Por Olga Muñoz
Buenas tardes a todos. En primer lugar, quiero agradecer a Yaiza la invitación a compartir la presentación de este libro, del que me siento tan cercana en muchos sentidos. Esta cercanía ha resultado engañosa, incluso para mí misma. He leído el poemario varias veces, e incluso conocía ya muchos versos antes de que los textos conformaran el libro que hoy tenemos entre las manos. Y es cierto que he reconocido muchas imágenes en esta última lectura, lugares que se han ido incorporando al magma de mi memoria como lectora de poesía. Pero en verdad esta última estancia en los versos de Agua ha dejado al descubierto mucho más de lo que esperaba: he encontrado piedras rotundas, restos que sobreviven y pecios luminosos tras la gran ola que empieza a arrastrarnos en el primer poema. Agua. El agua titula el poemario y sacude violentamente desde el comienzo: a la sombra de los grandes árboles / vimos retirarse el agua de la gran ola / la herida sobre la playa. Los primeros textos dejan discurrir un agua ajena, externa a los protagonistas de los poemas, que quedan bajo su fuerza y sus designios: buscando / con el alma / sometida al mar. Llegó el tsunami y se busca sin remedio el refugio. Frente a la contundencia del agua arrasadora, encontramos la insistencia en la protección, en el espacio redondo donde cobijarse (como el vientre o la cueva luego): -la seguridad de la almendra en su cofre, / la dicha de la almendra en su cofre de madera- (13). El muro y la casa con doble tejado que surgían también en los versos han desaparecido tras el golpe de mar. Todo está revuelto, los poemas giran y chocan contra el fondo, las palabras que leemos se convierten también en esos restos que se recuperan a medias tras la gran ola, revueltas contra tantas otras cosas irreconocibles: Cruz vio el final de la ola / su espuma barriendo las calles, / los pétalos, la niña, // nuestros restos ladeándose en el fondo / contra objetos / que jamás poseímos / en el vientre del océano (20-1). Pero ahí están los objetos, emergiendo obstinados, resistentes y ofrecidos a los ojos de los supervivientes. Porque desde la afirmación del paisaje devastado, se produce otro acontecimiento fundamental en este poemario: la visión. Verlo todo por primera vez, se dice en “Díptico del abandono”. Hay que mirarlo todo, pero es necesario atreverse a abrir los ojos dentro del agua: La grandeza es la visión del agua / no sólo el vaivén de las olas (31). Los ojos son también dos objetos contundentes más que se salvan de la gran ola, que dentro de ella atisban y reconocen para luego recomponer lo necesario: el agua te conmovió por su vientre / parlante y viste, al otro lado, / una cumbre / todas esas visiones fueron la verdad (27). No es fácil incluir el agua como elemento protagonista en un poemario. Su simbología es complejísima, inabarcable en la poesía de todos los tiempos y lugares. Pero después de esta visión que acabo de mencionar, el agua en este libro sigue construyéndose delicadamente, con un sentido distinto, pleno y matizado. Veníamos del agua catastrófica e implacable: Es plata la luz sobre el agua y / sobre las pieles que huyen del mar / los dientes antes que los labios / un refugio entre las piedras (22) (podemos notar la dureza fonética de palabras como “plata”, “pieles”, “dientes”, “piedras”). Ahora vamos hacia la fusión con el líquido tras un momento crucial: un gran dolor y atravesar el agua. Diría más: ser atravesados por el agua, ser trascendidos por ella. De nieve o hielo duro, impenetrable, el agua pasa a convertirse en elemento que nos nombra y constituye: De pronto, hace frío otra vez, / nos habíamos transformado en agua (46). Este libro, he de decir, guarda un persistente misterio. Un misterio que no encierra una pregunta -y menos una respuesta-, sino que más bien consuma ante nuestros ojos transformaciones que constatamos y que sin embargo siguen desafiándonos hasta el último verso. De esta manera oscura surge también el conocimiento en los versos: Seguid mi estela sobre el agua / todo parece oscuro / pero yo veo cada rincón con enorme nitidez / conozco esta geometría (49, en cursiva en el original). El agua guía, el agua no destruye ya; ahora es recogida y se hace alimento para los que sobrevivieron: (…) siguieron los adultos recogiendo / el agua de lluvia entre las manos // hacia la boca abierta de los hijos (59). Ahora enlaza las dos orillas y es ofrenda también para los ausentes: (…) // uniendo las manos / recogemos el agua / en honor de los muertos (61). Son las manos, como vemos, las que salvan. Son las manos las que escriben. Agua y palabra. Ambas sacan a flote los cuerpos exhaustos por el viaje y los objetos enmohecidos o relucientes. Sabemos finalmente que el mar todo lo entrega, y que el verbo es como el mar / todo devuelve. La identificación de mar y verbo nos regala una dosis más de ese misterio que caracteriza la escritura de Yaiza Martínez -y que descubro deslumbrada no sólo en sus otros poemarios, sino también en sus obras en prosa-. Agua es un libro generoso con el lector: en los dos últimos poemas se recogen y aparentemente explican muchas de las imágenes del poemario. Por ejemplo, se explicita parte del sentido de esta escritura: Sólo unos versos para la forma del barco para escribir la memoria de mis hijos para espantar egl frío. (74) Los hijos vulnerables, los niños con sus pequeños huesos, traen a la memoria un verso de Cernuda titulado significativamente “Escrito en el agua”: “Pero terminó la niñez y caí en el mundo”. Sólo aparentemente los últimos poemas de Agua explican, aclaran… Como ya comenté, los versos de Yaiza Martínez son valientes y dejan a la luz ciertas claves, pero se entrelazan siempre de manera diferente y se entrelazan siempre con el lector dentro, necesario para reconstruir la travesía que la poeta menciona en las últimas líneas: Hacia la ciudad del león nos fuimos en este barco / recorrimos agua conocida / y agua sin conocer / hacia el lugar en que la flor / y su hégira fueron recogidas // en este libro. Muchas gracias, Yaiza, por este libro. Olga Muñoz es poeta y profesora de literatura en la Universidad de Saint Louis, de Madrid. Presentación del libro Agua, leída en el centro Artificio de Alcobendas, el 24 de enero de 2009.
Yaiza Martínez
Martes, 27 de Enero 2009
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Yaiza Martínez
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Cuaderno de campo vinculado al poemario "Tratado de las mariposas", de Yaiza Martínez. Imagen: Eva Lí.
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