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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
Alison Weir: La historia oculta de la creación del Estado de Israel. Madrid: Capitán Swing, 2021 (176 páginas). Traducción de Catalina Martínez Muñoz.
Las relaciones entre Estados Unidos e Israel vienen siendo objeto de una creciente atención por parte de la literatura especializada. Un apartado destacado en esa interacción es el que se ocupa del lobby pro-israelí, debido a su notable influencia en la política exterior de Washington en Oriente Próximo.
Sin ánimo exhaustivo, merece la pena recordar algunos títulos que han sido publicados también en español como los de John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt: El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos (Madrid: Taurus, 2007); o el de James Petras: El poder de Israel sobre Estados Unidos (Madrid: Iepala, 2013). Sin olvidar su tratamiento más tangencial en diferentes textos de autores de referencia como Edward W. Said, Noam Chomsky, Rashid Khalidi, Norman Filkenstein o más específicamente, entre nosotros, Carmen López Alonso: “Estados Unidos e Israel: caminos entrecruzados, historia abierta” (Culturas, 4, 2009: 58-71).
Semejante atención bibliográfica no es caprichosa, ni responde a una moda; por el contrario, está en sintonía con la “especial relación estratégica” que mantienen ambos países desde hace décadas en la escena internacional en general, y en la región de Oriente Medio en particular. En esta tesitura, muchas voces críticas consideran al Estado israelí como una criatura colonial, con una función de hegemón regional o subimperialista, arropado por el manto protector estadounidense. Sólo basta con echar un vistazo al listado de vetos ejercidos en el Consejo de Seguridad de la ONU para advertir el apoyo con el que Estados Unidos ha blindado a Israel y proporcionado una inédita inmunidad internacional.
Esta aproximación estratégica, lejos de ser una novedad, es una pauta de comportamiento histórico desarrollada por el movimiento sionista desde sus inicios, cuando buscaba el amparo de una gran potencia mundial que apoyara su empresa colonial en Palestina. En función del papel preponderante que tenían en la región y, en suma, en el sistema internacional, los líderes sionistas buscaron primero el apoyo del Imperio otomano, luego del británico y finalmente del estadounidense, como recoge el historiador israelí, Avi Shlaim: El muro de hierro. Israel y el mundo árabe (Granada: Almed, 2011: 53, segunda edición ampliada y actualizada).
Alison Weir aborda en este estudio la influencia y poder ejercido por este lobby en Estados Unidos desde sus orígenes hasta la posterior creación del Estado israelí. Su condición de periodista, junto a una irrefrenable curiosidad, le llevó hace unas dos décadas, durante la denominada segunda Intifada (2000), a constatar que la versión de este conflicto en los medios estadounidenses sólo aportaba una “información sesgada y parcial”. Consciente de que en cualquier controversia siempre hay como mínimo dos visiones, Weir decidió conocer “cuál era el núcleo central del conflicto”. Con ese propósito emprendió un viaje a la región y comenzó a consultar una voluminosa bibliografía.
Fruto de ese seguimiento y años de estudio es este trabajo, en el que esboza, con un importante apoyo bibliográfico y documental, toda una serie de acontecimientos y hechos que rodearon al núcleo del poder estadounidense en el diseño y ejecución de su política exterior respecto a Israel/Palestina. En esta línea de investigación, la autora advierte cómo desde el primer momento se extendió la organización sionista en Estados Unidos, que se había formado originalmente en Europa a finales del siglo XIX. Sus principales y más influyentes integrantes, además de su origen étnico-confesional y convicciones sionistas, pertenecían también —por su condición socioeconómica principalmente— a los círculos elitistas, que se relacionaban o participaban de los ámbitos más restringidos o cercanos al poder.
En consecuencia, desde esta posición privilegiada, se articula como grupo de presión con objeto de reorientar la política exterior de Washington en Oriente Próximo. En esta secuencia histórica, un primer momento está dedicado a desplegar todos los esfuerzos de sensibilización y simpatía a favor de los propósitos del movimiento sionista, cuando su objetivo era un sueño y el pueblo de Palestina era una realidad ninguneada. Una segunda fase se concentra en abogar ante los círculos del poder estadounidense por la política de partición territorial de Palestina, pese a la opinión contraria de algunos miembros del Departamento de Estado al considerar contraproducente dicha medida por la conflictividad que produciría y por el riesgo que implicaría para los propios intereses estadounidenses en la región, como recoge Evan M. Wilson: A calculated risk: the U.S. decisión to recognize Israel (Cincinnaty: Clerisy Press, 2008: 13-14, versión original publicada por Hoover Institution Press en 1979). Por último, la tercera etapa es la consiguiente política de apoyo a la inicial expansión y ocupación colonial israelí, que ha continuado desde entonces.
En este recorrido, Alison Weir muestra cómo entonces las personas y agrupaciones opuestas, críticas o simplemente escépticas respecto al proyecto sionista y al apoyo brindado por Estados Unidos fueron objeto de una campaña de desprestigio (con el consabido sambenito de antisemitas) y de ninguneo. La propia autora ha sido objeto de esas descalificaciones, del mismo modo que la actual campaña del BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones contra la colonización, el apartheid y la ocupación israelí) también lo es en algunos países.
En suma, las críticas al lobby israelí en Estados Unidos no parecen estar libre de ciertos riesgos, al menos por dos razones. Primero, porque al enfatizar el poder que ejerce dicho lobby en la política exterior de Washington resulta tentador acusarlas de adentrarse en el terreno de las teorías conspirativas o, peor aún, de ser descalificadas como antisemitas. Nada más lejos de la realidad, debido a que tanto el lobby israelí no esconde su poder e influencia, agrupado principalmente en torno al AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí) y la Conferencia de Presidentes, como porque actualmente buena parte de los integrantes de dicho lobby no participan de la condición étnico-confesional judía, sino de la derecha cristina, en su mayoría evangélica o, igualmente, conocida como cristianos sionistas. Y segundo, otro riesgo que implica ese énfasis es que puede desresponsabilizar a la administración estadounidense de su actuación exterior en Oriente Medio, como si su política estuviera enteramente diseñada en Tel Aviv (que, sin duda, ejerce una notable influencia), cuando también entran en juego otros grupos de poder y presión, desde empresas transnacionales en materia energética (petróleo y gas, básicamente) hasta armamentísticas, entre las principales. Sin menospreciar otras importantes consideraciones estratégicas; además de compartir valores políticos y presupuestos ideológicos comunes.
Alison Weir prepara un segundo volumen de su trabajo. Hasta entonces habrá que preguntarse hasta dónde llegará el compromiso de Estados Unidos con Israel. Durante la última crisis que enfrentó a Israel y Hamás el pasado mes de mayo se escucharon algunas voces discrepantes en el seno del partido demócrata gobernante, que cuestionaban el tradicional apoyo —incondicional y ciego— a Israel, gobierne quien gobierne. Fue toda una novedad. En este línea, algunos expertos sostienen que ese habitual respaldo podría cambiar en virtud de los cambios demográficos que se están registrando en Estados Unidos, como señala Steven A. Cook: “No Exit: Why the Middle East Still Matters to America” (Foreing Affairs, Vol. 99, No. 6, 2020: 133-142).
No obstante, cabe mantener cierta cautela ante estas previsiones porque ese respaldo no necesaria ni exclusivamente responde a factores demográficos o étnico-confesionales. Como se ha señalado, uno de los principales soportes del lobby israelí procede de la derecha cristiana y sionista, hasta el extremo de que en algunos casos su apoyo trasciende el Estado israelí para inmiscuirse en su política interior con apuestas por determinadas opciones o liderazgos políticos, como el brindado a Netanyahu. En cualquier caso, es de temer que la cuestión de Israel/Palestina en Estados Unidos no sea un tema exclusivo de política exterior, sino que sea vivido igualmente como un caso de política interior que, por ser más precisos, refleja las vinculaciones existentes entre ambas.
Las relaciones entre Estados Unidos e Israel vienen siendo objeto de una creciente atención por parte de la literatura especializada. Un apartado destacado en esa interacción es el que se ocupa del lobby pro-israelí, debido a su notable influencia en la política exterior de Washington en Oriente Próximo.
Sin ánimo exhaustivo, merece la pena recordar algunos títulos que han sido publicados también en español como los de John J. Mearsheimer y Stephen M. Walt: El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos (Madrid: Taurus, 2007); o el de James Petras: El poder de Israel sobre Estados Unidos (Madrid: Iepala, 2013). Sin olvidar su tratamiento más tangencial en diferentes textos de autores de referencia como Edward W. Said, Noam Chomsky, Rashid Khalidi, Norman Filkenstein o más específicamente, entre nosotros, Carmen López Alonso: “Estados Unidos e Israel: caminos entrecruzados, historia abierta” (Culturas, 4, 2009: 58-71).
Semejante atención bibliográfica no es caprichosa, ni responde a una moda; por el contrario, está en sintonía con la “especial relación estratégica” que mantienen ambos países desde hace décadas en la escena internacional en general, y en la región de Oriente Medio en particular. En esta tesitura, muchas voces críticas consideran al Estado israelí como una criatura colonial, con una función de hegemón regional o subimperialista, arropado por el manto protector estadounidense. Sólo basta con echar un vistazo al listado de vetos ejercidos en el Consejo de Seguridad de la ONU para advertir el apoyo con el que Estados Unidos ha blindado a Israel y proporcionado una inédita inmunidad internacional.
Esta aproximación estratégica, lejos de ser una novedad, es una pauta de comportamiento histórico desarrollada por el movimiento sionista desde sus inicios, cuando buscaba el amparo de una gran potencia mundial que apoyara su empresa colonial en Palestina. En función del papel preponderante que tenían en la región y, en suma, en el sistema internacional, los líderes sionistas buscaron primero el apoyo del Imperio otomano, luego del británico y finalmente del estadounidense, como recoge el historiador israelí, Avi Shlaim: El muro de hierro. Israel y el mundo árabe (Granada: Almed, 2011: 53, segunda edición ampliada y actualizada).
Alison Weir aborda en este estudio la influencia y poder ejercido por este lobby en Estados Unidos desde sus orígenes hasta la posterior creación del Estado israelí. Su condición de periodista, junto a una irrefrenable curiosidad, le llevó hace unas dos décadas, durante la denominada segunda Intifada (2000), a constatar que la versión de este conflicto en los medios estadounidenses sólo aportaba una “información sesgada y parcial”. Consciente de que en cualquier controversia siempre hay como mínimo dos visiones, Weir decidió conocer “cuál era el núcleo central del conflicto”. Con ese propósito emprendió un viaje a la región y comenzó a consultar una voluminosa bibliografía.
Fruto de ese seguimiento y años de estudio es este trabajo, en el que esboza, con un importante apoyo bibliográfico y documental, toda una serie de acontecimientos y hechos que rodearon al núcleo del poder estadounidense en el diseño y ejecución de su política exterior respecto a Israel/Palestina. En esta línea de investigación, la autora advierte cómo desde el primer momento se extendió la organización sionista en Estados Unidos, que se había formado originalmente en Europa a finales del siglo XIX. Sus principales y más influyentes integrantes, además de su origen étnico-confesional y convicciones sionistas, pertenecían también —por su condición socioeconómica principalmente— a los círculos elitistas, que se relacionaban o participaban de los ámbitos más restringidos o cercanos al poder.
En consecuencia, desde esta posición privilegiada, se articula como grupo de presión con objeto de reorientar la política exterior de Washington en Oriente Próximo. En esta secuencia histórica, un primer momento está dedicado a desplegar todos los esfuerzos de sensibilización y simpatía a favor de los propósitos del movimiento sionista, cuando su objetivo era un sueño y el pueblo de Palestina era una realidad ninguneada. Una segunda fase se concentra en abogar ante los círculos del poder estadounidense por la política de partición territorial de Palestina, pese a la opinión contraria de algunos miembros del Departamento de Estado al considerar contraproducente dicha medida por la conflictividad que produciría y por el riesgo que implicaría para los propios intereses estadounidenses en la región, como recoge Evan M. Wilson: A calculated risk: the U.S. decisión to recognize Israel (Cincinnaty: Clerisy Press, 2008: 13-14, versión original publicada por Hoover Institution Press en 1979). Por último, la tercera etapa es la consiguiente política de apoyo a la inicial expansión y ocupación colonial israelí, que ha continuado desde entonces.
En este recorrido, Alison Weir muestra cómo entonces las personas y agrupaciones opuestas, críticas o simplemente escépticas respecto al proyecto sionista y al apoyo brindado por Estados Unidos fueron objeto de una campaña de desprestigio (con el consabido sambenito de antisemitas) y de ninguneo. La propia autora ha sido objeto de esas descalificaciones, del mismo modo que la actual campaña del BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones contra la colonización, el apartheid y la ocupación israelí) también lo es en algunos países.
En suma, las críticas al lobby israelí en Estados Unidos no parecen estar libre de ciertos riesgos, al menos por dos razones. Primero, porque al enfatizar el poder que ejerce dicho lobby en la política exterior de Washington resulta tentador acusarlas de adentrarse en el terreno de las teorías conspirativas o, peor aún, de ser descalificadas como antisemitas. Nada más lejos de la realidad, debido a que tanto el lobby israelí no esconde su poder e influencia, agrupado principalmente en torno al AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Americano-Israelí) y la Conferencia de Presidentes, como porque actualmente buena parte de los integrantes de dicho lobby no participan de la condición étnico-confesional judía, sino de la derecha cristina, en su mayoría evangélica o, igualmente, conocida como cristianos sionistas. Y segundo, otro riesgo que implica ese énfasis es que puede desresponsabilizar a la administración estadounidense de su actuación exterior en Oriente Medio, como si su política estuviera enteramente diseñada en Tel Aviv (que, sin duda, ejerce una notable influencia), cuando también entran en juego otros grupos de poder y presión, desde empresas transnacionales en materia energética (petróleo y gas, básicamente) hasta armamentísticas, entre las principales. Sin menospreciar otras importantes consideraciones estratégicas; además de compartir valores políticos y presupuestos ideológicos comunes.
Alison Weir prepara un segundo volumen de su trabajo. Hasta entonces habrá que preguntarse hasta dónde llegará el compromiso de Estados Unidos con Israel. Durante la última crisis que enfrentó a Israel y Hamás el pasado mes de mayo se escucharon algunas voces discrepantes en el seno del partido demócrata gobernante, que cuestionaban el tradicional apoyo —incondicional y ciego— a Israel, gobierne quien gobierne. Fue toda una novedad. En este línea, algunos expertos sostienen que ese habitual respaldo podría cambiar en virtud de los cambios demográficos que se están registrando en Estados Unidos, como señala Steven A. Cook: “No Exit: Why the Middle East Still Matters to America” (Foreing Affairs, Vol. 99, No. 6, 2020: 133-142).
No obstante, cabe mantener cierta cautela ante estas previsiones porque ese respaldo no necesaria ni exclusivamente responde a factores demográficos o étnico-confesionales. Como se ha señalado, uno de los principales soportes del lobby israelí procede de la derecha cristiana y sionista, hasta el extremo de que en algunos casos su apoyo trasciende el Estado israelí para inmiscuirse en su política interior con apuestas por determinadas opciones o liderazgos políticos, como el brindado a Netanyahu. En cualquier caso, es de temer que la cuestión de Israel/Palestina en Estados Unidos no sea un tema exclusivo de política exterior, sino que sea vivido igualmente como un caso de política interior que, por ser más precisos, refleja las vinculaciones existentes entre ambas.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850