A propósito de la exposición de Tintoretto en el Museo del Prado. Madrid, marzo de 2007.
Con la impresión recibida después de ver la exposición de Tintoretto, me surge la pregunta que a continuación expongo: ¿cuándo el siglo XXI comenzará a revisar el arte que se produjo en el siglo XX?
Considero urgente comenzar a revisar los logros estéticos y conceptuales de un siglo que, desde mi opinión, está supervalorado por los expertos, en sus conquistas y en creer que el marchamo “modernidad” fundamenta sin más y da carta de naturaleza a lo que debe ser arte. Ese sentido autocomplaciente que excluye todo lo que no parece ser “vanguardia”.
Es urgente manifestar que no abogamos por un arte conservador, pero claro está que hay que proclamar con contundencia y sin miedo, es posible que no se nos oiga entre tanto ruido visual, que vanguardia también fue Tintoretto en su tiempo, que Schubert y Beethoven también lo fueron y siguen sonando como avanzada a través del tiempo.
Estamos demasiado orgullosos y autosatisfechos, pensando que nuestro siglo XX puso frontera y cerró la antigüedad, determinó lo viejo y lo nuevo. Este concepto ha valido para desencadenar una valoración desmedida y provocar una catarata de ingeniosas realizaciones en que la novedad prima sobretodo, aunque ésta sea banal y simplemente ocurrente.
Mientras comprobamos hasta la saciedad que otros tiempos históricos en el arte primó la superación y el dominio personal, hasta alcanzar cimas de complejidad y profundidad, que se fundamentaba en la gran autoresponsabilidad y el dominio expresivo técnico y absoluto, en la que una exuberante imaginación les llevaba a representar escenas inverosímiles, generalmente en el terreno religioso, refiriéndonos, claro está, a la cultura europea.
Siglo minimalista
El siglo XX, a través de sus grandes artistas de vanguardia, fueron despojando éste de complejidad, donde lo “conceptual” fue ganando consideración y peso sobre lo representado, una idea brillante e incluso compleja por encima de la obra, hasta convertirse ésta en cita para aquella.
No quiero extenderme aquí, solo esbozar la repercusión nefasta que ha traído una de la últimas tendencias como el “minimalismo”, que en vez de potenciarse lo esencial después de una ardua tarea, se deriva en lo mínimo, pero eso sí, con grandes posibilidades decorativas en la arquitectura de hoy.
Quiero dejar algo claro, que mientras en la antigüedad cada artista era la personificación de todo el bagaje cultural y estético hasta ese momento, y lo expresaba implícitamente en sus obras, recogiendo el legado aportado por sus antecesores, que vino en llamarse tradición, y cada uno procuraba un ascenso y una innovación; en la época actual, desde el siglo XX, ese bagaje ha servido no para asumirlo e intentar superarlo, sino para impugnarlo, ya que ese concepto y actitud es lo que define “modernidad”.
Pero hoy, que ese factor nos parece la mar de nuevo, en los artistas grandes del pasado muchas veces también impugnaron y removieron los valores representativos, y muchos de esos grandes, invirtieron en su obra sus valores férreamente instituidos, causándoles grandes problemas.
El encargo hecho a Rembrandt para su gran obra “La ronda nocturna”, que se componía de una serie de retratos militares, la innovación le llevó a que en la mitad de los retratados quedaran ocultos sus rostros en la penumbra, por efecto de la composición, lo que llevó a que muchos se negaran a pagarle su parte. Es un ejemplo, pero hay muchos. Caravaggio, en una gran pieza de una iglesia, aparece un caballo en escorzo que ocupa más de la mitad de la obra, con personajes importantes al fondo. Esta actitud no se llamaba vanguardista pero ¡Qué es esto!
Tintoretto viéndolo hoy, nos parece un cineasta de nuestro siglo, pues relata el acontecimiento que expresa lleno de distorsiones, violencia cruda y dura y un sin fin de “efectos especiales”. Es una imaginación desbordante, desde las composiciones sumamente arriesgadas que están al borde casi de lo absurdo, parece un espíritu de hoy que concibe y plasma multitudes humanas que vuelan configurando nubes cargadas de seres que casi chocan entre sí. Esto es, sin duda, una visión cargada de abstracción estética, así como la manipulación que hace, con toda libertad, de las proporciones objetuales.
Se nos llena la boca de modernidad en nuestro tiempo, como si eso fuera en sí algo, la única diferencia entre la de Tintoretto y la nuestra es que nosotros queremos hacerla, esto es, sin duda, “un valor conceptual” y nada más. Tintoretto hoy, sigue siendo moderno.
Editado por
Angel Orcajo
Nacido en Madrid en 1934, Ángel Orcajo estudia dibujo y grabado en La Escuela Nacional de Artes Gráficas (Madrid) y pintura en la Escuela Central de Bellas Artes de San Fernando (Madrid). Participa en el Pabellón de España de la XXX Bienal de Venecia de 1970. Ha expuesto en importantes salas españolas (Juan Gris, Museo Español de Arte Contemporáneo, etc.) de Nueva York (Universidad de Columbia, etc.) pasando por Sao Paulo (Bienal de 1969) y Lisboa y Oporto (Sala da Praça). Hay obra suya en algunos de los principales museos españoles e internacionales.
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