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Blog de Tendencias21 sobre cuentos, poemas y otras creaciones
Había una vez un lugar maravilloso donde existía un bosque lleno de vida, con muchas especies de animales y plantas. Entre ellas destacaban los pájaros cantores que alegraban la vida de todos los seres que allí convivían y las plantas de todas clases cuyas flores, en primavera, cubrían el lugar de múltiples colores.
Estas flores eran visitadas por grandes mariposas y bellas abejas las cuales recogían con sus patitas el dulce polen y con él elaboraban una rica miel, en las pequeñas habitaciones de su casita llamada panal.
Pues bien, en medio de ese pequeño paraíso vivía una niña llamada Gabriela que era muy feliz por poder vivir en un lugar tan especial, solo una cosa la ponía de vez en cuando triste y era que, cuando los niños y las niñas del lugar iban al bosque a jugar y a recoger moras, no jugaban con ella. Aunque ella les hablaba, no les respondían, como si no la vieran.
Llegó un día en que harta de que le sucediese siempre lo mismo se fue a casa de su abuela a preguntarle por qué le pasaba eso: por qué no respondían a sus preguntas; por qué jugaban entre ellos y a ella no la invitaban a jugar.
La abuela la miró con mucho cariño, Gabriela estaba creciendo y se empezaba a hacer preguntas importantes, y una de esas preguntas era: qué impedía que Gabriela pudiese jugar con los niños y las niñas del bosque.
- ¿Cómo que no me ven?, ¿cómo que no pueden verme? Yo soy una niña como las demás.
- No Gabriela, le respondió con ternura, entendiendo lo que su nieta sentía. Tú no eres como ellas, tú eres transparente.
- ¿Cómo? Entonces se miró las manos y cayó en la cuenta que a través de ella veía los objetos que habían en el salón de la casa de su abuelita.
- ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué no soy como las demás niñas y niños?
- No te ha pasado nada. Naciste así. Tú eres una niña, sí, pero una niña del Mundo de las Hadas, no del mundo de los humanos.
- ¡Aaaaah! Dijo Gabriela, ahora lo entiendo todo. Así que no me ven y por eso no saben que yo estoy y que quiero jugar con ellas y con ellos.
¡Claro hadita! Le respondió la anciana.
Estas flores eran visitadas por grandes mariposas y bellas abejas las cuales recogían con sus patitas el dulce polen y con él elaboraban una rica miel, en las pequeñas habitaciones de su casita llamada panal.
Pues bien, en medio de ese pequeño paraíso vivía una niña llamada Gabriela que era muy feliz por poder vivir en un lugar tan especial, solo una cosa la ponía de vez en cuando triste y era que, cuando los niños y las niñas del lugar iban al bosque a jugar y a recoger moras, no jugaban con ella. Aunque ella les hablaba, no les respondían, como si no la vieran.
Llegó un día en que harta de que le sucediese siempre lo mismo se fue a casa de su abuela a preguntarle por qué le pasaba eso: por qué no respondían a sus preguntas; por qué jugaban entre ellos y a ella no la invitaban a jugar.
La abuela la miró con mucho cariño, Gabriela estaba creciendo y se empezaba a hacer preguntas importantes, y una de esas preguntas era: qué impedía que Gabriela pudiese jugar con los niños y las niñas del bosque.
- Verás Gabriela, le dijo su abuela es que no te ven, no pueden verte.
- ¿Cómo que no me ven?, ¿cómo que no pueden verme? Yo soy una niña como las demás.
- No Gabriela, le respondió con ternura, entendiendo lo que su nieta sentía. Tú no eres como ellas, tú eres transparente.
- ¿Cómo? Entonces se miró las manos y cayó en la cuenta que a través de ella veía los objetos que habían en el salón de la casa de su abuelita.
- ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué no soy como las demás niñas y niños?
- No te ha pasado nada. Naciste así. Tú eres una niña, sí, pero una niña del Mundo de las Hadas, no del mundo de los humanos.
- ¡Aaaaah! Dijo Gabriela, ahora lo entiendo todo. Así que no me ven y por eso no saben que yo estoy y que quiero jugar con ellas y con ellos.
¡Claro hadita! Le respondió la anciana.
Pxhen.com
Gabriela, que no le gustaba renunciar a la idea de jugar con aquellos amigos y amigas, se dispuso a pensar cómo hacerles ver que ella estaba allí. La abuela, muy contenta de la decisión de su nietita le sugirió que se fuese a descansar y que al día siguiente desarrollara su plan.
Pero antes de que se fuera le dijo: has de saber que los seres humanos cuando duermen sueñan, y en los sueños sí pueden reconocer el mundo de las hadas, para ello es necesario que le sucedan cosas que no tengan explicación alguna.
¡Con que sí eh! Se dijo la pequeña hada. Yo voy a provocar que en el bosque las niñas y los niños descubran que hay cosas que no tienen explicación.
Al día siguiente, muy contenta y con el plan elaborado se fue al bosque a esperar que llegasen. Poco a poco se fueron reuniendo, venían con sus mochilas, sus botas de campo y una gorra para cubrirse las cabezas del sol del verano que ya se anunciaba.
Cuando se sentaron en el suelo a tomarse la merienda, abrieron sus mochilas y sacaron la fruta, el agua y el bocadillo.
De pronto, un viento se levantó y a todos se les cayó la gorra al suelo. Extrañados volvieron a ponérselas. De nuevo sopló el viento, pero esta vez lo que se deshizo fueron los lazos de los cordones de las botas. ¿Qué sucede hoy en el bosque?, preguntó uno de los niños.
Su hermana mayor lo miró y le dijo: no pasa nada. Creo que aquí hay alguien invisible que nos está llamando la atención. Ya he leído yo alguna historia en la que se cuentan sucesos parecidos.
¡Vamos a pedirle a ese alguien que se muestre, por ejemplo dándole forma a esa nube que tenemos en el cielo sobre nuestras cabezas!
Al hada Gabriela le pareció una idea fabulosa. Al igual que había hecho volar las gorras de sus cabezas y deshecho los lazos de los cordones de sus botas podría darle forma a una nube.
Sopló, sopló y sopló con fuerza y en el cielo, aquella nube blanca, empezó a adquirir la forma del cuerpo de Gabriela, y ella para seguir con el juego le añadió unas alas, tal y como en los cuentos humanos se las representan.
Cuando se acabó de esculpir la figura, los niños se levantaron del suelo se dieron las manos y empezaron a bailar de contentos. Tenían una amiga más y aunque no la veían sentían de alguna manera su presencia.
Desde ese día, los niños y las niñas, cada vez que entraban en el bosque, llamaban a su amiga, no se sabe cómo pero todos estuvieron de acuerdo en llamarla Gabriela.
Para el Hada Gabriela ese fue el día más bonito de su vida, desde entonces nunca faltó a la cita con sus amigos y, cuando todos crecieron y se hicieron mayores, no olvidaron la aventura de conocer que en lo invisible también aletea vida.
Pero antes de que se fuera le dijo: has de saber que los seres humanos cuando duermen sueñan, y en los sueños sí pueden reconocer el mundo de las hadas, para ello es necesario que le sucedan cosas que no tengan explicación alguna.
¡Con que sí eh! Se dijo la pequeña hada. Yo voy a provocar que en el bosque las niñas y los niños descubran que hay cosas que no tienen explicación.
Al día siguiente, muy contenta y con el plan elaborado se fue al bosque a esperar que llegasen. Poco a poco se fueron reuniendo, venían con sus mochilas, sus botas de campo y una gorra para cubrirse las cabezas del sol del verano que ya se anunciaba.
Cuando se sentaron en el suelo a tomarse la merienda, abrieron sus mochilas y sacaron la fruta, el agua y el bocadillo.
De pronto, un viento se levantó y a todos se les cayó la gorra al suelo. Extrañados volvieron a ponérselas. De nuevo sopló el viento, pero esta vez lo que se deshizo fueron los lazos de los cordones de las botas. ¿Qué sucede hoy en el bosque?, preguntó uno de los niños.
Su hermana mayor lo miró y le dijo: no pasa nada. Creo que aquí hay alguien invisible que nos está llamando la atención. Ya he leído yo alguna historia en la que se cuentan sucesos parecidos.
¡Vamos a pedirle a ese alguien que se muestre, por ejemplo dándole forma a esa nube que tenemos en el cielo sobre nuestras cabezas!
Al hada Gabriela le pareció una idea fabulosa. Al igual que había hecho volar las gorras de sus cabezas y deshecho los lazos de los cordones de sus botas podría darle forma a una nube.
Sopló, sopló y sopló con fuerza y en el cielo, aquella nube blanca, empezó a adquirir la forma del cuerpo de Gabriela, y ella para seguir con el juego le añadió unas alas, tal y como en los cuentos humanos se las representan.
Cuando se acabó de esculpir la figura, los niños se levantaron del suelo se dieron las manos y empezaron a bailar de contentos. Tenían una amiga más y aunque no la veían sentían de alguna manera su presencia.
Desde ese día, los niños y las niñas, cada vez que entraban en el bosque, llamaban a su amiga, no se sabe cómo pero todos estuvieron de acuerdo en llamarla Gabriela.
Para el Hada Gabriela ese fue el día más bonito de su vida, desde entonces nunca faltó a la cita con sus amigos y, cuando todos crecieron y se hicieron mayores, no olvidaron la aventura de conocer que en lo invisible también aletea vida.
Fin
Alicia Montesdeoca Rivero
Lunes, 15 de Junio 2020
Comentarios
wikipedia.org
En un bosque muy cerca de la casa de Daniel vivían unos seres diminutos, de ropas rojas, verdes, amarillas y azules que protegían sus cabecitas con un gorro de colorines que parecía un cucurucho de helado.
Daniel no sabía que aquellos seres tan pequeños vivían y trabajaban en el bosque, pero ellos y ellas sí lo miraban y le sonreían cuando lo veían pasar jugando a ser un pirata y con su coche preferido en las manos.
La abuela de aquella familia de enanitos le decía a sus nietos: “algún día Daniel nos descubrirá y vendrá, con su papá y su mamá, a nuestra casa, el bosque, a jugar, a reír y a cantar con todos nosotros”.
A Daniel nunca le habían contado que aquellos habitantes de los bosques existían, por eso, la abuela Alicia decidió hablarles de ellos y contarle que mientras los niños humanos juegan, duermen, comen, van al colegio y sus mamás y papás los cuidan, ellos se encargan de cuidar la naturaleza vegetal que alimenta a los humanos.
Verás Daniel, dice la abuela Alicia, los enanitos del bosque son los responsables de cuidar de las semillas que hacen que nazcan los árboles. Ellos tienen un castillo llenos de semillas de pinos, alcornoques, cedros, palmeras, brezos, perales, manzanos, robles, encinas, castaños… y de muchos más que ahora no me acuerdo.
También, las abuelas de esos habitantes del bosque, que tienen mucha experiencia en cuidar plantas, coleccionan semillas de flores: de rosas rojas y amarillas, de lilas moradas, de azucenas y lirios blancos, de gladiolos rosados, de claveles azules y de geranios de todos los colores.
En este trabajo tan importante, los enanitos del bosque cuentan con la inestimable ayuda de los pájaros, las mariposas, las abejas, los gusanitos, las mariquitas y las hormigas, que también se comen algunas semillas cuando tienen hambre.
¿Y para que guardan las semillas los enanitos del bosque?, pregunta Daniel a la abuela, -Daniel como todos sabemos, siempre está preguntando el porqué de las cosas-.
La abuela poniéndose muy seria ante una pregunta tan importante le contesta a Daniel que, ellos, los seres del bosque, son los que se encargan de que nunca, nunca, falten en nuestra Tierra árboles y plantas, para que los niños y las niñas del mundo se sientan felices y tengan ganas de crecer.
De esta manera, cuando los niños y las niñas crecen y aprenden mucho, algunos van al bosque a colaborar con el trabajo que hacen los enanitos, tal como hace el tío Yeray que desde pequeño decidió que cuando fuese mayor plantaría árboles, y, como ya creció, lo está haciendo. Este año plantará 10.000 árboles en un lugar de las Islas Canarias que se llama La Orotava, con la ayuda de un pájaro que se llama Mirlo.
Los enanitos que trabajan allí están muy contentos por tan importante ayuda; de esta manera, podrán dormir tranquilos por la noche y levantarse cantando, como los pájaros, por la mañana, pues los seres humanos les están ayudando en su ardua tarea.
Fin
Aquella tarde, al salir del colegio, Jorge se fue a merendar a casa de su abuela. Había trabajado mucho en clase aquel día y, además, en el recreo jugó un partido de baloncesto con sus amigos. Así que ahora se sentía cansado y hambriento.
En el recorrido entre el colegio y la casa de la abuela, jorge iba pensando en la rica merienda que le esperaba. La abuela siempre tenía alguna sorpresa preparada, nunca sus meriendas eran iguales.
Al tocar al timbre, la abuelita le abrió la puerta con su sonrisa de bienvenida y su cara de sorpresa, como si no supiese que él iba a llegar. Eso era lo que siempre hacía y a lo que le tenía acostumbrado.
En la cocina, esperándole también, estaba la merienda sobre la mesa. Los dos se sentaron, y mientras él saboreaba su fruta y su bocadillo de jamón, que tanto le gustaba, la abuela se tomaba un té con pastitas.
Cuando ya se había apagado algo su hambre, Jorge comenzó a hablar de lo que el maestro había planteado aquel día en clase. Él nos preguntó, -dijo Jorge-, qué queremos ser de mayor A lo que yo no supe que responder, añadió el niño preocupado.
¿Qué puedo elegir para cuando sea mayor, abuela?
La abuela se tomó un tiempo para responder, mientras miraba a los ojos a su nieto. Eso, le dijo, lo has de descubrir tú mismo, pero yo ahora te voy a contar un cuento que te dará alguna pista.
Había una vez, un bello y atractivo joven que vivía en una hermosa ciudad de un gran país. Alfonso –así era como se llamaba el muchacho- había heredado de su padre, un importante personaje de aquella ciudad, todo lo que en su vida éste logró, gracias, por otra parte, al apoyo que de su padre y de sus abuelos él, asímismo, recibió.
El joven estaba muy enamorado de una linda muchacha con la que cada día iba a la escuela, y con la que paseaba junto a los amigos y amigas del lugar.
Ella lo conocía muy bien. Sabía la inquietud que en su corazón tenía ese joven. A ella él le contaba sus secretos y a ella, un día, le comunicó que iba a hacer un largo viaje, en busca de la flor azul. Esa flor existía en algún sitio y con ella soñaba cada noche.
El corazón de la muchacha se llenó de dolor. Temía perder a su amado y que éste no volviera. Los riesgos que iba a correr eran muchos. Podría morir en los caminos solitarios que habría de recorrer. Podría enfermar u olvidarse de ella y del amor que se tenían.
Él le prometió que volvería, no sabía cuando, pero un día regresaría a su lado y le regalaría aquella flor azul que tanto le obsesionaba. De esta manera, el joven besó a su amada y se despidió con lágrimas en los ojos y con la resolución en el corazón.
Al día siguiente, muy temprano, Alfonso salió de su casa, llevando a la espalda una mochila, y en ella un par de mudas de ropa limpia, su libro preferido, un cuaderno, un bolígrafo y algunos alimentos para los primeros días de marcha. En su mano derecha portaba un bastón, regalo de su bisabuelo, para ayudarse por los caminos pedregosos.
Antes de salir, su padre le dio la bendición y le dijo: hijo, yo también un día me fui de casa en busca de la flor azul, todos los miembros de mi familia lo han hecho, ahora te toca a ti conquistar el tesoro que ha de acompañarte toda la vida, nunca olvides el objetivo que te ha impulsado a salir de este hogar, tenlo siempre presente, él te protegerá de todos los peligros que vas a correr.
Tras de oír estas palabras, Alfonso salió confiado al mundo.
Pasó mucho tiempo y del joven no se tuvo noticia alguna. Cada día su amada se asomaba a la ventana y miraba al horizonte, por ver si llegaba. Su corazón le decía que él estaba bien y que pronto volvería triunfante.
Un buen día de primavera, la muchacha sintió una alegría especial al despertar. Presurosa se asomó a la ventana, alguien venía a lo lejos, pero no reconoció quien era. Una figura masculina se acercaba. Como salido de un cuento medieval, un hombre vestido con armadura y cabalgando sobre un hermoso caballo negro le saludaba con la mano en alto.
No podía ser su amado, pensaba la joven, aquello debía de ser un sueño. Pero no, Alfonso sonriente le saludaba y desde lejos le llamaba: María, María, soy yo, Alfonso.
Él se bajó de la grupa del caballo, cuando ya estaba cerca de ella. En sus manos portaba una extraña flor azul, la cual entregó a su prometida, como prueba de su amor. Cuando hizo esa entrega, la flor azul quedó reflejada en la superficie lisa y brillante de la armadura que cubría el pecho del joven caballero.
María comprendió, de este modo, que su amado ya estaba preparado para unir su vida a la suya, la aventura había acabado con gran éxito.
Poco tiempo después, en una gran fiesta a la que asistieron todos los familiares y amigos de ambos, los felices novios se casaron. Cuentan las abuelas que les conocieron, que la pareja fue muy feliz, gozando de una larga vida, rodeados de sus hijas e hijos, a los que Alfonso les contó todas las aventuras que a través de los mares y en tierras extrañas vivió, hasta dar con su tesoro que ahora estaba guardado en su corazón.
En el recorrido entre el colegio y la casa de la abuela, jorge iba pensando en la rica merienda que le esperaba. La abuela siempre tenía alguna sorpresa preparada, nunca sus meriendas eran iguales.
Al tocar al timbre, la abuelita le abrió la puerta con su sonrisa de bienvenida y su cara de sorpresa, como si no supiese que él iba a llegar. Eso era lo que siempre hacía y a lo que le tenía acostumbrado.
En la cocina, esperándole también, estaba la merienda sobre la mesa. Los dos se sentaron, y mientras él saboreaba su fruta y su bocadillo de jamón, que tanto le gustaba, la abuela se tomaba un té con pastitas.
Cuando ya se había apagado algo su hambre, Jorge comenzó a hablar de lo que el maestro había planteado aquel día en clase. Él nos preguntó, -dijo Jorge-, qué queremos ser de mayor A lo que yo no supe que responder, añadió el niño preocupado.
¿Qué puedo elegir para cuando sea mayor, abuela?
La abuela se tomó un tiempo para responder, mientras miraba a los ojos a su nieto. Eso, le dijo, lo has de descubrir tú mismo, pero yo ahora te voy a contar un cuento que te dará alguna pista.
Había una vez, un bello y atractivo joven que vivía en una hermosa ciudad de un gran país. Alfonso –así era como se llamaba el muchacho- había heredado de su padre, un importante personaje de aquella ciudad, todo lo que en su vida éste logró, gracias, por otra parte, al apoyo que de su padre y de sus abuelos él, asímismo, recibió.
El joven estaba muy enamorado de una linda muchacha con la que cada día iba a la escuela, y con la que paseaba junto a los amigos y amigas del lugar.
Ella lo conocía muy bien. Sabía la inquietud que en su corazón tenía ese joven. A ella él le contaba sus secretos y a ella, un día, le comunicó que iba a hacer un largo viaje, en busca de la flor azul. Esa flor existía en algún sitio y con ella soñaba cada noche.
El corazón de la muchacha se llenó de dolor. Temía perder a su amado y que éste no volviera. Los riesgos que iba a correr eran muchos. Podría morir en los caminos solitarios que habría de recorrer. Podría enfermar u olvidarse de ella y del amor que se tenían.
Él le prometió que volvería, no sabía cuando, pero un día regresaría a su lado y le regalaría aquella flor azul que tanto le obsesionaba. De esta manera, el joven besó a su amada y se despidió con lágrimas en los ojos y con la resolución en el corazón.
Al día siguiente, muy temprano, Alfonso salió de su casa, llevando a la espalda una mochila, y en ella un par de mudas de ropa limpia, su libro preferido, un cuaderno, un bolígrafo y algunos alimentos para los primeros días de marcha. En su mano derecha portaba un bastón, regalo de su bisabuelo, para ayudarse por los caminos pedregosos.
Antes de salir, su padre le dio la bendición y le dijo: hijo, yo también un día me fui de casa en busca de la flor azul, todos los miembros de mi familia lo han hecho, ahora te toca a ti conquistar el tesoro que ha de acompañarte toda la vida, nunca olvides el objetivo que te ha impulsado a salir de este hogar, tenlo siempre presente, él te protegerá de todos los peligros que vas a correr.
Tras de oír estas palabras, Alfonso salió confiado al mundo.
Pasó mucho tiempo y del joven no se tuvo noticia alguna. Cada día su amada se asomaba a la ventana y miraba al horizonte, por ver si llegaba. Su corazón le decía que él estaba bien y que pronto volvería triunfante.
Un buen día de primavera, la muchacha sintió una alegría especial al despertar. Presurosa se asomó a la ventana, alguien venía a lo lejos, pero no reconoció quien era. Una figura masculina se acercaba. Como salido de un cuento medieval, un hombre vestido con armadura y cabalgando sobre un hermoso caballo negro le saludaba con la mano en alto.
No podía ser su amado, pensaba la joven, aquello debía de ser un sueño. Pero no, Alfonso sonriente le saludaba y desde lejos le llamaba: María, María, soy yo, Alfonso.
Él se bajó de la grupa del caballo, cuando ya estaba cerca de ella. En sus manos portaba una extraña flor azul, la cual entregó a su prometida, como prueba de su amor. Cuando hizo esa entrega, la flor azul quedó reflejada en la superficie lisa y brillante de la armadura que cubría el pecho del joven caballero.
María comprendió, de este modo, que su amado ya estaba preparado para unir su vida a la suya, la aventura había acabado con gran éxito.
Poco tiempo después, en una gran fiesta a la que asistieron todos los familiares y amigos de ambos, los felices novios se casaron. Cuentan las abuelas que les conocieron, que la pareja fue muy feliz, gozando de una larga vida, rodeados de sus hijas e hijos, a los que Alfonso les contó todas las aventuras que a través de los mares y en tierras extrañas vivió, hasta dar con su tesoro que ahora estaba guardado en su corazón.
FIN
Alicia Montesdeoca Rivero
Miércoles, 29 de Enero 2020
Era verano y Jorge jugaba en una playa, a orillas del mar Atlántico, haciendo formas y castillos con la arena mojada.
Inclinado sobre la superficie arenosa, contemplaba las figuras que modelaban sus manos. Tan abstraído estaba que no vio acercarse a un enorme cangrejo, el cual, parándose ante él, miraba sorprendido a aquel ser tan extraño de forma, pues sabrán que era la primera vez que aquel cangrejo veía a un niño.
De pronto, el pensamiento que tenía tan entretenida su cabeza de pelo rubio se interrumpió y dentro de ella Jorge oyó una voz que decía ¿qué cosa eres? ¿Yo?, respondió el niño, también desde el pensamiento, sí, tú el que me responde, volvió a sentir que le decían.
Soy un niño, dijo Jorge, sin darse cuenta que respondía, ni saber desde dónde llegaba la pregunta.
¿Un niño? Volvió a sentir que le decían ¿Qué es un niño?
Jorge calló un momento, reflexionando sobre la respuesta que iba a dar. Un niño, dijo al fin, es el hijo de una mamá y un papá humanos
¿Mamá y papá humanos? ¿Qué es un humano? Siguió preguntando aquella voz
Sí, tengo una mamá y un papá. Ellos son como yo pero más grandes
Inclinado sobre la superficie arenosa, contemplaba las figuras que modelaban sus manos. Tan abstraído estaba que no vio acercarse a un enorme cangrejo, el cual, parándose ante él, miraba sorprendido a aquel ser tan extraño de forma, pues sabrán que era la primera vez que aquel cangrejo veía a un niño.
De pronto, el pensamiento que tenía tan entretenida su cabeza de pelo rubio se interrumpió y dentro de ella Jorge oyó una voz que decía ¿qué cosa eres? ¿Yo?, respondió el niño, también desde el pensamiento, sí, tú el que me responde, volvió a sentir que le decían.
Soy un niño, dijo Jorge, sin darse cuenta que respondía, ni saber desde dónde llegaba la pregunta.
¿Un niño? Volvió a sentir que le decían ¿Qué es un niño?
Jorge calló un momento, reflexionando sobre la respuesta que iba a dar. Un niño, dijo al fin, es el hijo de una mamá y un papá humanos
¿Mamá y papá humanos? ¿Qué es un humano? Siguió preguntando aquella voz
Sí, tengo una mamá y un papá. Ellos son como yo pero más grandes
Pero ¿Tú quién eres? Ahora el que preguntaba era Jorge. ¿Dónde estás?
Yo soy yo, le respondió la voz, y estoy aquí a tu lado.
Jorge miró en todas las direcciones, buscando a otra persona. Pero no había nadie, ni niño ni adulto que estuvieran lo suficientemente cerca para hablar con él.
No te veo, le dijo a la voz ¿Dónde estás?
Y la voz le volvió a decir: aquí a tu lado
De pronto Jorge descubrió un hermoso cangrejo que movía sus pinzas como haciéndole señas para que lo descubriese. ¡Ah! Exclamó Jorge, eres un cangrejo
¿Cómo que un cangrejo? Dijo el pequeño ser, a mí no me llames eso. Yo soy yo y vengo de aquel lugar en donde vivo, señalando, a la vez que hablaba, unas rocas llenas de pequeños orificios, que estaban siendo cubiertos por el mar cada vez que las olas se acercaban a la orilla.
¿En aquellas rocas? Le preguntó el niño
El cangrejo volvió a extrañarse ¿rocas? Por qué le llamas así al lugar de dónde vengo
En ese momento Jorge comprendió lo que pasaba. El cangrejo desconocía que todo tiene un nombre para ser llamado. Al darse cuenta de esto, decidió contarle a su nuevo amigo cómo los humanos denominaban cada una de las cosas que les rodeaban a los dos en aquel momento. Así que le habló del mar, las gaviotas, la arena, el cielo azul, las nubes, la brisa, el sol, la luna...
Al cangrejo le divertía mucho el juego que se habían inventado los humanos para nombrar todo lo que existía a su alrededor. También le sorprendía el sonido diferente que emitía Jorge cada vez que indicaba un nombre distinto para denominar una nueva cosa.
Toda la tarde estuvieron los nuevos amigos compartiendo sus conocimientos. Al final, cuando al niño le llamaron para la cena, prometieron verse de nuevo al día siguiente y seguir profundizando sobre las distintas maneras de conocer el mismo mundo que compartían.
Yo soy yo, le respondió la voz, y estoy aquí a tu lado.
Jorge miró en todas las direcciones, buscando a otra persona. Pero no había nadie, ni niño ni adulto que estuvieran lo suficientemente cerca para hablar con él.
No te veo, le dijo a la voz ¿Dónde estás?
Y la voz le volvió a decir: aquí a tu lado
De pronto Jorge descubrió un hermoso cangrejo que movía sus pinzas como haciéndole señas para que lo descubriese. ¡Ah! Exclamó Jorge, eres un cangrejo
¿Cómo que un cangrejo? Dijo el pequeño ser, a mí no me llames eso. Yo soy yo y vengo de aquel lugar en donde vivo, señalando, a la vez que hablaba, unas rocas llenas de pequeños orificios, que estaban siendo cubiertos por el mar cada vez que las olas se acercaban a la orilla.
¿En aquellas rocas? Le preguntó el niño
El cangrejo volvió a extrañarse ¿rocas? Por qué le llamas así al lugar de dónde vengo
En ese momento Jorge comprendió lo que pasaba. El cangrejo desconocía que todo tiene un nombre para ser llamado. Al darse cuenta de esto, decidió contarle a su nuevo amigo cómo los humanos denominaban cada una de las cosas que les rodeaban a los dos en aquel momento. Así que le habló del mar, las gaviotas, la arena, el cielo azul, las nubes, la brisa, el sol, la luna...
Al cangrejo le divertía mucho el juego que se habían inventado los humanos para nombrar todo lo que existía a su alrededor. También le sorprendía el sonido diferente que emitía Jorge cada vez que indicaba un nombre distinto para denominar una nueva cosa.
Toda la tarde estuvieron los nuevos amigos compartiendo sus conocimientos. Al final, cuando al niño le llamaron para la cena, prometieron verse de nuevo al día siguiente y seguir profundizando sobre las distintas maneras de conocer el mismo mundo que compartían.
Jorge, impresionado por su hallazgo, se alejó pensando cómo contar su extraña experiencia a sus amigos para que lo creyeran. El cangrejo, por su parte, decidió ponerle un nombre a los seres humanos. Pensó que el que mejor les iba era el de seres que tienen palabras, de esta manera él también comenzó a nombrar.
Hace muchos, muchísimos años, tantos que mi memoria no recuerda cuando fue, en la tierra existían unos seres, casi invisibles, que cuidaban de los árboles, las plantas, los insectos y todos los animales grandes y pequeños, alados y terrestres, de la tierra, el agua y el aire.
Durante mucho, mucho tiempo, la colaboración entre esos seres y los humanos fue muy estrecha. Esto posibilitó que sus conocimientos sobre la naturaleza fueran aprendidos por los hombres y las mujeres que habitaban nuestro planeta. De esta manera, gracias a sus enseñanzas, conocieron la forma de obtener los frutos que la tierra producía y que les regalaba para su sustento.
Para celebrar esta unión tan benéfica con los seres casi invisibles, los humanos decidieron reunirse con ellos en unas fechas señaladas. Así, al comienzo y al final de cada una de las estaciones del año, se organizaban grandes fiesta para convocar a las energías benefactoras que aquellos seres casi invisibles atraían.
Tras la ceremonia en la que se daba la bienvenida a todos los presentes, se agradecía a los seres casi invisibles los bienes recibidos con su ayuda, y se les rogaba que siguieran ayudando a los seres humanos en sus tareas en el campo, en la pesca y en la caza. Los humanos bailaban, cantaban, reían y comían ricos manjares. Era su forma de agradecer la presencia a sus benefactores y demostrarles lo contentos que estaban por ella.
Un buen día, alguien pensó que, para que no se les olvidasen tantas cosas como las que habían aprendido, sería bueno ponerlas por escrito. De esta manera se escribió en un libro enorme todas aquellos conocimientos que se habían adquirido de los seres casi invisibles y que, a través de las historias y de los cuentos, habían pasado de padres a hijos.
Esta idea tan estupenda permitió que todos los que lo necesitaran pudieran tener la información, aunque no conocieran la forma de ponerse en contacto con los seres casi invisibles.
Pero... sucedió que con el paso del tiempo los humanos se olvidaron del origen del conocimiento que estaba guardado en aquel libro tan grande y vivieron como si los seres casi invisibles no existieran.
Esta idea tan estupenda permitió que todos los que lo necesitaran pudieran tener la información, aunque no conocieran la forma de ponerse en contacto con los seres casi invisibles.
Pero... sucedió que con el paso del tiempo los humanos se olvidaron del origen del conocimiento que estaba guardado en aquel libro tan grande y vivieron como si los seres casi invisibles no existieran.
Así, terminaron por pensar que sólo a través de los libros se puede acceder a ese conocimiento, e ignoran que hay un cordón invisible que une el conocimiento de los libros con aquellos seres que, desde el principio de la historia, acompañan a los humanos en su vida en la Tierra.
Por eso, cuando leemos un libro hay algo que se alegra en nuestro interior, es la energía que nos llega a través de ese cordón y que nos traslada a aquellos tiempos en que no había intermediarios entre el mundo humano y ellos, los Casi Invisibles.
Aún hoy se siguen haciendo las fiestas cuando se recogen las cosechas, pero ya no se convocan a aquellos seres amigos. Sin embargo, el misterio de la fiesta es que se sigue haciendo de la misma manera que entonces. Cuando se organiza una siempre es para celebrar algo, todo el mundo está contento y se baila, se ríe, se canta y se comen ricos manjares. Todos aquellos alimentos que sigue regalando la tierra a los seres humanos y que son el fruto de los esfuerzos que ellos hacen, pero también de los seres casi invisibles que aún siguen colaborando con las mujeres y con los hombres del planeta Tierra, a pesar de que no sean convocados ni reconocidos.
Por eso, cuando leemos un libro hay algo que se alegra en nuestro interior, es la energía que nos llega a través de ese cordón y que nos traslada a aquellos tiempos en que no había intermediarios entre el mundo humano y ellos, los Casi Invisibles.
Aún hoy se siguen haciendo las fiestas cuando se recogen las cosechas, pero ya no se convocan a aquellos seres amigos. Sin embargo, el misterio de la fiesta es que se sigue haciendo de la misma manera que entonces. Cuando se organiza una siempre es para celebrar algo, todo el mundo está contento y se baila, se ríe, se canta y se comen ricos manjares. Todos aquellos alimentos que sigue regalando la tierra a los seres humanos y que son el fruto de los esfuerzos que ellos hacen, pero también de los seres casi invisibles que aún siguen colaborando con las mujeres y con los hombres del planeta Tierra, a pesar de que no sean convocados ni reconocidos.
Las formas invisibles. pinterest.cl
Pero, ¿quiénes son esos seres casi invisibles de los que hablo? Pues esos son aquellos personajes de los cuentos a los que llaman gnomos, hadas, ondinas o ninfas, elfos, etc. Los cuentos son los libros que se escribieron para que hoy los niños supieran de la existencia de ellos. La idea de escribirlos la tuvieron algunos abuelos y abuelas que querían transmitir las historias que les habían contado cuando eran pequeños. Aquellas historias que sus abuelos y sus padres les narraban y que explican cómo vivían esos seres entre los humanos y cuáles eran las tareas que realizaban.
La abuela Alicia sabe que esos seres existen. Por eso les habla de ellos, para que cuando crezcan puedan pedir ayuda a los benefactores invisibles que todos los humanos tenemos alrededor. Si cuentan con ellos siempre los tendrán de su parte. Y... cuando celebren algún acontecimiento importante no olviden de invitarlos, son muy alegres y divertidos y les encanta asistir a una fiesta
La abuela Alicia sabe que esos seres existen. Por eso les habla de ellos, para que cuando crezcan puedan pedir ayuda a los benefactores invisibles que todos los humanos tenemos alrededor. Si cuentan con ellos siempre los tendrán de su parte. Y... cuando celebren algún acontecimiento importante no olviden de invitarlos, son muy alegres y divertidos y les encanta asistir a una fiesta
Editado por
Alicia Montesdeoca Rivero
Licenciada en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid, Alicia Montesdeoca Rivero es consultora e investigadora, así como periodista científico. Coeditora de Tendencias21, es responsable asimismo de la sección "La Razón Sensible" de Tendencias21. Este blog está dedicado a sus creaciones literarias.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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