CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Vida de san Mateo, apóstol y evangelista
Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Mateo en la literatura apócrifa

Dos son los escritos apócrifos que cuentan abundantes detalles de la vida y el ministerio de Mateo. El primero de ellos quedó ya descrito y comentado en los Hechos de Andrés y Mateo/Matías en la ciudad de los antropófagos. Aunque la narración giraba en torno a la prisión de Mateo y su liberación por obra de Andrés, Mateo desaparece prácticamente del relato para dejar el protagonismo a su liberador.

El segundo de los apócrifos sobre la tradición biográfica sobre Mateo, es este Martirio, surgido del ambiente social e histórico de los siglos IV al V. Por lo demás, son evidentes las relaciones de forma y contenido entre este Martirio y los Hechos de Andrés y Mateo. Ambos apócrifos parecen haber sido compuestos en algún lugar de las iglesias orientales.

La literatura apócrifa recoge en su elenco estas dos obras en las que Mateo es el protagonista destacado, siempre con la duda sobre la identidad del personaje. La común etimología de los nombres de Mateo y Matías es la causa de la confusión de sus personas y de las consiguientes vacilaciones en los autores. Es lo que sucedió con la atribución del protagonismo en los Hechos de Andrés y Mateo/Matías en la ciudad de los antropófagos, y es lo que también ocurre en este Martirio de Mateo. No obstante, en este caso prevalece claramente la calidad y la cantidad de los documentos que se decantan por Mateo.

De los dos códices principales, P (París del siglo X) y F (del siglo XI), que Bonnet califica de “dos brazos de una misma rama” (M. Bonnet, Acta Apostolorum Apocrypha, II, I p. XXXIV.), F habla siempre de Matías, incluso después de tachaduras en el original; en cambio, el manuscrito P, que en opinión de Bonnet es el que “ha conservado la forma más antigua y más pura del martirio” (Id., Ibid., antiquiorem et puriorem martyrii formam P seruauit), usa habitualmente el nombre de Mateo con un par de excepciones que podemos interpretar como simples errores del copista o lapsus calami. Por su parte, tres importantes códices, de Viena, Vaticano y el Escorial, así como la versión latina hablan siempre de Mateo.

Forma y contenido del Martirio de Mateo

Este relato del Martirio de Mateo no destaca ni por su doctrina ni por su estética literaria. Las dotes narrativas de su autor son manifiestamente mejorables. Algunas incoherencias y un cierto desorden en la presentación de los sucesos dejan en penumbra episodios tan fundamentales como la muerte del protagonista. Su género de muerte queda aclarado por las promesas y los anuncios. Morirá quemado vivo según los presagios (cc. 4-5), a pesar de que el fuego se convertía milagrosamente en agradable rocío que no podía dañar al apóstol (c. 19). Su muerte tranquila recuerda la del Jesús del cuarto evangelio que entregó su alma porque quiso.

La personalidad del rey, denominado imperator en la versión latina, no acaba de presentar un perfil definido y coherente. Arranques de energía se suceden con gestos de debilidad. El milagro de la liberación de su esposa, hijo y nuera de la posesión diabólica empuja al rey a buscar la muerte de Mateo. El demonio expulsado de sus familiares, el “maligno demonio” Asmodeo de la historia de Tobías (Tob 3,8.17), conspira con el rey contra el apóstol, aunque luego abandona y huye. El rey persistía en su intención de dar muerte a Mateo incluso después de haber sido curado por él de la ceguera. Simula querer hacerse su discípulo con la intención de apoderarse de él y cumplir su propósito, por lo que lo llevó a palacio en compañía del obispo Platón. Nada podía presagiar el inminente final. El rey tramaba para Mateo una muerte cruel que comprendía el clavado de pies y manos junto con el tormento del fuego, fomentado con azufre, asfalto, pez, estopa y leña. Pero el fuego se convertía en un acariciante rocío.

Por lo demás, abundan en el relato los tópicos del poder absoluto del apóstol y el temor de los demonios ante su infalible eficacia. La ceguera de los encargados de prenderle y la del mismo rey, el fuego convertido en rocío dejan el destino final del apóstol en sus propias manos. Bien claro lo proclamaba el demonio disfrazado de soldado como en los Hechos de Juan: “Si él mismo no consiente en ser muerto por ti, tú no podrás hacerle daño alguno” (c. 14). Como en otros Hechos Apócrifos, no faltan los milagros de carácter exhibicionista. El ejemplo más preclaro es la vara o bastón que planta Mateo y que se convierte repentinamente en un árbol alto y frondoso. Sus frutos eran apetecibles, como el de la vid que se enredaba en sus ramas o la miel que fluía de su cima. El agua de la fuente que brotó de sus raíces fue el elemento que transformó a los antropófagos en seres normales y civilizados.

El niño hermoso

Un dato que llama insistentemente la atención en este apócrifo es la presencia reiterada y activa del “niño hermoso”, mencionado no menos de quince veces. Al principio del relato se aparece a Mateo, con quien entabla un largo diálogo (cc. 1-4). El niño se proclama a sí mismo personaje poderoso, que anuncia a Mateo su destino triunfal. El niño estaba con Mateo (c. 6), como lamentaba el demonio expulsado de la familia real (c. 5). El niño salió al paso de los diez antropófagos que buscaban al apóstol para devorarlo (c. 13). El niño se presentó al rey para anunciarle la muerte de Mateo (c. 17). El niño fue quien llevó a Mateo al cielo y lo coronó (c. 24). Estaba con Mateo cuando éste apareció sobre el mar (c. 26).

Detalles sobre la jerarquía

Otro detalle sorprendente es la mención expresa de los tres órdenes o grados del clero: obispos, presbíteros y diáconos (c. 2). Cuando Mateo se dirigió a la iglesia, esperó hasta que llegara el obispo Platón con los presbíteros y los diáconos (c. 11). Pero más sorprendente todavía es la noticia que da el apócrifo sobre el nombramiento del rey como presbítero, y del hijo del rey como diácono. Sin solución de continuidad, el texto refiere que Mateo nombró presbítera (presbýtida) a la mujer del rey, y diaconisa (diakónissan) a la mujer del hijo del rey. Es obvio suponer que la anécdota refleja de alguna manera una práctica en uso en el tiempo en que se compuso este apócrifo.

De la misma manera podemos colegir que la creencia en la divinidad de Jesús era una posesión tranquila en la comunidad cristiana. Así lo refleja la confesión del rey convertido a la fe de Mateo: “Creo realmente en el verdadero Dios, Cristo Jesús” (c. 27). Lo mismo cabe decir de las escenas del bautismo. La esposa del rey, su hijo y la esposa del hijo pidieron al apóstol que les diera el sello de Cristo. El obispo Platón, por orden de Mateo, “los bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (c. 8) con el agua que brotaba de las raíces del árbol. A continuación participaron todos de la eucaristía.

El rey, una vez convertido, pidió también el sello de Cristo, que enseguida aclaró pidiendo el bautismo y la eucaristía. El obispo hizo oración y le ordenó despojarse de sus vestidos, lo exorcizó largamente mientras se confesaba y, tras la unción con el óleo, “lo bautizó en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Enseguida el obispo le ordenó vestirse con vestiduras espléndidas. Luego, bendijo el pan sagrado y el cáliz mezclado, comulgó él primero y dio después la comunión al rey diciendo: “Este cuerpo de Cristo y este cáliz de su sangre derramada por nosotros te sirvan como perdón de los pecados para la vida” (c. 27).

(San Mateo escribe su evangelio)

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro

Lunes, 23 de Abril 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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