compromiso de los grandes decisores políticos y sin una transformación radical de las actitudes de la población.)
Nos era imposible escapar de la herencia reductora del pensamiento físico, que se ha atribuido funestamente un papel de excelencia en la ciencia. Todo lo que no se podía formular matemáticamente era literatura y, por tanto, científicamente irrelevante. La metodología de las ciencias humanas no había – y quizás no haya- roto aún totalmente, con sus paradigmas mecanicistas inspirados en la Física.
Por ello adolece de una profunda enfermedad epistemológica a la que Whitehead llamaba the fallacy of misplaced concreteness. Muchos diseñadores de modelos están realmente “fuera del tiesto”. Lo grave es que consiguen vender a veces su mercancía de hojarasca a grandes decisores ignorantes y mal informados.
La matemática es puro lenguaje. Y los matemáticos, como decía Bertrand Russell, don’t really know what they are talking about. Sin embargo, no es en el lenguaje sino en la sustancia donde reside la verdadera dificultad. La realidad es tan compleja que el único punto de partida serio y responsable para formalizarla, es una actitud de verdadera humildad intelectual. Voy a dar un ejemplo concreto: La Teoría de Juegos constituía, y constituye aún, una pieza importante en el bagaje teórico de las ciencias de gestión. Sin embargo, en la práctica de la empresa, el fabuloso aparato matemático que se ha desarrollado es casi totalmente inútil. Además, la ingenua confianza en esos métodos es muy peligrosa.
De la crítica de la Teoría de juegos que hago de manera provocante, se salvan unas docenas de conceptos francamente útiles. Conceptos puros, que son aprovechables para la fase de modelización lógica de las situaciones. Estos conceptos pertenecen a una filosofía de la acción. El resto son telas de araña que decía Nietzsche. (La negociación que se explica en cursos acelerados para ejecutivos suele ser, como decía alguien que los imparte, un asunto de vendedores de peines. Con un baño de psicología barata del rastro, de vendedor de tapices y de otros Dale Carnegie).
Hay que saber negociar para implicar a los dirigentes
Para que consigamos una gestión equitativa de los recursos es absolutamente indispensable persuadir a los responsables políticos y empresariales.
Subsiste la vieja cuestión de las malas relaciones entre poder y saber. No se suelen dar ambos en una misma persona. Son cualidades que no conviven fácilmente en buena armonía y mutuo respeto.
Unas reflexiones a este propósito:
• La voluntad de inteligencia entre los decisores en el poder y los que poseen la competencia técnica es muy escasa. Por un lado los decisores detestan visceralmente compartir el poder con personas que poseen la competencia técnica, a no ser que estos acepten una posición de servilismo.
• Por otro lado, las aptitudes requeridas para ser un buen especialista le inhabilitan casi por principio para el ejercicio del poder. Lo que en parte justifica los prejuicios de los grandes decisores contra los especialistas.
• Añado que los verdaderos hombres de ciencia poseen raramente el talento del marketing.
Posiciones actuales
Poco a poco a través de los años, me he ido convenciendo de que, desde el punto de vista intelectual, la problemática del gobierno de los hombres es tan interesante como la del gobierno de las cosas. Tan exaltante como lo fue la planificación y el control de los flujos de bienes, materias y dinero.
Hemos de encontrar bases epistemológicas nuevas que permitan atacar de frente la modelización de los fenómenos biológicos primero y los humanos después. Sin contorsionar la realidad reduciéndola a modelos simplistas, de valor pedagógico quizás, pero inútiles en la práctica.
Además, tenemos que apresurarnos para encuadrar la ética en el interior de nuestro pensamiento científico. Andamos muy lejos de ello porque nos falta aún alguna pieza esencial en nuestras aproximaciones epistemológicas.
Resumiendo
Uno de los trabajos más útiles que podemos hacer los que conservamos la pasión quijotesca de emplear nuestro tiempo al servicio de la humanidad, es elaborar una Teoría que abarque áreas como las de la negociación, la resolución de conflictos, y en general las interacciones entre individuos y entre grupos. Así modestamente aportaremos nuestra contribución al asentamiento de nuevos órdenes de justicia. Y, sintiéndome anarquista a ratos, les añadiré que así abriremos vías a la emancipación del individuo frente a la opresión y abusos y vejaciones que otros le infligen desde posiciones de autoridad en las instituciones de la salud, la justicia, la educación, etc.
Algunas preguntas importantes para comenzar
*¿Qué nuevas instituciones se han de crear y cómo mejorar las instituciones actuales de intermediación entre países y entre individuos para disminuir la conflictividad?
*¿Basta el Derecho para resolver todas las situaciones?
*¿Es el restablecimiento de racionalidad el objetivo final de la resolución de diferencias? ¿Cuáles son los límites de la racionalidad?
*¿Qué pasa en el cerebro durante un proceso de interacción?
*¿Existe la posibilidad teórica de constituir una verdadera ciencia diapramágtica ?
*¿Se pueden basar los fundamentos de esta ciencia sobre los nuevos conocimientos de las neurociencias?
*¿Qué posibilidad y qué consecuencias tendría la integración de la ética en la teoría de las decisiones óptimas en diapragmática? (1)
*En qué medida es programable una negociación futura: ¿hay posibilidades reales de diseño de estrategias eficaces de solución óptima?
*¿Qué es una solución óptima a un problema de interacción humana?
(1) Entiendo por diapramágtica o diapragmatología la ciencia que recubriría dominios semánticos no equivalentes tales como: “negociación”, “interacción ”, “resolución de conflictos”, etc. De hecho, existen interacciones a los que no se les puede llamar negociaciones, ni todas las resoluciones de conflicto se hacen mediante la negociación. Por otro lado la palabra interacción tiene ya una connotación bien conocida en Física. Por eso, en espera de una propuesta más adecuada, utilizo provisionalmente el neologismo Diapragmática (o Diapragmatología) que viene del griego diapragmáteusis, etimológicamente “tratar entre “.
Nací en marzo del 35. Puedo recordar con toda claridad un bombardeo de la guerra del 36-39. No asocio a esas imágenes ningún sentimiento de terror, porque yo tenía muy pocos años. Pero sí puedo afirmar que mi generación creció en ese clima de miedo que sentía la población en los años que siguieron a la guerra. Y que vivimos durante la infancia y la adolescencia las estrecheces económicas y las desigualdades de aquel tiempo.
Quizás por todo eso, a fines de los 50 y principios de los 60 viví con entusiasmo las ideologías políticas de revuelta de aquellos años jóvenes. Después de una licencia en Filosofía, entré en Matemáticas como se entra en religión, porque algunos seres extraños de entre nosotros comenzamos a entrever la posibilidad de otra utopía alternativa para el bien de la sociedad. Creíamos que la racionalidad científica en el gobierno de las cosas podía llevarnos a un mundo mejor y más justo, gracias a una ingeniería social cuyos instrumentos era preciso elaborar. Al fin y al cabo, ahí estaban la planificación y los Gossplan, en el núcleo mismo del pensamiento leninista. Aunque también la planificación indicativa francesa, l’ardente obligation del general De Gaulle).
No fuimos nunca comunistas, pero compartíamos los mismos sentimientos generosos con los que creían aún en la revolución. Queríamos apasionadamente el cambio, pero sin convulsiones sociales, ni horrores, ni sufrimientos. Los fines no justificaban los medios. Optábamos por la transformación radical del funcionamiento de la sociedad, pero sin violentar los ritmos de la historia.
La utopía de la racionalidad
La Justicia social, pretendíamos hallarla a través de la gestión racional de la cosa pública y de las decisiones de empresa. A condición de que las funciones a optimizar incorporasen con todo su “peso” los valores humanistas. La utopía de nuestros sueños era elaborar instrumentos matemáticos para construir planes óptimos a todos los niveles de la acción social, a fin de evitar los dispendios de la gestión ineficaz y a fin de maximizar el valor de funciones ajustadas a los criterios de compasión humana. ¡Como si las realidades mundanas pudiesen caber en un sistema de ecuaciones de Leontief!
A principios de los 60 llegaron los ordenadores. Hice entonces una tesis doctoral sobre los límites de la inteligencia artificial, un master en Informática y un postdoc en Investigación Operativa, siempre con la misma idea de la transformación social gracias a la planificación científica. ¡Qué ingenuidad! Imaginábamos entonces que todo lo que nos faltaba para cambiar el mundo eran algoritmos apropiados y ordenadores con gigantescas memorias y capacidades de cálculo.
El primer lugar de experimentación fue para mí la gran empresa multinacional. Allí recogí los primeros éxitos en la confrontación con la realidad. Los esquemas conceptuales y los modelos marchaban. Allí fue también donde tropecé con los primeros obstáculos. Lo que marchaba tan perfectamente a la escala de una fábrica o un grupo de productos encontraba sus límites a causa de la talla de los modelos matemáticos y sobre todo a causa de los conflictos de competencia con un alto management que se sentía amenazado en su poder.
En realidad, y simplificando mucho, faltaban al menos tres cosas esenciales:
• Capacidad para tratar enormes bases de datos constantemente puestas al día para representar los flujos
• Algoritmos apropiados para tratar problemas de larga escala, que tuviesen en cuenta el componente de azar.
• Ver la manera cómo integrar en los modelos la influencia perturbadora de la decisión humana que rompe la visión mecanicista del mundo.
En las décadas finales del siglo XX, la situación ha progresado pero de una manera menos gloriosa y más mediocre de lo que esperábamos. La revolución informática nos ha traído teratomemorias y grandes capacidades de cálculo, aunque muy insuficientes todavía para afrontar por ejemplo la explosión de los problemas combinatorios. Además, a pesar de que hemos dado unos pasos significativos hacia adelante, nuestro avance es meramente cuantitativo, dejando aún intacta la sustancia del problema.
El factor humano era lo esencial
Nuestras finalidades prácticas eran humanistas. Pero habíamos ignorado y quizás desdeñado el factor humano entre las variables a integrar en nuestras reflexiones epistemológicas y, consecuentemente, en nuestros modelos teóricos. (En estos días las intensas operaciones mediáticas han conseguido popularizar el tema del cambio climático. El problema es el mismo. Existe sin duda una importante dimensión técnica para frenar el cambio climático, pero no se avanzará significativamente mientras no haya un serio compromiso de los grandes decisores políticos y sin una transformación radical de las actitudes de la población.)
Nos era imposible escapar de la herencia reductora del pensamiento físico, que se ha atribuido funestamente un papel de excelencia en la ciencia. Todo lo que no se podía formular matemáticamente era literatura y, por tanto, científicamente irrelevante. La metodología de las ciencias humanas no había – y quizás no haya- roto aún totalmente, con sus paradigmas mecanicistas inspirados en la Física.
Por ello adolece de una profunda enfermedad epistemológica a la que Whitehead llamaba the fallacy of misplaced concreteness. Muchos diseñadores de modelos están realmente “fuera del tiesto”. Lo grave es que consiguen vender a veces su mercancía de hojarasca a grandes decisores ignorantes y mal informados.
La matemática es puro lenguaje. Y los matemáticos, como decía Bertrand Russell, don’t really know what they are talking about. Sin embargo, no es en el lenguaje sino en la sustancia donde reside la verdadera dificultad. La realidad es tan compleja que el único punto de partida serio y responsable para formalizarla, es una actitud de verdadera humildad intelectual. Voy a dar un ejemplo concreto: La Teoría de Juegos constituía, y constituye aún, una pieza importante en el bagaje teórico de las ciencias de gestión. Sin embargo, en la práctica de la empresa, el fabuloso aparato matemático que se ha desarrollado es casi totalmente inútil. Además, la ingenua confianza en esos métodos es muy peligrosa.
De la crítica de la Teoría de juegos que hago de manera provocante, se salvan unas docenas de conceptos francamente útiles. Conceptos puros, que son aprovechables para la fase de modelización lógica de las situaciones. Estos conceptos pertenecen a una filosofía de la acción. El resto son telas de araña que decía Nietzsche. (La negociación que se explica en cursos acelerados para ejecutivos suele ser, como decía alguien que los imparte, un asunto de vendedores de peines. Con un baño de psicología barata del rastro, de vendedor de tapices y de otros Dale Carnegie).
Hay que saber negociar para implicar a los dirigentes
Para que consigamos una gestión equitativa de los recursos es absolutamente indispensable persuadir a los responsables políticos y empresariales.
Subsiste la vieja cuestión de las malas relaciones entre poder y saber. No se suelen dar ambos en una misma persona. Son cualidades que no conviven fácilmente en buena armonía y mutuo respeto.
Unas reflexiones a este propósito:
• La voluntad de inteligencia entre los decisores en el poder y los que poseen la competencia técnica es muy escasa. Por un lado los decisores detestan visceralmente compartir el poder con personas que poseen la competencia técnica, a no ser que estos acepten una posición de servilismo.
• Por otro lado, las aptitudes requeridas para ser un buen especialista le inhabilitan casi por principio para el ejercicio del poder. Lo que en parte justifica los prejuicios de los grandes decisores contra los especialistas.
• Añado que los verdaderos hombres de ciencia poseen raramente el talento del marketing.
Posiciones actuales
Poco a poco a través de los años, me he ido convenciendo de que, desde el punto de vista intelectual, la problemática del gobierno de los hombres es tan interesante como la del gobierno de las cosas. Tan exaltante como lo fue la planificación y el control de los flujos de bienes, materias y dinero.
Hemos de encontrar bases epistemológicas nuevas que permitan atacar de frente la modelización de los fenómenos biológicos primero y los humanos después. Sin contorsionar la realidad reduciéndola a modelos simplistas, de valor pedagógico quizás, pero inútiles en la práctica.
Además, tenemos que apresurarnos para encuadrar la ética en el interior de nuestro pensamiento científico. Andamos muy lejos de ello porque nos falta aún alguna pieza esencial en nuestras aproximaciones epistemológicas.
Resumiendo
Uno de los trabajos más útiles que podemos hacer los que conservamos la pasión quijotesca de emplear nuestro tiempo al servicio de la humanidad, es elaborar una Teoría que abarque áreas como las de la negociación, la resolución de conflictos, y en general las interacciones entre individuos y entre grupos. Así modestamente aportaremos nuestra contribución al asentamiento de nuevos órdenes de justicia. Y, sintiéndome anarquista a ratos, les añadiré que así abriremos vías a la emancipación del individuo frente a la opresión y abusos y vejaciones que otros le infligen desde posiciones de autoridad en las instituciones de la salud, la justicia, la educación, etc.
Algunas preguntas importantes para comenzar
*¿Qué nuevas instituciones se han de crear y cómo mejorar las instituciones actuales de intermediación entre países y entre individuos para disminuir la conflictividad?
*¿Basta el Derecho para resolver todas las situaciones?
*¿Es el restablecimiento de racionalidad el objetivo final de la resolución de diferencias? ¿Cuáles son los límites de la racionalidad?
*¿Qué pasa en el cerebro durante un proceso de interacción?
*¿Existe la posibilidad teórica de constituir una verdadera ciencia diapramágtica ?
*¿Se pueden basar los fundamentos de esta ciencia sobre los nuevos conocimientos de las neurociencias?
*¿Qué posibilidad y qué consecuencias tendría la integración de la ética en la teoría de las decisiones óptimas en diapragmática? (1)
*En qué medida es programable una negociación futura: ¿hay posibilidades reales de diseño de estrategias eficaces de solución óptima?
*¿Qué es una solución óptima a un problema de interacción humana?
(1) Entiendo por diapramágtica o diapragmatología la ciencia que recubriría dominios semánticos no equivalentes tales como: “negociación”, “interacción ”, “resolución de conflictos”, etc. De hecho, existen interacciones a los que no se les puede llamar negociaciones, ni todas las resoluciones de conflicto se hacen mediante la negociación. Por otro lado la palabra interacción tiene ya una connotación bien conocida en Física. Por eso, en espera de una propuesta más adecuada, utilizo provisionalmente el neologismo Diapragmática (o Diapragmatología) que viene del griego diapragmáteusis, etimológicamente “tratar entre “.
Editado por
Blas Lara
Actividades profesionales ejercidas: Catedrático de la universidad de Lausanne, Jefe del departamento de Informática, Investigación Operativa y Estadística de Nestlé (Vevey). Libros principales: The boundaries of Machine Intelligence; La decisión, un problema contemporáneo; Negociar y gestionar conflictos.
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