Reseñas
El instinto de la conciencia
Redacción T21 , 25/06/2019
Cómo el cerebro crea la mente
Ficha Técnica
Título: El instinto de la conciencia
Autor: Michel S. Gazzaniga
Edita: Ediciones Paidós. Barcelona, junio de 2019
Traducción: Francisco J. Ramos
Colección: Contextos
Materia: Ciencia/ Cerebro, mente y lenguaje
Encuadernación: Rustica con solapas
Número de páginas: 352
ISBN: 978-84-493-3600-3
PVP: 22,90 €
¿Cómo se convierten las neuronas en mentes? ¿Cómo pueden las «cosas» —átomos, moléculas, sustancias químicas y células— crear mundos vívidos y diversos dentro de nuestras cabezas? El concepto de conciencianos ha preocupado durante milenios. En el último siglo se han producido avances muy significativos que han reescrito la ciencia del cerebro y, sin embargo, los rompecabezas a los que se enfrentaban los antiguos griegos todavía siguen presentes. En El instinto de la conciencia, el pionero de la neurociencia Michael S. Gazzaniga entrelaza las últimas investigaciones con la historia del pensamiento humano acerca de la mente, dando una visión general de lo que la ciencia ha revelado acerca de la conciencia.
La idea del cerebro como máquina, propuesta por primera vez hace siglos, ha llevado a suposiciones sobre la relación entre la mente y el cerebro que persiguen a los científicos y a los filósofos hasta nuestros días. Gazzaniga, sin embargo, afirma que se trata precisamente de lo contrario: los cerebros hacen máquinas, pero no pueden reducirse a una de ellas. Una nueva investigación sugiere que el cerebro es en realidad una confederación de módulos independientes que trabajan juntos. Comprender cómo la conciencia podría emanar de tal organización ayudará a definir el futuro de la neurociencia y la inteligencia artificial, y a cerrar la brecha entre el cerebro y la mente. Adictivo y muy divulgativo, “El instinto de la conciencia” establece el rumbo para la neurociencia del mañana.
Sumario
Introducción
Parte I. El camino hacia el pensamiento moderno
1. La rígida, inestable y necia concepción histórica de la conciencia
2. Los albores del pensamiento empírico en filosofía
3. Los grandes progresos del siglo xx y los inicios del pensamiento moderno
Parte II. El sistema físico
4. Cómo fabricar cerebros módulo a módulo
5. Empezamos a entender la arquitectura cerebral
6. El abuelo está demente, pero conserva la conciencia
Parte III. Llega la conciencia
7. El concepto de complementariedad: el regalo de la física
8. De lo no viviente a lo viviente y de las neuronas a la mente
9. Torrentes de burbujas y conciencia personal
10. La conciencia es un instinto
Agradecimientos
Notas
Índice onomástico y de materias
Reseñas
Conversación con Lluís Duch. Religión, comunicación y política
Juan Antonio Martínez de la Fe , 13/06/2019
Ficha Técnica
Título: Conversación con Lluís Duch. Religión, comunicación y política
Autor: Ignasi Moreta
Edita: Fragmenta Editorial. Barcelona, 2019.
Colección: Fragmentos
Traducción: Sara García Chemhar
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 90
ISBN: 978-84-17796-02-0
Precio: 11 euros
Lluís Duch, calificado como el mejor antropólogo de la religión a escala hispánica, nos dejó en noviembre del pasado año. No así su pensamiento, sus planteamientos antropológicos, que mantienen toda su vigencia. Y un excelente resumen o guión de su visión sobre los temas a los que dirigió su atención, es este libro de formato pequeño, de reciente aparición, con autoría de Ignasi Moreta.
Ofrece esta obra una iniciación a Duch; unas páginas sumamente interesantes, ya que sintetizan su pensamiento, fijando los pilares sobre los que descansa su obra; obra que, por lo demás, es muy extensa y abarca ámbitos temáticos y disciplinarios muy diversos.
Es importante en Duch su voluntad de sistema, algo que se desprende de la lectura de sus obras en las que se refiere frecuentemente a “mi esquema antropológico”, “mi proyecto antropológico” o “mi modelo antropológico”; un sistema que, en los inicios de su desarrollo, bautizó como sociofenomenología.
Ignasi Moreta, el entrevistador y autor del libro, propone una serie de afirmaciones de las que se puede vislumbrar las tesis de Duch; frases como “para el ser humano no existe ninguna posibilidad extracultural”, “somos seres finitos capaces de los infinito”, “estamos siempre in statu viae hacia el status patriae”, “el ser humano no es ni bueno ni malo, sino ambiguo”, “los humanos somos seres gramaticales”, “el símbolo hace mediatamente presente lo que es inmediatamente ausente”, “la condición humana es adverbial, marcada por el espacio y el tiempo” o “Dios no es un a priori metafísico, sino un a posteriori ético”.
El sistema de Duch viene marcado por combinaciones binarias, entre las que destacan estructura/historia, mito/logos, romanticismo/ilustración, interioridad/exterioridad, continuidad/cambio, etc.
Como un avance del contenido de la entrevista objeto del libro, Moreta desgrana aspectos biográficos de Duch, tales como sus inicios centrados en Mircea Eliade o en Panikkar, de los que finalmente se distancia.
Apunta también a Duch como creador de lenguaje, por la concisión y contundencia de sus expresiones. Aporta el ejemplo de esta frase: “creo que, en nuestros tiempos, hay un claro desfase entre las preguntas religiosas y las respuestas religiosas”. Y aclara que hoy nos planteamos las mismas preguntas que ayer, es decir, seguimos siendo religiosos; sin embargo, lo que ha cambiado, y no poco, son las respuestas que ofrecen las instituciones religiosas, unas respuestas que no encuentran eco en nosotros. Y, como ejemplo más interesante, incluso, es su expresión de la “condición adverbial” referida a que el ser humano está condicionado inevitablemente por un espacio y un tiempo, como adverbios.
En esta aproximación a la figura de Lluís Duch, son varios los aspectos que aborda el entrevistador: su humanismo y erudición, la conversación y el humor, los vínculos con el mundo académico y los reconocimientos que recibió, para dar, finalmente, entrada a la entrevista que se publica, recuperada de una publicación previa en la revista Iglesia Viva correspondiente al período enero-marzo de 2014.
Así pues, inicia la entrevista planteando cuestiones de tipo biográfico, en la que, de sus años de estudios, destaca el aprecio por la historia de una disciplina, el valor de las humanidades, el modelo pedagógico, todo ello adquirido en sus estancias estudiantiles en Alemania. En este país recibió enseñanzas de figuras de la talla de Ernst Bloc, Eberhard Jüngel, Jürgen Moltmann, Walter Schultz, Ernst Käsemann, Otto Michel, Hans Blumenberg, Eugen Biser o Max Seckler, quien fuera director de su tesis doctoral. Una tesis que versó sobre el mito en Mircea Eliade, autor del que, como hemos dicho, terminó distanciándose.
En efecto: Eliade no apreciaba el valor de la historia en la existencia humana; incluso, tenía una relevancia totalmente negativa. Sin embargo, para Duch es de suma importancia lo que él llamaba el “factor biográfico”. Para Duch es fundamental la tensión entre los estructural (lo pre-judicial, en palabras de Gadamer) y lo histórico cultural; Eliade se queda en lo pre-judicial “y lo establece de una manera totalmente apriorística y, en cambio, yo creo que lo estructural, lo apriorístico, solo tiene una comprobación aposteriorística”. En el fondo, la comprobación ética carece de valor para Eliade, en el fondo, un antisemita, mientras que para Duch, muy judeocristiano, es esencial.
El paraíso perdido: esperanza
Para Duch, el mito del paraíso perdido es una de las ejemplificaciones más interesantes de lo que es el ser humano. Considera que este mito puede funcionar de tres maneras, dos correctas y una incorrecta. Una manera correcta de funcionar es como sentimiento de falta, de carencia; una sensación que pone en marcha uno de los más grandes sentimientos, a su juicio, del ser humano: la nostalgia, el dolor por lo que nos falta, “el deseo insatisfecho pero como algo doloroso, nostálgico”.
Otra forma de funcionar, también correcta, es como paraíso buscado, que moviliza, hace andar la utopía, la esperanza. Pero, frente a estos dos funcionamientos del mito, hay un tercero totalmente aberrante, el paraíso encontrado. “Es lo que los políticos, jerarcas religiosos, instituciones, etc., intentan presentar como algo conseguido, acabado”. Si es esta la manera de funcionar, estamos frente al totalitarismo, al lavado de conciencia, frente a todas las patologías totalizadoras y perversas. Esto es lo acaecido con los mitos políticos del siglo XX: nazismo, fascismo, dictaduras, … Lo que lleva a una incidencia directa en el calendario, incidencia de gran significación antropológica que, en el fondo, es una intervención en el espacio y el tiempo humanos; ejemplos de ello los tenemos en la revolución francesa o, más cercano a nosotros, las alusiones al primer, segundo, tercer, … año de la victoria.
Homo religiosus
En su antropología, Duch habla del ser humano como un ser finito capaz de infinito, lo que tiene mucho que ver con el tema de los estructural y lo histórico. Hay que distinguir entre lo religioso y las religiones históricas, lo político y las políticas, lo simbólico y los símbolos. Viniendo a las religiones, son éstas traducciones culturales de un fondo religioso, un fondo religioso que no tiene historia, en el sentido de acontecer, sino que viene dado con el hecho de la simple presencia del ser humano en el mundo.
Y matiza que el ser humano es religioso, más que en un sentido activo, en el sentido de que tiene esa predisposición. Y, de esta afirmación señala la importancia del símbolo, de lo simbólico en ese ser humano; lo que significa que puede hacer presente lo que está ausente, lo invisible a través de lo visible.
Ser religioso es, en definitiva, es ser un ser en búsqueda, que se siente incompleto, lo que lo conduce a una especie de inaceptabilidad de todo lo presente, aunque reconociendo que, pese a esa inaceptabilidad, es imprescindible para avanzar. Y aquí aporta uno de los pilares de su antropología: la praxis del dominio de la contingencia; es decir, este ser humano que es deseo, que es búsqueda, también está sujeto a la contingencia. Es la Modernidad el caldo donde adquiere importancia la contingencia, a medida que retrocede y va desapareciendo la idea de la providencia de Dios para ser sustituida por la ideología del progreso. Y esto es así porque el ser humano es un ser de sustituciones: ante la desaparición de una perspectiva surge otra que viene a ejercer la misma función de la que se abandona: “Ante la defunción de una forma histórica concreta aparece un equivalente funcional que se llamará o no religioso o no religioso, pero que adquirirá una función semejante a la que tenía lo que ha desaparecido”.
Hoy existe una ideología de la secularización, ante la que Duch es muy crítico, ya que, a su juicio, se confunde el cambio social, muy evidente por otra parte, con la secularización de la consciencia humana, cuestiones que no se pueden confundir; el cambio social es un cambio cultural, histórico, variable en el tiempo, mientras que la secularización de la consciencia humana supondría un cambio estructural en el ser humano. Y opina Duch que las centrales religiosas hablan mucho de los peligros de la secularización, refiriéndose a pérdidas de filiación, de adeptos, de objetivos inmediatos o, incluso, de la potencia político-económica de esas centrales; y esto, evidentemente, es otra cuestión que no tiene nada que ver con la esencial estructura del ser humano.
Ambigüedad y adverbialidad
El ser humano es una coincidencia de opuestos, una complexio oppositorum, de donde surge su ambigüedad, su provisionalidad y su relatividad. Porque es capaz de lo mejor y capaz de lo peor. “Esta indeterminación es lo que da origen a la ambigüedad del ser humano, es decir, un ser que no está predeterminado para el bien ni para el mal”. Duch se inclina por el modelo antropológico que considera al ser humano ambiguo en este sentido, descartando aquellos otros modelos que lo consideran fundamentalmente bueno o fundamentalmente malo.
Somos libres, afirma Duch, pero con una libertad condicionada, una libertad que, de alguna manera, se encuentra sometida, predeterminada por ciertas condicionalidades tales como el mismo vocabulario, la herencia del pasado, los códigos de justicia, … esa mochila en la que portamos un acerbo de herencias. Porque el ser humano no parte de cero, siempre es heredero, pero con la facultad de enfocar sus herencias a su manera. Y aparece aquí otro de los conceptos básicos de Duch, el de la adverbialidad: un ser humano determinado por un aquí y un ahora.
Estructuras de acogida
Se trata de otro de los fundamentos de la antropología de Duch: el ser humano necesita estructuras de acogida, de transmisiones, de mediaciones, de lenguajes. Y son las personas, las instituciones las que le proporcionan esa transmisión que necesita. Hay diferentes estructuras de acogida.
La primera es la de codescendencia, que se refiere a la familia que, en cada caso, tiene una concreta articulación cultural; pero lo que importa aquí es lo familiar. La segunda estructura es la de corresidencia, que comprende la escuela, la universidad, la política, las agrupaciones culturales, las de ocio, … Una tercera estructura es la de cotrascendencia, que recoge los simbolismos compartidos, como, por ejemplo, las religiones, que permiten hacer visible lo invisible y están relacionadas con lo simbólico. Finalmente, una cuarta estructura es la de comediación, es decir, los modernos sistemas de internet, de comunicación, etc.
En la base de estas estructuras anida un muy importante factor: la confianza, las transmisiones auténticas son las que se basan en la confianza; si no existe esta, tales transmisiones se quedan en una capa muy superficial, y corren el peligro de no quedarse. El problema es que en la actualidad esta cuestión de las transmisiones está sufriendo un muy negativo impacto de la desconfianza y, cuando esto sucede, una sociedad basada en la desconfianza es muy peligrosa.
¿Cómo se combate la desconfianza? Con el testimonio. “El testimonio es aquella persona que basa la verdad de lo que dice en la veracidad de su propia vida”, no es una cuestión demostrativa, sino mostrativa. Predicar con el ejemplo, sería la versión popular.
Religión y política
En esta conversación con Lluís Duch, se alude a una de sus obras más conocidas, Religión y política. Y comienza intentando definir el concepto de religión, acogiéndose a la que ofrece Paul Tillich: “religión es lo que nos atañe incondicionalmente”. En aquella obra, Duch trata de ver las implicaciones, las coimplicaciones, entre lo religioso y lo político; y lo hace concretando en lo religioso, no en las religiones positivas, y en lo político, más que en las políticas concretas. En definitiva, retorna a su planteamiento de la estructura más que a la historia, a la estructura religiosa y la estructura política del ser humano. Unos términos que son constitutivos en la presencia concreta del ser humano en su mundo cotidiano.
¿Se pueden separar ambos conceptos en el ser humano concreto? Poderlo hacer sería lo mejor que podría pasar; pero resulta imposible por una sencilla razón antropológica: el mismo ser humano es el sujeto tanto de lo religioso como de lo político.
Como consecuencia, lo político tiende a querer gobernar en el fuero interno del individuo, mientras que lo religioso pretende imponer su ética particular a toda la sociedad. Esto es así: toda religión histórica tiene apetencias políticas y toda política tiene apetencias religiosas: “ninguna religión se da por satisfecha con lo que podríamos llamar la cura de almas, por utilizar un término clásico, sino que también quiere hacerse presente en la calle. Ninguna política se queda satisfecha con la administración de la economía: también quiere incidir en las conciencias”.
Lluís Duch, un profundo antropólogo
La obra de Lluís Duch es amplia, muy amplia. Este libro, como se ha dicho, recoge una entrevista en la que este sabio monje benedictino expone con claridad y sencillez aquellos puntos que constituyen el eje de su pensamiento. Su lectura, sin duda, será de gran utilidad para quien desee acercarse a un autor reconocido por la profundidad de su pensamiento.
Título: Conversación con Lluís Duch. Religión, comunicación y política
Autor: Ignasi Moreta
Edita: Fragmenta Editorial. Barcelona, 2019.
Colección: Fragmentos
Traducción: Sara García Chemhar
Encuadernación: Tapa blanda con solapas
Número de páginas: 90
ISBN: 978-84-17796-02-0
Precio: 11 euros
Lluís Duch, calificado como el mejor antropólogo de la religión a escala hispánica, nos dejó en noviembre del pasado año. No así su pensamiento, sus planteamientos antropológicos, que mantienen toda su vigencia. Y un excelente resumen o guión de su visión sobre los temas a los que dirigió su atención, es este libro de formato pequeño, de reciente aparición, con autoría de Ignasi Moreta.
Ofrece esta obra una iniciación a Duch; unas páginas sumamente interesantes, ya que sintetizan su pensamiento, fijando los pilares sobre los que descansa su obra; obra que, por lo demás, es muy extensa y abarca ámbitos temáticos y disciplinarios muy diversos.
Es importante en Duch su voluntad de sistema, algo que se desprende de la lectura de sus obras en las que se refiere frecuentemente a “mi esquema antropológico”, “mi proyecto antropológico” o “mi modelo antropológico”; un sistema que, en los inicios de su desarrollo, bautizó como sociofenomenología.
Ignasi Moreta, el entrevistador y autor del libro, propone una serie de afirmaciones de las que se puede vislumbrar las tesis de Duch; frases como “para el ser humano no existe ninguna posibilidad extracultural”, “somos seres finitos capaces de los infinito”, “estamos siempre in statu viae hacia el status patriae”, “el ser humano no es ni bueno ni malo, sino ambiguo”, “los humanos somos seres gramaticales”, “el símbolo hace mediatamente presente lo que es inmediatamente ausente”, “la condición humana es adverbial, marcada por el espacio y el tiempo” o “Dios no es un a priori metafísico, sino un a posteriori ético”.
El sistema de Duch viene marcado por combinaciones binarias, entre las que destacan estructura/historia, mito/logos, romanticismo/ilustración, interioridad/exterioridad, continuidad/cambio, etc.
Como un avance del contenido de la entrevista objeto del libro, Moreta desgrana aspectos biográficos de Duch, tales como sus inicios centrados en Mircea Eliade o en Panikkar, de los que finalmente se distancia.
Apunta también a Duch como creador de lenguaje, por la concisión y contundencia de sus expresiones. Aporta el ejemplo de esta frase: “creo que, en nuestros tiempos, hay un claro desfase entre las preguntas religiosas y las respuestas religiosas”. Y aclara que hoy nos planteamos las mismas preguntas que ayer, es decir, seguimos siendo religiosos; sin embargo, lo que ha cambiado, y no poco, son las respuestas que ofrecen las instituciones religiosas, unas respuestas que no encuentran eco en nosotros. Y, como ejemplo más interesante, incluso, es su expresión de la “condición adverbial” referida a que el ser humano está condicionado inevitablemente por un espacio y un tiempo, como adverbios.
En esta aproximación a la figura de Lluís Duch, son varios los aspectos que aborda el entrevistador: su humanismo y erudición, la conversación y el humor, los vínculos con el mundo académico y los reconocimientos que recibió, para dar, finalmente, entrada a la entrevista que se publica, recuperada de una publicación previa en la revista Iglesia Viva correspondiente al período enero-marzo de 2014.
Así pues, inicia la entrevista planteando cuestiones de tipo biográfico, en la que, de sus años de estudios, destaca el aprecio por la historia de una disciplina, el valor de las humanidades, el modelo pedagógico, todo ello adquirido en sus estancias estudiantiles en Alemania. En este país recibió enseñanzas de figuras de la talla de Ernst Bloc, Eberhard Jüngel, Jürgen Moltmann, Walter Schultz, Ernst Käsemann, Otto Michel, Hans Blumenberg, Eugen Biser o Max Seckler, quien fuera director de su tesis doctoral. Una tesis que versó sobre el mito en Mircea Eliade, autor del que, como hemos dicho, terminó distanciándose.
En efecto: Eliade no apreciaba el valor de la historia en la existencia humana; incluso, tenía una relevancia totalmente negativa. Sin embargo, para Duch es de suma importancia lo que él llamaba el “factor biográfico”. Para Duch es fundamental la tensión entre los estructural (lo pre-judicial, en palabras de Gadamer) y lo histórico cultural; Eliade se queda en lo pre-judicial “y lo establece de una manera totalmente apriorística y, en cambio, yo creo que lo estructural, lo apriorístico, solo tiene una comprobación aposteriorística”. En el fondo, la comprobación ética carece de valor para Eliade, en el fondo, un antisemita, mientras que para Duch, muy judeocristiano, es esencial.
El paraíso perdido: esperanza
Para Duch, el mito del paraíso perdido es una de las ejemplificaciones más interesantes de lo que es el ser humano. Considera que este mito puede funcionar de tres maneras, dos correctas y una incorrecta. Una manera correcta de funcionar es como sentimiento de falta, de carencia; una sensación que pone en marcha uno de los más grandes sentimientos, a su juicio, del ser humano: la nostalgia, el dolor por lo que nos falta, “el deseo insatisfecho pero como algo doloroso, nostálgico”.
Otra forma de funcionar, también correcta, es como paraíso buscado, que moviliza, hace andar la utopía, la esperanza. Pero, frente a estos dos funcionamientos del mito, hay un tercero totalmente aberrante, el paraíso encontrado. “Es lo que los políticos, jerarcas religiosos, instituciones, etc., intentan presentar como algo conseguido, acabado”. Si es esta la manera de funcionar, estamos frente al totalitarismo, al lavado de conciencia, frente a todas las patologías totalizadoras y perversas. Esto es lo acaecido con los mitos políticos del siglo XX: nazismo, fascismo, dictaduras, … Lo que lleva a una incidencia directa en el calendario, incidencia de gran significación antropológica que, en el fondo, es una intervención en el espacio y el tiempo humanos; ejemplos de ello los tenemos en la revolución francesa o, más cercano a nosotros, las alusiones al primer, segundo, tercer, … año de la victoria.
Homo religiosus
En su antropología, Duch habla del ser humano como un ser finito capaz de infinito, lo que tiene mucho que ver con el tema de los estructural y lo histórico. Hay que distinguir entre lo religioso y las religiones históricas, lo político y las políticas, lo simbólico y los símbolos. Viniendo a las religiones, son éstas traducciones culturales de un fondo religioso, un fondo religioso que no tiene historia, en el sentido de acontecer, sino que viene dado con el hecho de la simple presencia del ser humano en el mundo.
Y matiza que el ser humano es religioso, más que en un sentido activo, en el sentido de que tiene esa predisposición. Y, de esta afirmación señala la importancia del símbolo, de lo simbólico en ese ser humano; lo que significa que puede hacer presente lo que está ausente, lo invisible a través de lo visible.
Ser religioso es, en definitiva, es ser un ser en búsqueda, que se siente incompleto, lo que lo conduce a una especie de inaceptabilidad de todo lo presente, aunque reconociendo que, pese a esa inaceptabilidad, es imprescindible para avanzar. Y aquí aporta uno de los pilares de su antropología: la praxis del dominio de la contingencia; es decir, este ser humano que es deseo, que es búsqueda, también está sujeto a la contingencia. Es la Modernidad el caldo donde adquiere importancia la contingencia, a medida que retrocede y va desapareciendo la idea de la providencia de Dios para ser sustituida por la ideología del progreso. Y esto es así porque el ser humano es un ser de sustituciones: ante la desaparición de una perspectiva surge otra que viene a ejercer la misma función de la que se abandona: “Ante la defunción de una forma histórica concreta aparece un equivalente funcional que se llamará o no religioso o no religioso, pero que adquirirá una función semejante a la que tenía lo que ha desaparecido”.
Hoy existe una ideología de la secularización, ante la que Duch es muy crítico, ya que, a su juicio, se confunde el cambio social, muy evidente por otra parte, con la secularización de la consciencia humana, cuestiones que no se pueden confundir; el cambio social es un cambio cultural, histórico, variable en el tiempo, mientras que la secularización de la consciencia humana supondría un cambio estructural en el ser humano. Y opina Duch que las centrales religiosas hablan mucho de los peligros de la secularización, refiriéndose a pérdidas de filiación, de adeptos, de objetivos inmediatos o, incluso, de la potencia político-económica de esas centrales; y esto, evidentemente, es otra cuestión que no tiene nada que ver con la esencial estructura del ser humano.
Ambigüedad y adverbialidad
El ser humano es una coincidencia de opuestos, una complexio oppositorum, de donde surge su ambigüedad, su provisionalidad y su relatividad. Porque es capaz de lo mejor y capaz de lo peor. “Esta indeterminación es lo que da origen a la ambigüedad del ser humano, es decir, un ser que no está predeterminado para el bien ni para el mal”. Duch se inclina por el modelo antropológico que considera al ser humano ambiguo en este sentido, descartando aquellos otros modelos que lo consideran fundamentalmente bueno o fundamentalmente malo.
Somos libres, afirma Duch, pero con una libertad condicionada, una libertad que, de alguna manera, se encuentra sometida, predeterminada por ciertas condicionalidades tales como el mismo vocabulario, la herencia del pasado, los códigos de justicia, … esa mochila en la que portamos un acerbo de herencias. Porque el ser humano no parte de cero, siempre es heredero, pero con la facultad de enfocar sus herencias a su manera. Y aparece aquí otro de los conceptos básicos de Duch, el de la adverbialidad: un ser humano determinado por un aquí y un ahora.
Estructuras de acogida
Se trata de otro de los fundamentos de la antropología de Duch: el ser humano necesita estructuras de acogida, de transmisiones, de mediaciones, de lenguajes. Y son las personas, las instituciones las que le proporcionan esa transmisión que necesita. Hay diferentes estructuras de acogida.
La primera es la de codescendencia, que se refiere a la familia que, en cada caso, tiene una concreta articulación cultural; pero lo que importa aquí es lo familiar. La segunda estructura es la de corresidencia, que comprende la escuela, la universidad, la política, las agrupaciones culturales, las de ocio, … Una tercera estructura es la de cotrascendencia, que recoge los simbolismos compartidos, como, por ejemplo, las religiones, que permiten hacer visible lo invisible y están relacionadas con lo simbólico. Finalmente, una cuarta estructura es la de comediación, es decir, los modernos sistemas de internet, de comunicación, etc.
En la base de estas estructuras anida un muy importante factor: la confianza, las transmisiones auténticas son las que se basan en la confianza; si no existe esta, tales transmisiones se quedan en una capa muy superficial, y corren el peligro de no quedarse. El problema es que en la actualidad esta cuestión de las transmisiones está sufriendo un muy negativo impacto de la desconfianza y, cuando esto sucede, una sociedad basada en la desconfianza es muy peligrosa.
¿Cómo se combate la desconfianza? Con el testimonio. “El testimonio es aquella persona que basa la verdad de lo que dice en la veracidad de su propia vida”, no es una cuestión demostrativa, sino mostrativa. Predicar con el ejemplo, sería la versión popular.
Religión y política
En esta conversación con Lluís Duch, se alude a una de sus obras más conocidas, Religión y política. Y comienza intentando definir el concepto de religión, acogiéndose a la que ofrece Paul Tillich: “religión es lo que nos atañe incondicionalmente”. En aquella obra, Duch trata de ver las implicaciones, las coimplicaciones, entre lo religioso y lo político; y lo hace concretando en lo religioso, no en las religiones positivas, y en lo político, más que en las políticas concretas. En definitiva, retorna a su planteamiento de la estructura más que a la historia, a la estructura religiosa y la estructura política del ser humano. Unos términos que son constitutivos en la presencia concreta del ser humano en su mundo cotidiano.
¿Se pueden separar ambos conceptos en el ser humano concreto? Poderlo hacer sería lo mejor que podría pasar; pero resulta imposible por una sencilla razón antropológica: el mismo ser humano es el sujeto tanto de lo religioso como de lo político.
Como consecuencia, lo político tiende a querer gobernar en el fuero interno del individuo, mientras que lo religioso pretende imponer su ética particular a toda la sociedad. Esto es así: toda religión histórica tiene apetencias políticas y toda política tiene apetencias religiosas: “ninguna religión se da por satisfecha con lo que podríamos llamar la cura de almas, por utilizar un término clásico, sino que también quiere hacerse presente en la calle. Ninguna política se queda satisfecha con la administración de la economía: también quiere incidir en las conciencias”.
Lluís Duch, un profundo antropólogo
La obra de Lluís Duch es amplia, muy amplia. Este libro, como se ha dicho, recoge una entrevista en la que este sabio monje benedictino expone con claridad y sencillez aquellos puntos que constituyen el eje de su pensamiento. Su lectura, sin duda, será de gran utilidad para quien desee acercarse a un autor reconocido por la profundidad de su pensamiento.
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