Ahron Bregman: La ocupación. Israel y los territorios palestinos ocupados. Barcelona: Crítica, 2014 (488 páginas). Traducción de Luis Noriega.
A punto de cumplir cinco décadas en junio de 2017, nada indica que la ocupación israelí de los territorios palestinos vaya a concluir a corto o medio plazo. Por el contrario, todos los indicadores señalan que se prolongará indefinidamente.
Así se desprende de la falta de voluntad política de los sucesivos gobiernos israelíes para poner fin a la ocupación. De hecho, el actual gobierno, integrado por figuras como Netanyahu, Bennett y Liberman, entre otros, han manifestado repetidamente su frontal oposición a la retirada de los territorios palestinos y, más aún, a la formación de un Estado palestino.
En esa dirección, la política israelí de ocupación ha venido incrementando su escalada colonizadora de los territorios ocupados, que busca hacer irreversible la ocupación e imposibilitar —material, económica y políticamente— el establecimiento del Estado palestino.
En este mismo nivel de análisis, la parte palestina, débil y, peor aún, extenuada por sus continuas divisiones internas, carente de una estrategia unificada y de un liderazgo legitimado y con amplio respaldo popular, muestra una evidente incapacidad para revertir los hechos consumados de la ocupación.
En el ámbito regional las cosas no pueden estar peor. La situación generalizada de crisis, inestabilidad y conflictos ha desplazado el centro de atención y alterado las prioridades regionales; además de dejar fuera de juego a algunos importantes actores estatales, como Siria, en esta prolongada controversia.
Resta, por último, el espacio internacional, en donde, pese a algunas iniciativas como la reciente cumbre de París, sin una efectiva implicación estadounidense que logre presionar e incentivar a Israel en la dirección correcta, difícilmente se logrará avanzar hacia la resolución del conflicto.
Ante esta tesitura, no debe extrañar, por tanto, que sea la sociedad internacional el objeto principal de atención de algunas iniciativas, incluidas las palestinas: desde la solicitud de ingreso de Palestina como Estado miembro de pleno derecho en la ONU hasta la llamada a secundar la campaña del BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) a la política de apartheid israelí.
El texto de Ahron Bregman, antiguo oficial del ejército israelí, con acceso a algunas fuentes secretas y confidenciales, es una excelente ilustración de la trayectoria seguida por la ocupación. No sólo se centra en los territorios palestinos ocupados de Cisjordania, Jerusalén Este y la franja de Gaza, sino que también hace un recorrido por su impacto en las alturas sirias del Golán y en la península del Sinaí (hasta su devolución a Egipto).
Considera que la ocupación israelí se asienta en tres pilares fundamentales: la fuerza militar destinada a subyugar a los ocupados; una enmarañada red de leyes y regulaciones burocráticas para controlar la población, el territorio y sus recursos naturales; y la construcción de realidades físicas sobre el terreno, desde la expropiación de tierras hasta la construcción de asentamientos de colonos.
En la organización temporal de la ocupación, Bregman distingue tres grandes etapas. Una, la primera década (1967-1977), de gobiernos laboristas, que apostaron por mantener el indefinido y ambiguo statu quo, de preservar los territorios para quedarse con algunos y, presuntamente, utilizar otros como moneda de cambio ante futuros acuerdos.
Dos, la segunda década (1977-1987), enmarcada por el ascenso al gobierno del Likud, liderado entonces por Menahem Beguin, y el estallido de la primera Intifada a finales de 1987, que acabó con la deliberada ambigüedad de los laboristas durante la década anterior y, en su lugar, puso de manifestó la voluntad de retener los territorios palestinos mediante su creciente colonización y anexión de facto.
La última fase, tres, agrupa la tercera y cuarta décadas (1987-2007), que recoge el tortuoso y frustrado proceso de paz; además de la estrategia unilateralista israelí (desvinculación de Gaza, construcción del muro de separación y prolongación del statu quo de la ocupación), destinada a evitar futuros acuerdos y compromisos y, en suma, a paralizar el proceso político. Esto es, impedir la creación de un Estado palestino, como afirmaba Dov Weisglass, mano derecha de Sharon.
Aunque Ahron Bregman sólo aborda este largo periodo, desde 1967 a 2007, deja claramente esbozado el itinerario de la quinta década. Su balance no puede ser más elocuente al calificar la ocupación israelí como una de las más brutales y crueles de la historia. En palabras y conclusión del autor:
“Pues mientras otros colonialistas, como los británicos en la India, entre otros, aprendieron el valor de ganarse el aprecio de las élites locales construyendo escuelas, universidades y otros servicios públicos para los colonizados, Israel nunca ha pensado que tenga el deber de ayudar, proteger o mejorar la calidad de vida de la población bajo su control, a la que en el mejor de los casos considera un mercado cautivo o una fuente de mano de obra barata a su disposición. Sin embargo, al forzarlos a vivir en la miseria y sin esperanza, Israel ha endurecido a quienes viven sometidos a su poder, haciéndoles más decididos a poner fin a la ocupación, incluso a través de la violencia si es necesario, y vivir una vida de dignidad y libertad”.
A punto de cumplir cinco décadas en junio de 2017, nada indica que la ocupación israelí de los territorios palestinos vaya a concluir a corto o medio plazo. Por el contrario, todos los indicadores señalan que se prolongará indefinidamente.
Así se desprende de la falta de voluntad política de los sucesivos gobiernos israelíes para poner fin a la ocupación. De hecho, el actual gobierno, integrado por figuras como Netanyahu, Bennett y Liberman, entre otros, han manifestado repetidamente su frontal oposición a la retirada de los territorios palestinos y, más aún, a la formación de un Estado palestino.
En esa dirección, la política israelí de ocupación ha venido incrementando su escalada colonizadora de los territorios ocupados, que busca hacer irreversible la ocupación e imposibilitar —material, económica y políticamente— el establecimiento del Estado palestino.
En este mismo nivel de análisis, la parte palestina, débil y, peor aún, extenuada por sus continuas divisiones internas, carente de una estrategia unificada y de un liderazgo legitimado y con amplio respaldo popular, muestra una evidente incapacidad para revertir los hechos consumados de la ocupación.
En el ámbito regional las cosas no pueden estar peor. La situación generalizada de crisis, inestabilidad y conflictos ha desplazado el centro de atención y alterado las prioridades regionales; además de dejar fuera de juego a algunos importantes actores estatales, como Siria, en esta prolongada controversia.
Resta, por último, el espacio internacional, en donde, pese a algunas iniciativas como la reciente cumbre de París, sin una efectiva implicación estadounidense que logre presionar e incentivar a Israel en la dirección correcta, difícilmente se logrará avanzar hacia la resolución del conflicto.
Ante esta tesitura, no debe extrañar, por tanto, que sea la sociedad internacional el objeto principal de atención de algunas iniciativas, incluidas las palestinas: desde la solicitud de ingreso de Palestina como Estado miembro de pleno derecho en la ONU hasta la llamada a secundar la campaña del BDS (Boicot, Desinversiones y Sanciones) a la política de apartheid israelí.
El texto de Ahron Bregman, antiguo oficial del ejército israelí, con acceso a algunas fuentes secretas y confidenciales, es una excelente ilustración de la trayectoria seguida por la ocupación. No sólo se centra en los territorios palestinos ocupados de Cisjordania, Jerusalén Este y la franja de Gaza, sino que también hace un recorrido por su impacto en las alturas sirias del Golán y en la península del Sinaí (hasta su devolución a Egipto).
Considera que la ocupación israelí se asienta en tres pilares fundamentales: la fuerza militar destinada a subyugar a los ocupados; una enmarañada red de leyes y regulaciones burocráticas para controlar la población, el territorio y sus recursos naturales; y la construcción de realidades físicas sobre el terreno, desde la expropiación de tierras hasta la construcción de asentamientos de colonos.
En la organización temporal de la ocupación, Bregman distingue tres grandes etapas. Una, la primera década (1967-1977), de gobiernos laboristas, que apostaron por mantener el indefinido y ambiguo statu quo, de preservar los territorios para quedarse con algunos y, presuntamente, utilizar otros como moneda de cambio ante futuros acuerdos.
Dos, la segunda década (1977-1987), enmarcada por el ascenso al gobierno del Likud, liderado entonces por Menahem Beguin, y el estallido de la primera Intifada a finales de 1987, que acabó con la deliberada ambigüedad de los laboristas durante la década anterior y, en su lugar, puso de manifestó la voluntad de retener los territorios palestinos mediante su creciente colonización y anexión de facto.
La última fase, tres, agrupa la tercera y cuarta décadas (1987-2007), que recoge el tortuoso y frustrado proceso de paz; además de la estrategia unilateralista israelí (desvinculación de Gaza, construcción del muro de separación y prolongación del statu quo de la ocupación), destinada a evitar futuros acuerdos y compromisos y, en suma, a paralizar el proceso político. Esto es, impedir la creación de un Estado palestino, como afirmaba Dov Weisglass, mano derecha de Sharon.
Aunque Ahron Bregman sólo aborda este largo periodo, desde 1967 a 2007, deja claramente esbozado el itinerario de la quinta década. Su balance no puede ser más elocuente al calificar la ocupación israelí como una de las más brutales y crueles de la historia. En palabras y conclusión del autor:
“Pues mientras otros colonialistas, como los británicos en la India, entre otros, aprendieron el valor de ganarse el aprecio de las élites locales construyendo escuelas, universidades y otros servicios públicos para los colonizados, Israel nunca ha pensado que tenga el deber de ayudar, proteger o mejorar la calidad de vida de la población bajo su control, a la que en el mejor de los casos considera un mercado cautivo o una fuente de mano de obra barata a su disposición. Sin embargo, al forzarlos a vivir en la miseria y sin esperanza, Israel ha endurecido a quienes viven sometidos a su poder, haciéndoles más decididos a poner fin a la ocupación, incluso a través de la violencia si es necesario, y vivir una vida de dignidad y libertad”.