CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
 
Escribe Antonio Piñero
 
Creación de los ángeles.
 
Los ángeles son seres creados. Una advertencia: no hablo de “El ángel de Yahvé” en singular, que es una figura especialísima en la Biblia hebrea, que aparece ya en el Génesis y que se confunde prácticamente con Dios. Es este un punto oscuro de la teología de la Biblia hebrea, que probablemente provenga del panteón cananeo: ese ángel solitario podría ser un lugarteniente de ’El  (“Dios) que recibe sus funciones, altísimas, pero que luego es degradado a categoría de ángel. No me refiero, pues a esta figura, sino a los ángeles llamémosles “corrientes”. Es en tiempo de los Apócrifos cuando los visionarios se preguntan de una manera explícita su naturaleza.
 
Estos ángeles son llamados «hijos de Dios» (bené ’Elohim) o «hijos del cielo» (1 Hen 6,2; 13,8), «los santos» (1 Henoc 1,9; 12,2; Jubileos 31,14), fueron creados –según el libro de los Jubileos 2,2– el primer día de la semana de la creación; según Henoc eslavo (2 Henoc) fueron creados el segundo día de la creación; o bien desde la eternidad, según el Apocalipsis siriaco de Baruc 21,6: cuando el hombre fue creado, los ángeles ya existían. En esta línea, Jubileos 10,22 explica el plural de Génesis 11,7: «Ea, bajemos y confundamos sus lenguas», porque los interlocutores de Dios, único, eran los ángeles.
 
La materia de que están hechos los ángeles es el fuego por eso pueden guiar a las estrellas, como veremos. Los judíos no podían imaginar los espíritus sin el revestimiento de un cuerpo, aunque etéreo; a veces los representaban como vestidos de blanco o de luz (Testamentos de los XII Patriarcas Leví 8,2); otras veces los mismos ángeles se aparecen a los hombres en figura humana (Daniel 8,15); pocas veces como Testamentos de los XII Patriarcas Leví 4,1, se habla de «espíritus invisibles».
 
Esta concepción de los espíritus corpóreos de algún modo explica que  el capítulo 6 del Génesis y los Apócrifos, como 1 Henoc,  no encuentren dificultad alguna en que los ángeles se unieran a las hijas de los hombres; por lo mismo se explica el temor de Lamec de que su hijo Noé no fuera hijo suyo, sino de su mujer y un ángel 1 Henoc 106,2-13: “La carne de éste era blanca como escarcha y  roja como las rosas; sus cabellos, blancos como lana, y sus ojos, hermosos. Cuando abrió los ojos, iluminó toda la casa como el sol, y toda ella brilló mucho. 3 Y cuando fue tomado de mano de la comadrona abrió la boca, y habló con el Señor justo. 4 Se asustó de él Lamec, su padre, huyó  y  se llegó  a  su padre  Matusalén. 
 
5Le  dijo: He tenido un hijo extraño, que no es como los hombres, sino que se parece  a los hijos de los ángeles del cielo, pues su naturaleza es otra, no como la nuestra: sus ojos son como rayos de sol, y su rostro, luminoso. 6 Me parece que no es mío, sino de los ángeles, y temo que tenga lugar algún portento en sus días sobre la tierra. 7 Aquí estoy, padre, para rogarte y pedirte que vayas a Henoc, nuestro padre , y oigas de  él  la verdad,  ya  que  él habita  con  los  ángeles.
 
8 Cuando Matusalén oyó las palabras de su hijo, vino a mí, a los confines de la tierra , pues oyó  que  yo  estaba  allí, y  gritó.  Oí  su  voz, fui a él y le dije: Aquí estoy, hijo  mío,  ¿por qué has venido  a mí? Y me respondió así: 9 Por grave cuita he venido a ti, y a causa de una visión atormentadora  me  he  acercado.  10 Padre  mío,  óyeme  ahora, pues  a  Lamec,  mi hijo, le ha nacido un niño que no es semejante a él, ni su  naturaleza como la humana, pues  su color es más blanco  que escarcha  y más rojo que las rosas; su cabello, más blanco que la lana, y sus ojos, como rayos de sol ; y, al abrirlos, iluminó toda la casa. 11 Cuando fue tomado de la partera,  abrió la boca  y  bendijo  al  Señor  del cielo.  12 Su  padre  Lamec se asustó y huyó a mí, pues no cree que sea de él, sino imagen de los ángeles del cielo. Y he aquí que he venido a ti, para que me digas la verdad. 13 Le respondí yo, Henoc, con estas palabras: El Señor producirá cosas nuevas en la tierra: esto ya lo vi en una visión y te lo dije, pues en la generación de mi padre, Yared, no observaron la palabra del Señor desde lo alto del cielo.
 
Los ángeles son una multitud inmensa, como supone 1 Hen 39,12, al señalar que esa multitud los ángeles entona el trisagio, tal como aparece en Isaías 6,3 («Santo, santo, santo es el Señor de los espíritus»). Alrededor del “Anciano de días” = Dios, hay millares y millares de ángeles, según Daniel 7,10; miríadas de miríadas sirven a Dios, como afirma 1 Henoc 4,22.
 
El libro de los Jubileos divide los ángeles en superiores e inferiores: los superiores guardan el sábado, sirven en la corte celestial, están ante la faz de Dios (Jubileos 1,27). Pero curiosamente, estos ángeles guardan también a los hombres (Jubileos 4,15; 35,17). Los ángeles inferiores rigen los fenómenos de la naturaleza, como veremos; de ellos no se dice que guarden el sábado (Jubileos 2,2-18) pues la naturaleza se pararía y derrumbaría.
 
Según 2 Henoc, eslavo, 3,4, en el primer cielo hay doscientos ángeles que mandan en las estrellas; en ese mismo cielo están los almacenes de nieve, hielo y escarcha, custodiados por los ángeles (2 Henoc 3,6). Quince miríadas de ángeles del cuarto cielo conducen el carro del sol de día, y mil ángeles de noche; el carro del sol es precedido por ángeles de seis alas, y le dan fuego cien espíritus celestes (2 Henoc 6,5). En el quinto cielo había doscientas miríadas de ángeles vigilantes acaudillados por Satanael (2 Henoc 7,5) que se transformarán en ángeles rebeldes. En el sexto cielo habitan siete formaciones de arcángeles que rigen toda la naturaleza, los frutos, las plantas y el hombre; entre estos arcángeles hay siete que tienen forma de ave fénix, siete querubines y siete hexaptérigos = seis alas. En el séptimo cielo están los ángeles denominados Virtudes, Dominaciones, Potestades, Querubines, Serafines, Tronos y diez escuadrones de ángeles de muchos ojos, a saber: los ’Ofannim (2 Henoc 9,1:en realidad “ruedas” con ojos: ophán y galgal en hebreo: Galgalim: las ruedas del carro, merkabá, de Ezequiel 1). 1 Hen 61,10 enumera siete clases de ángeles: Querubines, Serafines, ’Ofannim, Potestades, Tronos, y Dominaciones. Según 1 Hen 71,7, los querubines, serafines y ’ofannim no duermen y guardan el trono de Dios. Querubines y serafines se encargan de la guarda del paraíso (1 Henoc 61,10; 2 Henoc 20,1; 21,ls).
 
Seguiremos porque estos textos de los Apócrifos de la Biblia hebrea nos dicen a las claras lo que se pensaba en el Israel del siglo I entre los piadosos, y que de una manera que no sabemos con exactitud llegaba también hasta el pueblo sencillo.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
www.antoniopinero.com
Martes, 29 de Octubre 2024

Escribe Antonio Piñero
 
Sigo de nuevo con mi intento de “mostrar” (no “demostrar”) que hay muchos temas del cristianismo primitivo que son una continuación de la “Literatura judía de la época del Segundo Templo” (desde la vuelta de personajes principales del exilio de Babilonia a finales del siglo VI a. C.: en torno al 530) hasta la destrucción de templo de Herodes en 70 d. C.

La afirmación es importante porque lo que estoy afirmando es que diferentes ideas del cristianismo no se basan solo en la Biblia hebrea (o Antiguo Testamento), sino también en la literatura judía que no logró entrar plenamente en el canon de libros sagrados del Antiguo Testamento, como 1 2 Macabeos, Judit, Eclesiástico / Ben Sira, o Libro de la Sabiduría, más los Apócrifos del Antiguo Testamento, que son muchas obras y que de ningún modo deben confundirse con los apócrifos del Nuevo Testamento.
 
En una serie anterior hemos tratado de la idea de Dios en este tipo de literatura judía, a veces tan desconocida pero tan influyente, y ahora vamos a tratar de las nociones en torno a ángeles y demonios, el origen del mal, el pensamiento dualista básico del trasfondo (este mundo / el futuro; materia / espíritu; bien /mal; arriba / abajo; luz /tinieblas, etc.
 
En la época de Jesús, en el mundo judío, Los saduceos no creían en los ángeles; los fariseos los admitían, pero con cautela. Los libros bíblicos tardíos –literatura judía del Segundo Templo que acabamos de mencionar y que repito– como los libros de las Crónicas, Judit, Ben Sira / Eclesiástico, Sabiduría y Macabeos– no mencionan los ángeles o lo hacen con parsimonia. Sin embargo, la literatura apócrifa perteneciente a esta época pero que se acerca más al tiempo de Jesús o incluso lo sobrepasa un poco, otorga extraordinaria importancia a ángeles y demonios. Es ésta, sin duda, una de las más típicas manifestaciones del dualismo en tal literatura, de lo que hablaremos hoy.
 
I. ÁNGELES
 
Es verdad que la multiplicación de espíritus buenos y malos y el acrecentamiento de la creencia en su poderosa influencia en los hombres, buena o mala, se atribuye corrientemente en la investigación de la Biblia hebrea al influjo persa a través de Babilonia (consideren que, a pesar de que las lenguas son distintas –la semita y la persa– ya en tiempo de Alejandro Magno Babilonia había sido ganada por las doctrinas religiosas persas, al fin y al cabo las de un país cercanísimo, pegado geográficamente: Irak = Mesopotamia e Irán = Persia).
 
Además, la religión persa estaba bien considerada por lo que influyó en la religión judía. Esto es cierto en cuanto a la intensidad y variedad del pensamiento judío sobre ángeles y demonios y la consideración de su gran número y sus clases diversas, aunque el origen de las creencias en ángeles sea anterior en el tiempo y no podamos determinar cómo surgió. Debe de ser una creencia espontánea de una concepción “animista” del mundo que en breve síntesis afirma que toda entidad superior, benigna o maligna, es un alma / espíritu superior al humano.
 
Sea como fuere (no podemos saberlo por falta de textos precisos), los numerosos ángeles y demonios del judaísmo de la época helenística (desde el 320 a. C. en adelante) vienen a llenar el amplio espacio dejado vacío entre el ser humano por la idea del “alejamiento de Dios”, un Dios que se piensa como una entidad cada vez más trascendente; y los ángeles, en concreto, los ángeles buenos, empiezan a hacer la función de unir la esfera celeste de ese Súper Dios súper alejado o súper trascendente,  con el mundo terrestre.
 
Pero también es verdad –como acabo de insinuar– que el origen de la creencia en estos espíritus se remonta más arriba, al Israel muy antiguo, el que recoge leyendas anteriores a su propia entidad precisa como grupo cananeo específico entre otros cananeos. Tales leyendas sobre los espíritus buenos y malos son de origen sumerio, y fueron trasmitidas por acadios y babilonios, pueblos e imperios que suceden a Sumer en el mando sobre Mesopotamia. Una de esas leyendas es la que atañe a la serpiente del paraíso de Génesis 3, que constata la existencia entre el pueblo de una representación de la potencia enemiga de Yahvé ’Elohim, pero que al principio no se confunde con Satanás. Atención, porque esta distinción es importante
Así pues, antes de la fusión del dios madianita Yahvé con ’El, la divinidad suprema cananea, aparecen en el Génesis, en el capítulo 6, unos espíritus en la figura de “hijos de Dios”, los bené ’Elohim ( = hijos de dios ’El). Es este un texto confuso y embarullado por las múltiples tradiciones antiquísimas que en él se juntan, a saber “hijos de ’El”, “hombres normales” y “gigantes”, que nacen de la unión de mujeres terrenas con los hijos de ’El.
 
Es importante que el caos producido por esa mezcla de seres disgusta a la divinidad (’El / Yahvé) que se arrepiente de haber creado a los humanos y decide aniquilarlos… menos a Noé, que es el único justo. Desde ese momento en el relato bíblico tardío aparecen ya los primeros espíritus que son enemigos de la divinidad Yahvé, a la vez que esta va acaparando los atributos de ’El, y digo los primeros enemigos porque no queda claro aún que la serpiente malvada del Paraíso sea Satán. Esa fusión se hace muy posteriormente al origen de tal leyenda.
 
Aunque los israelitas antiguos fuesen cananeos –como aseguran los arqueólogos judíos Finkelstein y Silberman–, los “hapiru” o hebreos se distinguieron pronto religiosamente de los demás cananeos; y en su religión, más avanzada, que en último término desembocará en el monoteísmo. Con el tiempo en la religión cananea de Israel los ángeles toman el relevo de los dioses secundarios del panteón cananeo, que rodean a ’El; es decir, la teología hebrea rebaja de categoría a esos dioses secundarios –de dioses a ángeles– para defender primero que hay un dios muy superior a los demás (henoteísmo) y finalmente que solo hay un Dios (monoteísmo).
 
 Antes del destierro de Babilonia (comienzos del siglo VI a. C.: 589) no se reflexiona sobre la condición moral de los ángeles. Son buenos, si hacen bien a los humanos; son malos, si les causan mal. Aparecen sin más justificación en la tierra para llevar a cabo alguna misión concreta encomendada por la divinidad ya para bien, o para mal o castigo. En torno a la época del destierro y un poco después es cuando se estima que comienza a diferenciarse entre los ángeles buenos y los ángeles malos o demonios, según su naturaleza.
 
Es preciso subrayar que la presencia de los ángeles no significa en modo alguno que Dios ya no pueda comunicarse directamente con los hombres o éstos con Dios tanto en la Biblia hebrea como en los Apócrifos. En estos libros tardíos, ya cerca de la era cristiana se dice que Dios hablando con los que han heredado el espíritu de los grandes héroes directamente con figuras del pasado. En el libro de Daniel (hacia el 165 a. C.) Dios no asigna a su pueblo ningún ángel custodio, pues es Dios mismo quien cuida a su pueblo, mientras que a las demás naciones las gobierna mediante ángeles (Dn 10,13.20).

 Por ello se puede decir que, aunque la trascendentalización de Dios significó una mayor atención de los israelitas a los seres intermedios entre la divinidad y el mundo, no parece posible atribuir sin más el origen de la creencia en los ángeles al sistema teológico que alejó a Dios de sus criaturas.

Seguiremos con los temas de la creación de los ángeles, de la “materia” de la que están hechos, si son muchos o pocos, y si hay clases entre ellos. Todo es doctrina curiosa paganocristianos nosotros en el siglo XXI, pero cerca de la época de Jesús se creía en estas cosas.
 
Seguiremos pues.
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
Martes, 8 de Octubre 2024

Un cambio de paradigma (y IV). A propósito de la cuarta edición de este libro hace unos meses


Los Libros del Nuevo Testamento (y IV). A propósito de la cuarta edición de este libro

Hoy escribe Juan Curráis

La originalidad es un don de los dioses (Karl R. Popper)

En la Introducción general Antonio Piñero explica igualmente el desarrollo y evolución del texto griego con sus diversas ediciones históricas. Estudia la hipotética reconstrucción de la figura histórica de Jesús de Nazaret así como la formación y la división de las primeras comunidades cristianas, judeocristianas y helenísticas. La aparición de la figura clave de Pablo de Tarso a partir de su “llamada” por revelación divina supone una mutación profunda, al convertir el Evangelio judío de Jesús en un nuevo Evangelio de salvación universal, inspirado en los cultos mistéricos de las religiones grecorromanas.
 
En el apartado dedicado a la “pseudoepigrafía” (pág. 41-42) se clarifica la distinción entre anonimato, pseudonimia y falsificación. Ésta se refiere a los escritos que suplantan las figuras de Pablo, de Juan, de  Pedro, de Jacobo o de Judas. Los cuatro evangelios y Hechos son anónimos. Hay siete cartas auténticas de Pablo y el Apocalipsis tiene como autor desconocido a un tal Juan. Lo dicho plantea el problema teológico de la inspiración divina a través de falsificadores.  Sigue el análisis de los diversos escritos hasta la aparición de un canon de libros sagrados a finales del s. II, las diversas hipótesis sobre la formación de ese canon, que obedece a un acto de política eclesiástica. Finalmente se da razón del orden de los libros del N. T. antes mencionado.
 
En su blog de Religión Digital el teólogo y exégeta Xabier Pikaza escribió un artículo titulado Los libros del Nuevo Testamento de Piñero, una obra única. A ella voy a responder con brevedad. Pikaza reconoce y encomia la intensa carrera intelectual de Antonio Piñero y el valor del volumen enciclpédico de Trotta, elaborado con un equipo de colaboradores. Pero piensa que Piñero exagera y es demasiado pretencioso al afirmar el carácter único de esta obra en el panorama de la investigación en español. En el título hablaba de obra única, lo que luego parece negar.
 
Cita otras obras publicadas en editoriales confesionales, que están en la misma línea de tratamiento histórico y literario. Entre ellos, los manuales de   Ph. Vielhauer y H. Köster, junto a otras dos que estarían a la misma altura que la de Piñero, con el nombre tradicional de Nuevo Testamento. Son el libro de Manuel Iglesia González en la B.A.C. y el de Senén Vidal en edit. Sal Terrae. Pikaza cita además la magnífica obra de Fernando Bermejo La invención de Jesús de Nazaret (Siglo XXI, Madrid 2018) que, “puede y debe ponerse al lado de ésta de Piñero”.  Sin duda, concuerdo en el juicio positivo sobre esta excelente obra de un investigador independiente.
 
Me sorprende, sin embargo, que aun reconociendo que la obra de Trotta no se presenta como antirreligiosa, la postura ciertamente agnóstica de Piñero venga calificada con los extraños epítetos de “agnosticismo dogmático”, lo que suena a oxímoron, “en la línea de los racionalistas prekantianos del siglo XVII y de los neo-positivistas de principios del siglo XX”. Ahora me entero, o res mirabilis, de que el racionalismo de Piñero es dogmático y no escéptico o de que ha de ubicarse en el “Círculo de Viena”. En contraposición, Pikaza se autocalifica como “agnóstico creyente” (!!), situándose filosóficamente al lado de Wittgenstein, Gadamer e incluso de Popper.
 
Parece no aceptar el criterio de demarcación que propone Popper, desde su teoría de la falsabilidad, entre ciencia y pseudociencia, que tiene continuidad en la crítica a las pseudociencias realizada por Mario Bunge, donde está incluida la teología, cuyas afirmaciones no son refutables por ningún acontecimiento empírico. Es decir,  Pikaza no parece distinguir entre teología y ciencia histórica, realizando un mescolanza entre el pegadizo aceite de la fe cristiana y el agua clara de la razón científica. Pikaza achaca a Piñero una cierta alergia a Jesús, por quedarse con el humo de la superficie, sin llegar al fuego del fondo. Es decir, supone que para pensar la fe es necesario sentirla. De modo análogo, un médico no puede entender un cáncer porque no siente el tumor. Tampoco acepta que todos los cristianismos del N.T. sean paulinos en mayor o menor medida, minusvalorando la aportación petrina.
 
En su discurso repite lugares comunes de la investigación confesional, presentando como histórico lo que es doctrina teológica: por ejemplo, la afirmación de la relación filial de Jesús con el Padre como esencia de su mensaje, así como el uso singular y único de Abbá.  La no contraposición de fe e historia, la muerte de Jesús en obediencia a la voluntad de Dios, la historicidad de las noticias sobre la resurrección junto a la huella del sepulcro vacío, la suposición de que en pascua “algo sucedió” de carácter sobrenatural, que impulsó a los discípulos a continuar la obra del maestro, después de la “experiencia” vivida de la resurrección.
 
En definitiva, Pikaza realiza, como otros muchos exegetas confesionales, una míxis de elementos históricos con doctrina teológica, afirmando que la fe nos lleva al conocimiento y éste a la fe. Lo que recuerda el círculo medieval del credere y el intelligere: creo para entender y entiendo para creer.  Utilizando la expresión de Weber, califica a Piñero de unmusikalisch, falto de oído musical para captar la vibración de la experiencia de fe. Ello remite a la falaz sentencia de Agustín: nisi credideritis, non intelligetis (si no creéis, no comprenderéis), que afirma la supremacía de la fe.
 
La aceptación del cambio de paradigma que hemos analizado y justificado, con el paso de la teología a la ciencia,  implica en el lector un cambio de mentalidad, que equivale a una “conversión intelectual”, a la que los griegos denominaban meta-noia (=cambio mental) y que Platón explicaba alegóricamente con la difícil salida de la caverna, ascendiendo desde las sombras de la mera creencia a la luz del conocimiento. Kant relataba su “conversión intelectual” al afirmar que el escepticismo de Hume lo había despertado del sueño dogmático, en referencia al ilusorio saber metafísico. Pues bien, el cambio de paradigma en la obra editada por Trotta, requiere un despertar del largo sueño dogmático, que representa el paradigma hegemónico de la teología cristiana tradicional, fundada en la experiencia de fe.
 
Saludos de Juan Curráis

Catedrático jubilado de Filosofía de Enseñanza Media
 
 

Martes, 1 de Octubre 2024


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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