CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
Literatura Pseudo Clementina. Las Homilías griegas.
Hoy escribe Gonzalo Del Cerro

Homilía III

El saludo de Pedro a las turbas como introducción a su primer gran debate termina con el planteamiento general de sus tesis fundamentales sobre el carácter de Dios. Era importante ante las actitudes de Simón dejar claros los conceptos básicos, puestos en duda, cuando no negados abiertamente, por su adversario dialéctico. Sobre todo, deben los fieles aspirar a lo que más les conviene, que es la salvación eterna, en el fondo el gran don de Dios a sus fieles. Porque la realidad es que Dios es el único capaz de proporcionarla a los que cumplen determinadas condiciones.

La obra de la Creación

Este principio da a Pedro la oportunidad de ofrecer una primera y elemental visión de la obra de la creación. Porque Dios fue quien “llevó lo no existente a la existencia, el que fabricó el cielo, el que condensó la tierra, el que puso límites al mar, el que encerró las cosas que hay en el Hades y el que llenó todo de aire” (III 32,2). Es decir, Dios convirtió el caos primitivo en “cosmos” (orden). Puso todas las cosas en su sitio y las dotó de los medios necesarios para la vida de sus futuros habitantes.

Convencido de la importancia del tema, Pedro se explaya describiendo la creación en sus diversos apartados de forma detallada. Ante todo cuenta cómo Dios cambió la sustancia primera y simple en cuatro formas mezclándolas. Hizo diversas combinaciones para que, así mezcladas, produjeran el gozo de la vida a partir de elementos contrarios.

Luego pobló los cielos de ángeles y espíritus con un simple gesto de su voluntad. El cielo sería la residencia de los ángeles, como luego hizo la tierra como residencia de la raza humana. Adornó el cielo visible con astros, a los que señaló sus caminos y carreras. Preparó la tierra con toda clase de ventajas para que se convirtiera en la fuente de la vida humana con sus frutos. Tuvo cuidado para que los frutos encontraran en cada ocasión los medios de prosperar. Para ello señaló los límites al mar y a la tierra seca, como lugares para que habitaran los seres marinos y los terrestres. Salió al paso de las necesidades de los seres vivos para que pudieran conservar y desarrollar su capacidad de vida. Llenó el espacio de aire para que todos los animales pudieran respirar cómodamente (III 33).

Alaba luego Pedro la mano poderosa de Dios, que hace bien todas las cosas. La mejor prueba de esa afirmación es la contemplación de la obra creadora. Si contemplamos los volátiles, nos vemos obligados a reconocer la habilidad del que los ha creado y los ha lanzado a vivir por los espacios en una variedad innumerable y en una diversidad de formas, colores, cantos y costumbres. Es también admirable la infinidad de plantas en sabores, olores y capacidad alimenticia como para dar satisfacción a la cantidad y diversidad de seres que con ellas se mantienen. Y para todos ha preparado Dios los lugares más adecuados a su desarrollo, ya sean los mares, los ríos, la tierra, las montañas, las hondonadas y todo lo necesario para vivir, defenderse y alimentarse (III 34).

Más allá del cielo estrellado

El autor de las Pseudo Clementinas es consciente de que el mundo creado que contemplamos no agota ni completa la obra de Dios. Más allá de las estrellas, de los vientos, de las fuentes, de la misma vida, se ocultan misterios insondables desconocidos para la ciencia humana. Hay una gama infinita de “porqués”, que no tienen respuesta en los estrechos límites de la existencia del hombre. ¿Cómo es el camino de las estrellas? ¿De dónde procede su luz y su calor? ¿Cuál es la fuente de las aguas que vierten en el mar? ¿Por qué el mar ni se llena ni se desborda? ¿De dónde brota el soplo que produce los vientos? El hombre ignora la naturaleza del trueno, del relámpago, del granizo, de la nieve; desconoce incluso el origen de la vida y su desarrollo.

Las lejanías de la ciencia

Posiblemente, la ciencia moderna ofrezca solución natural a ciertos interrogantes del universo. Pero cuanto más se alejan los límites de la observación humana, el hombre tropieza con más interrogantes sin respuesta. Cuando los astrónomos preparan la confección de un mapa que sitúe en su sitio y en su dirección a millones de estrellas de la Vía Láctea, seguimos interrogándonos con el autor de las Pseudo Clementinas dónde está el fin de nuestras curiosidades. El autor de esta literatura no tenía mayor perspectiva que el espacio de unos pocos miles de años. Ahora sabemos que el sistema solar gira alrededor de nuestra galaxia y tarda 52 millones de años en dar una vuelta completa. O los astrónomos nos aseguran que el sistema solar, con la tierra y la luna, se formaron hace 4.500 millones de años. Y nuestras naves más sofisticadas apenas se asoman a las cercanías del universo. El “más allá” se aleja de una manera prácticamente infinita. De forma que ahora nos preguntamos con la ciencia en nuestras manos si realmente el universo tiene un límite.

Saludos cordiales. Gonzalo Del Cerro







Domingo, 9 de Febrero 2014


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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