Siempre entendí el arte, como ejecutante de él que soy, como un vehículo de expresión personal, donde se muestran ideas, concepciones del mundo en que vivimos, y una forma de encontrar sentido vital a través de la práctica del mismo, y también una manera de entrar en el debate cultural continuo, y contribuir a construir una sociedad más moral y sensible. Por supuesto, en mi caso como pintor, el ejercicio fascinante de crear imágenes expresivas estratégicas comunicables, a través de una práctica formal y estética muy física y no virtual.
Con la inauguración de ARCO, que se celebra anualmente en Madrid y en la que he participado algunas veces, siempre siento el distanciamiento anímico de dicho evento y la radical opinión negativa, que configura, una vez más, la concepción del arte en nuestros días.
Sé muy bien, que estas reflexiones que a continuación siguen, están a contracorriente, pero da igual, esto no es algo para conseguir adhesiones, sino un ejercicio crítico y de libertad sin más.
Es increíble que poco a poco nos haya ido pareciendo natural el asumir las palabras “Feria de Arte Contemporáneo” como algo consustancial con la “creación artística” y no más bien, la muestra en extensión infinita de la “creatividad”, facultad que no se debe confundir con creación profunda, que siempre estuvo muy clara su intensidad y altura. Nunca productos estéticos de indiscutible calidad que entrar perfectamente a justificar dicho enunciado “Feria”.
No hablamos de “feria de las vanidades”, ya que algunos artistas son bien merecedores de fama y propaganda. Mi reflexión mostrada aquí es la constatación de mi postura y opinión que he mantenido a lo largo de años, no me asiste el rencor de estar ausente en muchas de ellas, ya que sin ir más lejos, una obra de 1975 “La cabeza urbana” fue mostrada por el Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid en una pasada feria.
Lo cual no me lleva a estar de acuerdo con su enunciado ni sus pretensiones comerciales o de difusión, aunque bien es cierto que es totalmente coherente si nos atenemos a la banalidad que se extiende y se muestra con orgullo en la sociedad que vivimos.
Un siglo de innovaciones
Todo es reflejo y resultado de un siglo XX lleno de innovaciones más epatantes que profundas, y una profusión de espacios comerciales (galerías) y el ascenso en prestigio de galeristas y curators más importantes en la trayectoria y tendencias del arte que los propios artistas.
Comprobamos la contradicción que puede verse en el contraste entre las cifras de visitantes en los pocos días del evento y la asistencia del público, salvo el día de la inauguración, a las innumerables exposiciones en las galerías.
No nos engañemos, el arte plástico nunca ocupó centralidad como acontecimiento y hoy mantiene una presencia muy pobre en la influencia social. Cómo es posible que se haya desacralizado el silencio de los estudios, donde se realiza la práctica, y donde el único objetivo deberá ser la búsqueda de lo profundo de cada artista y no la construcción, en espacio paralelo, de una oficina de relaciones e influencias.
Qué ridículo queda hoy la búsqueda de lo “sublime”, aspiración casi inalcanzable, que siempre estimuló a la progresiva superación personal, artística y vital, en casi todas las épocas, incluso para muchos artistas del siglo XX.
Es gracioso pensar hoy, que estas reflexiones puedan parecer reaccionarias, en que la omnipresente tecnología parece invadirlo todo, haciendo viejo a su paso todo lo que ella no toca.
Banalidad dinámica
Un vendaval de efectos especiales de infinitas y sofisticadísimas mezclas acaparan el espacio presente, fascinantes realizaciones visuales carentes de la más estricta profundidad campean a sus anchas y asombran las mentes embotadas de informacion. La banalidad más dinámica, el ruido y la furia parecen ocuparlo todo.
La “temporalidad” se erige como motor necesario de éste tiempo, no importa que todo se olvide pronto, para dejar paso, en ese río infinito y diverso otras propuestas que no importa demasiado que sean “reinas por un día”. Un tiempo que no se detiene ni para mirarse a sí mismo, porque no puede, ni cree en ello. Donde la sucesión vertiginosa de ingenios deslumbrantes y novedosos pero efímeros, ocupan un espacio finito.
Una vorágine en espiral, asfixia otras maneras de hacer posibles, no el deseo reaccionario del pasado definitivamente clausurado, pero es posible que se acabe este incesante ruido y aparezca un silencio demasiado vacío, para poder poner de nuevo un tiempo distinto en pié, sobre las ruinas de una abrumadora y dilatada decadencia.
Mis reflexiones no van dirigidas sólo al mundo de la plástica, ya que éste es bastante marginal a pesar de su esporádico e intermitente ruido, pues la producción del nuevo arte que es el cine donde ahí si se presentan los problemas humanos también adolece de simplismos y mucho ruido visual.
Editado por
Angel Orcajo
Nacido en Madrid en 1934, Ángel Orcajo estudia dibujo y grabado en La Escuela Nacional de Artes Gráficas (Madrid) y pintura en la Escuela Central de Bellas Artes de San Fernando (Madrid). Participa en el Pabellón de España de la XXX Bienal de Venecia de 1970. Ha expuesto en importantes salas españolas (Juan Gris, Museo Español de Arte Contemporáneo, etc.) de Nueva York (Universidad de Columbia, etc.) pasando por Sao Paulo (Bienal de 1969) y Lisboa y Oporto (Sala da Praça). Hay obra suya en algunos de los principales museos españoles e internacionales.
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