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El enigma place al ambiguo Apolo "Loxias", patrón de Delfos. Pero una vez fue claro acerca de su más célebre santuario. “En este lugar quiero erigir un templo glorioso para que sirva de oráculo a los hombres que ofrecerán perfectas hecatombes, tanto los que habitan en el opulento Peloponeso como el resto de los hombres de Europa y de las islas lavadas por el mar, que vendrán a preguntarme. Y yo les daré consejo infalible, contestándoles en mi rico templo.” (Himno Homérico a Apolo délfico). A continuación, este artículo evoca los orígenes míticos del oráculo junto a lo que de sus ceremonias sabemos, subrayándose además la importancia cultural de Delfos en el mundo antiguo.
POR DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE
Cuenta el mito que Apolo se enfrentó en Delfos a una enorme serpiente que guardaba el primigenio oráculo de la tierra y poseía el don de la profecía. El monstruo, llamado Pitón, pertenecía a un orden anterior al olímpico, el de Gea, que describe la Teogonía de Hesíodo. El origen de este oráculo, preolímpico en el mito y prehelénico según la arqueología, se relaciona con el culto a la diosa tierra de los minoicos y micénicos. Como dice Esquilo, “la primera profetisa fue la tierra Gea” (ten protomantin Gaian). Y el propio nombre de Delfos podría estar etimológicamente relacionado con el útero, delphys, en griego
Y no es de extrañar que el mito hable así de Delfos: la sobrecogedora visión de su emplazamiento, un lugar único entre montes escarpados, sugiere la presencia de divinidades enfrentadas de la tierra y del cielo. Apolo fundar su santuario en el propio centro de la tierra: se cuenta que Zeus y Atenea discutieron una vez acerca de cuál era el punto medio del mundo, que la diosa, tomando partido por su ciudad predilecta, quería situar en Atenas. Zeus recurrió a un procedimiento certero: dejó volar dos águilas, su ave consagrada, desde los dos confines opuestos del orbe. Las águilas fueron a cruzarse precisamente sobre una frondosa ladera en la Grecia continental: Delfos. Allí estaba el omphalos, el ombligo del mundo: y se veneraba, de hecho, una roca meteorítica con tal nombre, relacionada con el culto de Zeus.
Desde ese lugar mágico, con la impronta inconfundible de lo divino, la sacerdotisa de Apolo, Pitia (en honor de la serpiente), cantó sus vaticinios en verso para los griegos. La vía pítica, que conducía desde Atenas a Delfos, llevaba a los peregrinos que iban a consultar su futuro. La consulta del oráculo, tan habitual en los mitos griegos como en la vida antigua, era un evento de gran importancia en la religión griega. Había consultas públicas, enviadas por las poleis, y también privadas, de particulares preocupados por problemas cotidianos, de índole familiar, económica, etc. Las ciudades, como Atenas, enviaban embajadas sagradas (theoríai) para consultar al dios y tomar parte en sus festivales. Podemos imaginar el viaje de los peregrinos délficos, en sus distintas etapas, hasta llegar al santuario.
La primera visión que se presentaría ante ellos, como una suerte de vestíbulo a Delfos, sería el imponente recinto sagrado de Marmaria: enclavado entre la vegetación exuberante de la ladera, contenía el templo a Atenea Pronaia (“ante el santuario”). A continuación, verían la famosa fuente Castalia, al pie de la rocosa Hiampea, entre las dos piedras Fedríades (“brillantes”). Este era el manantial sagrado donde no sólo se recibía y purificaba a los peregrinos, sino también a los propios profetas del oráculo, que marchaban en procesión para realizar sus abluciones ceremoniales. Poco después llegarían al propio santuario, tomando la entrada que conducía, por la vía sagrada y pasando ante los diversos tesoros dedicados, hasta el templo de Apolo. Éste pasó por varias etapas de construcción, desde su versión más primitiva de madera hasta el mítico templo construido por Trofonio y Agamedes, que sufrió varias destrucciones y reconstrucciones.
Allí los consultantes entraban por turno, echando suertes (salvo quienes tenían promanteia o prioridad de consulta). No se conoce la tarifa del oráculo sino por algún caso concreto: los ciudadanos de Faselis en 420 a.C. pagaron por una consulta pública el equivalente a unas 10 dracmas atenienses, mientras que privadamente se establecía un décimo de esta cantidad. Es decir, que el precio mínimo de consulta para un particular equivaldría en esta época a la paga de dos días de un jurado en Atenas, no del todo inasequible. Pero esto era el precio mínimo, simbólico, por la ofrenda del pastel sagrado (pelanos) previo a la consulta. Normalmente se aseguraba la benevolencia del dios mediante otros obsequios, antes y después del vaticinio, en forma de estatuas, trípodes y objetos diversos; a ello se sumaba el sacrificio previo de un animal, que también se podía adquirir en el santuario. La exención de las tasas era un privilegio extraordinario que muy pocos –como los médicos asclepíadas de Cos– tuvieron. El santuario, podemos figurarnos, bullía en época clásica con una frenética actividad, entre peregrinos y sacerdotes.
Proverbial era la riqueza de Delfos y “todos los tesoros que alberga el umbral de Febo Apolo en la rocosa Pitón”, como dice Homero. Según el mencionado Himno homérico el propio dios pobló su santuario con comerciantes cretenses, a los que convenció apareciéndose en su nave mercante transformado en delfín (Apolo Delphios, de donde, según otra etimología, vendría el nombre del santuario). Delfos tiene vínculos probados con la cultura minoica y las antiguas rutas comerciales que surcaban el Egeo y las tierras griegas. Es de notar, igualmente, la coincidencia de las rutas que llevaban a Delfos con los pasos de trashumancia que atravesaban Grecia de norte a sur y de este a oeste: el viaje oracular era, pues, ocasión aprovechable para el comercio.
Al fin, tras cumplir todos los requisitos, llegaba el momento de la consulta. Poco se sabe de ésta y de lo que ocurría en el interior del templo, el adyton. Allí estaba la Pitia y un cuerpo de sacerdotes con varias categorías (hiereis, prophetai y hosioi) y atribuciones dudosas. El impenetrable sancta sanctorum del templo estaba seguramente compuesto de una habitación para los consultantes y otra para la Pitia, donde se producía su misterioso éxtasis. Muchos han sido los intentos de explicarlo por el recurso a sustancias psicoactivas: unas veces en la ablución en la fuente, pues en muchos oráculos la profetisa bebía agua o sangre. El subsuelo del templo estaba perforado, y la fuente Casótide brotaba allí para que la Pitia la bebiera. Otros apuntan al laurel ritual, consagrado a Apolo, que sería masticado impregnado en una miel tóxica: según el poeta Calímaco “la Pitia en el laurel se instala, profetiza gracias al laurel y sobre el laurel se apaga”. Y hay explicaciones que recurren al hipnotismo y a la sugestión.
Según otro mito, trasmitido por Diodoro y Plutarco, la inspiración provenía de una grieta en el suelo, bajo el trípode sobre el que se sentaba, que emitía un vapor o espíritu (pneuma). Aunque esta teoría estuvo muy desprestigiada, una investigación geológica encargada en tiempos recientes por el gobierno griego para instalar un reactor nuclear señaló la existencia de una falla que atravesaba Delfos y la presencia de gas etileno. Mito, historia y ciencia, sin embargo, siguen dejando muchas incógnitas al respecto.
Desde época arcaica, el culto de Apolo en Delfos irradió su influencia religiosa por todo el mundo helénico. El santuario fue desde antiguo el ombligo de la cultura griega y asiento de su tradición e identidad. Símbolos culturales de los griegos fueron las máximas de los Siete Sabios grabadas en el templo: el célebre “conócete a ti mismo”, todo un compendio filosófico y religioso, fue un vaticinio de Apolo a la pregunta de “¿Qué es lo mejor para el hombre?”, formulada por Creso. En la entrada del templo de Apolo en Delfos el visitante se encontraba además con la famosa la letra E de Delfos. Sobre su significado, Plutarco refiere varias teorías: se suele leer la E como EI, que en griego es la conjunción condicional (“si”, que introduce plegarias y oráculos) pero también la segunda persona del singular del verbo “ser” (eimi), tal y como se dirigía el consultante a Apolo, reconociendo su divinidad: “Tú eres.”
De hecho, los filósofos históricos, y no solo los legendarios Siete Sabios, reverenciaron el saber délfico y la adivinación de la Pitia. Desde algunos presocráticos que se refirieron con respeto al oráculo, hasta los estoicos, los pensadores griegos se inspiraron en la sabiduría de Delfos. “El dios cuyo oráculo está en Delfos –dijo Heráclito– ni dice ni oculta, sino da señales”. Otro buen ejemplo es el propio Sócrates, proclamado por Delfos “el más sabio de los hombres”, quien al parecer basó gran parte de sus ideas sobre el alma en las doctrinas oraculares. Según los escritos de Platón y Jenofonte, Socrates profesaba gran veneración al oráculo y le atribuía su inspiración filosófica y su célebre “genio”. Platón se refiere continuamente al santuario, desde sus primeros diálogos hasta su último proyecto de ciudad utópica, en un sentido tanto filosófico como político.
Como otros referentes de identidad panhelénica, también los poetas de todos los griegos eran honrados en Delfos. La estatua de Homero, con una inscripción referente a su enigmática patria y a su muerte legendaria, estaba también presente en el templo de Apolo y “no lejos del hogar del templo –cuenta Pausanias– había una silla dedicada a Píndaro”. A estos elementos se suman otros como la tumba de Dioniso, que se supone estaba en el interior del templo de Apolo. Dioniso, según el mito, ostentaba el patrocinio del santuario durante los meses del invierno, cuando Apolo estaba ausente y el oráculo no funcionaba. Es una prueba del vínculo entre ambas divinidades del éxtasis poético, profético y religioso. Otro ejemplo es la serie de historias acerca del trípode de Delfos, ubicuo en los mitos fundacionales de diversos oráculos y santuarios. En Delfos, finalmente, se celebraban los Juegos Píticos que, como los de Olimpia, reunían a los pueblos griegos en competiciones no sólo deportivas, sino también literarias y artísticas.
En fin, durante al menos un milenio, el santuario representó la identidad helénica como ningún otro lugar de la antigua Grecia: la filosofía, la política, la poesía. El enigma siempre les gustó a los griegos como mágica intuición del misterio del mundo, presentimiento vivo de lo divino, revelación de lo porvenir. Puede que la poesía griega sea la expresión más sublime de la sabiduría délfica. Asi dice Píndaro en honor del dios cuyo oráculo está en Delfos:
"El término destinado a todas las cosas
lo conoces Tú y todos sus caminos:
cuántas hojas de la tierra en primavera
brotan y cuánta
arena, en la mar y los ríos,
al batir de las olas y el viento se amontona. Lo por venir,
y de dónde ha de llegar, bien lo sabes Tú ver."
Píndaro, Pítica IX 43 ss.
DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE
Y no es de extrañar que el mito hable así de Delfos: la sobrecogedora visión de su emplazamiento, un lugar único entre montes escarpados, sugiere la presencia de divinidades enfrentadas de la tierra y del cielo. Apolo fundar su santuario en el propio centro de la tierra: se cuenta que Zeus y Atenea discutieron una vez acerca de cuál era el punto medio del mundo, que la diosa, tomando partido por su ciudad predilecta, quería situar en Atenas. Zeus recurrió a un procedimiento certero: dejó volar dos águilas, su ave consagrada, desde los dos confines opuestos del orbe. Las águilas fueron a cruzarse precisamente sobre una frondosa ladera en la Grecia continental: Delfos. Allí estaba el omphalos, el ombligo del mundo: y se veneraba, de hecho, una roca meteorítica con tal nombre, relacionada con el culto de Zeus.
Desde ese lugar mágico, con la impronta inconfundible de lo divino, la sacerdotisa de Apolo, Pitia (en honor de la serpiente), cantó sus vaticinios en verso para los griegos. La vía pítica, que conducía desde Atenas a Delfos, llevaba a los peregrinos que iban a consultar su futuro. La consulta del oráculo, tan habitual en los mitos griegos como en la vida antigua, era un evento de gran importancia en la religión griega. Había consultas públicas, enviadas por las poleis, y también privadas, de particulares preocupados por problemas cotidianos, de índole familiar, económica, etc. Las ciudades, como Atenas, enviaban embajadas sagradas (theoríai) para consultar al dios y tomar parte en sus festivales. Podemos imaginar el viaje de los peregrinos délficos, en sus distintas etapas, hasta llegar al santuario.
La primera visión que se presentaría ante ellos, como una suerte de vestíbulo a Delfos, sería el imponente recinto sagrado de Marmaria: enclavado entre la vegetación exuberante de la ladera, contenía el templo a Atenea Pronaia (“ante el santuario”). A continuación, verían la famosa fuente Castalia, al pie de la rocosa Hiampea, entre las dos piedras Fedríades (“brillantes”). Este era el manantial sagrado donde no sólo se recibía y purificaba a los peregrinos, sino también a los propios profetas del oráculo, que marchaban en procesión para realizar sus abluciones ceremoniales. Poco después llegarían al propio santuario, tomando la entrada que conducía, por la vía sagrada y pasando ante los diversos tesoros dedicados, hasta el templo de Apolo. Éste pasó por varias etapas de construcción, desde su versión más primitiva de madera hasta el mítico templo construido por Trofonio y Agamedes, que sufrió varias destrucciones y reconstrucciones.
Allí los consultantes entraban por turno, echando suertes (salvo quienes tenían promanteia o prioridad de consulta). No se conoce la tarifa del oráculo sino por algún caso concreto: los ciudadanos de Faselis en 420 a.C. pagaron por una consulta pública el equivalente a unas 10 dracmas atenienses, mientras que privadamente se establecía un décimo de esta cantidad. Es decir, que el precio mínimo de consulta para un particular equivaldría en esta época a la paga de dos días de un jurado en Atenas, no del todo inasequible. Pero esto era el precio mínimo, simbólico, por la ofrenda del pastel sagrado (pelanos) previo a la consulta. Normalmente se aseguraba la benevolencia del dios mediante otros obsequios, antes y después del vaticinio, en forma de estatuas, trípodes y objetos diversos; a ello se sumaba el sacrificio previo de un animal, que también se podía adquirir en el santuario. La exención de las tasas era un privilegio extraordinario que muy pocos –como los médicos asclepíadas de Cos– tuvieron. El santuario, podemos figurarnos, bullía en época clásica con una frenética actividad, entre peregrinos y sacerdotes.
Proverbial era la riqueza de Delfos y “todos los tesoros que alberga el umbral de Febo Apolo en la rocosa Pitón”, como dice Homero. Según el mencionado Himno homérico el propio dios pobló su santuario con comerciantes cretenses, a los que convenció apareciéndose en su nave mercante transformado en delfín (Apolo Delphios, de donde, según otra etimología, vendría el nombre del santuario). Delfos tiene vínculos probados con la cultura minoica y las antiguas rutas comerciales que surcaban el Egeo y las tierras griegas. Es de notar, igualmente, la coincidencia de las rutas que llevaban a Delfos con los pasos de trashumancia que atravesaban Grecia de norte a sur y de este a oeste: el viaje oracular era, pues, ocasión aprovechable para el comercio.
Al fin, tras cumplir todos los requisitos, llegaba el momento de la consulta. Poco se sabe de ésta y de lo que ocurría en el interior del templo, el adyton. Allí estaba la Pitia y un cuerpo de sacerdotes con varias categorías (hiereis, prophetai y hosioi) y atribuciones dudosas. El impenetrable sancta sanctorum del templo estaba seguramente compuesto de una habitación para los consultantes y otra para la Pitia, donde se producía su misterioso éxtasis. Muchos han sido los intentos de explicarlo por el recurso a sustancias psicoactivas: unas veces en la ablución en la fuente, pues en muchos oráculos la profetisa bebía agua o sangre. El subsuelo del templo estaba perforado, y la fuente Casótide brotaba allí para que la Pitia la bebiera. Otros apuntan al laurel ritual, consagrado a Apolo, que sería masticado impregnado en una miel tóxica: según el poeta Calímaco “la Pitia en el laurel se instala, profetiza gracias al laurel y sobre el laurel se apaga”. Y hay explicaciones que recurren al hipnotismo y a la sugestión.
Según otro mito, trasmitido por Diodoro y Plutarco, la inspiración provenía de una grieta en el suelo, bajo el trípode sobre el que se sentaba, que emitía un vapor o espíritu (pneuma). Aunque esta teoría estuvo muy desprestigiada, una investigación geológica encargada en tiempos recientes por el gobierno griego para instalar un reactor nuclear señaló la existencia de una falla que atravesaba Delfos y la presencia de gas etileno. Mito, historia y ciencia, sin embargo, siguen dejando muchas incógnitas al respecto.
Desde época arcaica, el culto de Apolo en Delfos irradió su influencia religiosa por todo el mundo helénico. El santuario fue desde antiguo el ombligo de la cultura griega y asiento de su tradición e identidad. Símbolos culturales de los griegos fueron las máximas de los Siete Sabios grabadas en el templo: el célebre “conócete a ti mismo”, todo un compendio filosófico y religioso, fue un vaticinio de Apolo a la pregunta de “¿Qué es lo mejor para el hombre?”, formulada por Creso. En la entrada del templo de Apolo en Delfos el visitante se encontraba además con la famosa la letra E de Delfos. Sobre su significado, Plutarco refiere varias teorías: se suele leer la E como EI, que en griego es la conjunción condicional (“si”, que introduce plegarias y oráculos) pero también la segunda persona del singular del verbo “ser” (eimi), tal y como se dirigía el consultante a Apolo, reconociendo su divinidad: “Tú eres.”
De hecho, los filósofos históricos, y no solo los legendarios Siete Sabios, reverenciaron el saber délfico y la adivinación de la Pitia. Desde algunos presocráticos que se refirieron con respeto al oráculo, hasta los estoicos, los pensadores griegos se inspiraron en la sabiduría de Delfos. “El dios cuyo oráculo está en Delfos –dijo Heráclito– ni dice ni oculta, sino da señales”. Otro buen ejemplo es el propio Sócrates, proclamado por Delfos “el más sabio de los hombres”, quien al parecer basó gran parte de sus ideas sobre el alma en las doctrinas oraculares. Según los escritos de Platón y Jenofonte, Socrates profesaba gran veneración al oráculo y le atribuía su inspiración filosófica y su célebre “genio”. Platón se refiere continuamente al santuario, desde sus primeros diálogos hasta su último proyecto de ciudad utópica, en un sentido tanto filosófico como político.
Como otros referentes de identidad panhelénica, también los poetas de todos los griegos eran honrados en Delfos. La estatua de Homero, con una inscripción referente a su enigmática patria y a su muerte legendaria, estaba también presente en el templo de Apolo y “no lejos del hogar del templo –cuenta Pausanias– había una silla dedicada a Píndaro”. A estos elementos se suman otros como la tumba de Dioniso, que se supone estaba en el interior del templo de Apolo. Dioniso, según el mito, ostentaba el patrocinio del santuario durante los meses del invierno, cuando Apolo estaba ausente y el oráculo no funcionaba. Es una prueba del vínculo entre ambas divinidades del éxtasis poético, profético y religioso. Otro ejemplo es la serie de historias acerca del trípode de Delfos, ubicuo en los mitos fundacionales de diversos oráculos y santuarios. En Delfos, finalmente, se celebraban los Juegos Píticos que, como los de Olimpia, reunían a los pueblos griegos en competiciones no sólo deportivas, sino también literarias y artísticas.
En fin, durante al menos un milenio, el santuario representó la identidad helénica como ningún otro lugar de la antigua Grecia: la filosofía, la política, la poesía. El enigma siempre les gustó a los griegos como mágica intuición del misterio del mundo, presentimiento vivo de lo divino, revelación de lo porvenir. Puede que la poesía griega sea la expresión más sublime de la sabiduría délfica. Asi dice Píndaro en honor del dios cuyo oráculo está en Delfos:
"El término destinado a todas las cosas
lo conoces Tú y todos sus caminos:
cuántas hojas de la tierra en primavera
brotan y cuánta
arena, en la mar y los ríos,
al batir de las olas y el viento se amontona. Lo por venir,
y de dónde ha de llegar, bien lo sabes Tú ver."
Píndaro, Pítica IX 43 ss.
DAVID HERNÁNDEZ DE LA FUENTE
Lunes, 9 de Noviembre 2009
Redactado por Antonio Guzmán el Lunes, 9 de Noviembre 2009 a las 00:01
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Antonio Guzmán
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