COMUNICACION/ES: Jesús Timoteo

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Domingo, 4 de Marzo 2007

La década de los 1990 ha consolidado la Sociedad Mediática o de la Información y todos los viejos diarios, radios y televisiones han convergido en un poderoso sector económico en el cual, mezclados con las telecomunicaciones y la informática, se configuran grandes grupos industriales. Hasta conocieron a caballo del año 2000 su primera y rápida crisis cíclica, la recordada como la de los “punto com”.

En ese exuberante crecimiento, sin embargo, los medios han perdido su alma. Digamos que, aún manteniéndose hoy en forma de diarios, cadenas magazinizadas de radio o televisiones generalistas luchando con desespero contra la llegada de lo digital, son en realidad espíritus sin alma, ensimismados en su propia entropía, dinosaurios incapaces de generar toda la hierba que necesitan para sobrevivir.

La razón está en que fueron concebidos y vivieron en una época y para un mercado de masas. Y esa era y mercado, simplemente, han muerto. Y con ella han sucumbido también las viejas tradiciones y valores de la prensa libre, la responsabilidad social de los medios, el ser “perros guardianes” de la vida pública y de la democracia parlamentaria, defensores de los intereses de sus seguidores frente a los poderosos, organizando cuando era necesario duras campañas de acusación y desprestigio en contra de la administración, de los empresarios, los sindicatos o quien fuese, responsables de tener informados a sus lectores de modo feaciente, etc.

No es fácil encontrar hoy lugares que permitan trabajar a profesionales con el ánimo y el perfil del “reportero” Jack Lemmon o de su “director” Walter Matthau en “Primera Página” de Wilder.

Manifestaciones de una defunción

Las manifestaciones de esa defunción son varias. La más evidente tiene que ver con la comunicación basura. Los medios y en especial las televisiones se han dedicado a llevar a la sociedad hacia el funanbulismo y lo más nauseabundo del espectáculo, la degradación del ser humano capaz de desnudar su intimidad por unos minutos de estrellato en la pantalla.

Desde un punto de vista profesional, sin embargo, son mucho más tristes las transformaciones de los medios de calidad y de opinión, quienes, impregnados también del mismo espíritu fin de época, han derivado hacia la magazinización y la tabloidización haciendo de algo tan sacralizado por la tradición periodística como las noticias o el editorial un espectáculo, la escenificación del ditirambo, la charlatanería, la agresividad y el hablar por hablar.

Los norteamericanos hablan de “media bias” para indicar la tendenciosidad y los prejuicios con los que muchos medios de los llamados de calidad actuan. E. Alterman (“What liberal media?. The truth about bias an the news”. 2003) culpa a la derecha neoliberal y a los neocom de la distorsión de la realidad y del ajuste de la misma a estrategias decididas de acción sobre la economía y la política mundial.

Ann Coulter (“Slander: Liberal lies about the American Right”.2003) culpa a la izquierda de lo mismo o, mas exacto, de la reconocida y casi popular creencia de que nadie mejor que un extroskista o exmaoista para desarrollar estrategias de intervención pública desde cualquier vertiente política.

En realidad se trata de nuevo de los medios y de su función en la vida pública y política. Hace más de diez años que se estableció el principio de que lo importante era desarrollar una rapidísima agenda donde la cosmética es más importante que la realidad y donde “abrir los telediarios” se convierte en objetivo predominante, siguiendo en consecuencia mucho más los intereses e ideas de los agentes sociales (políticos, económicos o mediáticos) que las necesidades de la gente.

Periodismo de convalidación

Una tercera actitud de los medios, similar a la anterior pero aún más grave y dolorosa es lo que conocemos como “periodismo de convalidación”. En 2002, Le Monde fue acusado con pruebas contundentes en un conocidísimo libro escrito por dos exredactores de buscar sobre todo los intereses económicos del propio diario, el afianzamiento ideológico de su sector de opinión, la gratificación de sus lectores, aunque para ello no dudase en engañar y en ocultar la verdad.

A lo largo de los últimos años se han vivido situaciones similares de mentira y engaño en diarios del calibre del New York Times y del Washintong Post. Es notoria la tendenciosidad de El País, quien el día 17 de septiembre de 2004 pedía perdón a sus lectores por una campaña de su edición electrónica en que utilizó la tragedia del 11 de septiembre como material promocional. La revista Times de la semana del 21 de septiembre del 2004 recoge el escándalo de la cadena CBS que basó una exclusiva contra el Presidente Bush en documentación falsa o no suficientemente probada, todo ello nada menos que en sus informativos estrella capitaneados por Dan Rather.

Aún peor, la misma cadena negoció con el equipo de campaña de J.Kerry acuerdos de apoyo decidido a los demócratas. El que fuese director de Le Monde durante diez años, E. Plenel, acaba de publicar un libro demoledor y lleno de pesimismo para la vieja prensa de élite ( Procès, 2005). Asegura que su querido Le Monde ha muerto para convertirse, después de la entrada en su accionariado de Hachette y de El País, en un “periodismo de convalidación”, un periodismo de comentario, que no busca ni la información ni los hechos sino ofrece paquetes cerrados y estables de ideas previsibles, “vende” mercancía ideologizada y sometida a intereses comerciales y políticos.

El análisis que hace del prestigioso diario francés se puede extender a muchos de los grandes diarios de calidad del mundo occidental y explica, por encima de cualquier otro motivo, la continuada pérdida de lectores e influencia de todos los grandes.

Todo ello manifiesta una dura realidad y es el alejamiento de los medios respecto al mercado, la falta de sintonía entre los intereses de los invidividuos y los intereses de los medios que sólo es superado por el paralelo alejamiento de la realidad que viven los políticos.

La libertad individual no es gratuita

Escribió A. Minc (La Borrachera Democrática, 1995 ) que este siglo XXI será el siglo de Tocqueville como el pasado lo fue de Marx. Y es que Tocqueville intuyó muy bien cómo la libertad individual no es gratuita. La libertad conlleva importantes exigencias en responsabilidad individual al igual que la soberanía participada implica conflictos, confrontación de intereses y opiniones y el establecimiento de reglas de juego.

Tuvo claro que era condición humana el que libertad no era sinónimo de bondad y mucho menos de bondad colectiva y que la opinión pública podía ser orientada y organizada a favor de intereses inconfesables y contrarios al bien social.

Sus seguidores, Lippmann sobre todo en su “Public Opinión” y a principios del siglo XX cuando el sufragismo llevaba en directo hacia el voto universal, insistieron en la incapacidad del hombre masa para entender y pensar el bien colectivo, para ver más allá de su propia nariz y de sus cutres intereses y, peor aún, para dejarse arrastrar hacia el efectismo y la farándula y considerar como asuntos públicos dominantes fenómenos de feria.

Para que los individuos puedan ser libres necesitan tener a su alcance y disponer de información y comunicaciones objetivas, no engañosas, no dominadas por intereses de los agentes que operan en el campo del poder diluido. Estamos por tanto ante una nueva frontera de libertad.

Estamos ante un sistema informativo y de comunicación sometido a tantas tensiones, empujado por agentes políticos y de consumo, por medios, por tecnologías de enorme capacidad de sugestión, que lo hacen no sólo confuso sino inviable para sus fines sociales. Necesita por tanto ser equilibrado y regulado.

Es imprescindible alcanzar una nueva frontera de libertad, establecer una regulación totalmente nueva del sistema social de información, como se ha hecho con el sanitario, el educativo, o el financiero a lo largo del siglo XX. El problema no está en resolver la deuda de las televisiones públicas sino que va mucho más allá. Es necesario crear una horma nueva, porque totalmente nuevas son los medios y las estructuras y las tecnologías de la información y comunicación social, radicalmente distintas de las de hace apenas veinte años.

¿Quién está obligado a responder a ese reto?¿Qué instituciones tienen que facilitar la libertad individual de información, evitar los abusos y el engaño estructural, determinar un sistema informativo responsable y garante del bien colectivo?. La sociedad civil lo terminará haciendo por necesidad, pero de momento sólo contamos con el Estado.

Garantías no politizadas

Aunque la idea no concuerde con el pensamiento dominante NECESITAMOS MÁS ESTADO como defensa última de los débiles contra los fuertes (recuerdo que esta expresión es de Aristóteles), necesitamos ORGANISMOS DE GARANTÍA NO POLITIZADOS, civiles e independientes, de control de la información, todo lo contrario de los comités de comisarios creados en los Parlamentos por los grupos políticos que sirven sólo para vigilar a los periodistas.

Es una continuación de las arengas de Milton al Parlamento inglés en el XVII y de Wilkes en el XVIII. Hemos conseguido y tenemos afianzadas viejas y añoradas libertades, la de reunión, la de imprenta, la de expresión, la de opinión, la de distribución, la de comercio, la de empresa.

Necesitamos conquistar ahora la libertad individual y colectiva de información, el derecho a estar informados a la hora de tomar decisiones sobre nuestra opción política y nuestro voto tanto como sobre nuestra opción de consumo y nuestros gastos. No pueden existir sociedades de futuro sin individuos informados con objetividad y limpieza.

No puede existir futuro mientras exista o pueda existir el engaño organizado y la comunicación basura no esté controlada como nuestros antepasados controlaron el libelo y exigieron el derecho al honor.

No podemos aspirar a un mundo que mire hacia delante, hacia la justicia y la belleza mientras impongan su pauta y ocupen el espacio social la zafiedad, la basura, el populismo, los epígonos demagógicos del comunismo y del nacionalsocialismo y los afectados por el síndrome de las pantallas, del espectáculo, del mínimo común denominador, de las “palabras simbolo” (“Word-cluster”, “Mot-mensogne”) o de los efectos de feria, “animales de tres patas” en expresión de Lippmann.

Jesús Timoteo





Editado por
Jesús Timoteo
Eduardo Martínez de la Fe
Catedrático de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y Profesor Honorario en la Escuela Superior de Comunicación Social de la Universidad Politécnica de Lisboa, Jesús Timoteo es también Socio Consultor de la firma “Consultores QuantumLeap Comunicación” y Director del grupo I+D (UCM) “Comunicación / Comunicaciones”.

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João de Almeida Santos. Consejero político del Primer Ministro portugués (2005-2011), João de Almeida Santos es «Doctor Europeo» por la FCI de la Universidad Complutense de Madrid. Vive en Lisboa. Licenciado en Filosofia en la Universidad de Coimbra, donde ha sido profesor de Filosofia Política. En 1987 obtuvo la «Laurea di Dottore in Filosofia» en la Facoltà di Lettere e Filosofia de la Universidad de Roma «La Sapienza», donde ha sido tambien profesor. Ha publicado, entre otros libros, «Paradoxos da democracia» (Lisboa, 1998), «Os intelectuais e o poder» (Lisboa 1999) e «Homo Zappiens» (Lisboa, 2000). Es Profesor en la Universidad Lusófona de Lisboa

Carlos Jimenes, Presidente de Secuware.

Jesús Calzadilla, ingeniero de telecomunicación y experto en tendencias.




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