Pitágoras de Samos. Retrato en el
Foro Romano. Un caso de cómo la fama puede aumentar la importancia de algunas personas tras la muerte pueden ser los de los filósofos griegos. Sin duda el ejemplo más relevante es el de Sócrates, cuya memoria lo convirtió en uno de los personajes más importantes de la cultura helenística, y no sólo por la trascendencia que le otorgó Platón al retratarlo como protagonista de sus exquisitos diálogos. En la Antigüedad clásica, Sócrates puede considerarse entre los mortales que más polémica y literatura despertó a su muerte. Incluso en la cárcel de Atenas donde tomó la cicuta (tal como cuenta Platón en su extraordinario diálogo
Fedón) se veneró su recuerdo: durante las excavaciones llevadas a cabo en el siglo XX en las inmediaciones del edificio, apareció una estatua que se ha relacionado con su memoria y una especie de culto a su figura.
Otros dos filósofos, Pitágoras de Samos y Empédocles de Agrigento alcanzaron gran trascendencia en la Antigüedad: ambos habrían realizado milagros y ambos habrían disfrutado cierta sabiduría conectada con la divinidad que quizá hasta ahora se haya echado en falta al hablar del culto a los difuntos. De Pitágoras, por ejemplo, se dijo en época tardía que le era más fácil calmar un río o el propio mar que cruzarlos. Aristóteles escribió, a propósito de ríos, que “cuando (Pitágoras) cruzaba el río Cosa fue saludado y que muchos afirman haber oído el saludo”, o que “el mismo día a la misma hora fue visto por muchos en Metaponto y en Crotona”. De esa sabiduría antes mencionada parecen derivar las noticias que hablan de cómo Pitágoras libraba a poblaciones enteras de pestes. Aunque, de todas formas, en este sentido fue mucho más allá su discípulo Empédocles de Agrigento:
Por lo que respecta a la mujer sin respiración Heraclides dice que fue como sigue: que mantuvo el cuerpo treinta días sin respiración ni pulso. Por eso (Heraclides) lo calificó de médico y adivino... Nos acercamos ya a un concepto nuevo que fue apareciendo paulatinamente en el mundo antiguo, el de hombre divino, la persona tocada por los dioses. No fue ésta una idea simplemente religiosa, ya que, en aquellos siglos, sobre todo a partir de Alejandro Magno (s IV antes de nuestra era) se extendió la idea de que los gobernantes habían de estar bajo la protección de las divinidades para que a su vez ellos protegieran a sus súbditos. La idea logró imponerse en los reinos que fraccionaron el efímero y majestuoso imperio de Alejandro a su muerte (año 323).
De manera que el hombre divino (
theios aner, como se decía en griego) contando como debía con autoridad y majestad, podía ser tanto una persona de especial sabiduría como un buen gobernante o una persona relacionada con lo religioso y milagroso.
Este último es el caso de figuras como Anfiarao y Trofonio. El primero, con un oráculo médico en el sur de Beocia; el segundo, con un oráculo onírico. Sobre ambos versará el siguiente post.
Sobre la conexión entre difuntos y milagros, quiero recordar el
libro colectivo que edité con Antonio Piñero y este enlace a una entrevista que me hizo Gabriel Andrade sobre los
milagros de Jesús.
Saludos cordiales.