CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
“El panorama de las iglesias paulinas primitivas en cuanto al estado de las mujeres” (414-05)
Hoy escribe Antonio Piñero

Tiene razón H. Küng cuando señala que las comunidades paulinas supusieron frente al mundo que tenían delante, pesar de algunas rémoras, un avance notable en lo que se refiere a la consideración de las mujeres: Pablo las empleó como colaboradoras (Priscila/Prisca, Evodia, Síntique, Lidia, Junia, etc. = cap 16 de Romanos), como apóstolas y profetisas.

Pero creo que exagera cuando habla de que este hecho se debe a un principio teológico expresado en Gálatas 3,26-29:

“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.27 En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: 28 ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.29 Y si sois de Cristo, ya sois descendencia de Abrahán, herederos según la Promesa”.
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Creo que este texto básico tiene un significado soteriológico, es decir, en cuanto a la salvación, todos somos iguales; pero b[no un sentido sociológico]b: las mujeres no son iguales en los sociológico en ls comunidades paulinas. Ya Pablo lo dice bien claro: para él la mujer es secundaria en el orden de la creación en cuanto formada del cuerpo de Adán (11,3) y debe llevar velo por respeto al los ángeles y como signo de subordinación, mientras que el varón, no (11,5).

Ya he indicado en otra ocasión que Pablo, como buen ciudadano del Imperio, sabe perfectamente distinguir entre el ámbito doméstico y el ámbito público. Las iglesias domésticas de su tiempo, fundadas por él, eran grupos muy pequeños: por tanto se reunían en las casas particulares y pertenecían al ámbito de lo doméstico y no al de lo público. Por ello, las mujeres desempeñan un gran papel. Ello no significa que Pablo sea un doctrinario, ni mucho menos, de la libertad de la mujer, aunque ésta tenga el derecho de profetizar en la iglesia.

En el mundo grecorromano de la época lo que daba de verdad libertad a las mujeres era la posesión de dinero. Toda mujer con peculio propio no podía aspirar a un cargo público-político, ciertamente, pero sí a ser bastante libre y a desempeñar cargos de responsabilidad en instituciones religiosas. El que los vates/profets fueran mujeres era cosa extraordinariamente común en la Antigüedad grecorromana.

Sí estoy de acuerdo totalmente con H. Küng en su apreciación de la mujer en el ámbito de la gnosis/gnosticismo, a la vez que debe admitirse fue el movimiento gnóstico el que estuvo a punto de hacer peligrar la unidad de la Gran Iglesia. El gnosticismo daba una gran oportunidad a la mujer como vehículo y receptáculo de revelaciones privadas, a pesar de la postura –en apariencia contradictoria-- al considerarla, a la vez, como el prototipo de la carnalidad y de la materia.

El peligro del sincretismo (mezcla de ideas) era real en el gnosticismo puesto a aceptaban dos fuentes de la revelación: las Escrituras sagradas judías y cristianas, a la vez que consideraban a algunos textos de Platón como inspirados y como guías de la interpretación de las Escrituras. En un ambiente en el que se estaba construyendo una nuevo teología sincrética, mezclada, de elementos judíos, cristianos y helénicos el papel de los que recibían revelaciones de lo Alto de cómo debía ser ese nuevo sistema teológico era fundamental. Por ello las mujeres gozaban de prestigio como receptoras del Espíritu.

Pero como hemos indicado en la nota anterior, las circunstancias obligan. Una iglesia ya asentada en el mundo, con un control jerárquico rígido, compuesto por varones (las iglesias crecían y pasaban al ámbito de lo publico), no podía permitir una iglesia controlada solo por el Espíritu, y por tanto con mayoría de mujeres.

Aquí tiene toda la razón Küng en que si consideramos a la Gran Iglesia sucesora más o menos legítima de Jesús y con una estructura teológica en apariencia poco sincrética, el poder del gnosticismo (mucho más mítico y sincrético que el cristianismo) estaba condenado al fracaso... y dentro de él la función preponderante de las mujeres en el cristianismo.

También es muy interesante --en gran parte como fruto de un Seminario de la Universidad de Tubinga dirigido en otros tiempos por el mismo Küng sobre la mujer y la iglesia en época de los Santos Padres hasta más o menos el siglo V-- el resto del capítulo II. En él se aclara la evolución de la iglesia antigua en lo que respecta a la posición de la mujer en el gobierno de la Iglesia, la necesidad de redescubrir a la mujeres como profetisas y doctoras: se explicitan también las dudas de H. Küng sobre si en verdad las mujeres habrían podido emanciparse en el cristianismo antiguo a base de la doctrina cristiana (¡muy dudoso, por no decir imposible!) que iba evolucionando hacia una dogmática rígida de amplio espectro, y su queja, de Küng, de la necesidad de manejar con mucho cuidado el argumento de la tradición. El tratamiento de estos temas por parte del autor gozan de mi apoyo.

De la continuación del libro de Küng no me pronuncio, porque no me siento competente. Pero tengo la impresión de que está bien visto el conjunto de su síntesis del Medioevo, de la Reforma y del movimiento moderno iniciado por la Ilustración. Creo que Küng tiene mucho talento para la síntesis y que lo hace generalmente bien. A mí me ha interesado leer el libro completo, aunque se salga de mi ámbito, así como sentir con él que desde el punto de vista de un cristianismo de los orígenes –sean cuales fueren las explicaciones sociológicas—, las mujeres creyentes de hoy deben seguir luchando dentro de la Iglesia por obtener el papel que les corresponde.

Es más, estoy también convencido de que si no son nombradas sacerdotisas y toman las riendas de seminarios y de los obispados, y si no se permite a la vez que los sacerdotes varones se casen y sean en este aspecto personas normales, la declinación de la Iglesia se hará mucho más acentuada.

Por ello el libro de Küng termina con justeza con los epígrafes de “reformas concretas (pendientes)” y el alegato a las mujeres (y a los varones para que apoyen) condensado en la consigna ¡“No cejar!


Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Domingo, 13 de Noviembre 2011


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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