CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Vida de san Mateo según el apócrifo Martirio de Mateo
Hoy escfribe Gonzalo del Cerro

Martirio de Mateo

Mateo, a las puertas del martirio, animaba a sus hermanos para que estuvieran tranquilos y siguieran cantando salmos y alabando a Dios porque tendrían la gracia de poseer las reliquias del evangelista. Los verdugos, “como fieras salvajes”, clavaron a Mateo de pies y manos en tierra. Cumplidas las órdenes del rey, pretendían prender fuego a su víctima.

Pero el fuego se convertía en fresco y acariciante rocío, lo que hizo a los hermanos prorrumpir en gritos de alegría: “Hay un solo Dios, el Dios de los cristianos” (c. 19,2). Los emisarios reales huyeron avergonzados y contaron al rey la imposibilidad de prender fuego a Mateo y las burlas de los cristianos que pisoteaban el fuego descalzos y entre risas. Todo era fruto de la magia de aquel hechicero.

El rey hizo traer ascuas del horno de palacio y ordenó que portaran los dioses de oro y plata, que impedirían que el mago hechizara también el fuego de palacio. Viniieron, pues, soldados y verdugos que portaban carbones encendidos y los dioses. El rey se cuidaba de que ningún cristiano se acercara ni para apagar el fuego ni para robar los dioses. Mateo tenía el rostro vuelto hacia el cielo mientras su cuerpo estaba cubierto de papiro y de ramas secas. El rey mandó a los soldados que arrojaran las ascuas sobre Mateo y que prendieran fuego a su cuerpo.

Mateo rezó a Dios en hebreo pidiendo que lo salvara, que el fuego quemara los dioses de oro y plata y que persiguiera al rey hasta palacio, pero sin producirle ningún daño. Al ver el rey que las llamas crecían, se burlaba del apóstol. Pero se produjo un prodigio, los materiales que cubrían a Mateo se levantaron ardiendo y se extendieron sobre las imágenes de los dioses. El rey huyó, pero el fuego, después de derretir las estatuas de los ídolos, a la manera de un terrible dragón, se puso a perseguir al rey rodeándolo y no permitiéndole entrar en palacio, sino obligándolo a regresar al lugar donde estaba Mateo. Se puso a pedir a gritos al apóstol que lo librara de aquel ardiente dragón y le favoreciera como cuando lo libró de la ceguera.

Mateo increpó a las llamas que al punto se retiraron. Luego se recogió en oración y rezó en hebreo rogando por todos los hermanos. Se despidió de ellos diciendo: “La paz sea con vosotros”. Y dando gloria a Dios, “descansó como a la hora de sexta” (c. 22,2).

Sepultura del apóstol Mateo

Un detalle sorprendente y paradójico fue que el rey ordenó que acudieran muchos soldados y que trajeran de palacio un lecho con adornos de oro para colocar en él el cuerpo de Mateo. El mártir estaba como dormido, y sus vestidos habían sido indemnes al fuego. Unas veces aparecía Mateo sobre el lecho, otras caminando delante del féretro y otras detrás. Todos los testigos del prodigio, incluido el rey, estaban estupefactos. Los enfermos que tocaban el féretro quedaban curados, y los que tenían aspecto salvaje se transformaban en hombres pacíficos.

Cuando introducían el cuerpo de Mateo en palacio, todos pudieron ver cómo subía al cielo, conducido siempre por el niño hermoso. En la entrada del paraíso, le salieron al encuentro doce hombres vestidos con vestiduras brillantes y con coronas de oro sobre sus cabezas. El niño coronó a Mateo a semejanza de aquellos hombres. Luego, todos en medio de un relámpago se retiraron al cielo guiados por el niño. El rey no permitió que entraran en palacio nada más que los soldados que portaban el féretro. Mandó construir una urna de hierro, en la que colocó el cuerpo de Mateo. Salió de palacio por las puertas del oriente, llevó la urna hasta el mar y la arrojó a las profundidades.

Los hermanos permanecieron vigilantes durante toda la noche. Cuando apareció la aurora, se oyó una voz, que ordenaba al obispo Platón que tomara el Evangelio y se dirigiera a la parte oriental de palacio para cantar el Aleluya con los hermanos. Mandó al salmista que subiera sobre una piedra alta y entonara los salmos. Una vez que el obispo hubo leído el Evangelio y respondieron los presentes el “Gloria a ti”, “presentaron las ofrendas por Mateo, comulgaron y dieron gloria a Dios” (c. 25,3).

Hacia la hora de sexta, el obispo Platón vio que Mateo estaba de pie sobre las aguas del mar. A sus lados estaban dos hombres con vestiduras espléndidas, y delante de ellos, el niño hermoso, cantando: “¡Amén, aleluya!”. El mar parecía como piedra de puro cristal. Delante del niño se levantaba una cruz como del fondo del mar, sobre la que aparecía la urna donde estaba el cuerpo del apóstol. El niño depositó la cruz con la urna en la parte oriental del palacio.

(San Mateo con su evangelio en la mano)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro


Lunes, 14 de Mayo 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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