Notas
Hoy escribe Fernando Bermejo
La semana pasada escribí una carta abierta a Xabier Pikaza a raíz de algunas de las afirmaciones vertidas en su Comentario a Marcos sobre Mc 14, 47, un comentario en el que yo sugería la existencia de contradicciones e inverosimilitudes. Xabier tuvo la amabilidad de escribir una larguísima postal al respecto en su blog (reproducida en este blog ayer), aunque, si por una parte ese texto deja abierta la posibilidad de un diálogo, por otro lo cierra en la medida en que no responde prácticamente a ninguna de mis preguntas concretas (o quizás pretende responderlas de un modo que en todo caso a mí no me parece una respuesta), amparándose en la necesidad de una visión panorámica. Queda, pues, diferido el diálogo. El texto de hoy es –excepto el excursus entre corchetes siguiente, escrito al hilo de una observación de Xabier sobre el tono “agresivo” de algunos de mis textos– del todo independiente de esa carta, y se dirige a enunciar algunas verdades básicas y a abrir un diálogo con cualquier eventual lector. [Excursus sobre el tono. A estas alturas, dado todo lo que he leído y escuchado acerca del “tono” empleado por ciertos intelectuales, y sobre el mío propio, creo que podría escribir un pequeño y animado tratado sobre el tono que debe emplearse en medios académicos y paraacadémicos. Me limito aquí a tres observaciones elementales y relacionadas sobre el asunto. Primera observación. Había una vez un caballero muy educado y de exquisita gentileza que vivió en Hamburgo a caballo entre el s. XVII y el XVIII, un gran erudito que se carteaba con los más grandes eruditos de su tiempo, y al que Kant admiró. Ese hombre ni siquiera se atrevió a publicar lo que pensaba sobre Jesús –avanzó la idea de un Jesús sedicioso–, pero cuando otros lo hicieron –y él empleó en todo momento un tono muy correcto– fue acusado falsamente de odio por exegetas muy respetables, cuyo tono no parece haber abandonado nunca las normas de etiqueta burguesas y a los que nunca se ha reprochado un tono agresivo (mientras, al mismo tiempo, faltaban a la verdad y calumniaban vergonzosamente a quien escribía cosas que, simplemente, les incomodaban). Esto enseña dos cosas: a) que, a menudo, los intentos de desprestigiar a alguien recurriendo a aspectos extra-argumentales nada tienen que ver con el tono empleado, sino con otras cosas, y b) que se puede ser muy correcto en el tono mientras se incurre en toda clase de bellaquerías, falsedades y faltas de respeto. Segunda observación. Hay quien confunde agresividad con vehemencia. Hay quien confunde agresividad con asertividad. Hay quien confunde agresividad con la comprensible indignación intelectual que produce el hecho de que discursos presuntamente rigurosos estén plagados de contradicciones flagrantes. Hay quien confunde agresividad con claridad. Hay quien confunde agresividad con la comprensible indignación moral que provocan las injusticias, el cinismo y los abusos de poder. En todo caso, lo que a unos les resulta un tono agresivo les resulta a otros algo muy distinto. Y viceversa. De hecho, sin ir más lejos, hay personas a las que les resulta agresivo que, en un contexto de discusión intelectual, no se responda a las preguntas que se formulan cortésmente. Tercera observación. En la Palestina del s. I, hubo un predicador que vivió bajo Augusto y Tiberio, que maldecía higueras, decía de los paganos que eran unos charlatanes, llamaba “zorro” a su gobernante, y comparaba con bestias peligrosas a aquellos de sus correligionarios de quienes discrepaba, amenazándoles de paso con el fuego eterno. No obstante, los exabruptos y el agresivo tono (si es que en realidad era agresivo) de este vociferante predicador debían de ser cosas de la edad, pues parece que rondaba los treinta y tantos. Conforta pensar que, si no hubiera sido crucificado y hubiera alcanzado los 60 ó los 70, se habría vuelto muchísimo más calmado, comedido y educado, pues ello suele suceder, según parece, con el paso de los años]. Y ahora, algunas verdades elementales (que, por elementales, a muchos les pasan inadvertidas). 1ª. La hipótesis del Jesús implicado en la resistencia antirromana tiene diversas variantes (no es lo mismo, por ejemplo, la tesis de Eisler que la de Brandon/Maccoby, o que la de Montserrat). Estas variantes tienen aspectos en común, pero son distintas. Cuando se quiere criticar la hipótesis –o afirmar que está superada– es conveniente aclarar qué se está criticando. 2ª. Esa hipótesis, en cualquiera de sus variantes, no tiene su punto de partida ni su justificación en ningún apriorismo filosófico, en ninguna ideología (marxista-comunista, judeomasónica, anticristiana o anticlerical) ni en ninguna veleidad revolucionaria de sus fautores. El punto de partida de la hipótesis es la propia textualidad de los Evangelios canónicos, en la medida en que a) sus relatos de la Pasión están plagados de contradicciones, incoherencias e inverosimilitudes; y b) una cantidad apreciable de dichos y noticias relativos a Jesús (desde la crucifixión entre lestaí hasta la pretensión regia recogida en el titulus crucis, desde la presencia de armas en el grupo de Jesús hasta su uso en Getsemaní, desde las esperanzas de los discípulos en una “liberación” nacional de Israel a los indicios sobre el rechazo de Jesús al pago del tributo, etc. etc.) implican –al menos, prima facie– que Jesús fue un resistente antirromano. Esos dos hechos textuales obligan a cualquier sujeto pensante a buscar una explicación suficiente. 3ª. La hipótesis del Jesús resistente antirromano puede ser rechazada, en cualquiera de sus variantes, sea porque a uno le horroriza, porque la cree a priori imposible (v. gr. porque, si Jesús era Dios, y Dios está por encima de las acepciones de personas y pueblos, entonces también Jesús debía estarlo), sea porque uno cree disponer de argumentos sólidos contra ella. En una discusión intelectual, únicamente el segundo tipo de rechazo merece respeto y consideración. 4ª. Quien rechaza alguna versión de la hipótesis (encaminada, repitámoslo, a explicar una serie de anomalías y problemas textuales objetivos) tiene el deber intelectual de ofrecer una explicación unitaria y convincente de todo el material neotestamentario que le sirve de fundamento, así como una explicación igualmente convincente de las contradicciones e inverosimilitudes que contienen los relatos de la pasión de Jesús en los Evangelios (y, por tanto, una explicación que no incurra, a su vez, en contradicciones e inverosimilitudes). 5ª. La hipótesis del Jesús implicado en la resistencia antirromana, en cualquiera de sus variantes, no goza de amplias simpatías en la exégesis neotestamentaria (mayoritariamente compuesta de creyentes cristianos), por razones obvias. Muchos exegetas han escrito contra ella (incluyendo a M. Hengel, E. Bammel, C. Moule, G. Jossa y un buen séquito), a menudo intentando su reducción sociológica o atacando ad hominem a quienes la defienden. 6ª. El hecho de que la mayoría de los exegetas neotestamentarios no sean partidarios de la hipótesis no dice nada contra la validez de la hipótesis, pues la verdad de una proposición no tiene nada que ver con el número de quienes la defienden o la rechazan (a fortiori cuando hay buenas razones para pensar que los motivos de la defensa o el rechazo son de tipo ideológico), sino solo con la fuerza de los argumentos. 7ª. El hecho de que la mayoría de los exegetas neotestamentarios no sean partidarios de la hipótesis tiene, no obstante, una obvia repercusión sobre la recepción de la hipótesis entre el gran público, pues lo que se llama “verdad” es a menudo únicamente la tesis más publicitada y vociferada, y una gran mayoría de exegetas proclama que la hipótesis ha sido suficientemente refutada, y así lo repiten ad nauseam, con lo que hacen creer a los no-especialistas que así es de hecho, mientras, de paso, acostumbran a propagar caricaturas de la hipótesis (o a incurrir ellos mismos en el tipo de contradicciones e inverosimilitudes que caracterizan a los propios relatos evangélicos). 8ª. En opinión de no pocos estudiosos competentes (en el pasado y en el presente), de orientaciones ideológicas diferentes, la hipótesis no ha sido suficientemente refutada, entre otras razones porque las críticas recibidas no cumplen el requisito enunciado supra (v. 4ª), o porque las objeciones pueden responderse con facilidad. 9ª. Existen ciertamente objeciones a algunas versiones de la hipótesis del Jesús sedicioso que son independientes de la creencia acrítica en la fiabilidad del relato evangélico. Tales objeciones merecen atención y deben ser respondidas por quienes proponen la hipótesis. En estas circunstancias, dada la importancia de la cuestión de si Jesús estuvo o no implicado en la resistencia antirromana, si alguno de nuestros reflexivos lectores cree disponer de buenos argumentos (propios o ajenos) en contra de alguna de las variantes de la hipótesis afirmativa, le agradeceré exponga tales argumentos con claridad y concisión (preferiblemente en texto de extensión no mayor a 2 ó 3 páginas) y los envíe a bermejoblog@yahoo.es En caso de que quien los envíe esté interesado en su difusión, queda abierta la posibilidad de que yo mismo los publique en mi sección durante las próximas semanas de agosto (en ese caso, diferiré mis vacaciones del blog hasta septiembre). Saludos cordiales de Fernando Bermejo
Miércoles, 8 de Agosto 2012
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Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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