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Blog de Tendencias21 sobre los problemas del mundo actual a través de los libros
14/01/2019
Perry Anderson: La palabra H. Peripecias de la Hegemonía. Madrid: Akal, 2018, (224 páginas). Traducción de Juanmari Madariaga.
El concepto de hegemonía tiene un larga historia. Sus orígenes se remontan a las ciudades-Estado griegas. Desde entonces, recuerda Perry Anderson, poseía dos acepciones: una, de “guiar o “dirigir”, y otra, de “predominio” o “mando”, que equivalían al ejercicio del liderazgo tanto mediante el consentimiento como de la coerción.
En ese primer momento apareció asociado al ámbito de las unidades u organizaciones políticas de base territorial de la época, las mencionadas ciudades-Estado griegas (como proto-historia de la futura sociedad internacional de Estados). De hecho, la reemergencia del término político de hegemonía durante el siglo XIX se debió al liderazgo de Prusia en la unificación de los Estados alemanes.
Pero la idea de hegemonía también encontró un importante acomodo en el ámbito interno de los Estados, esto es, en las relaciones políticas intraestatales e incluso, de manera más concreta, en las relaciones entre las clases sociales.
Si hay un autor en la historia del pensamiento político con el que se asocia el desarrollo de la idea de hegemonía es Antonio Gramsci (1891-1937). En su texto Cuadernos de la cárcel, la hegemonía combina “fuerza y consenso” que, en palabras de Anderson, “incluía tanto la obtención por los gobernantes del consentimiento de los gobernados como la aplicación de la coerción necesaria para hacer cumplir su órdenes”.
Semejante dominio ideológico, prosigue Anderson en su interpretación de la obra de Gramsci (más ampliada en su texto Las antinomias de Antonio Gramsci), se debía a las “descripciones” y “valores” que rigen el mundo y son, en buena medida, interiorizados “por los que quedan bajo su influencia”. En esta empresa de difusión e interiorización de los valores ideológicos predominantes era decisivo el rol que jugaban diferentes actores: intelectuales, medios de comunicación, asociaciones civiles e instituciones educativas y religiosas.
A partir de aquí, Perry Anderson, con su habitual erudición, prosigue escrutando las obras de todo un elenco de autores que han abordado, desde diferentes ángulos, y con distinto alcance, el concepto de hegemonía, ya sea de manera parcial o central, o bien aplicada al ámbito intraestatal, interestatal o transnacional. En este sentido destaca la obra de Heinrich Triepel, Luwig Dehio, Rudolf Stadelmann, Hans Morgenthau, Raymond Aron, Charles Doran, Charles Kindleberger, Stanley Hoffmann, Robert Keohane, Joseph Nye, Robert Gilpin y Susan Strange, entre otros.
Por lo general, la mayoría de los autores refieren el término de hegemonía al ámbito de las relaciones internacionales sin que necesariamente todos las reduzcan al espacio interestatal, ni tampoco a su mera acepción política o militar. Por el contrario, con la propia evolución de las relaciones internacionales y, por extensión, de la disciplina que las estudia, se asume también la dimensión económica y transnacional de dichas relaciones. Sin olvidar la vertiente intrasocietaria o intraestatal que se desarrolla, en particular, a raíz de la difusión mundial y legado de la obra de Gramsci, con su desigual recepción en diferentes países.
En opinión de Anderson, es en la obra de Giovanni Arrighi (El largo siglo XX) en la que confluyen “por primera vez” las “dos corrientes de pensamiento sobre la hegemonía”, disociadas hasta entonces, “como relación de poder entre las clases y entre Estados”. En esta misma línea de investigación, resalta la obra de Robert Cox (Production, Power and World Order) que define la “hegemonía global como la expansión hacia el exterior de la hegemonía interna de una clase social dominante, que liberaba las energías de su ascenso al poder más allá de las fronteras estatales para crear un sistema internacional capaz de ganarse la aquiescencia de los Estados y clases más débiles, alegando representar intereses universales”.
En la recta final de su texto, además de aludir al ascenso de China y al trabajo Chistoph Schönberger sobre la potencial hegemonía de Alemania en el seno de la Unión Europea, Anderson se adentra en el periodo posterior al fin de la Guerra Fría y la controversia sobre la perduración o decadencia de la hegemonía estadounidense. En este apartado, se hace eco de las aportaciones de autores tan relevantes en este campo como John Ikenberry, Niall Ferguson, Paul Schroeder, Ian Clark y John Mearsheimer.
En conclusión del autor, la “persistencia” del concepto y práctica de la hegemonía durante “más de dos milenios” se debe “a su combinación y la gama de posibles formas en que puede presentarse”. Si sólo fuera “autoridad cultural o poder coercitivo, el concepto sería superfluo”. En suma, entiende que la hegemonía es “polivalente”: “impensable sin consentimiento, impracticable sin la fuerza” o, igualmente, “la coerción”.
El concepto de hegemonía tiene un larga historia. Sus orígenes se remontan a las ciudades-Estado griegas. Desde entonces, recuerda Perry Anderson, poseía dos acepciones: una, de “guiar o “dirigir”, y otra, de “predominio” o “mando”, que equivalían al ejercicio del liderazgo tanto mediante el consentimiento como de la coerción.
En ese primer momento apareció asociado al ámbito de las unidades u organizaciones políticas de base territorial de la época, las mencionadas ciudades-Estado griegas (como proto-historia de la futura sociedad internacional de Estados). De hecho, la reemergencia del término político de hegemonía durante el siglo XIX se debió al liderazgo de Prusia en la unificación de los Estados alemanes.
Pero la idea de hegemonía también encontró un importante acomodo en el ámbito interno de los Estados, esto es, en las relaciones políticas intraestatales e incluso, de manera más concreta, en las relaciones entre las clases sociales.
Si hay un autor en la historia del pensamiento político con el que se asocia el desarrollo de la idea de hegemonía es Antonio Gramsci (1891-1937). En su texto Cuadernos de la cárcel, la hegemonía combina “fuerza y consenso” que, en palabras de Anderson, “incluía tanto la obtención por los gobernantes del consentimiento de los gobernados como la aplicación de la coerción necesaria para hacer cumplir su órdenes”.
Semejante dominio ideológico, prosigue Anderson en su interpretación de la obra de Gramsci (más ampliada en su texto Las antinomias de Antonio Gramsci), se debía a las “descripciones” y “valores” que rigen el mundo y son, en buena medida, interiorizados “por los que quedan bajo su influencia”. En esta empresa de difusión e interiorización de los valores ideológicos predominantes era decisivo el rol que jugaban diferentes actores: intelectuales, medios de comunicación, asociaciones civiles e instituciones educativas y religiosas.
A partir de aquí, Perry Anderson, con su habitual erudición, prosigue escrutando las obras de todo un elenco de autores que han abordado, desde diferentes ángulos, y con distinto alcance, el concepto de hegemonía, ya sea de manera parcial o central, o bien aplicada al ámbito intraestatal, interestatal o transnacional. En este sentido destaca la obra de Heinrich Triepel, Luwig Dehio, Rudolf Stadelmann, Hans Morgenthau, Raymond Aron, Charles Doran, Charles Kindleberger, Stanley Hoffmann, Robert Keohane, Joseph Nye, Robert Gilpin y Susan Strange, entre otros.
Por lo general, la mayoría de los autores refieren el término de hegemonía al ámbito de las relaciones internacionales sin que necesariamente todos las reduzcan al espacio interestatal, ni tampoco a su mera acepción política o militar. Por el contrario, con la propia evolución de las relaciones internacionales y, por extensión, de la disciplina que las estudia, se asume también la dimensión económica y transnacional de dichas relaciones. Sin olvidar la vertiente intrasocietaria o intraestatal que se desarrolla, en particular, a raíz de la difusión mundial y legado de la obra de Gramsci, con su desigual recepción en diferentes países.
En opinión de Anderson, es en la obra de Giovanni Arrighi (El largo siglo XX) en la que confluyen “por primera vez” las “dos corrientes de pensamiento sobre la hegemonía”, disociadas hasta entonces, “como relación de poder entre las clases y entre Estados”. En esta misma línea de investigación, resalta la obra de Robert Cox (Production, Power and World Order) que define la “hegemonía global como la expansión hacia el exterior de la hegemonía interna de una clase social dominante, que liberaba las energías de su ascenso al poder más allá de las fronteras estatales para crear un sistema internacional capaz de ganarse la aquiescencia de los Estados y clases más débiles, alegando representar intereses universales”.
En la recta final de su texto, además de aludir al ascenso de China y al trabajo Chistoph Schönberger sobre la potencial hegemonía de Alemania en el seno de la Unión Europea, Anderson se adentra en el periodo posterior al fin de la Guerra Fría y la controversia sobre la perduración o decadencia de la hegemonía estadounidense. En este apartado, se hace eco de las aportaciones de autores tan relevantes en este campo como John Ikenberry, Niall Ferguson, Paul Schroeder, Ian Clark y John Mearsheimer.
En conclusión del autor, la “persistencia” del concepto y práctica de la hegemonía durante “más de dos milenios” se debe “a su combinación y la gama de posibles formas en que puede presentarse”. Si sólo fuera “autoridad cultural o poder coercitivo, el concepto sería superfluo”. En suma, entiende que la hegemonía es “polivalente”: “impensable sin consentimiento, impracticable sin la fuerza” o, igualmente, “la coerción”.
Editado por
José Abu-Tarbush
José Abu-Tarbush es profesor titular de Sociología en la Universidad de La Laguna, donde imparte la asignatura de Sociología de las relaciones internacionales. Desde el campo de las relaciones internacionales y la sociología política, su área de interés se ha centrado en Oriente Medio y el Norte de África, con especial seguimiento de la cuestión de Palestina.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850