Notas
Escribe Antonio Piñero
Sigue la reseña y crítica del libro de M. J. Saban (V) Respecto al denominado Decreto Apostólico (Hch 15,28-29: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que éstas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza”), en mi “Guía para entender a Pablo” (Trotta, Madrid 2015), propongo, junto con Ariel Álvarez Valdés, una versión que creo más convincente que la propuesta por Saban quien afirma que Pablo aceptó ese Decreto: «Y hay una tercera exégesis del pasaje, de la actitud de Pedro y de la carta del “concilio” (Ariel Álvarez Valdés en comunicación personal): el decreto de Jerusalén, presentado por Hch 15,13-35 como si formara parte del “concilio”, es posterior a este, e incluso posterior al conflicto de Antioquía. Cuando el decreto llega a Antioquía, Pablo ya se ha ido de la ciudad, de modo que nunca llegó a conocerlo. Podemos deducirlo por: a) Pablo dice a los gálatas que en el “concilio” no le impusieron ninguna condición (Gal 2,6). Y el decreto le impone cuatro condiciones, y bastante duras. b) De haber existido el decreto, aceptado por Pablo en el “concilio”, no se hubiera dado el conflicto con Pedro, porque ambos tendrían claro qué es lo que se debía hacer según la disposición oficial. c) Cuando en 1 Cor 8-10 a Pablo le consultan sobre cuáles alimentos pueden comerse, Pablo no menciona ningún decreto oficial. Da su propia opinión. Y dice que se puede comer cualquier cosa, en contra de lo dispuesto por el decreto. d) Cuando le consultan a Pablo sobre el matrimonio entre parientes, Pablo lo rechaza (1 Cor 5,1-13), pero no por referencia al decreto, sino porque lo prohibía Levítico 18,8 (1 Cor 5,1). e) Cuando en su carta a los Gálatas responde a los que decían que había que circuncidarse, en ningún momento Pablo cita el decreto, que le hubiera servido de excelente argumento contra los gálatas. f) Además, según Hch 15,22-23.30, Pablo fue uno de los encargados de llevar personalmente el decreto a las otras comunidades. Pero cuando en Hch 21,25 Pablo regresa a Jerusalén, no tiene idea de la existencia de ningún decreto, y le tienen que informar. »Todo esto muestra que Pablo nunca se enteró de la existencia de decreto alguno, ni en Jerusalén ni en Antioquía. Según la opinión de Álvarez Valdés, el decreto fue precisamente consecuencia del enfrentamiento en Antioquía. Cuando en Jerusalén se enteraron del conflicto que se había originado en esa ciudad, deciden que no es conveniente que los paganos vivan sin ninguna ley judía, como habían previamente decidido todos en el “concilio” de Jerusalén (Pablo dijo que no le impusieron ninguna cláusula). Pero tampoco quieren imponer todas las leyes judías o bien una síntesis de lo que mucho más tarde serían las siete “leyes de Noé”. Entonces se elabora un decreto con cuatro cláusulas: 1) No comer carne sacrificada a los ídolos. 2) No comer sangre. 3) No comer animales sin desangrar. 4) No casarse entre parientes próximos (Hch 15,28-29). »Este decreto es un retroceso de las disposiciones del “concilio”, debido al conflicto en Antioquía. En cambio Hechos dice que Pablo sí lo conocía, para mostrarlo siempre en total acuerdo con las autoridades de Jerusalén. ¿Por qué Lucas coloca el decreto como conclusión del “concilio”? Porque quiere mostrar que hubo acuerdo entre las partes que debatieron. Pretende destacar la unidad de la iglesia primitiva. Como si el “concilio” hubiera resuelto, en un magnífico acto de unidad y comprensión, el problema de la diversidad de pensamiento en la Iglesia. Es la constante teología que Lucas muestra en los Hechos» (pp. 155-156). Por el contrario, pienso que M. Saban tiene razón, y creo que hoy día no debe haber duda alguna, cundo defiende que “no se puede designar a Pablo como cristiano puesto que cumple completamente la ley judía” (p. 49). Precisa el autor: “No fue Pablo directamente quien creo (sic = creó) el cristianismo, pero si (= sí) que las soluciones utópicas de carácter mesiánico provocaron un descontrol real dentro de las congregaciones judías a la aparición de diversas soluciones teológicas en el siglo II que terminaron en el fenómeno cristiano” (p. 56). Estoy, pues, de acuerdo –y lo he sostenido antes– en que no existe ni en Jesús, ni en Pablo, ni en el grupo de judeocristianos que se congrega en la reunión de Jerusalén (hacia el año 49-50, descrita de un modo diverso por Pablo en Gálatas 2,-10 y en Hechos 15,1-33) el menor deseo, ni la más remota idea, de estar creando una nueva religión. El “cristianismo” del momento no era más que una mera secta dentro del judaísmo piadoso y apocalíptico que creía que Jesús el Nazoreo era el mesías. Saludos cordiales de Antonio Piñero Universidad Complutense de Madrid www.antoniopinero.com
Jueves, 27 de Octubre 2016
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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