CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Dos obras habitualmente poco leídas por quienes se interesan por los orígenes del cristianismo ofrecen novedades de consideración sobre lo que supuso la Ley, las Leyes, de Dios. Colosenses y Efesios, cartas falsamente atribuidas a Pablo, en realidad de sus seguidores, son el tema de hoy.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


094.La Ley de Dios (5): la visión de los herederos de Pablo.
"Silla de Moisés", réplica de la hallada en la sinagoga de Korazim. Fotografía del autor.

Colosenses, escrita tras la muerte de Pablo, posiblemente poco después del año 80, resulta ser una carta muy importante por varios aspectos. El que nos interesa hoy, cómo concibió la Ley de Dios, o qué Ley de Dios quiso aceptar, si la mosaica o la reducida a los mandamientos, revela sorpresas.

Podemos decir una primera idea fácil: no aparece la palabra Ley (nómos) en la carta. La Ley como concepto y nombre, por tanto, no merece ser nombrada. Es más, deja de ser un elemento cósmico, universal, de intervención divina para mejorar el mundo. Ya sólo hay un elemento de tal categoría: Jesús, que es convertido en pacificador de cielo y tierra (Col 1, 20). El autor, el grupo que lo respalda, acaba imputándole algunos de los valores que Pablo había atribuido a la Ley de Moisés.

La omisión de la Ley parece ser más que casual: podemos pensar que el autor fue completamente consciente de su olvido. La razón para esta certidumbre es que sí se alude a la Ley de Moisés, es decir, es aludida pero no mencionada. La alusión es doble, en un caso, como decíamos, con la transferencia de sus poderes hacia Jesús considerado Cristo: “gracias al cual (Cristo) habéis sido también circuncidados con una circuncisión no hecha por manos humanas con el despojo de un miembro de la carne, sino con la circuncisión de Cristo”.

El paso dado respecto a lo que las comunidades gentiles habían oído de Pablo es notorio. En Rom 3, 30 el de Tarso dijo: “pues no hay más que un solo dios. El que absolverá a los circuncisos per medio de la fe y a los incircuncisos a través de la fe”. En Rom 15, 8 escribió: “Pues afirmo que el Ungido se hizo ministro de la circuncisión por la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres”, sentencia que deja claro el papel subordinado de Jesús atendiendo a las promesas hechas a los padres, que obviamente eran los padres del pueblo hebreo.
En Colosenses sí hay alusión a la Ley, indirecta, a propósito de las famosas reconvenciones hechas por los integrantes del grupo de Jerusalén años antes. En Col 2, 16-17: “que nadie os condene por lo relacionado con comida y bebida o fiestas, novilunios o sábados. Estas cosas son sombra de futuro, pero el presente es el cuerpo de Cristo”. Queda eliminada la importancia de la Ley de Moisés, derogada su vigencia para la vida cotidiana. Y hay una posible alusión a una idea griega muy pesimista sobre el género humano en general, una posible alusión a una frase del poeta Píndaro, que en el siglo V a. C. escribió: “el hombre es el sueño de una sombra” (Píndaro, Pítica 8, 95). Si el futuro no existe, ¿cómo va a proyectar sombra? La irrealidad absoluta es lo que se atribuye a la Ley de Moisés.

Se puede deducir que los grupos gentiles de seguidores de Yahvé como único dios, creyentes en Jesús como desencadenante de un cambio total en el discurrir de los tiempos y el mundo, para los años 80-85 ya habían empezado a caminar por sendas intelectuales que a Pablo no le hubieran gustado demasiado. Ya se les hacía conveniente incluso no nombrar una idea vital para su maestro.

Efesios. Esta carta, normalmente asociada por la investigación moderna a Colosenses y también considerada como falsamente atribuida a Pablo, ofrece una perspectiva parcialmente distinta sobre la Ley. Si bien en muchos aspectos sigue las líneas de la primera, al hablar de la Ley de Moisés ofrece unas reflexiones que pueden estar más cerca de Pablo que de Colosenses. El núcleo que nos interesa es Ef 2, 11-21 (Traducción tomada de Los libros del Nuevo Testamento, pp. 1190-1):

11 Por ello, recordad que en otro tiempo erais gentiles según la carne, llamados prepucio por la que se llama circuncisión, hecha a mano en la carne. 12 Estabais en aquel tiempo lejos de Cristo, apartados de la ciudadanía de Israel y ajenos a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. 13 Pero ahora, en Cristo Jesús, los que en otro tiempo estabais lejos os habéis situado cerca por la sangre de Cristo. 14 Pues él es nuestra paz, el que ha hecho de dos pueblos uno solo y ha derribado la pared medianera que los separaba, borrando con su carne la enemistad. 15 Abolió la ley de los mandamientos con sus decretos para crear en sí mismo de los dos un solo hombre nuevo haciendo la paz, 16 y para reconciliar con Dios a los dos en un solo cuerpo por la cruz; ha matado en sí mismo la enemistad. 17 Cuando vino, os anunció la paz a los que estabais lejos y también a los que estaban cerca. 18 Porque por medio de él tenemos unos y otros el acceso al Padre en un solo Espíritu. 19 En consecuencia, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y familiares de Dios, 20 edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, del que Cristo Jesús es la piedra angular. 21 Construida sobre él toda la edificación, crece hasta convertirse en un templo santo en el Señor. Sobre él también estáis edificados vosotros para ser morada de Dios en el Espíritu.

El autor de Efesios, como se puede apreciar, quería recordar una “historia común” con los judíos. Intentaba repetir los argumentos de Pablo para hacer ver que no se trataba de un olvido completo del mundo judío, de una innecesaria memoria de un pasado que no debía ofrecer sombras de futuro. El texto buscaba incidir en lo explicado en Romanos a lo largo de todo su texto: dos antiguos pueblos, con sus peculiaridades raciales, convertidos en un solo pueblo.

Pero el texto habla de la abolición de la Ley de los mandamientos (ton nómon tôn entolôn), que no es la de los simples diez mandamientos sino la de los 613 preceptos, es decir, la de Moisés. Y es de tener en cuenta que se hable de que Jesús la abolió, es decir, que no mantuvo para unos una ley y para otros otra, que dejó de ser ministro de la Ley para convertirse en quien superaba la Ley. Además, esta frase está precedida y continuada por sendas menciones a la paz, lo cual debería precisar el contexto previo de disputas con Jerusalén y la consecuente paz “alcanzada” tras la primera guerra contra Roma, la destrucción del templo de Jerusalén y la reconstrucción del judaísmo tras estos hechos. Esto permite al menos considerar que el autor pensaba en la actitud judía como superada en la historia universal por la actitud ofrecida por los gentiles que permitían el avance de la nueva noticia. La idea de un Jesús pacificador respondería también a los hechos históricos recientes.

Jesús habría sido convertido, también para el autor y la comunidad destinataria de Efesios, en la culminación de la historia, como muestran los últimos versículos, en los que se desarrolla la idea de edificio convertido en templo, un edificio convertido en templo por obra del venerado Jesús Cristo (en hô en griego con valor de causa o medio). Es Jesús el autor de la paz universal, es Jesús el autor de la unidad de los hijos de Dios.
Para resumir, estas dos cartas, escritas entre los años 80-90, ofrecen ideas sobre la Ley de Moisés que el “padre” de estas comunidades nunca hubiera mantenido. Según avanzamos hacia el año 100, estamos más cerca de ver constituido y consolidado el cristianismo.

Saludos cordiales.
 
Domingo, 19 de Febrero 2023
Escribe Antonio Piñero
 
 
Afirmé al final de la entrega anterior que hacía falta que pasara un cierto tiempo para que se formase una verdadera tradición sobre Jesús. ¿Por qué puede ser esto así? Creo que la clave está en lo que sabemos por el desarrollo de las creencias judeocristianas, de que tras la resurrección de Jesús Dios había declarado a Jesús “señor y mesías” (Hechos de Apóstoles 2,36).
 
Y lo podemos suponer porque eso de que el mesías fuera declarado por Dios juez de vivos y muertos no era una creencia solo de los judeocristianos sino también de otros judíos piadosos, como los “henóquicos”, los judíos que afirmaban que cuando viniese el mesías, se vería claramente que ese mesías no era otro que el patriarca Henoc vuelto del cielo a la tierra (Gn 5,24).
 
En la literatura henóquica del “Libro de las Parábolas de Henoc” (capítulos 37-71 del conocido apócrifo 1 Henoc) el mesías es señor y prácticamente solo juez universal de vivos y muertos… Apenas tiene cualquier otra función: solo juzgar a los malvados. Y tenemos sobradas sospechas de que el cristianismo primitivo conocía ese Libro de Las Parábolas, pues entre los cristianos y los henóquicos discutían quién era ese ser humano (un “hijo de hombre”) a quien Dios había elevado a la categoría de señor y mesías. Como acabo de escribir, los henóquicos decían ese “hijo de hombre” era el profeta Henoc (Gn 5,24), mientras que los cristianos decían que era Jesús de Nazaret.
 
Y el vocablo “mesías” significaría probablemente para Pedro, no que Dios lo nombraba mesías después de su resurrección, título que probablemente había asumido ya Jesús –además del de profeta– al final de su vida, sino que lo confirmaba en el cargo o función de “mesías” que ya tenía, es decir, guía del pueblo en el mundo por venir.
 
En lo que estoy profundamente en desacuerdo con S. Guijarro, cuyo libro sobre “Los Evangelios” comento,  es en su idea de que Jesús habría de retornar como “el Hijo del Hombre” (observen que lo escribo con mayúsculas y con dos artículos).  Y mi argumento es: esta expresión para designar al Mesías era totalmente desconocida entre los judíos del siglo I. En mi opinión, y la de muchos otros, no la utilizó Jesús más que como (este) “hijo de hombre”, totalmente correcta en arameo, su lengua materna, para designarse a sí mismo sin emplear el “yo”. Y sostengo que esa expresión solo sería tomada, o interpretada como título mesiánico por los traductores del arameo al griego de los dichos de Jesús en la colección que ahora se conoce como “La Fuente Q”, o la “Fuente de los dichos”, hacia el año 50 más o menos. En la versión al griego de los dichos de Jesús esa expresión extraña a la lengua griega, “hijo de hombre” pasó, por necesidades de la lengua griega para ser inteligible a los hablantes del griego, a “el Hijo del Hombre”, con dos artículos. Probablemente ese paso no fue un error de traducción, sino una necesidad de inteligibilidad.
 
La comunidad principal de los primeros seguidores de Jesús se había situado en Jerusalén, pues algunos –sobre todo los componentes de los Doce– habrían retornado a la capital después de la huida a Galilea tras el prendimiento. Esta vuelta a la boca del lobo, a la ciudad en donde Jesús había sido ajusticiado, es probable. Razón: porque la esperanza común entre los judíos piadosos era que el mundo nuevo o reino mesiánico comenzaría en Jerusalén, o más exactamente con una aparición triunfante de Dios en el Monte de los Olivos (Zacarías 14,4, tras el triunfo de Dios y su mesías en la batalla escatológica librada contra las fuerzas del Mal) y luego un descenso hasta la capital.
 
Esta idea suponía que un Jesús, así robustecido y confirmado por Dios, como “señor” y “mesías / juez de vivos y muertos”, volvería rápidamente a la tierra para terminar su función de mesías, abruptamente detenida con su muerte violenta e injusta. Y suponía también que una vez instaurado el reino de Dios (en el que Jesús sería “señor”), vendría rápidamente el Juicio Final, en el que ese “señor” actuaría de juez (Mateo 25,31), sentado ya en un trono de gloria.
 
Pero ocurrió que esta venida inmediatísima empezó a retrasarse, con lo cual el grupo de seguidores de Jesús tendría que remodelarse mejor como tal grupo dentro del mundo, y organizarse para una espera que nadie sabía cuándo terminaría. En ese momento, tanto de espera como de consciencia de que Jesús estaba vivo, de que vivía entre ellos, de que se podía anunciar a otros esta venida y ganarles para la causa concediéndoles la oportunidad de participar en la salvación, es cuando los recuerdos toman forma de tradición y empiezan a transmitirse a la gente que se iba a agregando al grupo primigenio y querían saber más del Maestro al que no habían conocido y cuyo retorno se anhelaba. No antes.
 
Ahí comienza la formación de la tradición sobre Jesús, no antes, insisto. Y ¿por qué “no antes”? Por la sencilla razón de que la vuelta a la tierra de Jesús como mesías pleno, que instauraría el reino de Dios sería inmediata, rapidísima, y porque la sesión del Juicio Final, se sucedería también de modo rapidísimo. Y si esto es así, ¿qué sentido tenía formar una tradición de los dichos y hechos de Jesús si todos los seguidores de él se los sabían de memoria porque su memoria estaba fresca?
 
Y de nuevo, si esto es así, se puede suponer razonablemente que la tradición verdadera de Jesús no se forma limpia y llanamente con los simples recuerdos de Jesús, sino que en su transfondo late la vivificante idea de que ese Jesús había sido ya resucitado y que estaba a la derecha de Dios…, confirmado como mesías e instituido como señor y juez del Juicio Final (Mateo 25). Según Hechos de apóstoles (Hch 7,56), ese Jesús estaba a la espera, de pie, al lado de Dios, presto para una pronta acción  como juez, o bien, se lo imaginaba sentado en un trono algo más pequeño que el de Dios, con cortesanos a su lado (Mt 20,21), si se pensaba que la venida tardaría un poquito más. La tardanza era lo que importaba / fastidiaba. Y si la espera se antojaba demasiado larga, podía imaginarse bien que en ese entretiempo, el constituido señor y mesías estaba aguardando la orden del Padre para volver no ya de pie, sino sentado a su lado en un trono más pequeño…¡naturalmente inferior!
 
Y precisamente por estas creencias en el destino de Jesús que se formaron muy rápidamente en la mente de sus seguidores un vez que creyeron que Jesús había sido resucitado por Dios, se explica ese dicho  de la denominada escuela de la “Historia de las formas” cuando afirma que “No poseemos ni una sola «sentencia», ni un solo relato sobre Jesús –aunque sean indiscutiblemente auténticos– que no contenga al mismo tiempo la confesión de fe de la comunidad creyente, o que al menos no la implique” (Günther Bornkamm, “Jesús de Nazaret”, vers. española, Sígueme, Salamanca 1982, p. 15).
 
Así que no hay tradición de Jesús que no transparente de una forma u otra la fe en un señor y mesías resucitado. Es una tradición transida por una fe. Y la fe hace ver las cosas de una manera diferente a la del que no tiene fe.
 
Seguiremos.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
https://www.trotta.es/libros/los-libros-del-nuevo-testamento/9788413640242/
Martes, 14 de Febrero 2023

Como ya se sabe, hay una interpretación propia detrás de cada evangelio y cada texto neotestamentario, sea éste reconstruido o recibido. Veamos cuál es la idea que sobre la Ley tuvieron los grupos que estuvieron detrás de estos textos.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


093. La Ley (4): las comunidades de seguidores de Jesús.
Gentiles y judíos, el problema de la Ley de Moisés. Fotografía del autor.

Un breve repaso a la cuestión de la Ley analizando qué pensaban los diferentes grupos de seguidores de Jesús podría ser el siguiente.
 
1. Jerusalén, el grupo liderado por la familia de Jesús, primero por Jacob su hermano (Santiago), después por un tío de Jesús, Clopas o Cleofás, y por un primo, Simeón. Este grupo, centrado en la capital, no pudo dejar de ser muy fiel devoto de la Ley de Moisés por los acontecimientos que se deducen de Gálatas y Hechos de los Apóstoles a propósito del llamado “Concilio de Jerusalén”. Como es bien sabido, en esa reunión se discutió la postura que sobre la Ley defendía Pablo: había una Ley de Moisés para los judíos y una Ley universal (resumida en los diez mandamientos) para muchas otras personas que, comportándose correctamente, podrían entrar en el nuevo reino de Yahvé como gentiles. Este grupo de Jerusalén defendió y actuó en favor de la tradicional Ley mosaica como demuestra el propio motivo de redacción de Gálatas: unos enviados de Jerusalén habían convencido a los gentiles gálatas (seguidores por tanto de la postura paulina de Ley universal) para circuncidarse y pasar a ser judíos de pleno derecho.

2. Pablo, judío ortodoxo de escuela farisea y totalmente entregado a su dios nacional, defendió esa Ley universal para los gentiles, de manera que así se podrían añadir al escaso número de judíos que, además de nacer judíos, cumplían plenamente la Ley de Moisés y su espíritu. Su apuesta por una rebaja de la Ley debido a que el tiempo se acababa y había que apostar por cumplir las profecías que integraban a gentiles (es decir a no circuncidados) en el nuevo reino, fue decisiva: tras la revuelta del 66 contra Roma y la pérdida casi completa de importancia del grupo de Jerusalén, sólo quedó un grupo fuerte de seguidores de un Jesús Mesías y creyentes en un solo dios, los Gentiles a los que se había dirigido el de Tarso, los futuros cristianos.
 
3. Comunidad detrás de la fuente Q. Parece que esta comunidad de Galilea pudo argumentar que había que mantener la Ley de Moisés (Mt 5, 18 y Lc 16, 17: la Ley no pasará) pero también ofrece en su colección de dichos de Jesús ciertas reservas ante la Ley de Moisés (Mt 10, 17-19 y Lc 12, 11-12: declarar en las sinagogas) y su duración (Mt 5, 18 y Lc 16, 17: la Ley hasta Juan). Esto lleva a pensar en la actualidad que la fuente Q tuvo, en este sentido, dos formas consecutivas de entender el problema: la primera, más antigua, fiel al movimiento íntegramente judío de Jesús de Nazaret; la segunda, más moderna, cercana ya a las tesis de Pablo respecto a los gentiles.

4. La comunidad tras el evangelio conocido como Marcos ya estaba distanciada de Jerusalén y su doctrina sobre la Ley de Moisés. El hecho de que en Mc se critique a la familia de Jesús (Mc 3, 31-33: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? El que cumple la voluntad de Dios ése es mi hermano, mi hermana, mi madre”) y que se destaquen ciertas desavenencias con los fariseos basan la idea del alejamiento entre esta comunidad y la tradición puramente judía. Así mismo, Mc 11, 17 insiste en que los gentiles deberían poder rezar en el templo, cosa que, como se sabe, corresponde a un modo aperturista (paulino) de entender la aplicación de la Ley.

5. La comunidad tras Mateo, en cambio, parece ser más institucional que la de Marcos o el último estrato de Q. El abundantísimo uso de la tradición bíblica en este evangelio refuerza la idea de que el carácter judío de la misma era la norma básica. Aunque repite ese evangelio la discrepancia con fariseos, no se duda del carácter sinagogal de la congregación, así como de la ausencia casi segura de gentiles, lo cual lleva a pensar en una posición del autor de Mateo muy particular: frente a otros judíos ortodoxos su comunidad pensaría que la Ley de Moisés, tal como la entendía Jesús (o lo que ellos consideraban que entendía Jesús) era la respuesta al problema que había planteado Pablo al proponer la Ley universal para los gentiles. Debieron pensar que la Ley se resumía en la sentencia sobre el amor (Levítico 19, 18), resumido todo en Mt 22, 34-40. Es decir, con un simple cumplimiento de la Ley sin “corazón” no valdría, postura que abunda en el profeta Isaías.

6. Lucas y su comunidad, por su parte, son en general más conciliadores con todas las tradiciones anteriores, sobre todo considerando que estimaban a Pablo como la conjunción perfecta de todo lo anterior y resumían en él cualquier divergencia anterior. Los detalles universalistas de este evangelio (siervo del centurión Lc 7, 4-5; buen samaritano Lc 10, 25-37; genealogía desde Adán Lc 3, 23-38) ya apuntan a la reforma paulina. Que las frases contra la familia de Jesús en la anécdota contada por Marcos queden suavizadas (Lc 8, 19-21) ya informa de los propósitos respecto a la iglesia de Jerusalén, en época de la redacción de Lc ya capitidisminuida. Puesto que considera el autor que la desaparición de Jerusalén es consecuencia de cómo se comportaron los judíos con Jesús (Lc 19, 44) supone un descrédito implícito hacia su intransigente postura legalista. Las citas de Q en las que se reconviene de algún modo la exactitud de la Ley de Moisés reflejan este punto que se continúa en cierta forma al  mostrar la historia dividida en dos: hasta Jesús, desde Jesús; hasta Jerusalén, desde ahí hasta Roma.
 
En resumen, partiendo de un Jesús legalista y sólo mínimamente discrepante con algunas interpretaciones que en su época se hacía de la Ley de Moisés, se llegó paulatinamente a un abandono del integrismo legalista para alcanzar soluciones más abiertas que llevarán a la aceptación única de los diez mandamientos.

Saludos cordiales.
 
Lunes, 6 de Febrero 2023

Notas

23votos
Un enlace a un debate entre Eugenio Gómez Segura y Antoni Piñero sobre la existencia o no del “Cuerpo místico de Cristo” en la teología paulina:
 
 
https://youtu.be/HvK828X7jcc
 
 
Miércoles, 1 de Febrero 2023

Blog 12.- 1277 / 01-02-2023


¿Fue Marcos discípulo de Pedro o de Pablo? (y III)
Escribe Antonio Piñero
 
 
Es esta mi última entrega / comentario al libro de Mar Pérez i Díaz, cuyo título es el de esta postal.
 
He concentrado mi comentario en la Introducción del libro de M. Pérez porque creo que, en este caso, la autora presenta muy bien el tema y el interés del tema propuesto, y porque ponerme a discutir pormenorizadamente los puntos concretos en los que la autora va desgranando el punto de vista del evangelista y lo va contrastando con el de Pablo haría de esta reseña una suerte de tratado polémico interminable. Y no es ahora el caso.
 
 
En general me he manifestado, y me ratifico en la idea de que la autora expone mejor el punto de vista del Evangelista que el de Pablo mismo, ya que –en mi opinión– la exégesis de la M. Pérez se mueve por terrenos que no tienen en cuenta el último estado de la investigación paulina que de la mano de autores protestantes y sobre todo judíos ha iluminado mucho, muchísimo, diría yo cómo hay que entender el pensamiento de fondo del llamado “apóstol de los gentiles”.
 
Y finalmente he comentado ya que –como el libro que reseñamos ha sido publicado en 2022– la autora habría tenido tiempo de sobra de enterarse de estas nuevas corrientes de interpretación, ya que yo mismo las he expuesto en castellano en mi libro “Guía para entender a Pablo de Tarso” del 2015, publicado en una editorial señera en España como es Trotta (una editorial independiente), libro que en 2019 tuvo su segunda edición. Este volumen ni siquiera aparece mencionado en la bibliografía, pero sí artículos de muy breve factura…, pero de gentes que son “de la escuela de pensamiento” de la autora.
 
Pues bien, afirmo que el libro de Mar Pérez es muy interesante, e importante, ya que el tema en sí aborda una de las cuestiones fundamentales de los orígenes del cristianismo, a saber cómo eran los primerísimos tiempos de la generación de una secta judía mesianista y cómo se va convirtiendo este en una religión nueva.
 
Afirmo, con la mayoría de los intérpretes, que el judeocristianismo era simplemente una secta judía “mesianista”, es decir, que afirmaba que el mesías era Jesús, que era el mesías verdadero a pesar del aparente fracaso de su muerte en cruz algo que chocaba frontalmente con el pensamiento general sobre el mesías en el siglo I en Israel), y que en lo demás se diferenciaba bien poco del resto de otros grupos mesianistas de su época, como los henóquicos o los esenios del Mar Muerto).Y la cuestión que se plantea en el fondo el libro de M. Pérez es  si en esos primero decenios tras la muerte de Jesús (hasta el año 70-75) había dos grupos básicos, nucleares (grupúsculos habría más), de interpretación de la muerte de Jesús o bien tres grupos.
 
 
En la investigación de hoy sobre Pablo creo que pueden discernirse –aunque con dificultades–  una cierta división de opiniones al respecto:
 
 A) Sólo había dos grupos: 1. El formado en torno a Santiago, Juan y Pedro: judeocristiano, y 2. El formado en torno a los misioneros judíos de la Diáspora en Antioquía, que hacia los años 50-65 tenía ya un personaje muy destacado por su teología que era Pablo de Tarso.
 
B) Había en realidad tres grupos: 1. El formado en torno a Santiago en Jerusalén (del que pronto desaparece Juan). 2. Un subgrupo de esta formación jerusalemita, el de Pedro, más abierto a los gentiles / paganos, y 3. El grupo “antioqueno” que a la postre fue liderado por Pablo.
 
Los que tienden a defender esta posición suelen afirmar que el grupo 2, el petrino, llegó a formar el núcleo de la “Gran Iglesia”, unificada y unificante, separada con bastante nitidez de la facción paulina, exagerada y rompedora en su teología, a la cual el grupo petrino “domestica” y “lima” en sus aristas teológicas exageradas, acabando por integrarla finalmente en la “Gran Iglesia”, netamente petrina.
 
La defensa de esta posición B) se basa fundamentalmente en que la teología de los tres evangelios sinópticos, Marcos, Mateo y Lucas, es esencialmente petrina, sobre todo la del primero, Marcos, porque representan una teología distinguible de la Pablo, una teología que sostenía “que todas las coincidencias entre Pablo y Marcos –el modelo al que siguen Mateo y Lucas–, reflejaban puntos de vista generales, compartidos por todos, del cristianismo primitivo” (p. 18) y no específicamente paulinos.
 
 
Esta posición B) es exactamente la que es cuestionada en su base por el libro de Mar Pérez: la teología del evangelista Marcos es esencialmente paulina y no petrina/santiaguesa-jerusalemita. Ahora bien, este libro que comentamos progresa en la investigación porque no es ya el estudio de unas cuantas coincidencias, dos, tres o cuatro, entre la teología de Marcos y la de Pablo, sino un trabajo de conjunto, amplio, global, que intenta abordar la búsqueda y el análisis de todas la secciones del Evangelio de Marcos “que están en consonancia con el pensamiento de Pablo”.
 
Naturalmente, la autora no defiende que todo lo que leemos en Marcos sea paulino, sino que propone “mostrar cómo el primer evangelista retoca y cambia las fuentes que recibe para que estén con consonancia con Pablo”, teniendo en cuenta que Pablo escribe cartas y que Marcos compone una suerte de historia biográfica de Jesús, lo que hace que su impostación literaria sea diferente a la de su modelo teológico, el paulino. Lo que intenta el libro de Mar Pérez no es presentar a Pablo ante los ojos del lector, sino la interpretación que el evangelista Marcos hace de Jesús, que en muchísimos puntos está de acuerdo con el pensamiento teológico de Pablo.
 
Aunque no lo diga expresamente en su Introducción, Mar Pérez i Díaz está minando con su libro la base para pensar que la Gran Iglesia Petrina estaba sustentada por una teología particular de Marcos y colegas que sería diferente a la de Pablo, con lo cual nuestra autora está diciendo de una manera indirecta algo que he defendido yo mismo desde hace muchísimo tiempo, a saber, que la presunta Gran Iglesia Petrina, unificada y unificante que acoge en su seno a un paulinismo ya depurado y suavizado no existió jamás.
 
Así pues, en síntesis, bienvenido sea al “mercado teológico” de lengua hispana ese libro de Mar Pérez, a la que solo le desearía que obtuviera las consecuencias de su trabajo para la historia ideológica del cristianismo primitivo y que profundizara más en el conocimiento de la teología de fondo de Pablo.
 
Para ello tendrá que concederse un tiempo para profundizar en las tesis cardinales del pensamiento paulino sobre la Ley, la naturaleza del Mesías, y la importancia real de la conversión de los gentiles en Pablo, pensando cayendo en la cuenta de que para él quien se salva no son “los “gentiles en sí” o los “pueblos gentiles”, sino ante todo Israel, el Israel mesiánico,  y que ese es el núcleo de una teología paulina, en la que en el fondo los gentiles desempeñan una función relativamente secundaria ante la exigencia de esa salvación ante todo del pueblo elegido, el cual como un olivo verdadero, recibe algunos injertos de un oleastro salvaje, los cuales también se salvarán.
 
Enhorabuena, pues, por ese trabajo y mi deseo que obtenga de él todas las consecuencias para el dibujo de la génesis del cristianismo.
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA
 
Un enlace a un debate entre Eugenio Gómez Segura y Antoni Piñero sobre la existencia o no del “Cuerpo místico de Cristo” en la teología paulina:
 
 
https://youtu.be/HvK828X7jcc
 
 
Miércoles, 1 de Febrero 2023


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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