ME PREGUNTAS CÓMO era Salónica en mis tiempos, pues te diré, moromu, que no se parecía en nada a esta mierda de ciudad que ves desde aquí arriba, no había este espanto de coches y ruidos que lo amarga todo, podíamos caminar tranquilamente sin temor a que nos robaran, no había droga ni prostitución, bueno, prostitución sí, pero en el puerto, y droga también, en los bouzukis y en las tabernas donde íbamos Pavlos y yo a oír el mejor rebétiko del mundo, el de Tsitsanis y Bambakaris, tómate conmigo otra copita de aguardiente y te lo cuento, mi dulce, me ha dado tanta alegría que vengas, hace meses que no me visita nadie, ¿quieres un cigarrillo?, a mi edad puedo hacer lo que me venga en gana, si ya lo hacía de jovencita no lo voy a dejar de hacer ahora que me queda tan poco, mira, mira estas fotos mías en Jalkidikí, la playa todavía era virgen y no el basurero de turistas y hoteles de ahora, la que no era virgen era yo, a ti no te voy a mentir, había algo en mi manera de moverme y de mirar que atraía mucho a los hombres, las fotos son de la época en que conocí a Pavlos, él llevaba diez años casado con Eleni, malcasado más bien, pero de verdad, no como dicen que están todos los hombres que se quieren acostar con una mujer, y como era ingeniero industrial y daba clases en la universidad no tardó en echarme el ojo por los pasillos, yo era licenciada en Filología Helénica y trabajaba de administrativa, en aquellos tiempos tener carrera siendo mujer era toda una rebeldía, y una rebelde fui, siempre hice lo que me vino en gana, si no me hubieran dado igual las convenciones no me habría liado con mi Pavlos, ¿no crees?, figúrate, un hombre casado, pero tan guapo, el más guapo de toda Alejandría, porque él nació en Alejandría, era un crío de siete años cuando su padre, que era médico, lo llevó a conocer a Kostantinos Kavafis, y el poeta le leyó aquello tan triste que Pavlos me recitaba, Por las mismas calles vagarás / y en los mismos barrios llegará tu vejez... / pues la vida que aquí arruinaste / la has destruido en toda la tierra, ay, me dan ganas de, pero como te estaba diciendo: un semental mi hombre, el único que probé en cuarenta y cuatro años, antes había probado otros pero desde que apareció él se acabó la variedad, estuvimos viéndonos a escondidas en unos cuartuchos que alquilaban por horas cerca de Modiano, a mí me daba igual, estaba tan loca por él que no me hubiera importado ser su amante toda la vida.
Si comes un poquito de bugacha con el aguardiente no te emborracharás. Bueno, haz lo que quieras, ponme otra copita, moromu. Quedé huérfana siendo niña y mi tío Yannis me recogió y me dio amor y educación. Qué buena persona era, un patriota, luchó contra los turcos en el veintidós y contra los nazis en el cuarenta y uno, valía tanto que lo hicieron Ministro para los Asuntos de la Grecia del Norte, míralo en esta foto, es de un veinticinco de marzo, el día nacional, parece muy serio pero es por el desfile, mi tío era un hombre recto que nunca robó al Estado, a ver quién puede decir lo mismo, su única maldad consistía en no dejarme volver a casa después de las nueve, por eso cuando Pavlos se fue a París a hacer el doctorado tuve que contarle a mi tío que me mandaban a Lárisa a hacer unas gestiones que iban a durar diez días, me costó mucho convencerlo pero mi tío no imaginaba que yo pudiera mentirle y sentía un gran respeto por el trabajo, de modo que me dejó marchar a condición de que le escribiese una carta diaria desde Lárisa, y escribí las diez cartas de golpe y se las hice llegar a un amigo que vivía allí con el ruego de que las fuera echando día tras día en el buzón, eso ya estaba hecho pero faltaba el pasaporte, tuve que engatusar a unos cuantos policías para que me lo dieran, cuántas mentiras no hube de inventar en aquellos tiempos, cosas que ni Pavlos supo ni tenía por qué saber, por fin llegué a Atenas y subí al avión, tenía tanto miedo y me sentía tan sola que me eché a llorar y un señor muy amable que estaba sentado a mi lado me estuvo consolando todo el viaje, Jean Calmet se llamaba, Presidente de la Cámara de Comercio de Montpellier, esta es su tarjeta, todavía la guardo, la he mirado mucho pero hace años que no se la enseño a nadie, el señor Calmet mandó que trajeran vino y pasteles y me dijo que su destino final era Roma pero que estaría dispuesto a quedarse conmigo unos días en París si yo... A mi regreso mi tío solamente comentó: Dafne, tus cartas me han gustado mucho, están muy bien escritas pero tienen un defecto que una señorita no se puede permitir, les falta la fecha, no has puesto ni una sola fecha, pobre tío mío, a los pocos días murió de un infarto cerebral, menos mal que no le dio estando yo en París, todo el mundo me hubiera buscado en Lárisa, pero quien no arriesga no gana, moromu, échame aguardiente que tengo la boca seca de tanto hablar, y me preguntas cómo era Salónica en mis tiempos, un lugar tan bonito que no te lo podías creer, a Pavlos le pudo el miedo o la culpa y dejó de verme, yo estaba convencida, fíjate, convencida de que era un cobarde de esos que nunca dejan a sus mujeres, pero al cabo de los dos años va y me dice uno que trabajaba conmigo: ¿te has enterado que Pavlos Kauzis se ha separado de su mujer?, y a mí me dio un vuelco el corazón, salí corriendo y en la puerta de mi casa estaba él esperándome, hecho un galán perfumado, un cantante de rebétiko antes de emborracharse, nunca lo podré olvidar, fue muy cerquita de aquí, en la calle Aristóteles, aún no había edificios altos y la brisa llegaba desde el puerto sin encontrar resistencia, nos envolvía la luz blanca y borrosa de Salónica, esa luz como de niebla encendida, no sé cuánto tiempo estuvimos abrazándonos y besándonos y la gente nos miraba al pasar y decía qué vergüenza, qué vergüenza, aquí están las fotos, cuarenta y cuatro años juntos, y ahora estoy vieja y enferma, desde que Pavlos murió no he pisado la calle, me traen la comida, las medicinas, eso no es problema, lo puedo pagar, lo malo es estar tan sola, y en los mismos barrios llegará tu vejez, las mañanas las paso, pero las noches me echo a llorar como una tonta, para qué voy a salir si esta ciudad ya no me dice nada, si ya no puedo comprar flores en el mercado ni subir a la muralla ni pasearme por la orilla del mar allá donde la Torre Blanca, cuarenta y cuatro años de amor, a ver si tú puedes decir lo mismo con este que te has traído de fuera, ¿tiene dinero?, ¿ni un dracma?, pues si no tiene dinero para qué lo quieres, lo querrás por lo otro, ¿no?, ¿y cómo se porta?, ¿cumple igual que cumplía mi Pavlos?, ay moromu, qué más le dará a él lo que digas si no sabe griego, dile que aprenda griego, que aprenda nuestro idioma, que si no lo aprende no dejará nunca de ser un xenos, anda y dile que deje de sonreír como un imbécil y baje a por tabaco.
Jesús Ortega (Melilla, 1968) vive en Granada, en cuya universidad se licenció en Filología Hispánica. Desde 1997 coordina las actividades culturales de la Huerta de San Vicente, Casa-Museo Federico García Lorca. Ha publicado los libros de cuentos Calle Aristóteles -al que pertenece el relato aquí reproducido- (Cuadernos del Vigía, 2011) y El clavo en la pared (Cuadernos del Vigía, 2007), y participado en recopilaciones y antologías como Nuevos relatos para leer en el autobús (Cuadernos del Vigía, 2009), Los nuevos nombres del cuento español actual (Menoscuarto, 2010) y Pequeñas resistencias 5. Antología del nuevo cuento español 2002-2010 (Páginas de Espuma, 2010).
Jesús Ortega
Jueves, 21 de Febrero 2013
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Yaiza Martínez
© Mamis & Mimos
www.mamisymimos.es
Cuaderno de campo vinculado al poemario "Tratado de las mariposas", de Yaiza Martínez. Imagen: Eva Lí.
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