Mundo clásico
 
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Notas

Cuando Pirro, rey de Epiro, sangre de Alejandro Magno y émulo de Aquiles, tenía ya bajo su poder el trébol formado por la corona de Epiro, de Macedonia y de Tesalia, su ansia aventurera –esa suerte de póthos o anhelo irresistible a lo Alejandro, que en Pirro son sus élpides o esperanzas– le llevará a embarcarse rumbo a Italia respondiendo a la llamada de socorro de los tarentinos. Es su oportunidad de remedar la figura del gran conquistador, la ocasión de llevar a cabo los proyectos de expansión por Occidente que su prematura muerte le había impedido realizar. Pero antes de su partida se produce entre el rey aventurero y el filósofo epicúreo Cíneas, su consejero, una memorable conversación que ha dejado flotando en el tiempo una pregunta: ¿para qué la acción?
ÓSCAR MARTÍNEZ GARCÍA


¿Para qué la acción?
« Cíneas, viendo que Pirro se disponía a partir hacia Italia, encontrándole en un momento de descanso, entabló con él la siguiente conversación: "Dicen, Pirro, que los romanos son excelentes soldados, y que gobiernan sobre muchas naciones belicosas; por tanto, si la divinidad nos concediese derrotarlos, ¿qué objeto tendría esa victoria?”. A lo que Pirro contestó: “Cíneas, me preguntas algo que es obvio: una vez vencidos los romanos, no nos quedará allí ninguna ciudad, ni bárbara ni griega capaz de resistir, sino que de inmediato obtendremos toda Italia, cuya extensión, excelencia y poder ningún hombre conoce mejor que tú mismo”. Tras una pequeña pausa, Cíneas continuó: “Pero una vez que tengamos Italia, soberano, ¿qué haremos?”. Y Pirro, que todavía no alcanzaba a ver dónde quería ir a parar, replicó: “A su lado, Sicilia nos tiende los brazos; es una isla próspera, llena de habitantes y fácil de tomar, porque, Cíneas, desde que murió Agatocles todo allí son revueltas, desgobierno de las ciudades y excitación demagógica”. “Tiene visos de realidad lo que dices –contestó Cíneas–, pero ¿supondrá la toma de Sicilia el fin de nuestra expedición?”. “Si la divinidad nos concede el triunfo y la victoria –dijo Pirro–, nosotros lo tomaremos como el preludio de mayores empresas. Porque, ¿quién podría abstenerse de ir sobre Libia y Cartago estando ésta tan a mano, cuando hasta el propio Agatocles, que tuvo que huir a escondidas de Siracusa y cruzar hasta sus costas con unas pocas naves, estuvo a punto de tomarla? Y cuando seamos dueños de todo ello, ninguno de nuestros enemigos que ahora nos tratan con insolencia serán capaces de hacernos frente, ¿qué nos podrá objetar entonces nadie?”. “Nada –respondió Cíneas–; porque es evidente que con una fuerza semejante podrás recuperar Macedonia y gobernar Grecia con firmeza. Pero cuando tengamos todo en nuestras manos, ¿qué haremos?”. A lo que Pirro, echándose a reír, contestó: “Nos tomaremos un largo descanso, mi querido amigo, copa en mano cada día y charlando juntos entretenidamente”. Cuando Cíneas hubo llevado a Pirro a este punto de la conversación, le dijo: “Luego, ¿qué nos impide, si son ésas nuestras pretensiones, disfrutar desde ya de la bebida y de la conversaciones entre nosotros, ahora que tenemos de forma pacífica aquello que habríamos de conseguir con sangre y con grandes sufrimientos y peligros, causando a los demás infinitos males y padeciendo otros tantos daños?”. Con estos argumentos, Cíneas, antes que hacerle cambiar de opinión, lo que hizo fue atribular a Pirro, pues consciente de la dicha que dejaba atrás, fue sin embargo incapaz de renunciar a la esperanza de aquello que tanto ansiaba ». (cf. Plutarco, Vidas Paralelas: Pirro, XXI, 14)
Es sabido que los epicúreos desdeñaban el placer del movimiento. ¿Para qué la acción? Alejémonos del mundo –es la invitación de Cíneas–, alejémonos de las empresas, de las conquistas, no emprendamos ningún proyecto, permanezcamos en nuestra casa, en reposo, en el seno de nuestro goce. Pirro, el hombre de la agitación perpetua y de las esperanzas sucesivas, aquellas que renacen una y otra vez sin cesar, se puso, por el contrario, de parte de la acción y de la aventura. Por decirlo con Montesquieu (Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence. Chapitre IV. De Pyrrhus, 1721): “La grandeza de Pirro no consistía en otra cosa que en sus cualidades personales. Plutarco nos dice que se vio obligado a hacer la guerra porque no podía mantener entretenidos los seis mil hombres de infantería y seis mil de caballería con que contaba. Este príncipe, señor de un pequeño Estado del que no se ha vuelto a oír hablar después de él, era un aventurero que se embarcaba en empresas continuas porque no podía subsistir sino emprendiéndolas”.
Así pues, una vez en Italia, únicamente con sus tropas y el precario apoyo de los tarentinos, derrotará a los ejércitos romanos en la batalla de Heraclea (280 a.C.), ocasionando siete mil bajas en las fuerzas del SPQR, pero sufriendo él mismo la muerte de cuatro mil de sus hombres. Sin embargo, no será ésta la famosa “victoria pírrica”, sino la que conseguirá en Ausculum un año después, la que le haga decir: “Una victoria más sobre los romanos y estaremos completamente perdidos” (ibid.). Pero, lejos de detenerse, en su ansia de movimiento perpetuo, Pirro no será capaz de aprovechar las ventajas que su victoria sobre los romanos le ofrecían, sino que, embarcado en nuevas esperanzas, cruzará el estrecho hasta Sicilia dispuesto a combatir contra los cartagineses.
Impulsivo e irreflexivo, en un nuevo giro de la fortuna, Pirro se ve obligado a abandonar Sicilia y, expulsado también de Italia (275 a.C.), debe regresar a Epiro sin tesoro y sin hombres. Con todo, cayendo sobre Macedonia, a la sazón en poder de Antígono Gónatas, se hace con su corona por segunda vez; corría el año 273 a.C. y ya sólo le quedaba uno de vida. En una nueva llamada a la acción, Pirro parte con dirección a Grecia, hacia Esparta, dónde se encuentra con la valiente oposición de la ciudad. En el Peloponeso, encuentra una nueva ocasión de interferir en los asuntos locales de otra ciudad, esta vez Argos, en cuyas calles, merced a una teja arrojada por una vieja mujer desde un tejado, es derribado, permitiendo que un soldado de Antígono le pasara a cuchillo. Abatida por una mano temblorosa, la vida de Pirro llega a su fin.
Pero la descripción más certera de la personalidad de Pirro nos la ofrece su enemigo más íntimo, Antígono Gónatas, al describirlo como “un jugador de dados que, jugando mucho y bien, era, sin embargo, incapaz de sacar partido a sus jugadas”.
¿Para qué, entonces, la acción? ¿Para qué, entonces, el riesgo? ¿Por qué Pirro, a pesar de tener el alma atribulada ante la lógica implacable de su sabio consejero, se lanza a la aventura consciente de que antes o después perderá la vida? ¿Ha de prevalecer siempre la postura del intelectual o el filósofo sobre la del hombre de acción? Simone de Beauvoir, en un ensayo filosófico inspirado en este encuentro (Pyrrhus et Cinéas, París, Gallimard, 1944), deja flotando también en el tiempo una respuesta: “el hombre puede actuar, debe actuar. El hombre únicamente es trascendiendo, actuando en el riesgo y en el fracaso. Debe asumir el riesgo, pues lanzándose hacia el porvenir incierto funda con certidumbre su presente”.

[Existe traducción española del ensayo de Beauvoir bajo el título que ha inspirado esta nota: S. de Beauvoir, ¿Para qué la acción?, trad. esp. a cargo de Juan José Sebreli, Editorial La Pléyade, Buenos Aires, 1972. La Vida de Pirro aparece recogida en el cuarto volumen de las Vidas paralelas de Plutarco, obra que la editorial Gredos acaba de completar].

Lunes, 30 de Noviembre 2009
Redactado por Antonio Guzmán el Lunes, 30 de Noviembre 2009 a las 09:01