CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
¿Dieron culto a Jesús los primeros cristianos? Valoración (432-02)
Hoy escribe Antonio Piñero


Mi valoración del libro de Dunn es muy positiva, con algunos pequeños reparos. Es una buena introducción a la “cristología elevada”, o mejor a las diversas cristologías, elevadas/altas, del Nuevo Testamento; trata los temas con extrema claridad y con agudeza crítica, y al haberse escrito como respuesta a los libros de Hurtado y Bauckham tiene una visión más completa que estos.

El primer problema que realmente veo en el libro de Dunn está en el título: “Los primeros cristianos”, en realidad Dunn da por supuesto que el Nuevo Testamento es el reflejo del cristianismo primitivo. Sin embargo, como he indicado múltiples veces, el Nuevo Testamento es la representación de un cristianismo, el paulino, y deja fuera otros múltiples cristianismos de los orígenes. El Nuevo Testamento, que se concreta entre el 150 y el 200, (proceso lento y complejo) es el producto de un pacto entre las iglesias paulinas, en esos momentos triunfantes, en el que prima el paulinismo pero se intenta, con amplitud de mirar, aceptar dentro de su seno a otros cristianismos como el judeocristiano y el protognóstico.

Las triunfantes iglesias paulinas introducen dentro escritos judeocristianos sólo si son asimilables por el paulinismo, como el Evangelio de Mateo y el Apocalipsis; otros escritos que apenas hacen justicia a Pablo, como la primera carta de Clemente de Roma, la Didaché o el Pastor de Hermas, quedan fuera del canon, por no hablar de la “Predicación de Pedro (Kerygma Petrou) que está en la base de una buena parte de la literatura pseudoclementina. Estas obras quedaron fuera del canon, pero eran cristianismo primitivo.

Otros tipos de cristianismo protognóstico o espiritualizante, de los que doy cuenta en “Los Cristianismos derrotados”, quedan también fuera del canon controlado por los paulinos.

A este propósito quiero precisar mi mente: cuando hablo de “protognósticos” quiero que se me comprenda bien. Entiendo por “protognósticos” aquellos autores y sus obras que manejan conceptos que tienen un fondo de platonismo o estoicismo popularizados y que sirven de base para que cien años más tarde pueda aparecer en el seno del cristianismo una gnosis bien formada. Como he señalado el origen de esta gnosis filosófica cristiana del siglo II está en el judaísmo marginal con más de cien años sobre sus espaldas que unen la Escrituras judías con Platón.

Entre estos autores protognósticos incluyo a Pablo y el Evangelio de Juan, no porque representen una “protognosis bien formada” como sistema, sino por la utilización de conceptos como (espíritu, psíquico, letra, hombre interior/exterior, arriba, abajo, luz, materia) que representan un mundo platónico en el que las ideas de arriba son la única realidad emparentada con el Uno, el Bien, o la Luz, mientras que la materia, el cuerpo y análogos, son considerados como un reflejo imperfecto de esa realidad.

Volviendo a Dunn: en el resto del libro, en líneas generales, estoy de acuerdo con el autor en sus precisiones sobre el culto dado exclusivamente a Dios a través de Jesús y por la intermediación de Jesús; que éste es la representación de Dios más cercana a los hombres y la humanidad más cercana posible a Dios. La riqueza conceptual que el cristianismo primitivo une la figura del señor exaltado como intermediario entre la humanidad y el Dios transcendente está muy destacada por Dunn.

Otro aspecto en el que disentiría de Dunn es, en ocasiones, sus razonamientos teológicos como si olvidara que los datos evangélicos son el efecto de una reinterpretación de la vida de Jesús, no historia pura; así, al hablar de la impresión que Jesús dejó a sus discípulos (pp. 127-129), Dunn raciocina a partir de la convicción explícita o implícita que lo que recordaban los primeros discípulos de Jesús, de su misión y enseñanza (por ejemplo, su autocomprensión como Hijo del Hombre) puede aplicarse totalmente al Jesús histórico. Dunn parece dar a entender que Jesús mismo se habría inspirado directamente en la visión de Daniel 7 para explicar su propia misión y destino. Todo esto es muy discutible, pero Dunn lo presenta como excesivamente seguro.

Tampoco aparece claramente en el libro de Dunn la posibilidad que se percibe cada vez más nítida, de que toda la teología sobre Jesús como entidad cercana a Dios (que aparece en el Nuevo Testamento incluso en textos judeocristianos, como el Evangelio de Mateo y el Apocalipsis) sea un impacto de la teología de Pablo, altamente especulativa pero no histórica, más que del recuerdo de Jesús.

Me parecen muy iluminativas las páginas que Dunn dedica a la consideración del Jesús exaltado como Logos, Sabiduría y Espíritu; estas especulaciones son la base del proceso de divinización de Jesús como lucubraciones judías desde el siglo II a.C. para explicar la acción de Dios hacia fuera. Dunn sin embargo no señala que tales especulaciones proceden de la asimilación consciente por parte del judaísmo helenístico del platonismo y estoicismo popularizados.

Otro mérito de Dunn consiste en haber abordado de una manera directa el posible proceso psicológico intracristiano de cómo tanto los judeocristianos como los cristianos paulinos, de procedencia gentil, pudieron ensanchar su concepción del monoteísmo judío, de tal modo que la concepción de Dios paulino-cristiana casi más que monoteísmo resulta ser un binitarismo. Dunn pone de relieve como las especulaciones de Pablo van a poner en bandeja los desarrollos posteriores que conducirán inevitablemente a la doctrina de la trinidad. Dunn, sin embargo, no presta demasiada tención al ambiente helénico del entorno griego, en donde se diviniza a humanos en vida desde el 400 a.C.

En síntesis, un libro como otros de Dunn (por ejemplo, la Theology of Paul the Apostle, de 1996, que bien merecía una traducción al español aunque sea un libro muy amplio, unas 750 pp. y resulte caro), que merece la pena ser leído lentamente porque invita a un diálogo fecundo en torno a la interpretación de los textos, siempre crítica e inteligente por parte del autor. Dunn, como el ya difunto Raymond E. Brown, tiene un talento especial para enfocar pasajes muy discutidos de tal modo que encajen suficientemente bien dentro de la gran ortodoxia interpretativa constituida hoy por el protestantismo moderado y la teología católica avanzada o abierta.

Por último, una palabra muy positiva sobre la traducción del libro. La versión de José Pérez Escobar es, en líneas generales, buena; entiende bien el texto y su dominio del castellano es bueno; ha resuelto con garbo las trampas en las que caen por desgracia otros que se llaman traductores al verter palabras como evidence, claim, template, etc. Dunn escribe a veces en un inglés bastante popular lleno de phrasal verbs y no es fácil a menudo encontrar el mejor equivalente en buen castellano.

No tengo ante mis ojos el texto original inglés, pero dada mi experiencia como corrector de traducciones literarias, históricas, filosóficas y teológicas sobre todo del inglés al castellano, puedo repetir que estamos ante una buena versión, lo que es reconfortante; presumo algunos pequeños errores, hipotéticos por supuesto, que no merece la pena reseñar y que no menoscaban la bondad de la traducción en general. Pero si el traductor tuviere intención de conocer, no tengo inconveniente en enviárselos –insisto, como mera hipótesis--, en comunicación privada.

En síntesis un libro digno de ser leído con calma.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com


Viernes, 6 de Julio 2012


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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