Notas
Escribe Antonio Piñero
Jesús como el último Profeta Verdadero Según las Pseudoclementinas hay dos clases de profecía: una femenina, errónea, que induce incluso a adorar a los dioses falsos y que utiliza las Escrituras de un modo torcido; y otra profecía, masculina, perfecta, imbuida del Espíritu Santo, que dice solo la verdad. Ciertamente Jesús, que es hombre y no mujer, es el Profeta Verdadero del final de la historia, pero no fue el primero. El Espíritu que hace al ser humano profeta se aposentó en primer lugar en Adán, luego en Abrahán, Jacob y Moisés. Finalmente, en la época mesiánica el Espíritu habita dentro de Jesús tras haberse ocultado por un cierto tiempo. Su venida era de esperar, pues había sido predicha por Moisés en Deuteronomio 18,15: “El Señor Dios os suscitará un profeta como yo entre vuestros hermanos: oídle en todo. Pero el que no oiga a ese profeta, morirá”. Pero durante ese intervalo el Profeta Verdadero no se ocultó totalmente, sino que se mostraba internamente al espíritu de los piadosos o rectos de corazón, impartiendo luz y sabiduría. Así lo indica claramente Reconocimientos II 22,3-5: “Comprended, pues, que la puerta es el Profeta Verdadero del que hablamos, la ciudad es el reino en el que reside el Padre omnipotente, a quien solamente pueden ver los que son limpios de corazón. Por consiguiente, no nos parezca difícil el trabajo de este camino, porque a su término seguirá el descanso. Pues el mismo Profeta Verdadero desde el principio del mundo se apresura corriendo a lo largo del tiempo hacia el descanso. Y está presente con nosotros todos los días, y si alguna vez es necesario, aparece y nos corrige para poder llevar a la vida eterna a los que le obedezcan”. La función del espíritu divino profético, inhabitante del interior de Jesús, no se concentra en modo alguno en su función redentora en la cruz, sino en su tarea de maestro de la verdad. El Verdadero Profeta enseña la verdad sobre todo tema que interese a la salvación. Su función se acerca así más al maestro y redentor gnóstico, que salva por el conocimiento (gnosis), que al salvador paulino, que redime por el sacrificio de su muerte en cruz, y más al Jesús johánico, el revelador celestial que al de los Sinópticos. Como docente es el redentor no solo del pueblo judío, sino también de los gentiles. Aunque Jesús sea judío, “promete la vida eterna a todos los que cumplen la voluntad de su padre que lo ha enviado”: Reconocimientos I 7,3, incluidos los gentiles (H III 19,1); y aparte de enviado, es el redentor, iluminador y revelador para toda la humanidad. Jesús, por ser el Profeta Verdadero más importante de la serie de profetas (H II 15ss. 52), es muy superior a Moisés quien era solo un profeta, pero Jesús además es el mesías e hijo de Dios (H I 7,2-6), fue elegido por la divinidad como verdadero profeta y mesías, porque su comportamiento había sido absolutamente de su agrado. Solo de un modo muy relativo es el nuevo Moisés, puesto que es superior. A pesar de su humanidad, el Jesús judeocristiano de la Novela de Clemente se parece a la de la Sabiduría judía, helenizada y personalizada. Como encarnación de esta, el Profeta Verdadero debe llenar el mundo e influir en la mente de los que desean escucharlo: Reconocimientos II 22,5: “Él está presente con nosotros todos los días, y si alguna vez es necesario, aparece y nos corrige para poder llegar a la vida eterna”. “Es imposible alcanzar la verdad salvadora sin su doctrina, aunque alguien busque durante un siglo donde no existe lo que se busca, pues estaba y está en la palabra de nuestro Jesús”, afirma Pedro en Homilías III 54,1. El Espíritu del Profeta verdadero, Jesús, procede de Dios y es igual al Espíritu de este: Homilías III 17,1. Otras características de este Espíritu: su posesión en Jesús es connatural y duradera, no temporal: Homilías III 13,1-2 / Homilías VIII 10,1; no depende de visiones y sueños: Homilías XVII 14; posee la presciencia, Homilías III 11,2, y la omnisciencia: Reconocimientos I 21,7 / Homilías II 6,1 / III 12,1-3; es infalible: Reconocimientos VIII 59,2. Sin embargo, como hombre que era Jesús no conocía todo: “Nuestro maestro confesó que ignoraba el día y la hora, cuyas señales había predicho, para referirlo todo al Padre”: Reconocimientos X 14,3; a pesar de todo, “el Profeta Verdadero nos ha entregado aquellas cosas que juzgó suficientes para el conocimiento humano”: 14,4. Finalmente, debe decirse que el don de la profecía de Jesús, Profeta Verdadero, abarca pasado, presente y futuro: Homilías II 6,1. Los temas de la enseñanza de Jesús como profeta aparecen resumidos en Homilías III 50-57, donde se inculca la idea de que es imposible alcanzar la verdad salvadora sin su doctrina. Esta, entre otros temas, pone de relieve la abolición del culto sacrificial en la era mesiánica y la depravación del ser humano presa de los demonios desde que estos causaron la entrada del mal en el mundo. Aclara también la maldad de la adoración a dioses que no son tales, olvidando al único Dios verdadero; explica los inmensos peligros de la perversa vida de corrupción moral causada por ese culto desviado y endemoniado. Función especial suya es aclarar todo lo que en las Escrituras es erróneo, proclamando la verdad salvadora por medio de su correcta interpretación. Cuando enseña, muestra el único camino de la Verdad. Se lee Homilías III 54,1: “Es imposible alcanzar la verdad salvadora sin su doctrina, aunque alguien busque durante un siglo donde no existe lo que se busca, pues estaba y está en la palabra de nuestro Jesús”, y hay que ofrecerle aquiescencia absoluta, de tal modo que los que creen haber encontrado la verdad por ellos mismos se equivocarán (H II 6,1-2). La necesidad de la aparición del Profeta Verdadero durante toda la historia, y al final de ella sobre todo, es clara ya que el ser humano por sí mismo es incapaz de conocer la verdad. Hay que prestar atención sólo a Jesús: “La cuestión de la piedad tiene necesidad de un Profeta verdadero, para que nos diga cómo son las cosas en realidad y cómo tenemos que creer en todas ellas. Por lo tanto, es preciso en primer lugar que el Profeta, una vez que ha sido examinado en toda su actividad profética y se le ha reconocido como verdadero, sea creído en todo lo demás y no sea ya cuestionado en ninguna de las cosas que dice, sino que tales cosas deben ser aceptadas como verdaderas con una fe apropiada, y recibidas con un convencimiento seguro”; Homilías III 28,1: “Por eso, es necesario oír al único Profeta de la verdad y saber que, la palabra sembrada por otro, al llevar la imputación de adulterio, queda como arrojada del reino por su esposo”. Como Profeta Verdadero, Jesús es el único que enseña a conocer la voluntad de Dios. Nadie tiene excusa por no conocer al Profeta Verdadero, ya que su descubrimiento es fácil, Homilías II 9,2: “Dios, que se cuida de todos, ha puesto en todos una gran facilidad para hallarlo, a fin de que ni los bárbaros sean ineptos ni los griegos incapaces de descubrirlo. En consecuencia, su descubrimiento es fácil” precisamente porque se puede comprobar que ha ocurrido todo lo que él había predicho de antemano: Homilías II 10,1-3, y el empeño por hallarlo es premiado siempre por Dios. Pero una vez descubierto el Profeta Verdadero, hay que obedecerlo en todo. Según Reconocimientos I 56, si se prueba que Jesús es el Mesías predicho por Moisés, no se puede ya negar su doctrina. La universalidad de la doctrina impartida por el Profeta Verdadero y por su discípulo predilecto, Pedro (H XVIII 7,6; Pedro es el apóstol del Profeta Verdadero enviado por Dios para la salvación del mundo: Homilías XX 19,3 / Reconocimientos X 61,3.), tiene algunas restricciones: existe una comprensión secreta de la Ley: Reconocimientos I 74,4, pues un aura de esoterismo rodea la interpretación de la Escritura: Reconocimientos II 45,6; las cosas supremas quieren ser honradas con el silencio: Reconocimientos I 23,1 / XX 8,5-6. “Os recuerdo –dice Pedro– que no conviene decir tales cosas a todos, sino a los más experimentados. Tampoco conviene asegurar ligeramente tales cosas entre vosotros, ni que os atreváis a hablar como si hubierais llegado al descubrimiento de los misterios, sino que es preciso que penséis solamente en ellos en silencio”. Esto quiere decir que no se deben hacer públicas las cosas inefables: Reconocimientos I 23,2 / 52,2; no es lícito hablar sobre la comprensión fundamental de la divinidad ante oídos poco dignos: Reconocimientos III 1,7; si se presenta la verdad auténtica a los que no desean conseguir la salvación, se comete una afrenta contra aquél de quien se ha recibido la orden de no arrojar las perlas de sus palabras ante los puercos: Reconocimientos III 1,5; no conviene que Pedro hable sobre las cosas secretas y apartadas de la ciencia divina al que está públicamente envuelto y contaminado en pecados, sino más bien que le intime y amoneste para que abandone su vida pecaminosa y libre sus actos de los vicios (R II 4,4). El secretismo de la doctrina de Pedro, recibida por el contacto con el Profeta Verdadero, es aparente en otros pasajes. Los libros con sus “predicaciones” no se entregarán a nadie que no sea fiel: Cont 2,1 / Cont 3,1 / EpP 2,1; se necesitan seis años de prueba para recibirlas: Cont 2,2; tal entrega será hecha con todas las seguridades y solo a los que desean vivir piadosamente y salvar a los otros: Cont 5,3. Igualmente hay una parte de la doctrina de Jesús que es también secreta: los misterios del reino de los cielos se explican solo a los discípulos: Homilías XIX 20,1-3; la Ley recomienda el lenguaje secreto para los misterios divinos a partir de la tradición: Reconocimientos II 45,6. Hemos señalado que el ser humano convertido en el Profeta Verdadero por designio divino es inhabitado por el Espíritu. ¿Hay que entender esta inhabitación como una suerte de auténtica reencarnación, o simplemente como un traslado del mismo espíritu a diversos portadores? No queda absolutamente claro en las Clementinas, pero lo más probable es que el autor, judeocristiano, no piense en reencarnación alguna, sino en la reaparición e inhabitación del mismo espíritu en hombres diferentes . Algunos de ellos permanecieron durante su vida casi como desconocidos, es decir, apenas fueron denominados “profetas verdaderos”; pero otros sí, como Adán, Abrahán, Moisés y Jesús: Reconocimientos I 60,4; “Os recuerdo –dice Pedro– que no conviene decir tales cosas a todos, sino a los más experimentados. Tampoco conviene asegurar ligeramente tales cosas entre vosotros, ni que os atreváis a hablar como si hubierais llegado al descubrimiento de los misterios, sino que es preciso que penséis solamente en ellos en silencio”. La unidad del Profeta Verdadero abarca a los siete personajes principales, que aparecen como figuras reveladoras de una suerte de la especie interna del hombre ideal, que está en la mente divina. No parece, pues, que haya en las Clementinas reencarnación en el verdadero sentido (quizás sí la habría entre los elcasaítas; pero también lo dudamos). Es posible que este trasvase del espíritu profético tenga en las Clementinas un sesgo antimarcionita, ya que funde al Mesías con grandes personajes del Antiguo Testamento en cuanto inhabitaciones del Profeta Verdadero hasta Jesús, después del cual vendrá el final, pues no habrá otro Profeta. Seguiremos con algunos temas de interés en las Pseudoclementinas como las figuras de Pablo, Simón Mago, Clemente y Pedro. Saludos cordiales de Antonio Piñero
Martes, 25 de Junio 2024
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El “Jesús
Escribe Antonio Piñero Una de las cosas más sorprendentes, tanto de las Homilía, como de las “Reconocimientos o Recognitiones, en latín” de “La novela de Clemente” es cómo entiende la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento el héroe de la trama, el discípulo preferido de Jesús, Pedro. Dejamos ahora la cuestión de las curiosas ideas sobre la Biblia en la “Novela de Clemente” / “Literatura Pseudoclementina” y nos centramos en la figura de Jesús de Nazaret según su discípulo predilecto, que no es Juan, sino Pedro. Para este Jesús es el último de los profetas, el bueno y el verdadero. Según Pedro, la creación divina del universo está organizada por su providencia en pares o “sicigías” (las cosas “unidas por un yugo”, como la pareja de bueyes), claramente expresada por la naturaleza misma: “Dios, al instruir a los hombres acerca de la verdad de las cosas, aunque él es uno, dividió los extremos en pares y en contrarios. Hizo el cielo y la tierra, el día y la noche, la luz y el fuego, el sol y la luna, la vida y la muerte”: Homilía II 15,1. “Así Dios estableció sucesivamente todos los pares. Pero en el caso de los hombres ya no es así, sino que él cambió todas las parejas. Pues así como las primeras cosas de Dios son mejores y las segundas peores, en el caso de los hombres descubrimos lo contrario, las primeras cosas son peores y las segundas mejores”: Homilía II 16,1. Primero vinieron las diversas profecías de la Biblia hebrea, que son inferiores y luego vino la profecía buena, la de Jesús, en segundo y último lugar. Jesús es el Profeta Verdadero, el segundo y el último. Pasa lo mismo con Simón Mago y Pedro. Primero apareció Simón profetizando que es malo, y detrás vino Pedro profetizando que es el bueno. Las Clementinas proclaman con claridad que Jesús no es Dios, sino “hijo de Dios” en un sentido judío, como puede ser un profeta o el sumo sacerdote. Jesús no afirmó que él era Dios, según Homilía XVI 15,1-2 y según Reconocimientos I 45,1-2, “Cuando hizo Dios el mundo, como señor del universo estableció príncipes para todas y cada una de las criaturas… y como príncipe para los hombres, estableció un hombre, que es Cristo Jesús”. Este hombre es el mesías, sin duda alguna. Ahora bien, el mesías humano está inhabitado, tiene dentro, el espíritu del “Cristo/mesías eterno” un espíritu que preexiste, que es anterior a la creación del universo. Ahora bien, la idea de un “Cristo/mesías eterno” supone una teología de la preexistencia que aparece en el Nuevo Testamento claramente solo en el Prólogo del Evangelio de Juan. Homilía e defendido en otros lugares que es probable que haya que conectar esta preexistencia del mesías eterno con la idea rabínica (bTalmud Nedarim 39 b; Pesachim 54a; Yirmiyahu 17,12; Bereshit Reconocimientos abba 1,4) de las “Siete cosas que preexistían antes de la creación: Torá, Paraíso, Gehenna, Arrepentimiento, Templo, Trono de gloria, Nombre del mesías”. Así pues, el “mesías eterno” preexiste en la mente divina al igual que la Torá o el Templo, y va inhabitando o reencarnándose en los sucesivos Profetas Verdaderos. En el caso de Jesús, tal como parece sostener la teología cristiana primitiva de Hch 2,34-36 (“Pues David no subió a los cielos y sin embargo dice: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. «Sepa, pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado»; todo esto ocurre tras la resurrección.) y Pablo en Reconocimientos m 1,3-4 (Jesús, hijo de David, según la carne), el mesías sería en su vida en la tierra un ser humano aunque inhabitado por el espíritu del “mesías eterno”, y dejaría de ser un mero ser humano solo tras su resurrección; cuando es exaltado a los cielos, es divino…, no antes; y es divino de algún modo no explicado nunca totalmente, ya que es un misterio, relativamente comprensible: “Pedro dijo entonces: «Me obligas, Clemente, a hacer públicas algunas de las cosas inefables. Sin embargo, en la medida en la que sea permitido, no tendré reparo en hacerlo. Cristo, que existía desde el principio y siempre a lo largo de todas y cada una de las generaciones, estaba siempre presente para los piadosos, especialmente para aquellos que lo esperaban y a quienes frecuentemente se apareció»”: Reconocimientos I 52,2-3). Si se piensa en la divinización de los héroes en el mundo grecorromano (Heracles / Hércules y Asclepio / Esculapio), este proceso de divinización por la inhabitación en el ser humano de un espíritu divino, de los dioses es relativamente claro. Los héroes grecorromanos tienen dentro, en su espíritu, algo que los iguala a los dioses como Hércules o Esculapio durante su vida mortal, que una vez muertos son divinizados. Las apariciones, revelaciones y ayudas del Profeta Verdadero son de dos clases. Según Reconocimientos I 52,3 / Reconocimientos II 22,4-5, el Profeta Verdadero está dentro de los piadosos y se aparece a ellos en todo momento corrigiéndolos y ayudándolos. Pero hay otra clase de aparición del Profeta verdadero, la segunda, que es puntual: no se muestra a todos los piadosos, sino a algunos hombres especiales. En concreto a los que son, por designio divino los siete pilares o columnas del mundo: Adán, Henoc, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, y Jesús (Reconocimientos II 47,2 y Homilía XVIII 13,4–14,1). Para complicar el panorama acerca de la naturaleza del Juan mesías y Profeta verdadero (y para convencernos de la idea de que en las Pseudoclementinas han intervenido muchas manos con ideas contradictorias a lo largo de los años, desde el 230, más o menos, versión griego original, hasta el siglo IV/V versión latina arreglada) aparece claramente en la teología de las Clementinas el uso de expresiones que relacionan esta naturaleza del Mesías / Jesús con las concepciones judías acerca de la Sabiduría, la Palabra y el Espíritu como hipóstasis, es decir, entidades divinas personificadas, pero no pensadas con una forma angélica. Así en Reconocimientos I 391-2, y I 40,3-4: en el tiempo mesiánico apareció el profeta anunciado por Moisés y abolió los sacrificios, ya que los humanos “serían purificados no por la sangre de los animales, sino con la purificación de la Sabiduría de Dios gracias al bautismo en el nombre de Jesús”. “Cuando prevalecía la maldad de los impíos con su actividad, la Sabiduría de Dios asistió a los que aman la verdad y los ayudó eligiendo a los doce apóstoles”. Por un lado, pues, Jesús no es más que un profeta, ser humano aunque excelso; mas, por otro, hay textos que parecen igualarlo a Dios. Más difícil todavía respecto a la naturaleza del mesías: en Homilía XVI 16,1 afirma Pedro expresamente que “Es propio del Padre no haber sido engendrado, y del Hijo el haberlo sido” y en el v. 3 el mismo Pedro pregunta a Simón: “¿Por qué no comprendes que si uno es autoengendrado o no engendrado, el que es engendrado no puede llamarse lo mismo, y ni siquiera (puede decirse) que el engendrado (sea) de la misma sustancia que el que lo ha engendrado…?”. Solo esta diferencia –según Pedro– haría al Padre e Hijo desiguales; por ello no se puede llamar Dios al Hijo, pues lo engendrado no puede compararse con el no engendrado o autoengendrado” Esta cuestión entendida al modo arriano –y el autor parece tener afinidades arrianas– podría cuadrar perfectamente con el Hijo, creado sí, pero desde toda la eternidad, y podría denominarse Dios, aunque de “segunda clase”. Reconocimientos habría mantenido esta teología: deus ingenitus –filius genitus: Dios inengendrado – hijo engendrado: Reconocimientos III 7–10; (pero este pasaje es probablemente una glosa arriana dentro de las Pseudo Clementinas). Más oscuridad aún aporta la sentencia de Homilía XX 7,6 donde Pedro utiliza el término homooúsios, “de igual naturaleza”: “De ahí que, mucho más, el poder de Dios cambia cuando quiere la sustancia de su cuerpo en lo que quiere. Y emite en este cambio un ser de la misma esencia, pero no del mismo poder”. Así pues, según Pedro, Jesús es “hijo de Dios”: Homilía XVI 15,2 (“Pedro respondió: “Nuestro Señor no afirmó que hay otros dioses además del que ha creado todas las cosas, ni promulgó que él era Dios, sino que llamó con razón bienaventurado al que dijo que era hijo del Dios que ha embellecido el universo”); 16,5: (“Cristo es llamado Dios”), pero no se le puede denominar Dios como al Padre; es engendrado: Homilía XVI 16,1, pero el Padre es inengendrado: Homilía XVI 1.3. Consecuentemente, Jesús como mesías no es en todo igual al Padre. Según Homilía XVI 16,2-3 (“Repuso Pedro: «¿Por qué no comprendes que si uno es autoengendrado o no engendrado, el que es engendrado no puede llamarse lo mismo, y ni siquiera (puede decirse) que el engendrado (sea) de la misma sustancia que el que lo ha engendrado…»”?). No tiene, pues, la misma esencia; pero según Homilía XX 7,6 sí tiene la misma esencia aunque no tenga el mismo poder. Es posible que en la mente del Pedro de las Clementinas no se vea contradicción alguna, pero para nosotros al menos cuál sea la naturaleza del Mesías no queda en absoluto clara. A pesar de algunas de estas frases que pueden entenderse como arrianas, la teología general de la relación Padre-Hijo en las Clementinas parece ser más bien adopcionista como la del evangelista Marcos en su descripción del bautismo de Jesús (Mc 1,9-11: la voz celeste proclama Hijo a Jesús). El “mesías eterno” en su vida terrenal es solo el mesías “designado”, que no pudo presentarse totalmente ante los humanos en su elevada y total dignidad hasta después de la resurrección; pero el Espíritu que lo inhabitó en su vida terrena (el concepto de mesías existente antes de la creación) era el “Cristo eterno”: Reconocimientos I 43,1 / 44,2 / 63,1. Que el mesías es un ser humano se defiende también en las Clementinas cuando se habla de la “monarquía” (Homilía III 61,4 / IX 2,3 / Homilía XVI 15,2) o suprema potestad de Dios Padre (Homilía III 9,1 / 59,2). De una manera vulgar, al igual que las gentes paganas llaman “dioses” a sus gobernantes, se podría decir que el Mesías es “dios” (Reconocimientos II 42,8: “el Dios de los príncipes es Cristo, que es el juez de todos”). De cualquier modo, el Padre no consiente que nadie pueda ser igual que él: Homilía XVI 17,1, y por tanto Cristo no puede llamarse “Dios de Dios”: Homilía XVI 15,3 / Homilía XX 3,6 afirman que el “Bueno” (Jesús / Mesías) es demiourgetheís = creado = el Mesías; el único increado es Dios: Homilía X 10,1. Como puede observarse, las muchas manos han introducido dentro de la teología de la Literatura Pseudoclementina los debates cristológicos del siglo IV en el que las ideas cristológicas no se expresaban a menudo con toda la claridad que desearíamos hoy día. Seguiremos en una próxima entrega con la noción de Jesús como el único “Profeta verdadero” en la Literatura Pseudoclementina Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com
Martes, 11 de Junio 2024
NotasEscribe Antonio Piñero Durante muchos años, desde el año 2000, Gonzalo del Cerro (ya fallecido) y yo nos hemos ocupado en editar textos multilingües de los Hechos de los Apóstoles apócrifos en latín, griego, siríaco y copto. De estas dos últimas lenguas solo hemos presentado traducciones muy literales, ya que no parecía de interés editorial imprimir los textos siríaco y copto originales; por el contrario, los textos en griego y latín sí tienen lectores en español, aunque no sean tan numerosos como desearíamos. Estos Hechos no aceptados por la Iglesia son muchos, una treintena, pero no estaban editados en castellano. Tenemos diversas ediciones de los Evangelios apócrifos, pero no de las peripecias de los apóstoles. Un caso curioso es el de los “Hechos de Pablo y Tecla”, una santa muy apreciada en muy diversas regiones de lengua hispana… que jamás habían sido editadas en su lengua original, el griego, con traducción española y comentario. Desde el 2004 hasta el año 2023 Gonzalo del Cerro y yo habíamos publicado todos los Hechos de los apóstoles apócrifos de interés general en tres volúmenes. Los dos primeros (2004 y 2005) recogían os cinco grandes Hechos Apócrifos, de Andrés, Juan, Pedro, Pablo y Tomás. En el volumen III (de 2011), vieron la luz Hechos Apócrifos de Felipe, Mateo, Santiago, mayor y menor, Simón, Tadeo, Bernabé y Judas y colecciones especiales de “Martirios” en los que se repiten algunos nombres, como Andrés, Mateo, Pedro, Pablo y Bartolomé. En total son casi 30 Hechos apócrifos que cubren una época desde el siglo I al IV /V aproximadamente. En esta lista faltaba una obra, o conjunto de obras, muy importante, la literatura adscrita a Clemente, secretario de Pedro apóstol y luego segundo obispo de Roma (hay también otras tradiciones con otro orden). Este corpus fue dejado intencionadamente para el final porque es suficientemente amplio, en sus tres versiones, griega, atina y siríaca y presenta dificultades especiales, como el lector apreciará en cuanto eche incluso la más rápida ojeada a la Introducción General a esta literatura publicada en el primer volumen que presentamos ahora. La literatura en torno a Clemente y Pedro se titula también la “Novela de Clemente” porque jo solo tiene literatura teológica, sino también una trama interior novelesca como diré más abajo. La presente edición ha sido dividida en dos partes por la editorial por el conjunto de la introducción y los textos a traducir ocupan casi 1800 páginas. En el año 2023 se ha publicado la “Introducción General, muy amplia”, unas 250 páginas y el texto griego, que parece más antiguo denominado “Homilías”. Esperemos que en el 2024 o 2025 se publique el segundo y último tomo (IVb), los “Reconocimientos”, la versión latina de las Homilías, pero una “traducción” muy diferente por sus cambios, omisiones y añadiduras, junto con los índices de los dos volúmenes. Entre ellos es de especial importancia el “Índice analítico de materias”. Clemente de Roma es sin duda un personaje legendario como hombre a tuvo su madurez a finales del siglo I. En realidad, la primera mención histórica de Clemente es la de un oscuro secretario de un papa, Pío I (décimo sumo pontífice, cuyo reinado fue desde el 140 al 154). Sin embargo, en torno a esa figura clementina legendaria se concentraron diversas producciones literarias, Primera y Segunda Carta de Clemente; dos Cartas a las Vírgenes y la literatura que ahora comentamos, las Pseudoclementinas. Probablemente, a finales del siglo II fue cuando comenzó a circular la leyenda que este Clemente, romano de nacimiento, había sido el discípulo preferido de Pedro apóstol y finalmente su secretario y suscitó enseguida el interés de las gentes. Según esta leyenda, Clemente Romano fue el que consignó por escrito las predicaciones y las disputas teológicas de Pedro con el famoso mago Simón. Y fue también Clemente el que envió a Santiago, el hermano de Jesús y jefe/obispo de la comunidad judeocristiana de Jerusalén diversos libros en los que se recogía ese material. El nombre de Literatura pseudoclementina se debe a que las Homilías griegas y as Recognitiones latinas no presentan solo unos textos de pura teología, sino también un relato novelesco dentro del cual se inscriben los discursos de Pedro y las disputas con Simón el Mago. En realidad la Novela de Clemente o Literatura pseudoclementina es la primera gran novela cristiana. Los grandes Hechos apócrifos de los siglos II y III (de Andrés, Juan, Pedro, Pablo y Tomás) tiene también un relato novelístico en su interior, pero esta poco desarrollado, de mod que si las calificamos como novelas quizás exageremos un tanto. La importancia de esta literatura pseudoclementina se debe a su contenido teológico judeocristiano de Siria compuesto en su núcleo hacia el 230. Se trata de un gran resto de un tipo de escritos teológicas de la rama judeocristiana que se ha perdido en su casi totalidad. Es conocido que de los evangelios apócrifos judeocristianos apenas quedan más que unas pocas citas de los Padres de la Iglesia. Pero aquí tenemos muchas páginas de literatura (también teológica) del judeocristianismo sobre todo de Siria. Esta literatura en torno a Clemente Romano, secretario de san Pedro, tuvo tanto éxito en los siglos IV y V, que –sobre todo la versión latina– se ha conservado más de un centenar de manuscritos. De la versión siríaca solo hay uno, muy antiguo, fechado en el 411, pero lo suficientemente amplio como para hacernos una buena idea de cómo era esa versión. Del presunto original griego solo quedan dos manuscritos y dos epítomes (resúmenes). Sin embargo es suficiente para hacer una edición del texto completo. El próximo día explicaré el contenido y algunas cuestiones interesantes en torno al primer volumen (IVa) de esta importante literatura judeocristiana que contienen algunas ideas teológicas asombrosas defendidas enérgicamente por el apóstol Pedro frente a Simón Mago. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.antoniopinero.com
Martes, 4 de Junio 2024
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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