Bitácora
Martes, 13 de Septiembre 2011
Conferencia impartida por el autor en el 43º Congreso de la European Brain and Behaviour Society en Sevilla, el 10 de septiembre.
Se ha dicho que la humanidad ha pasado por tres revoluciones sociales que han supuesto un avance considerable. La primera, la revolución agrícola hace unos 10.000 años, cuando el hombre se asienta y comienza a labrar la tierra produciendo alimentos y creando las ciudades.
La segunda, la revolución industrial hace unos 250 años, con la invención de la máquina de vapor y la producción de mercancías y la extensión de los mercados.
Y en nuestro tiempo, la tercera revolución debida a la creación del microchip que dio lugar a la sociedad de la información con un intercambio de conocimientos antes desconocido.
Algunos autores consideran que la cuarta revolución será la revolución neurocientífica que ya está invadiendo numerosas disciplinas y creando nuevas, colocando el prefijo “neuro” ante disciplinas tradicionales.
Así hoy se habla de neuroeconomía, neuromarketing, neurofilosofía, neuroética, neuroeducación, neuropolítica y un largo etcétera. Todas estas nuevas disciplinas pretenden aplicar los nuevos conocimientos de la neurociencia a sus materias, esperando que esta aportación sirva para darles un nuevo impulso y desarrollo.
Es un hecho que la declaración de la década del cerebro por el Congreso de los Estados Unidos, alentada por la Library of the Congress y por el NIH en los años noventa del siglo pasado supuso una fuerte inyección, sobre todo económica, para las investigaciones neurocientíficas. Desde la neurobiología molecular hasta las técnicas modernas de imagen cerebral, los estudios tanto básicos como clínicos se multiplicaron y se han acumulado muchos conocimientos que ahora esas nuevas disciplinas pretenden aplicar.
Pero a mi entender cuando se habla de revolución neurocientífica habría que diferenciar entre una revolución objetiva que se traduce en esos nuevos conocimientos y sus aplicaciones, y una revolución subjetiva de la que hablaremos luego y que a mi juicio es mucho más trascendente que la revolución objetiva.
Dentro de la revolución objetiva habría que mencionar la utilización cada vez más frecuente de las técnicas de imagen cerebral, o técnicas de neuroimagen, no sólo en el estudio de enfermedades, sino del hombre normal y sano, ya que son técnicas no invasivas que pueden aplicarse sin intervención cruenta alguna.
En el sistema judicial, por ejemplo, se están aplicando cada vez más esas técnicas que van a sustituir pronto a los polígrafos detectores de mentiras del pasado, ya que la exactitud de sus resultados supera a los detectores tradicionales, con la esperanza de que pronto será imposible engañar a los jueces y fiscales.
El presidente de la Fundación MacArthur en Estados Unidos, Jonathan Fanton, dice que la neurociencia puede tener un impacto sobre el sistema legal tan dramático como los test de ADN. Esta fundación invirtió 10 millones de dólares en el año 2007 en varias universidades para entender cómo la neurotecnología tenía un impacto sobre los sistemas legales en todo el mundo.
Y el neurocientífico Michael Gazzaniga, de la Universidad de California en Santa Barbara, decía que pruebas neurocientíficas ya se han utilizado para persuadir a jurados a decidir sentencias, y los tribunales han admitido los resultados del uso de técnicas de imagen cerebral durante juicios para apoyar peticiones que justificaban actos criminales basándose en la demencia de los implicados.
Recientemente en Estados Unidos se han invertido millones de dólares en universidades para investigaciones neurotecnológicas. El MIT, por ejemplo, recibió 350 millones de dólares para un Instituto McGovern de investigación cerebral. Y en la última década, el National Institute of Health dobló su presupuesto, alcanzando los 7 mil millones de dólares para el estudio de enfermedades del sistema nervioso.
Por otro lado, tanto empresas privadas como agencias de inteligencia están invirtiendo mucho dinero en ese intento de aplicación de los conocimientos generados en neurociencia para utilizarlos en su beneficio. El estudio, por ejemplo, de la base neurobiológica de la toma de decisiones es de suma importancia para los ejecutivos de las empresas. Y en la elaboración de los anuncios de productos y mercancías, la utilización de esos conocimientos también está adquiriendo una gran importancia.
El posible uso de los conocimientos neurocientíficos en el campo de batalla es más preocupante. Los ejércitos modernos están desarrollando ‘neuroarmas’ que pueden ir desde la eliminación de contenidos de la memoria hasta las armas neurotóxicas que pueden transformar los estados de ánimo, producir cambios psicológicos e incluso eliminar al enemigo. Recordemos lo sucedido en Chechenia el 26 de octubre del 2002 cuando las fuerzas rusas OSNAZ introdujeron un gas que mató tanto a terroristas como a rehenes en un teatro de Moscú.
Aparte de sus aplicaciones médicas, la neurotecnología está invadiendo otros terrenos, como las finanzas, la mercadotecnia, la religión, la guerra o el arte. Estamos entrando en lo que Zack Lynch ha llamado ‘la neurosociedad’.
La segunda, la revolución industrial hace unos 250 años, con la invención de la máquina de vapor y la producción de mercancías y la extensión de los mercados.
Y en nuestro tiempo, la tercera revolución debida a la creación del microchip que dio lugar a la sociedad de la información con un intercambio de conocimientos antes desconocido.
Algunos autores consideran que la cuarta revolución será la revolución neurocientífica que ya está invadiendo numerosas disciplinas y creando nuevas, colocando el prefijo “neuro” ante disciplinas tradicionales.
Así hoy se habla de neuroeconomía, neuromarketing, neurofilosofía, neuroética, neuroeducación, neuropolítica y un largo etcétera. Todas estas nuevas disciplinas pretenden aplicar los nuevos conocimientos de la neurociencia a sus materias, esperando que esta aportación sirva para darles un nuevo impulso y desarrollo.
Es un hecho que la declaración de la década del cerebro por el Congreso de los Estados Unidos, alentada por la Library of the Congress y por el NIH en los años noventa del siglo pasado supuso una fuerte inyección, sobre todo económica, para las investigaciones neurocientíficas. Desde la neurobiología molecular hasta las técnicas modernas de imagen cerebral, los estudios tanto básicos como clínicos se multiplicaron y se han acumulado muchos conocimientos que ahora esas nuevas disciplinas pretenden aplicar.
Pero a mi entender cuando se habla de revolución neurocientífica habría que diferenciar entre una revolución objetiva que se traduce en esos nuevos conocimientos y sus aplicaciones, y una revolución subjetiva de la que hablaremos luego y que a mi juicio es mucho más trascendente que la revolución objetiva.
Dentro de la revolución objetiva habría que mencionar la utilización cada vez más frecuente de las técnicas de imagen cerebral, o técnicas de neuroimagen, no sólo en el estudio de enfermedades, sino del hombre normal y sano, ya que son técnicas no invasivas que pueden aplicarse sin intervención cruenta alguna.
En el sistema judicial, por ejemplo, se están aplicando cada vez más esas técnicas que van a sustituir pronto a los polígrafos detectores de mentiras del pasado, ya que la exactitud de sus resultados supera a los detectores tradicionales, con la esperanza de que pronto será imposible engañar a los jueces y fiscales.
El presidente de la Fundación MacArthur en Estados Unidos, Jonathan Fanton, dice que la neurociencia puede tener un impacto sobre el sistema legal tan dramático como los test de ADN. Esta fundación invirtió 10 millones de dólares en el año 2007 en varias universidades para entender cómo la neurotecnología tenía un impacto sobre los sistemas legales en todo el mundo.
Y el neurocientífico Michael Gazzaniga, de la Universidad de California en Santa Barbara, decía que pruebas neurocientíficas ya se han utilizado para persuadir a jurados a decidir sentencias, y los tribunales han admitido los resultados del uso de técnicas de imagen cerebral durante juicios para apoyar peticiones que justificaban actos criminales basándose en la demencia de los implicados.
Recientemente en Estados Unidos se han invertido millones de dólares en universidades para investigaciones neurotecnológicas. El MIT, por ejemplo, recibió 350 millones de dólares para un Instituto McGovern de investigación cerebral. Y en la última década, el National Institute of Health dobló su presupuesto, alcanzando los 7 mil millones de dólares para el estudio de enfermedades del sistema nervioso.
Por otro lado, tanto empresas privadas como agencias de inteligencia están invirtiendo mucho dinero en ese intento de aplicación de los conocimientos generados en neurociencia para utilizarlos en su beneficio. El estudio, por ejemplo, de la base neurobiológica de la toma de decisiones es de suma importancia para los ejecutivos de las empresas. Y en la elaboración de los anuncios de productos y mercancías, la utilización de esos conocimientos también está adquiriendo una gran importancia.
El posible uso de los conocimientos neurocientíficos en el campo de batalla es más preocupante. Los ejércitos modernos están desarrollando ‘neuroarmas’ que pueden ir desde la eliminación de contenidos de la memoria hasta las armas neurotóxicas que pueden transformar los estados de ánimo, producir cambios psicológicos e incluso eliminar al enemigo. Recordemos lo sucedido en Chechenia el 26 de octubre del 2002 cuando las fuerzas rusas OSNAZ introdujeron un gas que mató tanto a terroristas como a rehenes en un teatro de Moscú.
Aparte de sus aplicaciones médicas, la neurotecnología está invadiendo otros terrenos, como las finanzas, la mercadotecnia, la religión, la guerra o el arte. Estamos entrando en lo que Zack Lynch ha llamado ‘la neurosociedad’.
Bitácora
Martes, 5 de Julio 2011
Entrevista a Francisco José Rubia Vila, publicada por el Colegio Libre de Eméritos.
Francisco J. Rubia Vila es actualmente Catedrático Emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. También fue Catedrático de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Estudió Medicina en las Universidades Complutense y Düsseldorf de Alemania. Ha sido Subdirector del Hospital Ramón y Cajal y Director de su Departamento de Investigación, Vicerrector de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid y Director General de Investigación de la Comunidad de Madrid. Durante varios años fue miembro del Comité Ejecutivo del European Medical Research Council. Su especialidad es la Fisiología del Sistema Nervioso, campo en el que ha trabajado durante más de 40 años, y en el que tiene más de doscientas publicaciones. Fue Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid y es Director de la Unidad de Cartografía Cerebral de dicho Instituto. Es miembro numerario de la Real Academia Nacional de Medicina (sillón nº 2), Vicepresidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes con Sede en Salzburgo, así como de su Delegación Española y Tesorero de la Federación Europea de Academias de Medicina (FEAM).Ha participado en numerosas ponencias y comunicaciones científicas, y es autor de los libros: “Manual de Neurociencia”, “El Cerebro nos Engaña”, “Percepción Social de la Ciencia”, “La Conexión Divina”, “¿Qué sabes de tu cerebro? 60 respuestas a 60 preguntas” “El sexo del cerebro. La diferencia fundamental entre hombres y mujeres”, “El cerebro: avances recientes en neurociencia” y “El fantasma de la libertad”. Francisco José Rubia Vila acaba de dirigir el curso Temas actuales en neurociencia, organizado por el Colegio Libre de Eméritos, que ha tenido gran afluencia de público.
¿En qué se diferencian mente y cerebro?
La mente no es otra cosa que la actividad consciente e inconsciente del cerebro.
¿Cuál es la relación entre emoción y razón? ¿Cómo intervienen las emociones en los procesos cognoscitivos?
La relación entre emoción y razón no es antinómica. Se ha mostrado en pacientes con lesiones en estructuras del sistema límbico, o cerebro emocional, que tienen dificultades con los razonamientos. Por tanto, la relación entre emoción y razón es estrecha y bidireccional.
¿En qué medida influye el medioambiente para el desarrollo de facultades mentales?
Cualquier facultad mental para la que tenemos una predisposición genética necesita del entorno para poder desarrollarse. Los genes se expresan si el entorno es apropiado. Eso ocurre, por ejemplo, con el lenguaje, pero también con otras facultades mentales
¿Cuál es el papel de las emociones en la memoria?
Fundamental. Todos sabemos que el almacenamiento de sus contenidos es más rápido e intenso cuanto mayor sea la carga emocional. En este proceso, el yo consciente no juega ningún papel.
¿Es verdad que “El cerebro nos engaña”, tal y como reza el título de uno de sus libros?
La frase “El cerebro nos engaña” es coloquial. En la palabra “nos” se encierran también cerebros. Lo que quiere dar a entender es que al cerebro no le interesa “la verdad”, sino la supervivencia del organismo que lo alberga. Si le falta información, la suple con historias plausibles, aunque sean falsas. El ejemplo que suelo utilizar es el del cazador en la India que ve tras un arbusto una especie de maroma anaranjada con tiras negras. El cazador sale corriendo porque su cerebro ha reconstruido todo un tigre, pero puede ser una maroma, en cuyo caso el cerebro ha engañado, pero esa “creación cerebral” es útil para la supervivencia. Es muy útil recomponer una imagen con pocos datos, pero tiene también sus inconvenientes porque puede ser engañosa.
Recientemente, en Estados Unidos, un ordenador diseñado por IBM ha derrotado en un concurso de televisión a dos cerebros humanos privilegiados. Todo un triunfo de la inteligencia artificial, porque además de tener memoria, Watson, que así se llama el robot, puede pensar. Parece una película de neurociencia-ficción... ¿qué le parece a usted?
Que veremos aún cosas más sorprendentes. No obstante, la comparación del ordenador con el cerebro es incorrecta. En el ordenador la “hardware” y la “software” están separadas; en el cerebro, no. Además, en el ordenador aún falta las emociones que son importantes en el cerebro para razonar como hace la especie humana.
¿Es cierto que el cerebro tiene sexo, tal y como afirma en su libro “El sexo del cerebro”? ¿En qué consisten, básicamente, esas diferencias?
En el hipotálamo se encuentran estructuras que difieren del hombre a la mujer. Pero no son las únicas. Aparte de la morfología, en las funciones también se han detectados diferencias. Ante un mismo problema, los cerebros masculino y femenino se activan de forma diferente, lo que ha llevado a pensar que utilizan estrategias diferentes para la solución de ese mismo problema.
Para el neurocientífico Ramachandran las neuronas espejo, las responsables de la empatía y la imitación, serían para la psicología como el ADN ha sido para la biología... ¿qué opina usted?
Que es un tanto exagerado. No obstante, hay que admitir que la capacidad de imitación y la empatía han sido esenciales en nuestro desarrollo como especie, tanto en la fabricación de utensilios como en el lenguaje gestual, precursor del hablado, y en la llamada “teoría de la mente”, o sea la capacidad de poder adivinar y predecir lo que piensan o sienten los demás, algo enormemente importante para la supervivencia.
Howard Gardner ha sido recientemente galardonado con el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales por su labor en el terreno de la educación. Considera que la inteligencia humana no es única y que cada individuo posee, al menos, ocho habilidades cognoscitivas, lo que él llama inteligencias múltiples. ¿Qué opinión le merecen sus conclusiones?
La palabra ‘inteligencia’ pertenece a lo que se ha llamado ‘psicología popular’ y tiene poco sentido desde el punto de vista neurobiológico. El cerebro ha ido desarrollando a lo largo de la evolución capacidades para solucionar problemas del entorno y cada una de ellas puede tener un desarrollo diferente, tanto en un individuo como entre ellos. De ahí la expresión “múltiples inteligencias”, algo que ya había sospechado Juan Huarte de San Juan en su “Examen de ingenios”.
¿Es igual de “maleable” el cerebro de un adulto que el de un niño pequeño?
No es igual de maleable, pues el cerebro del niño aún no está totalmente maduro. Algunas regiones terminan ese proceso de maduración al final de la adolescencia. Lo que es cierto es que podemos aprender hasta el fin de la vida.
En una de sus conferencias, “Cerebro y música”, habla del lenguaje y la música. Ambas están presentes en todas las sociedades humanas que hoy existen ¿El lenguaje se deriva de la música o ambos, lenguaje y música, se desarrollaron en paralelo?
No está claro. Algunos autores hablan de “musilenguaje” como si fuese un sistema único. Sin embargo, la localización de algunos aspectos tanto del lenguaje como de la música es diferente.
Si algunas enfermedades mentales tienen un alto componente genético, como por ejemplo, la depresión, ¿quiere decir esto que son “incurables”? ¿se puede reeducar al cerebro, en este sentido?
Enfermedades poligénicas, es decir que dependen de varios genes, son difíciles de curar. Es de suponer que en el futuro la terapia génica podrá acometer la eliminación de los genes defectuosos sustituyéndolos por sanos.
¿Qué relación hay entre las creencias políticas o religiosas o los valores sociales y la estructura cerebral? ¿Condiciona la estructura cerebral las creencias políticas o son los valores los que influyen en el desarrollo de esta estructura? ¿Cómo se explican los fanatismos o, por ejemplo, el surgimiento de movimientos como el nazismo, desde el punto de vista del desarrollo de las ideologías en el cerebro?
Estamos aún lejos de responder a estas preguntas. Ahora bien, en las ideologías aparece un pensamiento fuertemente dualista unido a una gran carga emocional que las hace extremadamente peligrosas. El pensamiento dualista, sin embargo, es útil para analizar la realidad, ya que el cerebro funciona por contrastes. Con otras palabras: cualquier herramienta cerebral tiene, como todo, sus ventajas y sus inconvenientes.
¿Estamos totalmente determinados al nacer por nuestra estructura cerebral o podemos decir que cerebro humano goza de libre albedrío?
Experimentos repetidos en varios laboratorios parecen indicar que el libre albedrío es una ficción. Si en el futuro otros experimentos indicasen su existencia tendríamos que revisar esta opinión. Es difícil aceptarlo, ya que todos tenemos la impresión subjetiva de ser libres. Pero durante veinte siglos hemos tenido la impresión subjetiva de que el sol se movía alrededor de la tierra y ha resultado ser falsa. Mi consejo: hay que ser muy cautos con las impresiones subjetivas.
Publicado por el Colegio Libre de Eméritos
¿En qué se diferencian mente y cerebro?
La mente no es otra cosa que la actividad consciente e inconsciente del cerebro.
¿Cuál es la relación entre emoción y razón? ¿Cómo intervienen las emociones en los procesos cognoscitivos?
La relación entre emoción y razón no es antinómica. Se ha mostrado en pacientes con lesiones en estructuras del sistema límbico, o cerebro emocional, que tienen dificultades con los razonamientos. Por tanto, la relación entre emoción y razón es estrecha y bidireccional.
¿En qué medida influye el medioambiente para el desarrollo de facultades mentales?
Cualquier facultad mental para la que tenemos una predisposición genética necesita del entorno para poder desarrollarse. Los genes se expresan si el entorno es apropiado. Eso ocurre, por ejemplo, con el lenguaje, pero también con otras facultades mentales
¿Cuál es el papel de las emociones en la memoria?
Fundamental. Todos sabemos que el almacenamiento de sus contenidos es más rápido e intenso cuanto mayor sea la carga emocional. En este proceso, el yo consciente no juega ningún papel.
¿Es verdad que “El cerebro nos engaña”, tal y como reza el título de uno de sus libros?
La frase “El cerebro nos engaña” es coloquial. En la palabra “nos” se encierran también cerebros. Lo que quiere dar a entender es que al cerebro no le interesa “la verdad”, sino la supervivencia del organismo que lo alberga. Si le falta información, la suple con historias plausibles, aunque sean falsas. El ejemplo que suelo utilizar es el del cazador en la India que ve tras un arbusto una especie de maroma anaranjada con tiras negras. El cazador sale corriendo porque su cerebro ha reconstruido todo un tigre, pero puede ser una maroma, en cuyo caso el cerebro ha engañado, pero esa “creación cerebral” es útil para la supervivencia. Es muy útil recomponer una imagen con pocos datos, pero tiene también sus inconvenientes porque puede ser engañosa.
Recientemente, en Estados Unidos, un ordenador diseñado por IBM ha derrotado en un concurso de televisión a dos cerebros humanos privilegiados. Todo un triunfo de la inteligencia artificial, porque además de tener memoria, Watson, que así se llama el robot, puede pensar. Parece una película de neurociencia-ficción... ¿qué le parece a usted?
Que veremos aún cosas más sorprendentes. No obstante, la comparación del ordenador con el cerebro es incorrecta. En el ordenador la “hardware” y la “software” están separadas; en el cerebro, no. Además, en el ordenador aún falta las emociones que son importantes en el cerebro para razonar como hace la especie humana.
¿Es cierto que el cerebro tiene sexo, tal y como afirma en su libro “El sexo del cerebro”? ¿En qué consisten, básicamente, esas diferencias?
En el hipotálamo se encuentran estructuras que difieren del hombre a la mujer. Pero no son las únicas. Aparte de la morfología, en las funciones también se han detectados diferencias. Ante un mismo problema, los cerebros masculino y femenino se activan de forma diferente, lo que ha llevado a pensar que utilizan estrategias diferentes para la solución de ese mismo problema.
Para el neurocientífico Ramachandran las neuronas espejo, las responsables de la empatía y la imitación, serían para la psicología como el ADN ha sido para la biología... ¿qué opina usted?
Que es un tanto exagerado. No obstante, hay que admitir que la capacidad de imitación y la empatía han sido esenciales en nuestro desarrollo como especie, tanto en la fabricación de utensilios como en el lenguaje gestual, precursor del hablado, y en la llamada “teoría de la mente”, o sea la capacidad de poder adivinar y predecir lo que piensan o sienten los demás, algo enormemente importante para la supervivencia.
Howard Gardner ha sido recientemente galardonado con el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales por su labor en el terreno de la educación. Considera que la inteligencia humana no es única y que cada individuo posee, al menos, ocho habilidades cognoscitivas, lo que él llama inteligencias múltiples. ¿Qué opinión le merecen sus conclusiones?
La palabra ‘inteligencia’ pertenece a lo que se ha llamado ‘psicología popular’ y tiene poco sentido desde el punto de vista neurobiológico. El cerebro ha ido desarrollando a lo largo de la evolución capacidades para solucionar problemas del entorno y cada una de ellas puede tener un desarrollo diferente, tanto en un individuo como entre ellos. De ahí la expresión “múltiples inteligencias”, algo que ya había sospechado Juan Huarte de San Juan en su “Examen de ingenios”.
¿Es igual de “maleable” el cerebro de un adulto que el de un niño pequeño?
No es igual de maleable, pues el cerebro del niño aún no está totalmente maduro. Algunas regiones terminan ese proceso de maduración al final de la adolescencia. Lo que es cierto es que podemos aprender hasta el fin de la vida.
En una de sus conferencias, “Cerebro y música”, habla del lenguaje y la música. Ambas están presentes en todas las sociedades humanas que hoy existen ¿El lenguaje se deriva de la música o ambos, lenguaje y música, se desarrollaron en paralelo?
No está claro. Algunos autores hablan de “musilenguaje” como si fuese un sistema único. Sin embargo, la localización de algunos aspectos tanto del lenguaje como de la música es diferente.
Si algunas enfermedades mentales tienen un alto componente genético, como por ejemplo, la depresión, ¿quiere decir esto que son “incurables”? ¿se puede reeducar al cerebro, en este sentido?
Enfermedades poligénicas, es decir que dependen de varios genes, son difíciles de curar. Es de suponer que en el futuro la terapia génica podrá acometer la eliminación de los genes defectuosos sustituyéndolos por sanos.
¿Qué relación hay entre las creencias políticas o religiosas o los valores sociales y la estructura cerebral? ¿Condiciona la estructura cerebral las creencias políticas o son los valores los que influyen en el desarrollo de esta estructura? ¿Cómo se explican los fanatismos o, por ejemplo, el surgimiento de movimientos como el nazismo, desde el punto de vista del desarrollo de las ideologías en el cerebro?
Estamos aún lejos de responder a estas preguntas. Ahora bien, en las ideologías aparece un pensamiento fuertemente dualista unido a una gran carga emocional que las hace extremadamente peligrosas. El pensamiento dualista, sin embargo, es útil para analizar la realidad, ya que el cerebro funciona por contrastes. Con otras palabras: cualquier herramienta cerebral tiene, como todo, sus ventajas y sus inconvenientes.
¿Estamos totalmente determinados al nacer por nuestra estructura cerebral o podemos decir que cerebro humano goza de libre albedrío?
Experimentos repetidos en varios laboratorios parecen indicar que el libre albedrío es una ficción. Si en el futuro otros experimentos indicasen su existencia tendríamos que revisar esta opinión. Es difícil aceptarlo, ya que todos tenemos la impresión subjetiva de ser libres. Pero durante veinte siglos hemos tenido la impresión subjetiva de que el sol se movía alrededor de la tierra y ha resultado ser falsa. Mi consejo: hay que ser muy cautos con las impresiones subjetivas.
Publicado por el Colegio Libre de Eméritos
Libros
Jueves, 3 de Marzo 2011
El genetista Dean Hamer, del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos, publicó en 2004 un libro titulado El Gen de Dios, que se ha traducido al español recientemente (La esfera de los libros, Madrid, 2006). En él habla de que la fe está determinada por la biología, un tema ya tratado en otras publicaciones (p.ej., The Biology of Belief, La biología de la creencia, de Joseph Giovannoli).
Hamer parte de la base de que la espiritualidad es una de las fuerzas más omnipresentes y poderosas del ser humano y se puede considerar como un instinto. Constata que cada vez asiste menos gente a los actos religiosos, mientras que existe un alto porcentaje de personas que creen en dios, lo que interpreta como que la espiritualidad no tiene nada que ver con los preceptos religiosos.
En otro lugar he dicho que no existe religión sin espiritualidad, pero sí espiritualidad sin religión. Y no me refiero a las diversas sectas modernas que buscan espiritualidad sin pertenecer a ninguna religión, sino sobre todo al budismo o al taoísmo que no deben considerarse religiones stricto sensu, ya que la palabra religión proviene del latín religare, que significa unirse a un ser divino. Sabido es que el budismo o el taoísmo no tienen dioses, aunque en China encontremos templos budistas o taoístas en los que se realizan ofrendas y plegarias como si de una religión en el sentido tradicional se tratase.
Tanto el budismo como el taoísmo pueden considerarse doctrinas filosóficas y espirituales. Nietzsche llamaba al budismo ‘fisiología del alma’.
Hamer nos dice que tenemos una predisposición genética para la creencia espiritual. Parece claro desde que somos capaces de provocar experiencias espirituales estimulando determinadas regiones del cerebro emocional, que éste puede generar espiritualidad. Nos falta saber cuál es la ventaja evolutiva que esta capacidad ha tenido a lo largo de la evolución para que el cerebro sea capaz de alcanzar lo que he llamado una “segunda realidad”, distinta de la primera o realidad cotidiana.
Estudios con gemelos, nos cuenta Hamer, indican que la espiritualidad es heredada en parte. Ya sabíamos intuitivamente que algo de eso tenía que haber. En la historia ha habido personas con una gran espiritualidad, que han destacado como visionarios, profetas, santos o fundadores de religiones, mientras que también se pueden observar otras que parecen carentes de ella o al menos con un desarrollo muy pobre. Es lo que suele ocurrir con todas las facultades mentales.
Para Hamer, mientras la espiritualidad parece transmitirse fundamentalmente por los genes, la religión tendría un componente genético mucho más débil; mientras la primera se transmite por genes, la segunda lo haría por memes. Los memes son, según Richard Dawkins, unidades teóricas de información cultural que se transmiten de un individuo a otro, o de una mente a otra.
Discrepo ligeramente de la opinión de Hamer. Estoy de acuerdo, y así lo he manifestado en otras ocasiones, con la predisposición genética para la espiritualidad, facultad que muy probablemente es fundamental para la creación de religiones. Pero la religión es una construcción social que depende de muchos factores, muchos de ellos desconocidos hoy por hoy. Por tanto, no considero que el ser humano tenga una predisposición genética, aunque sea débil, para la religión, pero sí que la espiritualidad puede crear esas religiones. O no, como antes he afirmado cuando hablaba del budismo o del taoísmo. ¿Dónde estarían los genes religiosos en estas doctrinas?
En lo que sí estaría de acuerdo con Hamer es que tanto las creencias como los sentimientos espirituales son producto de nuestro cerebro. En mi libro La conexión divina (Crìtica, Barcelona, 2003) este punto quedaba bien claro. En este libro hablaba de esa segunda realidad buscada por el ser humano desde que entra en conocimiento con ella, probablemente en la prehistoria, quizá ingiriendo sustancias alucinógenas o enteógenas. Y también insistía en la importancia que esas experiencias místicas, espirituales o de trascendencia habrían tenido para las religiones.
Hamer dice también que ‘no hay que ser religioso para ser místico’. Yo diría que está claro y que ha habido incluso un claro antagonismo entre ambas posturas en las religiones tradicionales. El místico, inmerso en una determinada religión, se ponía supuestamente en contacto con su dios sin necesidad de ningún intermediario, algo que molestaba profundamente a la jerarquía de su iglesia, por lo que fueron perseguidos e incluso aniquilados en algunos célebres casos de los que hablo en La conexión divina.
Sin embargo, que las experiencias místicas han sido importantes para las religiones lo confirma el hecho de que ‘muchas de las religiones del mundo fueron fundadas por individuos místicos’, como dice Hamer, citando a Siddharta Gautama (Buda, que no creó ninguna religión), Jesús, Mahoma, Yazid Taifur al-Bistami (místico sufí persa), Mary Baker Eddy (cienciología) o Joseph Smith (mormones).
Pero el título del libro de Hamer se debe a un gen, llamado VMAT2, que según el autor ‘predispone a las personas a la espiritualidad’. En realidad es un gen que está implicado en la manera en que el cerebro utiliza las monoaminas. Las monoaminas forman un grupo importante de neurotransmisores en el sistema nervioso central, o sea, las sustancias químicas que utilizan las células nerviosas para comunicarse entre sí. Se dividen en dos grupos: las catecolaminas (dopamina, noradrenalina y adrenalina) y las indolaminas (serotonina y melatonina). Todas estas moléculas están implicadas en múltiples funciones en el sistema nervioso, por lo cual que un gen esté implicado en cómo el cerebro las utiliza estará involucrado asimismo en múltiples funciones, y no sólo en la espiritualidad.
Aparte de suponer que la espiritualidad no dependerá seguramente de un solo gen, por lo anteriormente expuesto es demasiado especulativo y arriesgado hablar de un ‘gen de dios’. Aquí quisiera repetir que la espiritualidad no lleva necesariamente a una religión teísta, como antes dije. Además, decir que la espiritualidad está ligada a determinadas monoaminas cerebrales no es decir mucho.
Quizá Hamer se haya guiado por las palabras del entomólogo y sociobiólogo estadounidense Edward Osborne Wilson, quien en su libro On Human Nature (Sobre la naturaleza humana) decía que la predisposición a creer tiene una base genética. Pero la disposición a creer es un concepto más amplio que el de religión. Podemos creer en muchas otras cosas aparte de en dioses. De nuevo aquí habría que diferenciar entre espiritualidad y religión.
Menos mal que al final de su libro Hamer reconoce que mientras que la espiritualidad es universal, cada cultura tiene su propia religión. Por tanto, añade: ‘la espiritualidad es genética, mientras que la religión tiene que ver con la cultura, las tradiciones, las creencias y las ideas’.
Resulta llamativo el hecho de que Hamer no hable de manifestaciones de espiritualidad que no tienen nada que ver con la religión en sentido estricto. En cualquier caso, hablar de un ‘gen de dios’ me parece no sólo exagerado y probablemente incorrecto, sino que se tiene la impresión que esa expresión fue motivada más por sensacionalismo que por argumentos científicos.
En otro lugar he dicho que no existe religión sin espiritualidad, pero sí espiritualidad sin religión. Y no me refiero a las diversas sectas modernas que buscan espiritualidad sin pertenecer a ninguna religión, sino sobre todo al budismo o al taoísmo que no deben considerarse religiones stricto sensu, ya que la palabra religión proviene del latín religare, que significa unirse a un ser divino. Sabido es que el budismo o el taoísmo no tienen dioses, aunque en China encontremos templos budistas o taoístas en los que se realizan ofrendas y plegarias como si de una religión en el sentido tradicional se tratase.
Tanto el budismo como el taoísmo pueden considerarse doctrinas filosóficas y espirituales. Nietzsche llamaba al budismo ‘fisiología del alma’.
Hamer nos dice que tenemos una predisposición genética para la creencia espiritual. Parece claro desde que somos capaces de provocar experiencias espirituales estimulando determinadas regiones del cerebro emocional, que éste puede generar espiritualidad. Nos falta saber cuál es la ventaja evolutiva que esta capacidad ha tenido a lo largo de la evolución para que el cerebro sea capaz de alcanzar lo que he llamado una “segunda realidad”, distinta de la primera o realidad cotidiana.
Estudios con gemelos, nos cuenta Hamer, indican que la espiritualidad es heredada en parte. Ya sabíamos intuitivamente que algo de eso tenía que haber. En la historia ha habido personas con una gran espiritualidad, que han destacado como visionarios, profetas, santos o fundadores de religiones, mientras que también se pueden observar otras que parecen carentes de ella o al menos con un desarrollo muy pobre. Es lo que suele ocurrir con todas las facultades mentales.
Para Hamer, mientras la espiritualidad parece transmitirse fundamentalmente por los genes, la religión tendría un componente genético mucho más débil; mientras la primera se transmite por genes, la segunda lo haría por memes. Los memes son, según Richard Dawkins, unidades teóricas de información cultural que se transmiten de un individuo a otro, o de una mente a otra.
Discrepo ligeramente de la opinión de Hamer. Estoy de acuerdo, y así lo he manifestado en otras ocasiones, con la predisposición genética para la espiritualidad, facultad que muy probablemente es fundamental para la creación de religiones. Pero la religión es una construcción social que depende de muchos factores, muchos de ellos desconocidos hoy por hoy. Por tanto, no considero que el ser humano tenga una predisposición genética, aunque sea débil, para la religión, pero sí que la espiritualidad puede crear esas religiones. O no, como antes he afirmado cuando hablaba del budismo o del taoísmo. ¿Dónde estarían los genes religiosos en estas doctrinas?
En lo que sí estaría de acuerdo con Hamer es que tanto las creencias como los sentimientos espirituales son producto de nuestro cerebro. En mi libro La conexión divina (Crìtica, Barcelona, 2003) este punto quedaba bien claro. En este libro hablaba de esa segunda realidad buscada por el ser humano desde que entra en conocimiento con ella, probablemente en la prehistoria, quizá ingiriendo sustancias alucinógenas o enteógenas. Y también insistía en la importancia que esas experiencias místicas, espirituales o de trascendencia habrían tenido para las religiones.
Hamer dice también que ‘no hay que ser religioso para ser místico’. Yo diría que está claro y que ha habido incluso un claro antagonismo entre ambas posturas en las religiones tradicionales. El místico, inmerso en una determinada religión, se ponía supuestamente en contacto con su dios sin necesidad de ningún intermediario, algo que molestaba profundamente a la jerarquía de su iglesia, por lo que fueron perseguidos e incluso aniquilados en algunos célebres casos de los que hablo en La conexión divina.
Sin embargo, que las experiencias místicas han sido importantes para las religiones lo confirma el hecho de que ‘muchas de las religiones del mundo fueron fundadas por individuos místicos’, como dice Hamer, citando a Siddharta Gautama (Buda, que no creó ninguna religión), Jesús, Mahoma, Yazid Taifur al-Bistami (místico sufí persa), Mary Baker Eddy (cienciología) o Joseph Smith (mormones).
Pero el título del libro de Hamer se debe a un gen, llamado VMAT2, que según el autor ‘predispone a las personas a la espiritualidad’. En realidad es un gen que está implicado en la manera en que el cerebro utiliza las monoaminas. Las monoaminas forman un grupo importante de neurotransmisores en el sistema nervioso central, o sea, las sustancias químicas que utilizan las células nerviosas para comunicarse entre sí. Se dividen en dos grupos: las catecolaminas (dopamina, noradrenalina y adrenalina) y las indolaminas (serotonina y melatonina). Todas estas moléculas están implicadas en múltiples funciones en el sistema nervioso, por lo cual que un gen esté implicado en cómo el cerebro las utiliza estará involucrado asimismo en múltiples funciones, y no sólo en la espiritualidad.
Aparte de suponer que la espiritualidad no dependerá seguramente de un solo gen, por lo anteriormente expuesto es demasiado especulativo y arriesgado hablar de un ‘gen de dios’. Aquí quisiera repetir que la espiritualidad no lleva necesariamente a una religión teísta, como antes dije. Además, decir que la espiritualidad está ligada a determinadas monoaminas cerebrales no es decir mucho.
Quizá Hamer se haya guiado por las palabras del entomólogo y sociobiólogo estadounidense Edward Osborne Wilson, quien en su libro On Human Nature (Sobre la naturaleza humana) decía que la predisposición a creer tiene una base genética. Pero la disposición a creer es un concepto más amplio que el de religión. Podemos creer en muchas otras cosas aparte de en dioses. De nuevo aquí habría que diferenciar entre espiritualidad y religión.
Menos mal que al final de su libro Hamer reconoce que mientras que la espiritualidad es universal, cada cultura tiene su propia religión. Por tanto, añade: ‘la espiritualidad es genética, mientras que la religión tiene que ver con la cultura, las tradiciones, las creencias y las ideas’.
Resulta llamativo el hecho de que Hamer no hable de manifestaciones de espiritualidad que no tienen nada que ver con la religión en sentido estricto. En cualquier caso, hablar de un ‘gen de dios’ me parece no sólo exagerado y probablemente incorrecto, sino que se tiene la impresión que esa expresión fue motivada más por sensacionalismo que por argumentos científicos.
Bitácora
Martes, 1 de Marzo 2011
La ingesta de sustancias alucinógenas, también llamadas ‘enteógenas’, que etimológicamente significa ‘dios dentro de mí’, no es exclusiva del ser humano. Otros animales también ingieren hongos y plantas que contienen sustancias psicotrópicas.
Si nos remontamos a la Prehistoria, es muy posible que en esas épocas los chamanes utilizasen ya drogas enteógenas en sus rituales, sobre todo para alcanzar el trance o éxtasis.
El historiador de las religiones Mircea Eliade dice que cuando el chamán, una figura que se le ha llamado el sacerdote de las culturas de cazadores-recolectores ya presente en el Paleolítico, no puede llegar al éxtasis o trance por otros medios, utiliza sustancias enteógenas para alcanzarlo. No me parece a mí correcta la comparación con el sacerdote, ya que el chamanismo no es una religión en sentido estricto. El chamán es más bien una especie de hechicero o curandero, pero su principal importancia se deriva de la capacidad de ser un intermediario entre la realidad cotidiana y una segunda realidad a la que se accede por trance o éxtasis.
Por ser intermediario, puede comparársele con el sacerdote de religiones tradicionales, pero el sacerdote pertenece a una jerarquía eclesiástica que siempre estuvo en contra de los místicos, es decir, de aquellas personas que entraban supuestamente en contacto con la divinidad sin necesidad de ningún intermediario. En este sentido, el chamán es comparable más bien con los místicos de las religiones tradicionales.
Por tanto, ya en el Paleolítico el ser humano utilizaba drogas enteógenas para acceder a esa segunda realidad, en la que supuestamente podía entrevistarse con antepasados fallecidos, divinidades, espíritus y seres sobrenaturales en general.
¿Fuimos los primeros?
Pero la cuestión es si han sido los seres humanos los primeros en utilizar estas sustancias alucinógenas, sustancias que siguen usándose por chamanes en nuestros días. El etnobotánico y etnomicólogo italiano, Giorgio Samorini, ha estudiado este tema durante varias décadas llegando a la conclusión que muchas otras especies animales también buscan las sustancias enteógenas para drogarse.
Llama la atención, por ejemplo, que los renos de Siberia busquen el hongo alucinógeno llamado hongo matamoscas o falsa oronja (Amanita muscaria) para ingerirlo, práctica que también se ha dado en Europa y América. Este hongo crece sobre todo bajo coníferas, hayas y abedules y es buscado asimismo por ardillas y moscas. Los caribúes de Canadá lo ingieren asimismo. Es muy probable que los chamanes siberianos copiasen a los renos y de esta manera descubriesen la posibilidad de acceder a lo que hemos llamado antes ‘segunda realidad’.
La sustancia activa de este hongo es la muscarina, que en dosis alta puede producir la muerte y que estimula los receptores de acetilcolina, un neurotransmisor muy extendido en el sistema nervioso. Sus efectos pueden ser dolores abdominales, náuseas, vómitos, diarreas y dificultad para respirar.
Se supone que los componentes de este hongo figuraban en el llamado ‘soma’, un elixir que se menciona en Los Vedas y del que se habla ya en el año 1.500 a.C. en la India.
Otro hongo muy apreciado por algunos animales, entre ellos el hombre, es el hongo Psilocybe, muy conocido en la cultura azteca que le llamaba ‘hongo de dios’, aunque también se le ha denominado ‘carne de los dioses’. Pues bien, este hongo es ingerido asimismo por animales como el perro y la cabra, aunque también se ha encontrado en el estómago de primates no humanos. Estos hongos suelen crecer sobre excrementos de mamíferos.
Se ha planteado la cuestión de si el maná del que se habla en la Biblia (Éxodo, 16:14) no serían también drogas enteógenas. Por la descripción que del maná se hace en la Biblia algunos autores han sugerido similitudes con el hongo psilocybe.
Samorini también nos dice que la cabra ingiere las bayas de la planta del café para conseguir un estado de excitación. Y en Etiopía y Yemen las cabras se vuelven locas con la ingesta de khat, una planta con propiedades eufóricas que también es consumida por seres humanos. Se supone en este caso que las propiedades de este arbusto que se denomina ‘flor del paraíso’ fueron descubiertas por el hombre observando el comportamiento de los rebaños de cabras.
La ‘judía roja’ o ‘judía del mezclal’ es la semilla de una planta leguminosa conocida desde la Antigüedad por los indios de las llanuras de América del Norte y que utilizan en ceremonias religiosas. Parece ser que su uso se remonta a los 9.000 años a.C., y los indios descubrieron sus efectos observando las extrañas conductas de los animales que las consumían.
Samorini habla de muchos otros animales que se drogan como abejas, moscas, gatos, vacas, elefantes, koalas, mandriles, caballos, etc.
Posible espiritualidad animal
Habría que preguntarse: ¿entran también los animales en esa segunda realidad en la que se encuentran con antepasados fallecidos y todo tipo de seres sobrenaturales? La pregunta no es baladí, porque el cerebro emocional o sistema límbico lo compartimos los humanos, aunque con diferencias, con muchos otros mamíferos. Esta pregunta lo que quiere indicar es la posibilidad de una espiritualidad animal que haya precedido a la nuestra.
Hoy sabemos que estas experiencias pueden ser provocadas experimentalmente y no sólo por la ingesta de sustancias enteógenas, sino por la estimulación de determinadas estructuras del cerebro emocional. La experiencia espiritual, trascendente o religiosa, que tantos místicos han referido, es un producto cerebral. Por tanto, no puede extrañarnos que planteemos la existencia de precursores de la espiritualidad en los animales que nos han precedido en la evolución, sobre todo los que tienen un cerebro más parecido al nuestro.
Desgraciadamente, hoy por hoy no tenemos técnicamente la posibilidad de saber si este planteamiento tiene una base.
Si nos remontamos a la Prehistoria, es muy posible que en esas épocas los chamanes utilizasen ya drogas enteógenas en sus rituales, sobre todo para alcanzar el trance o éxtasis.
El historiador de las religiones Mircea Eliade dice que cuando el chamán, una figura que se le ha llamado el sacerdote de las culturas de cazadores-recolectores ya presente en el Paleolítico, no puede llegar al éxtasis o trance por otros medios, utiliza sustancias enteógenas para alcanzarlo. No me parece a mí correcta la comparación con el sacerdote, ya que el chamanismo no es una religión en sentido estricto. El chamán es más bien una especie de hechicero o curandero, pero su principal importancia se deriva de la capacidad de ser un intermediario entre la realidad cotidiana y una segunda realidad a la que se accede por trance o éxtasis.
Por ser intermediario, puede comparársele con el sacerdote de religiones tradicionales, pero el sacerdote pertenece a una jerarquía eclesiástica que siempre estuvo en contra de los místicos, es decir, de aquellas personas que entraban supuestamente en contacto con la divinidad sin necesidad de ningún intermediario. En este sentido, el chamán es comparable más bien con los místicos de las religiones tradicionales.
Por tanto, ya en el Paleolítico el ser humano utilizaba drogas enteógenas para acceder a esa segunda realidad, en la que supuestamente podía entrevistarse con antepasados fallecidos, divinidades, espíritus y seres sobrenaturales en general.
¿Fuimos los primeros?
Pero la cuestión es si han sido los seres humanos los primeros en utilizar estas sustancias alucinógenas, sustancias que siguen usándose por chamanes en nuestros días. El etnobotánico y etnomicólogo italiano, Giorgio Samorini, ha estudiado este tema durante varias décadas llegando a la conclusión que muchas otras especies animales también buscan las sustancias enteógenas para drogarse.
Llama la atención, por ejemplo, que los renos de Siberia busquen el hongo alucinógeno llamado hongo matamoscas o falsa oronja (Amanita muscaria) para ingerirlo, práctica que también se ha dado en Europa y América. Este hongo crece sobre todo bajo coníferas, hayas y abedules y es buscado asimismo por ardillas y moscas. Los caribúes de Canadá lo ingieren asimismo. Es muy probable que los chamanes siberianos copiasen a los renos y de esta manera descubriesen la posibilidad de acceder a lo que hemos llamado antes ‘segunda realidad’.
La sustancia activa de este hongo es la muscarina, que en dosis alta puede producir la muerte y que estimula los receptores de acetilcolina, un neurotransmisor muy extendido en el sistema nervioso. Sus efectos pueden ser dolores abdominales, náuseas, vómitos, diarreas y dificultad para respirar.
Se supone que los componentes de este hongo figuraban en el llamado ‘soma’, un elixir que se menciona en Los Vedas y del que se habla ya en el año 1.500 a.C. en la India.
Otro hongo muy apreciado por algunos animales, entre ellos el hombre, es el hongo Psilocybe, muy conocido en la cultura azteca que le llamaba ‘hongo de dios’, aunque también se le ha denominado ‘carne de los dioses’. Pues bien, este hongo es ingerido asimismo por animales como el perro y la cabra, aunque también se ha encontrado en el estómago de primates no humanos. Estos hongos suelen crecer sobre excrementos de mamíferos.
Se ha planteado la cuestión de si el maná del que se habla en la Biblia (Éxodo, 16:14) no serían también drogas enteógenas. Por la descripción que del maná se hace en la Biblia algunos autores han sugerido similitudes con el hongo psilocybe.
Samorini también nos dice que la cabra ingiere las bayas de la planta del café para conseguir un estado de excitación. Y en Etiopía y Yemen las cabras se vuelven locas con la ingesta de khat, una planta con propiedades eufóricas que también es consumida por seres humanos. Se supone en este caso que las propiedades de este arbusto que se denomina ‘flor del paraíso’ fueron descubiertas por el hombre observando el comportamiento de los rebaños de cabras.
La ‘judía roja’ o ‘judía del mezclal’ es la semilla de una planta leguminosa conocida desde la Antigüedad por los indios de las llanuras de América del Norte y que utilizan en ceremonias religiosas. Parece ser que su uso se remonta a los 9.000 años a.C., y los indios descubrieron sus efectos observando las extrañas conductas de los animales que las consumían.
Samorini habla de muchos otros animales que se drogan como abejas, moscas, gatos, vacas, elefantes, koalas, mandriles, caballos, etc.
Posible espiritualidad animal
Habría que preguntarse: ¿entran también los animales en esa segunda realidad en la que se encuentran con antepasados fallecidos y todo tipo de seres sobrenaturales? La pregunta no es baladí, porque el cerebro emocional o sistema límbico lo compartimos los humanos, aunque con diferencias, con muchos otros mamíferos. Esta pregunta lo que quiere indicar es la posibilidad de una espiritualidad animal que haya precedido a la nuestra.
Hoy sabemos que estas experiencias pueden ser provocadas experimentalmente y no sólo por la ingesta de sustancias enteógenas, sino por la estimulación de determinadas estructuras del cerebro emocional. La experiencia espiritual, trascendente o religiosa, que tantos místicos han referido, es un producto cerebral. Por tanto, no puede extrañarnos que planteemos la existencia de precursores de la espiritualidad en los animales que nos han precedido en la evolución, sobre todo los que tienen un cerebro más parecido al nuestro.
Desgraciadamente, hoy por hoy no tenemos técnicamente la posibilidad de saber si este planteamiento tiene una base.
Bitácora
Miércoles, 5 de Mayo 2010
Mario Beauregard es un joven investigador de los departamentos de radiología y psicología de la universidad de Montreal que ha publicado un libro titulado “The Spiritual Brain: A neuroscientist’s case for the Existence of the Soul”. El libro, que poseo, lo ha escrito con una apologeta del ‘diseño inteligente’ que es periodista “freelance”. La revista ‘The Global Spiral’ ha publicado una reseña de ese libro, tal y como reza en Tendencias de las Religiones de Tendencias 21.
El título del artículo en Tendencias 21: “La neurociencia cuestiona el materialismo imperante” es un título, a mi juicio, tendencioso. En primer lugar porque la neurociencia no es Mario Beauregard, sino también muchos otros neurocientíficos que no pensamos de la misma manera. Y en segundo lugar porque, como he manifestado en otro lugar, si el cerebro genera espiritualidad, como algunos experimentos muestran, llamar ‘materia’ al cerebro no sería correcto, por lo que he propuesto la palabra ‘espiriteria’ para nuestro órgano maestro.
La mayoría de neurocientíficos acepta que la mente no es otra cosa que el producto de la actividad cerebral, por lo que decir: “Si se puede demostrar que la mente gobierna al cerebro, es que existe una realidad no material” resulta ser una petición de principio, porque se asume de entrada que mente y cerebro son cosas diferentes para afirmar que existe una realidad no material, volviendo a un dualismo cartesiano que entiendo superado en neurociencia, e incluso por muchos filósofos.
He sostenido que, gracias a esa superación del dualismo, la neurociencia está tratando temas como la realidad exterior, la consciencia, la libertad o la espiritualidad desde el punto de vista neurocientífico, cosa que antes se consideraba inútil, dado el carácter inmaterial de las facultades mentales, antes llamadas ‘anímicas’.
El problema del dualismo radica en que desde Descartes hasta la fecha ha sido incapaz de mostrar cómo un ente inmaterial, que carece de energía, es capaz de interaccionar con la materia, lo que violaría las leyes de la termodinámica. Además, tanto lo que se llama ‘postura materialista’ como ‘postura no-materialista’ adolecen de un ‘dualismo cojo’, según el cual de la, a mi juicio, falsa antinomia materia-espíritu escogen sólo una parte.
Se dice que los experimentos de Beauregard “demuestran empíricamente que la mente puede gobernar y transformar el cerebro”, como si eso no se supiese ya, pero es que de esa manera se insiste en partir de algo que se quiere demostrar, a saber que la mente y el cerebro son dos cosas distintas.
Que Dios no puede convertirse en objeto de estudio es afirmado sin más. Yo añadiría que, si seguimos a Karl Popper, Dios, como el alma, no son hipótesis científicas porque no son ni demostrables ni falsables. También podría decirse, desde otra perspectiva, que la ciencia no es una creencia religiosa.
En mi libro La conexión divina he sostenido que las experiencias místicas o religiosas no son fruto de una actividad cerebral anómala, aunque puedan producirse en casos patológicos, como en la epilepsia del lóbulo temporal. Pero que el sujeto que experimenta esa vivencia se sienta unido a Dios, la Naturaleza, el Vacío o el Nirvana, no significa necesariamente que se demuestre la existencia de estos conceptos. La cuestión que en estas experiencias místicas queda sin responder es por qué cuando en estas experiencias los sujetos ven o hablan con seres espirituales estos son siempre de la religión que profesan los propios sujetos, lo que hace pensar que la ‘religión verdadera’ es siempre aquella en la que creen los que tienen estas experiencias.
El contexto racionalista y científico, se afirma en el artículo, pretende cuestionar las ideas religiosas y exiliar a Dios de la cultura humana y las posturas ‘materialistas’ trivializan los valores morales. Nada de esto lo considero cierto. Las creencias en seres sobrenaturales son algo perteneciente a la intimidad de las personas y es una opción personal como cualquier otra, en la que la ciencia no creo que pretenda entrar. Más bien ocurre lo contrario: que algunos religiosos sí que pretenden mostrar que la ciencia está equivocada cuando no considera entes espirituales como hipótesis científicas. Respecto a la moral tengo entendido que ahora se está incluso planteando la existencia de una predisposición genética para ella, independiente de las reglas morales que en cada sociedad existan y que son asumidas mediante el aprendizaje en la respectiva cultura.
Beauregard y O’Leary defienden que nuestro cerebro está estructurado para la religión. Aquí se confunde religión con espiritualidad, lo que ocurre muy a menudo. La espiritualidad parece ser algo inherente al ser humano desde que se pueden provocar experiencias espirituales o místicas estimulando determinadas regiones cerebrales. Pero la religión es una construcción social frente a esa experiencia individual. Si es cierto que no existe religión sin espiritualidad, sí existe, por lo contrario, espiritualidad sin religión.
Asistimos de nuevo a algo ya conocido, a saber que todo aquello que la ciencia aún no puede explicar se envuelve en una nube de sobrenaturalidad. Por eso se menciona la intuición, el efecto placebo, la ‘voluntad’, (algo que hoy se considera que puede ser una ilusión), o las experiencias cercanas a la muerte, sin duda también fruto de la actividad cerebral. Como la actividad científica es la única actividad humana que acumula conocimiento, estoy convencido que todos estos ‘reductos’ se irán reduciendo con el tiempo.
Como en el artículo al que me refiero habla de otro publicado en la página del Instituto Metanexus titulada “The Global Spiral”, la he consultado para comprobar lo que en el artículo en cuestión se dice. El artículo que reseña el libro de Beauregard y O’Leary lo escribe un tal Ryan McIlhenny, hijo de un sacerdote de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa. En él critica a los autores del libro por su resistencia a relacionar la actividad cerebral con los estados místicos o trascendentes. McIlhenny denuncia asimismo que los autores están más interesados en desmontar la visión materialista que dicta los parámetros de la neurociencia, preguntándose por qué los procesos naturales tienen que excluir lo sobrenatural.
McIlhenny cita al filósofo cristiano Alvin Plantinga, profesor de la Universidad de Notre Dame en Michigan, que no critica la posibilidad de que el cerebro produzca experiencias espirituales, argumentando que es posible que gracias a esos procesos podamos llegar a conocer la divinidad, argumento que en La conexión divina yo he propuesto como explicación posible desde el punto de vista de los creyentes. Plantinga considera que el aspecto más controvertido del libro de Beauregard y O’Leary es el argumento que separa el cerebro de la mente.
Finalmente, Plantinga echa de menos que Beauregard y O’Leary no cumplan la promesa implícita en el título del último capítulo del libro titulado: “¿Creó Dios el cerebro, o creó el cerebro Dios?”, pregunta que queda sin respuesta. Si los autores no confundiesen los argumentos religiosos con los científicos, seguramente no se hubiesen planteado esa cuestión.
El título del artículo en Tendencias 21: “La neurociencia cuestiona el materialismo imperante” es un título, a mi juicio, tendencioso. En primer lugar porque la neurociencia no es Mario Beauregard, sino también muchos otros neurocientíficos que no pensamos de la misma manera. Y en segundo lugar porque, como he manifestado en otro lugar, si el cerebro genera espiritualidad, como algunos experimentos muestran, llamar ‘materia’ al cerebro no sería correcto, por lo que he propuesto la palabra ‘espiriteria’ para nuestro órgano maestro.
La mayoría de neurocientíficos acepta que la mente no es otra cosa que el producto de la actividad cerebral, por lo que decir: “Si se puede demostrar que la mente gobierna al cerebro, es que existe una realidad no material” resulta ser una petición de principio, porque se asume de entrada que mente y cerebro son cosas diferentes para afirmar que existe una realidad no material, volviendo a un dualismo cartesiano que entiendo superado en neurociencia, e incluso por muchos filósofos.
He sostenido que, gracias a esa superación del dualismo, la neurociencia está tratando temas como la realidad exterior, la consciencia, la libertad o la espiritualidad desde el punto de vista neurocientífico, cosa que antes se consideraba inútil, dado el carácter inmaterial de las facultades mentales, antes llamadas ‘anímicas’.
El problema del dualismo radica en que desde Descartes hasta la fecha ha sido incapaz de mostrar cómo un ente inmaterial, que carece de energía, es capaz de interaccionar con la materia, lo que violaría las leyes de la termodinámica. Además, tanto lo que se llama ‘postura materialista’ como ‘postura no-materialista’ adolecen de un ‘dualismo cojo’, según el cual de la, a mi juicio, falsa antinomia materia-espíritu escogen sólo una parte.
Se dice que los experimentos de Beauregard “demuestran empíricamente que la mente puede gobernar y transformar el cerebro”, como si eso no se supiese ya, pero es que de esa manera se insiste en partir de algo que se quiere demostrar, a saber que la mente y el cerebro son dos cosas distintas.
Que Dios no puede convertirse en objeto de estudio es afirmado sin más. Yo añadiría que, si seguimos a Karl Popper, Dios, como el alma, no son hipótesis científicas porque no son ni demostrables ni falsables. También podría decirse, desde otra perspectiva, que la ciencia no es una creencia religiosa.
En mi libro La conexión divina he sostenido que las experiencias místicas o religiosas no son fruto de una actividad cerebral anómala, aunque puedan producirse en casos patológicos, como en la epilepsia del lóbulo temporal. Pero que el sujeto que experimenta esa vivencia se sienta unido a Dios, la Naturaleza, el Vacío o el Nirvana, no significa necesariamente que se demuestre la existencia de estos conceptos. La cuestión que en estas experiencias místicas queda sin responder es por qué cuando en estas experiencias los sujetos ven o hablan con seres espirituales estos son siempre de la religión que profesan los propios sujetos, lo que hace pensar que la ‘religión verdadera’ es siempre aquella en la que creen los que tienen estas experiencias.
El contexto racionalista y científico, se afirma en el artículo, pretende cuestionar las ideas religiosas y exiliar a Dios de la cultura humana y las posturas ‘materialistas’ trivializan los valores morales. Nada de esto lo considero cierto. Las creencias en seres sobrenaturales son algo perteneciente a la intimidad de las personas y es una opción personal como cualquier otra, en la que la ciencia no creo que pretenda entrar. Más bien ocurre lo contrario: que algunos religiosos sí que pretenden mostrar que la ciencia está equivocada cuando no considera entes espirituales como hipótesis científicas. Respecto a la moral tengo entendido que ahora se está incluso planteando la existencia de una predisposición genética para ella, independiente de las reglas morales que en cada sociedad existan y que son asumidas mediante el aprendizaje en la respectiva cultura.
Beauregard y O’Leary defienden que nuestro cerebro está estructurado para la religión. Aquí se confunde religión con espiritualidad, lo que ocurre muy a menudo. La espiritualidad parece ser algo inherente al ser humano desde que se pueden provocar experiencias espirituales o místicas estimulando determinadas regiones cerebrales. Pero la religión es una construcción social frente a esa experiencia individual. Si es cierto que no existe religión sin espiritualidad, sí existe, por lo contrario, espiritualidad sin religión.
Asistimos de nuevo a algo ya conocido, a saber que todo aquello que la ciencia aún no puede explicar se envuelve en una nube de sobrenaturalidad. Por eso se menciona la intuición, el efecto placebo, la ‘voluntad’, (algo que hoy se considera que puede ser una ilusión), o las experiencias cercanas a la muerte, sin duda también fruto de la actividad cerebral. Como la actividad científica es la única actividad humana que acumula conocimiento, estoy convencido que todos estos ‘reductos’ se irán reduciendo con el tiempo.
Como en el artículo al que me refiero habla de otro publicado en la página del Instituto Metanexus titulada “The Global Spiral”, la he consultado para comprobar lo que en el artículo en cuestión se dice. El artículo que reseña el libro de Beauregard y O’Leary lo escribe un tal Ryan McIlhenny, hijo de un sacerdote de la Iglesia Presbiteriana Ortodoxa. En él critica a los autores del libro por su resistencia a relacionar la actividad cerebral con los estados místicos o trascendentes. McIlhenny denuncia asimismo que los autores están más interesados en desmontar la visión materialista que dicta los parámetros de la neurociencia, preguntándose por qué los procesos naturales tienen que excluir lo sobrenatural.
McIlhenny cita al filósofo cristiano Alvin Plantinga, profesor de la Universidad de Notre Dame en Michigan, que no critica la posibilidad de que el cerebro produzca experiencias espirituales, argumentando que es posible que gracias a esos procesos podamos llegar a conocer la divinidad, argumento que en La conexión divina yo he propuesto como explicación posible desde el punto de vista de los creyentes. Plantinga considera que el aspecto más controvertido del libro de Beauregard y O’Leary es el argumento que separa el cerebro de la mente.
Finalmente, Plantinga echa de menos que Beauregard y O’Leary no cumplan la promesa implícita en el título del último capítulo del libro titulado: “¿Creó Dios el cerebro, o creó el cerebro Dios?”, pregunta que queda sin respuesta. Si los autores no confundiesen los argumentos religiosos con los científicos, seguramente no se hubiesen planteado esa cuestión.
Conferencias
Jueves, 21 de Enero 2010
Conferencia pronunciada por el Prof. F. J. Rubia en la Real Academia Nacional de Medicina el 12 de enero de 2010
La consciencia es un enigma, probablemente el mayor enigma tanto en filosofía como en ciencia. Las cuestiones fundamentales que plantea son: ¿qué es la consciencia? ¿de dónde procede? y ¿para qué sirve?
El filósofo australiano David J. Chalmers distingue entre los “problemas fáciles” y el “problema duro o difícil” (hard problem) de la consciencia. Los problemas fáciles tratan la consciencia como una facultad mental más y analizan temas como la discriminación entre estímulos sensoriales, la integración de la información para guiar el comportamiento o la verbalización de estados internos, cómo se integran los datos sensoriales con la experiencia del pasado, cómo focalizamos la atención o lo que distingue el estado de vigilia del sueño. Pero el “problema difícil” de la consciencia es saber cómo los procesos físicos cerebrales dan lugar a la consciencia, cómo las descargas de millones de neuronas pueden producir la experiencia consciente, la experiencia subjetiva.
Si ser consciente implica la existencia de un “yo” y este yo, como nos dice la neurociencia, es una ficción, ¿qué consecuencias tendría este hecho para la consciencia? Por otra parte, ¿existe un solo yo? El psicólogo estadounidense William James planteó la existencia de al menos tres yos diferentes: un yo material, otro social y un tercero espiritual. Además, los enfermos con cerebro escindido han mostrado que pueden surgir tras la separación del cuerpo calloso dos yos distintos. El psicólogo californiano Michael Gazzaniga dice que el hemisferio izquierdo es dominante para la mayoría de las funciones cognoscitivas, como la resolución de problemas, mientras que el hemisferio derecho es muy deficiente para resolver problemas difíciles. El resultado de muchos años de investigación sobre el cerebro hendido le hace concluir que el hemisferio derecho tiene una experiencia consciente muy diferente de la exacta y literal del hemisferio izquierdo. Aunque ambos son conscientes, la consciencia del cerebro izquierdo supera con mucho a la del derecho. ¿Cuál sería pues el sustrato neuronal que hace surgir estos dos tipos de consciencia en los hemisferios cerebrales? Existe un “vacío explicativo”, como dice el filósofo de Harvard, Joseph Levine, entre las funciones cerebrales y la experiencia subjetiva.
La cuestión fundamental es, pues: ¿cómo podemos superar el abismo que separa lo objetivo y lo subjetivo, el cerebro y la experiencia consciente? Es un planteamiento muy parecido al planteamiento tradicional cuerpo/alma o mente/cerebro, que han discutido los filósofos desde hace más de 2000 años. Y aún siguen discutiendo. Sobre este tema hablaremos al final de esta conferencia.
Otra cuestión que se plantea es la siguiente: si un sistema, como el cerebro, puede resolver problemas y procesar información de manera inconsciente, ¿para qué sirve la consciencia?
Algunos filósofos afirman que cuando comprendamos suficientemente bien el funcionamiento del cerebro, el concepto de consciencia se disipará del mismo modo que se disipó el concepto del flogisto una vez que se comprendió el proceso de la oxidación. El flogisto era un hipotético constituyente volátil de todas las sustancias combustibles que, según se creía, se liberaba en forma de llama durante la combustión.
Sir Charles Sherrington, premio Nobel de Medicina y Fisiología del año 1932, era de la opinión que la consciencia era científicamente inexplicable. Y el psicólogo Stephen Pinker, de la Universidad de Harvard, piensa que puede que podamos entender la mayoría de los detalles de cómo funciona la mente, pero la consciencia puede permanecer oculta. También el filósofo británico Colin McGinn opina que el problema es demasiado difícil para nuestras mentes limitadas, añadiendo que estamos cerrados cognoscitivamente ante ese problema. Afortunadamente, no todos los científicos y filósofos piensan lo mismo.
Definición de consciencia.-
La consciencia es un concepto que entendemos intuitivamente, pero que es difícil o imposible de describir adecuadamente en palabras. Se puede decir que consciencia es el estado subjetivo de apercibir algo, sea dentro o fuera de nosotros mismos.
No existe ninguna definición consensuada de la consciencia. Pero consciencia significa experiencia subjetiva, o sea, lo opuesto a objetividad. En algunos escritos la consciencia es considerada sinónimo de mente. Pero la mente incluye procesos mentales inconscientes, y puede definirse como el funcionamiento del cerebro para procesar información y controlar la acción de manera flexible y adaptativa.
La consciencia tiene contenidos, pero aunque pueda tener una enorme variedad de contenidos no puede tener muchos al mismo tiempo. La consciencia no es un fenómeno pasivo como respuesta a estímulos, sino un proceso activo de interpretación y construcción de datos externos y de la memoria relacionándolos entre sí.
Se ha equiparado la consciencia a la vigilia, pero estar despierto no es lo mismo que ser consciente de algo en el sentido de apercibirse de algo. En el sueño podemos apercibir imágenes mentales visuales o auditivas.
Los actos voluntarios y la toma de decisiones son aspectos importantes de la experiencia consciente. Por ello, uno de los significados más comunes de consciencia es que es un sistema de control ejecutivo que supervisa y coordina las actividades del organismo.
Para el profesor de psicología de la Universidad de Princeton, Philip Johnson-Laird, el cerebro es un sistema organizado jerárquicamente que procesa información en paralelo y cuyo nivel más alto que controla la conducta corresponde a la consciencia, aunque interacciona con varios subsistemas inconscientes.
Se ha considerado a la consciencia íntimamente relacionada con la memoria operativa, la atención y el procesamiento controlado. La memoria operativa es importante para la solución de problemas, la toma de decisiones y la iniciación de la acción. La relación con la atención es clara: prestar atención a algo es ser consciente de ese algo. El ejemplo más clásico de atención selectiva es el conocido como “efecto cocktail party”, por el que seleccionamos información interesante en medio de un gran ruido de fondo.
También se ha considerado la consciencia como sinónimo de auto-consciencia. Pero como se puede ser consciente de muchas cosas que no son la propia persona, hoy se estima que la auto-consciencia es una forma especial de la consciencia.
Todo el mundo sabe lo que es consciencia, dicen el fallecido premio Nobel Francis Crick y su colaborador alemán Christof Koch, pero mientras sepamos tan poco de ella, lo mejor es no dar ninguna definición que pueda inducir a errores o que sea restrictiva, o ambas cosas a la vez.
En la bibliografía anglosajona se utilizan dos palabras distintas que en español se suelen traducir por consciencia. La primera es “awareness”, que yo traduzco por apercepción; la segunda es consciousness que se traduce por consciencia. Esta diferenciación es importante, ya que existe la expresión en inglés “unconscious awareness” que se traduciría por “apercepción inconsciente”, lo que sería imposible si la palabra “awareness” se tradujese por consciencia, como suele hacerse.
Algunos autores definen la apercepción como un estado en el que tenemos acceso a cierta información que puede usarse para controlar la conducta. La consciencia está siempre acompañada de apercepción, pero la apercepción no tiene por qué estar acompañada por consciencia.
Se pueden distinguir dos tipos de consciencia. La consciencia primaria, que es la experiencia directa de percepciones, sensaciones, pensamientos y contenidos de la memoria, así como imágenes, ensueños y sueños diurnos. La consciencia reflexiva es la experiencia consciente per se. Este tipo de consciencia es necesaria para la auto-consciencia, que implica darse cuenta de ser un individuo único, separado de los demás, con una historia y un futuro personales. La consciencia reflexiva incluye el proceso de integración, o sea, de observar la propia mente y sus funciones; con otras palabras: conocer que se conoce. En realidad, la experiencia consciente en el humano adulto normal implica tanto la consciencia primaria como la consciencia reflexiva.
Características de la consciencia.-
William James, padre de la psicología norteamericana, en sus Principios de Psicología describió cinco características de alto nivel de la consciencia que aún siguen vigentes. Son las siguientes:
1) Subjetividad: Todos los pensamientos son subjetivos, pertenecen a un individuo y son sólo conocidos por ese individuo
2) Cambio: Dentro de la consciencia de cada persona, el pensamiento está siempre cambiando
3) Intencionalidad: La consciencia es siempre de algo, apunta siempre a algo
4) Continuidad: James utilizó siempre la expresión “curso de la consciencia” para dar a entender que la consciencia parece ser siempre algo continuo
5) Selectividad: Aquí James se refirió a la presencia de la atención selectiva, o sea que en cada momento somos conscientes de sólo una parte de todos los estímulos
A pesar de la enorme variedad de percepciones y pensamientos de naturaleza siempre cambiante, tenemos la impresión de que nuestra consciencia es algo unificado y continuo. Esta sensación de unidad de la consciencia algunos autores la consideran una ilusión.
Algunas teorías sobre la consciencia.-
Al igual que entre los filósofos post-cartesianos había diversas teorías, como la teoría del doble aspecto de Spinoza, el ocasionalismo de Malebranche, el paralelismo de Leibniz y su doctrina de la armonía preestablecida, hoy existen diversas teorías de la consciencia.
La teoría “clásica” ha sido la postulada por el psicólogo norteamericano William James en el siglo XIX. Para James, la consciencia es una secuencia de estados mentales conscientes, siendo cada uno de estos estados la experiencia de algún contenido concreto. James pensaba también que la consciencia tiene que haber tenido un propósito evolutivo, por lo que trataba la consciencia como una función y no como una entidad.
En el siglo XVIII el biólogo suizo Charles Bonnet intentó resolver el dilema introduciendo el llamado “epifenomenalismo”, una idea que después asumió también el biólogo británico Thomas Huxley. El epifenomenalismo acepta que la mente y el cuerpo están hechos de diferentes sustancias, pero la mente no tiene influencia sobre el cuerpo, aunque está causada por el cerebro. Los sucesos mentales son productos accesorios de los sucesos materiales.
La teoría basada en un dualismo cartesiano postula que la mente, alma o espíritu es inmaterial y la autoconsciencia, como propiedad de esa mente, está separada del cerebro que es físico e inconsciente. Esta teoría ha sido mantenida por Karl Popper y John Eccles; con este último yo colaboré en la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo en su periodo tardío de laboratorio en 1975. El problema que plantea esta teoría es que no explica cómo se produce la experiencia subjetiva, ni tampoco cómo funciona la interacción entre un ente inmaterial y otro material.
Otra teoría es la sostenida por Stuart Hameroff y Roger Penrose que supone que los microtúbulos, que se encuentran en toda célula nerviosa, están designados para permitir la coherencia cuántica y las conexiones cuánticas en todo el cerebro. La dificultad es que no explica cómo surge la experiencia subjetiva por lo que muchos autores concluyen que la teoría cuántica de la consciencia sustituye un misterio por otro. Penrose es también de la opinión que el fenómeno de la vida mental requiere un conocimiento de la física que aún no tenemos.
El filósofo coreano Jaegwon Kim utiliza el término “superveniencia” (supervenience) para expresar el hecho de que un ámbito o dominio está determinado por otro. Por ejemplo, las propiedades biológicas supervienen o son supervinientes a las propiedades físicas, porque las propiedades biológicas de un sistema están determinadas por sus propiedades físicas. En una tabla de madera, por ejemplo, la madera superviene a las moléculas y las moléculas supervienen a los átomos. Lo mental sería, pues, superviniente a lo físico. La mente sería al cerebro como el rayo a las partículas cargadas eléctricamente.
Los electrones tienen masa y rotación, pero la electricidad tiene potencial e intensidad. Los componentes químicos tienen densidad y conductividad, mientras que los organismos biológicos tienen crecimiento y reproducción. A cada nivel hay propiedades distintas, propiedades “emergentes”. Sin embargo, la superveniencia no explica por qué y cómo la mente emerge del cerebro.
Los neurobiólogos Gerald Edelman, premio Nobel de Fisiología y Medicina de 1972 por sus trabajos sobre el sistema inmunológico, y Giulio Tononi proponen que la consciencia emerge cuando grandes grupos de neuronas forman un núcleo dinámico en el cerebro con conexiones que forman bucles entre la corteza y el tálamo. A estas conexiones Edelman les llama “mapas de reentrada”, parecido a lo que el psicólogo británico Nicholas Humphrey denomina “bucles de realimentación reverberantes sensoriales”. La idea en ambos es que el cerebro se refiere a sí mismo y esto es lo que desencadena la consciencia.
La alternativa al dualismo es el monismo que plantea que el cuerpo y la mente están hechos de la misma sustancia. Los idealistas piensan que todo es mental, los materialistas que todo es material. El filósofo Spinoza pensaba que sólo existía una sustancia y que la sustancia tenía dos propiedades: que era consciente y que tenía extensión.
Un ejemplo típico de la postura materialista es la sostenida por el filósofo francés Julien Offroy de LaMettrie que en su obra L’Homme machine (El hombre máquina) decía que la mente es una máquina hecha de materia y que el pensamiento era un proceso material.
Y el filósofo británico Bertrand Russell pensaba que lo mental y lo físico son diferentes formas de conocer la misma cosa, la primera por la consciencia y la segunda por los sentidos. La consciencia nos da un conocimiento directo, inmediato, de lo que hay en el cerebro, mientras que los sentidos pueden observar (posiblemente ayudado por instrumentos) lo que hay en el cerebro. La consciencia es, básicamente, otro sentido, un sentido que, en vez de percibir colores, olores o sonidos, percibe la verdadera naturaleza del cerebro.
El materialismo eliminativo es la doctrina que postula que los estados mentales no existen, o, al menos, que la terminología es equivocada y debería abandonarse. Tanto el filósofo alemán Paul Feyerabend como el filósofo norteamericano Richard Rorty niegan la existencia de lo mental. Lo mental no es más que un mito. Y el neurocientífico norteamericano Paul Churchland dice que lo mental es el sujeto de la “psicología popular”, y la psicología popular no es una ciencia. Adscribimos estados mentales a los individuos, pero en realidad sólo existen procesos cerebrales.
El filósofo estadounidense John Searle piensa que la consciencia no puede reducirse a los procesos neuronales que la causan, pero que la consciencia es una característica biológica del cerebro. Searle ataca tanto al dualismo como al materialismo diciendo que la división del mundo en materia y mente es arbitraria y contraproducente. En su opinión tenemos que tener en cuenta que la consciencia está causada por procesos cerebrales, pero no puede ser reducida a esos procesos porque es un fenómeno de “primera persona”, o subjetivo, mientras que los procesos cerebrales son fenómenos de “tercera persona”, es decir objetivos.
El psicólogo norteamericano Julian Jaynes estudió los documentos históricos, arqueológicos y biológicos de civilizaciones antiguas, llegando a la conclusión que hace unos 3000 años los humanos no tenían aún consciencia. Dependían aún, como otros primates, de reacciones aprendidas. Los individuos de civilizaciones desarrolladas antes de los 1000 años a.C. (en Asiria, Babilonia, Mesopotamia, Egipto) no eran verdaderamente conscientes. Libros antiguos, como la Ilíada o la Biblia fueron compuestos por personas no conscientes que no distinguían entre los sucesos reales y los imaginarios. Los personajes de esos libros actuaban inconscientemente tomando decisiones confiando en voces, en alucinaciones. Según este psicólogo la consciencia apareció en la Odisea y en las partes más recientes de la Biblia, hará unos 3000 años. Lógicamente, estas afirmaciones han sido muy discutidas.
El antropólogo británico Kenneth Oakley planteó que existirían tres niveles de consciencia que corresponderían a tres capas evolutivas del cerebro: la apercepción, controlada por las regiones más antiguas del cerebro y relacionada sólo con el condicionamiento; la consciencia, controlada por la corteza cerebral y el hipocampo y relacionada con la representación interna del mundo; y, finalmente, la auto-consciencia, dependiente de las regiones más modernas de la corteza cerebral y relacionada con la representación interna de la propia representación interna.
El lingüista sueco Peter Gardenfors ve en el lenguaje el último estadio en el proceso que lleva a la consciencia humana. Piensa que primero estuvieron las sensaciones, luego la atención, las emociones, la memoria, los pensamientos, la planificación, el yo, el libre albedrío y, finalmente, el lenguaje. La mayoría de estas facultades no son únicas en los humanos, ya que la mayoría de los mamíferos tienen emociones e incluso pensamientos. Los chimpancés llegan hasta la planificación, pero sólo los humanos tienen consciencia de sí mismos y lenguaje. Todos los animales tienen un cierto grado de consciencia, pero sólo mamíferos y aves tienen corteza que les permite representaciones separadas de la realidad por lo que pueden adivinar y planificar. Los pensamientos son representaciones internas del mundo, lo que permite a los animales que los tienen separarse del mundo inmediato, pudiendo crear más de un curso posible de acción.
El yo sería para Gardenfors un fenómeno emergente, una propiedad que surge de una red de funciones cognoscitivas relacionadas entre sí. El lenguaje, como último estadio en el ser humano requiere una representación interna sofisticada, que son los símbolos. Las representaciones de otros animales no están suficientemente separadas de la realidad exterior.
Nicholas Humphrey dice que ser consciente es tener sensaciones, como algo opuesto a las percepciones. Los animales desarrollaron dos formas de representación de la interacción entre el cuerpo y el entorno: unas cargadas de afecto que son las sensaciones y otras neutrales con respecto a los afectos que son las percepciones. Para Humphrey tenemos un “ojo interior” que se comporta como cualquier otro sentido, menos en el hecho de que su objeto es el propio cerebro. La consciencia me permite percibir el estado de mi cerebro.
El neurofisiólogo norteamericano William Calvin propuso la teoría llamada “darwinismo mental”. Según esta teoría, lo mismo que el sistema inmunológico y la evolución de las especies están impulsados por la selección natural, la vida mental también lo está. Los pensamientos se producen inconscientemente y el proceso darwiniano elige los mejores. Para Calvin, lo que pensamos está siempre en función de la acción; los pensamientos son sólo movimientos que no han sido aún realizados.
El psicólogo estadounidense Marcel Kinsbourne cree que la consciencia no es un producto de la actividad neural, sino la actividad neural misma. El cerebro no genera consciencia, sino que es consciente, por lo que no es necesario buscar una región que genere consciencia; no es la región lo que importa, sino el estado del circuito; cualquier región del cerebro puede ser consciente si sus circuitos están en un estado apropiado.
El matemático danés Tor Norretranders piensa que la consciencia no contiene casi ninguna información. La mayoría de los procesos mentales nunca alcanzan la consciencia. El cerebro descarta cantidades ingentes de información antes de que tenga lugar la consciencia, aunque esta información descartada tenga influencia sobre nuestra conducta. Esto significa que la consciencia trata sobre todo de lo que ocurre dentro de nosotros y no fuera. Los datos sensoriales se procesan de acuerdo con estructuras cerebrales y se comparan con los contenidos de la memoria, volviendo a ser procesados, y luego surge una sensación consciente. En esta sensación poco queda de los datos sensoriales originales. Nunca podemos experimentar los datos sensoriales originales, sino que experimentamos sólo los productos terminados. Con otras palabras: nuestro cerebro conoce mucho más de lo que conoce la consciencia.
Con esto no agotamos todas las teorías existentes sobre la consciencia, pero he elegido las que me parecieron más relevantes. Como vemos, hay opiniones para todos los gustos.
Origen y evolución de la consciencia.-
¿Cómo surge la consciencia en un individuo y cómo surgió en la evolución? Todos creemos que los humanos no nacen con consciencia y que la vida, como fenómeno natural no fue originalmente consciente. Existe, pues, un problema ontogenético, de cuándo surge la consciencia en un individuo, y un problema filogenético, de cuándo surgió la consciencia de la materia, si fue repentinamente en una especie determinada o por el desarrollo de ciertas estructuras cerebrales. La auto-consciencia surge en el niño en la segunda mitad del segundo año de vida, y depende de la memoria episódica y de la capacidad para la consciencia reflexiva.
Ya mencionamos que el psicólogo norteamericano Julian Jaynes piensa que surgió muy recientemente en el ser humano, en la época homérica. Por el contrario el neurofisiólogo australiano John Eccles pensaba que surgió con el neocórtex de los mamíferos y la bióloga norteamericana Lynn Margulis es de la opinión que la consciencia es una propiedad tan antigua como la vida de organismos unicelulares simples, hace miles de millones de años. Otros científicos piensan que la consciencia surgió por la necesidad de comunicación con otros individuos, es decir, que fue cercana al lenguaje. El filósofo austriaco Karl Popper decía que la consciencia emerge con el lenguaje, tanto ontogenética como filogenéticamente.
El psicólogo británico Nicholas Humphrey coincide con la opinión de que la función de la consciencia es la de interacción social con otras consciencias. La consciencia aporta a los humanos un modelo explicativo de su propia conducta y esta facultad es útil para la supervivencia; con otras palabras: los mejores psicólogos son los que mejor sobreviven. Al entender la propia mente, entienden también la mente de los demás y eso supone una ventaja evolutiva importante.
Sin embargo, la consciencia difícilmente contribuye a la supervivencia. Muchas veces nos deprimimos cuando pensamos en cosas futuras, como la vejez o la muerte. La consciencia muy a menudo resulta en una menor determinación y perseverancia. Visto así, no parece que sea el producto de una evolución darwiniana porque realmente lo que hace es debilitar nuestro sistema de supervivencia en esos casos.
El lingüista estadounidense Merlin Donald planteó que la mente moderna con pensamiento simbólico surgió de una forma de inteligencia no simbólica por absorción gradual de sistemas nuevos de representación. La mente humana se desarrolló en cuatro estadios que coinciden con los estadios de crecimiento cognoscitivo en humanos modernos. Los homínidos más antiguos estaban limitados a representaciones episódicas del conocimiento. La memoria episódica era útil para aprender asociaciones estímulo-respuesta, pero no podía recuperar memorias independientemente de las señales del entorno, es decir, no podía pensar. Estos seres episódicos vivían sus vidas totalmente en el presente. El Homo erectus desarrolló un sistema “mimético” de representación. La mente podía recuperar memorias independientemente del entorno y era capaz de re-describir la experiencia. La mente tiene una representación del mundo y es capaz de adaptarse continuamente a los nuevos conocimientos. Estas representaciones permitían al individuo comunicar sus intenciones y deseos. En este estadio existía una especie de memoria colectiva. En el tercer estadio, el Homo sapiens adquirió el lenguaje y, por consiguiente, la capacidad de construir relatos y formar mitos que representan modelos integrados del mundo por los que los individuos podían generalizar y predecir acontecimientos. El lenguaje permitió contar historias en grupo.
Hace unos 50.000 años los humanos comenzaron a almacenar contenidos de memoria en el mundo exterior en vez de en sus cerebros (pinturas rupestres, figuras, calendarios, etc.). Finalmente, con la escritura, hará unos 10.000 años, los humanos modernos alcanzaron capacidades representativas simbólicas y la lógica. Es la mente “teórica”.
En otro orden de cosas se estima que existen unos 10.000 millones de células corticales en el hombre moderno, de los que 1.000 millones estarían en relación con el cuerpo. Así que 8.900 millones se utilizarían para procesos internos y para las conexiones con otras neuronas del sistema. Se estima que el cerebro del Australopiteco tendría 3.500 millones de neuronas por encima de las relacionadas con el cuerpo, comparadas con los 2.000 millones del gorila y los 2.400 millones del chimpancé. El Homo habilis tendría unos 4.500 millones de interneuronas y el Homo erectus 7.000. Respecto al volumen, el Australopiteco tenía un cerebro de 500 c.c. frente a los 450 c.c. del gorila. El Homo habilis tenía unos 700 c.c., el Homo erectus unos 950-1050 c.c. y el Homo sapiens 1.350 c.c. Sin embargo, parece que el número de células no es determinante. El lingüista y neurólogo alemán Eric Lenneberg dice que el cambio más importante durante la expansión cerebral fue la interconexión entre las células.
Aparte de nuestras experiencias cotidianas existen informes procedentes de estadios cognoscitivos que sugieren que los seres humanos no somos los únicos animales que tienen consciencia. Quizá seamos los únicos que somos conscientes de que somos conscientes, y, desde luego, los únicos que podemos informar de nuestro estado consciente mediante el lenguaje sintáctico.
Parece evidente que la consciencia surge sobre el sustrato biológico del sistema nervioso y, por tanto, es un estado adquirido a lo largo de la evolución. Se suele distinguir entre una consciencia sensorial, llamada también “consciencia primaria”, probablemente común a muchos animales, y una consciencia llamada metacognición o “consciencia de nivel superior”, única en el hombre. Desde luego, si reconocerse en un espejo es señal de auto-consciencia, las ballenas, los delfines, los elefantes, los chimpancés, los gorilas, los orangutanes y los tamarinos poseen autoconsciencia. A favor de la presencia de consciencia en los mamíferos está el hecho de que todos poseen un sistema tálamo-cortical altamente desarrollado.
Informes sobre rendimientos considerables de la memoria en algunas aves, el aprendizaje vocal y la reproducción de lo aprendido, así como la discriminación en tareas difíciles hace pensar que la consciencia surge en las aves, probablemente de manera independiente de los mamíferos. En la solución de problemas que parecen requerir habilidades cognoscitivas de alto nivel destacan también los cuervos que son capaces de utilizar herramientas de distinto tamaño y longitud de acuerdo con la dificultad de la tarea para obtener alimentos.
Se ha llegado incluso a plantear niveles muy simples de consciencia en cefalópodos, tales como los pulpos y las sepias a los que se le reconoce una capacidad cognoscitiva muy elevada en la discriminación de objetos, en atención y en memoria.
¿Cuándo surge, pues, la consciencia? El problema cuando intentamos saber si otros animales son conscientes es que los organismos no humanos no pueden hablar. Estamos convencidos de que pueden sentir placer y dolor, pero no podemos saber si son conscientes de esos sentimientos. Entre los humanos también los niños pequeños no pueden hablar, aunque también estamos convencidos de que pueden tener sentimientos como nosotros.
No obstante, ha habido controversias sobre si los bebés son capaces de sentir como los adultos. La circunsición suele realizarse sin anestesia y generalmente a los bebés se les prescribe dosis post-operativas de analgésicos inferiores a las que se utilizan para el adulto. Se les puede preguntar cuando se hacen mayores, pero existe lo que Freud llamó la amnesia infantil, algo que según él se producía porque los contenidos de la memoria estaban reprimidos. Explorando esa amnesia se ha podido comprobar que los bebés tienen una buena memoria a largo plazo y que esa información no sufre en la transición entre la vida pre-verbal y la verbal. Pero no podemos saber si en la vida pre-verbal el bebé tiene consciencia de esa memoria, ya que el recuerdo utiliza el lenguaje.
Por todo ello se ha sugerido que los bebés que aún no han aprendido a hablar no tienen recuerdos conscientes, mientras que los bebés parlantes sí los tienen. Que el lenguaje juegue un papel crítico en este proceso lo indica que las niñas, que suelen aprender antes a hablar que los niños, tienen recuerdos más antiguos de su niñez.
Se ha propuesto la existencia de dos tipos de memoria. El primer sistema operaría a lo largo de toda la vida y no puede accederse a él intencionalmente; el segundo sistema dependería del lenguaje y puede accederse a él intencionalmente. Otros autores han planteado que la memoria autobiográfica se desarrolla cuando lo hace el concepto del yo o de sí mismo. Los niños comienzan a utilizar la palabra ‘yo’ y ‘mi’ poco antes de los dos años de edad y ‘tú’ uno o dos meses después. Se calcula que el concepto del yo surge, pues entre los 18 y los 24 meses de edad. En resumen: que el acceso consciente al sistema autobiográfico que depende del hipocampo coincide con el desarrollo del lenguaje y con el desarrollo del concepto de sí mismo.
Correlatos neurales de la consciencia.-
Cuerpo y cerebro son observables por terceros. Pero la mente sólo es accesible por el que la posee. Los pesimistas niegan la posibilidad de salvar esa distancia. Sólo podremos describir los correlatos de estados mentales, pero no cómo esos correlatos generan la consciencia, el sentido del yo. Otros argumentan que es absurdo llevar a cabo una investigación sobre la mente que es el instrumento que se emplea en la búsqueda de la solución del problema.
Algunos científicos han abordado la prometedora tarea de buscar los correlatos neuronales específicos de la consciencia. Los diversos autores proponen diferentes estructuras del cerebro para el asiento de la consciencia, estructuras como los núcleos talámicos intralaminares, el núcleo reticular, la formación reticular mesencefálica, la red intracortical tangencial de las capas I y II y los bucles tálamo-corticales.
Para Francis Crick y Christof Koch la mejor manera de abordar el tema de la consciencia es concentrarse en encontrar sus correlatos neuronales y las funciones cerebrales que dan lugar a las experiencias conscientes.
Edelman y Tononi piensan que el sustrato neuronal de la consciencia comprende grandes poblaciones de neuronas – en especial las del sistema tálamo-cortical – que se encuentran ampliamente distribuidas por todo el cerebro. Por otro lado, ningún área concreta y única del cerebro es responsable de la experiencia consciente.
Las únicas lesiones cerebrales localizadas que tienen como resultado la pérdida de la consciencia son las que suelen afectar al llamado sistema reticular de activación, situado en las porciones superiores del tronco cerebral (las regiones superiores de la protuberancia y el mesencéfalo) hasta el hipotálamo posterior, los llamados núcleos talámicos intralaminares y reticulares y el cerebro basal anterior. Su actividad es esencial para el mantenimiento del estado de la consciencia. Se supone que no genera consciencia por sí mismo.
En seres humanos se han identificado varios correlatos de la consciencia, como el bucle tálamo-cortical, un EEG característico de ondas frecuentes y de baja amplitud que va de 12-70 Hz y la formación reticular mesencefálica. Se ha propuesto que la descarga sincrónica de neuronas corticales, con una frecuencia de 40 Hz, también conocida como oscilación gamma, sea el correlato neural de la consciencia y sirva para unir la actividad de diversas áreas corticales, en relación con un mismo objeto. Pero estudios recientes en sujetos anestesiados han podido mostrar que la frecuencia de 40 Hz puede existir sin consciencia.
Se ha postulado que las células piramidales de la capa V y VI de la corteza, cuyos axones proyectan fuera de la corteza, serían responsables de la consciencia visual.
Los neurocientíficos británicos Karl Friston y Richard Frackowiak mostraron que las áreas que disminuyeron su actividad cuando una actividad motriz es aprendida son la corteza prefrontal y el área motriz suplementaria, lo que puede indicar que estas regiones cerebrales están implicadas en la producción de consciencia. La corteza prefrontal se sabe que está implicada en la toma de decisiones y el AMS es uno de los lugares implicados en la iniciación de la acción. Las regiones que participan en el control inconsciente de la actividad motriz son probablemente la corteza parietal posterior y el cerebelo. Es sorprendente la cantidad de corteza cerebral que puede perderse sin que el individuo pierda la consciencia.
El neurocirujano norteamericano Joseph Bogen tenía dos pacientes que tras una operación habían conservado sólo el hemisferio derecho. Perdieron las funciones sensoriales y motoras de la parte derecha del cuerpo y casi toda la capacidad de hablar, pero los sujetos estaban conscientes y respondían apropiadamente a los estímulos.
El nivel de consciencia se regula por el Sistema Activador Reticular Ascendente, descubierto por Moruzzi y Magoun en 1949 y que es la formación reticular que se extiende por el bulbo, la protuberancia y el mesencéfalo. Las neuronas necesitan mantener un nivel de actividad determinado. La formación reticular actúa no sólo modificando el nivel de actividad, sino también modulando las entradas y salidas, sobre todo las que salen de la médula espinal. Podemos modular los niveles de consciencia alterando la actividad de la formación reticular probablemente desde la corteza prefrontal. Estas estructuras son necesarias, pero no suficientes para la consciencia. Se necesita también la actividad de neuronas corticales.
El núcleo reticular del tálamo funciona como un interruptor para la consciencia. Cuando el nivel de activación del tronco del encéfalo disminuye, los circuitos tálamo-corticales comienzan a oscilar. Este ritmo sincrónico contribuye a la pérdida global de consciencia como ocurre en el sueño no REM. En el EEG se ven los husos característicos del sueño y las ondas lentas. A este fenómeno se le ha llamado “sincronización del EEG”.
Cuatro neurotransmisores juegan un papel en la función cerebral: el sistema noradrenérgico del locus coeruleus, el sistema serotoninérgico de los núcleos del rafe, el sistema dopaminérgico del mesencéfalo y el sistema histaminérgico del hipotálamo. La noradrenalina y la histamina están implicadas en la vigilia, la alerta y la atención; la serotonina en frenar la acción motora, ayudándola para que sea estímulo- y situación- específica; la dopamina apoyando y facilitando el movimiento, la emoción positiva y el pensamiento.
En la visión hay una vía que va desde la retina a la corteza visual primaria, pasando por el núcleo geniculado lateral. Esa vía no implica consciencia. En la corteza visual primaria, la información se dirige luego a las áreas corticales donde está representado el movimiento y a otras donde se representa el color; de ahí pasa la información a células que reconocen los objetos en la corteza asociativa temporal inferior, donde la información se hace consciente. La cuestión es: ¿Cómo se explica que unas descargas neuronales de una región asociativa de la corteza pueda ir acompañadas de consciencia y otras no? Gerald Edelman piensa que esa pregunta puede contestarse con lo que él llama “darwinismo neural”, que trata sobre la cooperación y competición entre grandes grupos de neuronas; las que salen triunfantes de esta competición serían las que van acompañadas de consciencia. A esto Edelman le llamó la “hipótesis del núcleo dinámico”.
Se sabe asimismo que la vía visual dorsal, que va desde el área visual primaria hacia la corteza asociativa parietal, también llamada la vía del “dónde”, que es capaz de localizar los objetos en el espacio, es inconsciente, mientras que la vía ventral que se dirige a las áreas asociativas temporales, llamada vía del “qué” es consciente. Las proyecciones de la corteza parietal a las áreas premotoras son inconscientes, mientras que las proyecciones de corteza parietal a la corteza prefrontal están relacionadas con la consciencia.
Experimentos realizados por Benjamín Libet mostraron que era necesario estimular la corteza somestésica con un tren de impulsos de al menos medio segundo para producir una experiencia consciente. Libet llamó a este fenómeno la “adecuación neural para la consciencia”. Este hecho significa que la consciencia tiene que estar mucho más atrás en el tiempo que los sucesos del mundo real y, por tanto, tiene que ser inútil para responder a un mundo que se mueve rápidamente.
La consciencia no es un fenómeno todo-o-nada, sino que existen diversos niveles de consciencia. Y la transición de la inconsciencia a la consciencia no es simplemente un cambio de una inactividad a una actividad neuronal, sino que supone un cambio en lo que hacen las neuronas, cambio que hoy por hoy es desconocido.
Todos estos resultados indican que la consciencia es un producto de la actividad cerebral, pero que muchas de las actividades de las neuronas cerebrales no van acompañadas de consciencia.
¿Máquinas con consciencia?
¿Puede crearse consciencia en una máquina? Los ordenadores pueden resolver problemas que los humanos encuentran difíciles, como la comprobación de teoremas, pero tienen enormes dificultades en tareas fáciles para los humanos, como el reconocimiento de objetos y la manipulación de los mismos.
En 1997 el mejor jugador del mundo de ajedrez, Gary Kasparov fue vencido por “Deep Blue”, un ordenador IBM. El ordenador era capaz de calcular 200 millones de posiciones de las fichas del ajedrez por segundo, mientras que Kasparov sólo podía procesar tres o cuatro posiciones. Además, el ordenador no estaba sometido a emociones o a estrés. La pregunta que se plantea es la siguiente: si Kasparov es considerado un ser inteligente, ¿por qué no podemos darle a Deep Blue la misma consideración?
Uno de los ataques más relevantes a la idea de que la IA podría desarrollar una mente ha sido la llamada Habitación China del filósofo estadounidense John Searle, un “Gedankenexperiment” en el que una persona en una habitación recibe caracteres chinos, los procesa siguiendo una serie de reglas, saca los resultados correctos sin entender lo que significan.
Aunque muchas actividades y acciones complejas pueden realizarse de manera inconsciente, actividades más dinámicas e interactivas, como el diálogo interpersonal, sólo puede llevarse a cabo de manera consciente.
Ahora mismo, en Internet, hay unidos cientos de millones de ordenadores, y el ancho de banda de las conexiones crece cada año. Algunas personas afirman que si Internet sigue creciendo llegará a un tamaño en el que inevitablemente se volverá consciente.
En los últimos 50 años la densidad de empaquetamiento de transistores en los circuitos integrados se dobla aproximadamente cada dos años. Esta tasa de crecimiento exponencial, llamada la ley de Moore, se espera que continúe durante una década o dos, lo que supone un aumento del rendimiento y una disminución de los costes. Se ha calculado que en el año 2019 un ordenador típico de mesa tendrá la capacidad del cerebro humano y costará sólo unos 1000 dólares. Y se calcula que el año 2029 se podrá construir una máquina que pase el test de Touring.
En 1950 Alan Touring planteó la respuesta a la pregunta: “¿Pueden pensar las máquinas?”. El test que lleva su nombre se aprobaría si durante 5 minutos la máquina podría responder de tal manera que el interrogador no pudiese distinguirla de un ser humano. Supongo que se necesitará más que pasar el test de Touring para que una máquina genere consciencia.
Conclusiones.-
El dualismo que subyace a algunas de las teorías sobre la consciencia plantea una cuestión importante, a saber cómo superarlo, ya que a lo largo de la historia de la filosofía este dualismo no ha podido aclarar cómo es posible que un ente inmaterial pueda interaccionar con la materia que es el cerebro. Por tanto, entiendo que la superación de esta visión dualista ha ayudado mucho a la neurociencia para plantearse el estudio de las funciones mentales, considerando éstas el producto de la actividad cerebral.
Ahora bien, la cuestión no es tan fácil, ya que considero imposible liberarse completamente del pensamiento o la visión dualista. Y pienso que es imposible porque supongo que esta forma de pensamiento en antinomias o antítesis podría bien ser una categoría más de nuestra mente con la que analizamos el mundo. Estoy convencido de que nuestro pensamiento lógico-analista es dualista, nos hace ver el mundo en antinomias o conceptos contrarios.
Todos tenemos la impresión de que nuestra experiencia consciente subjetiva es algo distinto del mundo físico que nos rodea y, si el cerebro pertenece a ese mundo físico, como es el caso, nos resulta muy sencillo separar la actividad cerebral de las experiencias subjetivas. De ahí que el pensamiento dualista sea común a mitos y religiones, a la filosofía y a la ciencia. Me hace pensar en una predisposición genética que denomino “pensamiento dualista”, aunque ya previamente el psiquiatra de Pensilvania Eugene D’Aquili, fallecido en 1998, lo llamó “operador binario”, una estructura, módulo o dispositivo neural que estaría localizado en el lóbulo parietal inferior izquierdo. El neuropsicólogo ruso Alejandro Luria tuvo un paciente con una lesión en esa región cerebral y el sujeto no podía ya distinguir entre los conceptos contradictorios, como arriba/abajo, delante/detrás o antes y después. Había perdido la visión dualista del mundo que nos caracteriza.
Si esto es cierto, entonces el dualismo que parecemos percibir en la naturaleza no es tal, sino simplemente que nuestro cerebro lo percibe así, pero que no existe en la naturaleza, en el mundo exterior.
A mi entender, esta manera de ver el problema de la consciencia dificulta enormemente su solución. En otro lugar he argumentado que la experiencia mística, producida no sólo espontáneamente, sino provocada experimentalmente por estimulación de ciertas regiones del cerebro, es una experiencia en la que una de sus características es la anulación de la visión dualista, o sea, la desaparición del yo frente al mundo, uniéndose el sujeto con la naturaleza, el vacío o Dios. Este hecho nos está diciendo, en mi opinión, que la visión dualista no es la única posible con la que el cerebro se enfrenta a la realidad exterior. Pero también nos dice que el cerebro es capaz de generar experiencias espirituales, es decir, que considerar a este órgano como materia, simplemente, no sería correcto. Más bien habría que hablar de algo así como “espiriteria”, o sea la contracción de espíritu y materia.
Esto quiere decir que los conceptos “materialismo”, “espiritualismo”, no son otra cosa que “dualismos cojos” en el sentido que de la partición dualista de una totalidad eligen solamente una parte.
En cualquier caso, espero que haya quedado claro que estamos aún lejos de comprender el salto cualitativo que supone pasar de la actividad neuronal del cerebro a la experiencia subjetiva de la consciencia. Aquellos que opinan que este es un enigma insoluble y que nunca llegaremos a encontrar una solución deberían considerar los enormes avances que ha experimentado la neurociencia, sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado, y deberían asimismo pensar que en ciencia la palabra “nunca” no debe utilizarse. Por mi parte, considero que es posible que sea el resultado de una visión dualista que habría que superar.
He dicho
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El filósofo australiano David J. Chalmers distingue entre los “problemas fáciles” y el “problema duro o difícil” (hard problem) de la consciencia. Los problemas fáciles tratan la consciencia como una facultad mental más y analizan temas como la discriminación entre estímulos sensoriales, la integración de la información para guiar el comportamiento o la verbalización de estados internos, cómo se integran los datos sensoriales con la experiencia del pasado, cómo focalizamos la atención o lo que distingue el estado de vigilia del sueño. Pero el “problema difícil” de la consciencia es saber cómo los procesos físicos cerebrales dan lugar a la consciencia, cómo las descargas de millones de neuronas pueden producir la experiencia consciente, la experiencia subjetiva.
Si ser consciente implica la existencia de un “yo” y este yo, como nos dice la neurociencia, es una ficción, ¿qué consecuencias tendría este hecho para la consciencia? Por otra parte, ¿existe un solo yo? El psicólogo estadounidense William James planteó la existencia de al menos tres yos diferentes: un yo material, otro social y un tercero espiritual. Además, los enfermos con cerebro escindido han mostrado que pueden surgir tras la separación del cuerpo calloso dos yos distintos. El psicólogo californiano Michael Gazzaniga dice que el hemisferio izquierdo es dominante para la mayoría de las funciones cognoscitivas, como la resolución de problemas, mientras que el hemisferio derecho es muy deficiente para resolver problemas difíciles. El resultado de muchos años de investigación sobre el cerebro hendido le hace concluir que el hemisferio derecho tiene una experiencia consciente muy diferente de la exacta y literal del hemisferio izquierdo. Aunque ambos son conscientes, la consciencia del cerebro izquierdo supera con mucho a la del derecho. ¿Cuál sería pues el sustrato neuronal que hace surgir estos dos tipos de consciencia en los hemisferios cerebrales? Existe un “vacío explicativo”, como dice el filósofo de Harvard, Joseph Levine, entre las funciones cerebrales y la experiencia subjetiva.
La cuestión fundamental es, pues: ¿cómo podemos superar el abismo que separa lo objetivo y lo subjetivo, el cerebro y la experiencia consciente? Es un planteamiento muy parecido al planteamiento tradicional cuerpo/alma o mente/cerebro, que han discutido los filósofos desde hace más de 2000 años. Y aún siguen discutiendo. Sobre este tema hablaremos al final de esta conferencia.
Otra cuestión que se plantea es la siguiente: si un sistema, como el cerebro, puede resolver problemas y procesar información de manera inconsciente, ¿para qué sirve la consciencia?
Algunos filósofos afirman que cuando comprendamos suficientemente bien el funcionamiento del cerebro, el concepto de consciencia se disipará del mismo modo que se disipó el concepto del flogisto una vez que se comprendió el proceso de la oxidación. El flogisto era un hipotético constituyente volátil de todas las sustancias combustibles que, según se creía, se liberaba en forma de llama durante la combustión.
Sir Charles Sherrington, premio Nobel de Medicina y Fisiología del año 1932, era de la opinión que la consciencia era científicamente inexplicable. Y el psicólogo Stephen Pinker, de la Universidad de Harvard, piensa que puede que podamos entender la mayoría de los detalles de cómo funciona la mente, pero la consciencia puede permanecer oculta. También el filósofo británico Colin McGinn opina que el problema es demasiado difícil para nuestras mentes limitadas, añadiendo que estamos cerrados cognoscitivamente ante ese problema. Afortunadamente, no todos los científicos y filósofos piensan lo mismo.
Definición de consciencia.-
La consciencia es un concepto que entendemos intuitivamente, pero que es difícil o imposible de describir adecuadamente en palabras. Se puede decir que consciencia es el estado subjetivo de apercibir algo, sea dentro o fuera de nosotros mismos.
No existe ninguna definición consensuada de la consciencia. Pero consciencia significa experiencia subjetiva, o sea, lo opuesto a objetividad. En algunos escritos la consciencia es considerada sinónimo de mente. Pero la mente incluye procesos mentales inconscientes, y puede definirse como el funcionamiento del cerebro para procesar información y controlar la acción de manera flexible y adaptativa.
La consciencia tiene contenidos, pero aunque pueda tener una enorme variedad de contenidos no puede tener muchos al mismo tiempo. La consciencia no es un fenómeno pasivo como respuesta a estímulos, sino un proceso activo de interpretación y construcción de datos externos y de la memoria relacionándolos entre sí.
Se ha equiparado la consciencia a la vigilia, pero estar despierto no es lo mismo que ser consciente de algo en el sentido de apercibirse de algo. En el sueño podemos apercibir imágenes mentales visuales o auditivas.
Los actos voluntarios y la toma de decisiones son aspectos importantes de la experiencia consciente. Por ello, uno de los significados más comunes de consciencia es que es un sistema de control ejecutivo que supervisa y coordina las actividades del organismo.
Para el profesor de psicología de la Universidad de Princeton, Philip Johnson-Laird, el cerebro es un sistema organizado jerárquicamente que procesa información en paralelo y cuyo nivel más alto que controla la conducta corresponde a la consciencia, aunque interacciona con varios subsistemas inconscientes.
Se ha considerado a la consciencia íntimamente relacionada con la memoria operativa, la atención y el procesamiento controlado. La memoria operativa es importante para la solución de problemas, la toma de decisiones y la iniciación de la acción. La relación con la atención es clara: prestar atención a algo es ser consciente de ese algo. El ejemplo más clásico de atención selectiva es el conocido como “efecto cocktail party”, por el que seleccionamos información interesante en medio de un gran ruido de fondo.
También se ha considerado la consciencia como sinónimo de auto-consciencia. Pero como se puede ser consciente de muchas cosas que no son la propia persona, hoy se estima que la auto-consciencia es una forma especial de la consciencia.
Todo el mundo sabe lo que es consciencia, dicen el fallecido premio Nobel Francis Crick y su colaborador alemán Christof Koch, pero mientras sepamos tan poco de ella, lo mejor es no dar ninguna definición que pueda inducir a errores o que sea restrictiva, o ambas cosas a la vez.
En la bibliografía anglosajona se utilizan dos palabras distintas que en español se suelen traducir por consciencia. La primera es “awareness”, que yo traduzco por apercepción; la segunda es consciousness que se traduce por consciencia. Esta diferenciación es importante, ya que existe la expresión en inglés “unconscious awareness” que se traduciría por “apercepción inconsciente”, lo que sería imposible si la palabra “awareness” se tradujese por consciencia, como suele hacerse.
Algunos autores definen la apercepción como un estado en el que tenemos acceso a cierta información que puede usarse para controlar la conducta. La consciencia está siempre acompañada de apercepción, pero la apercepción no tiene por qué estar acompañada por consciencia.
Se pueden distinguir dos tipos de consciencia. La consciencia primaria, que es la experiencia directa de percepciones, sensaciones, pensamientos y contenidos de la memoria, así como imágenes, ensueños y sueños diurnos. La consciencia reflexiva es la experiencia consciente per se. Este tipo de consciencia es necesaria para la auto-consciencia, que implica darse cuenta de ser un individuo único, separado de los demás, con una historia y un futuro personales. La consciencia reflexiva incluye el proceso de integración, o sea, de observar la propia mente y sus funciones; con otras palabras: conocer que se conoce. En realidad, la experiencia consciente en el humano adulto normal implica tanto la consciencia primaria como la consciencia reflexiva.
Características de la consciencia.-
William James, padre de la psicología norteamericana, en sus Principios de Psicología describió cinco características de alto nivel de la consciencia que aún siguen vigentes. Son las siguientes:
1) Subjetividad: Todos los pensamientos son subjetivos, pertenecen a un individuo y son sólo conocidos por ese individuo
2) Cambio: Dentro de la consciencia de cada persona, el pensamiento está siempre cambiando
3) Intencionalidad: La consciencia es siempre de algo, apunta siempre a algo
4) Continuidad: James utilizó siempre la expresión “curso de la consciencia” para dar a entender que la consciencia parece ser siempre algo continuo
5) Selectividad: Aquí James se refirió a la presencia de la atención selectiva, o sea que en cada momento somos conscientes de sólo una parte de todos los estímulos
A pesar de la enorme variedad de percepciones y pensamientos de naturaleza siempre cambiante, tenemos la impresión de que nuestra consciencia es algo unificado y continuo. Esta sensación de unidad de la consciencia algunos autores la consideran una ilusión.
Algunas teorías sobre la consciencia.-
Al igual que entre los filósofos post-cartesianos había diversas teorías, como la teoría del doble aspecto de Spinoza, el ocasionalismo de Malebranche, el paralelismo de Leibniz y su doctrina de la armonía preestablecida, hoy existen diversas teorías de la consciencia.
La teoría “clásica” ha sido la postulada por el psicólogo norteamericano William James en el siglo XIX. Para James, la consciencia es una secuencia de estados mentales conscientes, siendo cada uno de estos estados la experiencia de algún contenido concreto. James pensaba también que la consciencia tiene que haber tenido un propósito evolutivo, por lo que trataba la consciencia como una función y no como una entidad.
En el siglo XVIII el biólogo suizo Charles Bonnet intentó resolver el dilema introduciendo el llamado “epifenomenalismo”, una idea que después asumió también el biólogo británico Thomas Huxley. El epifenomenalismo acepta que la mente y el cuerpo están hechos de diferentes sustancias, pero la mente no tiene influencia sobre el cuerpo, aunque está causada por el cerebro. Los sucesos mentales son productos accesorios de los sucesos materiales.
La teoría basada en un dualismo cartesiano postula que la mente, alma o espíritu es inmaterial y la autoconsciencia, como propiedad de esa mente, está separada del cerebro que es físico e inconsciente. Esta teoría ha sido mantenida por Karl Popper y John Eccles; con este último yo colaboré en la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo en su periodo tardío de laboratorio en 1975. El problema que plantea esta teoría es que no explica cómo se produce la experiencia subjetiva, ni tampoco cómo funciona la interacción entre un ente inmaterial y otro material.
Otra teoría es la sostenida por Stuart Hameroff y Roger Penrose que supone que los microtúbulos, que se encuentran en toda célula nerviosa, están designados para permitir la coherencia cuántica y las conexiones cuánticas en todo el cerebro. La dificultad es que no explica cómo surge la experiencia subjetiva por lo que muchos autores concluyen que la teoría cuántica de la consciencia sustituye un misterio por otro. Penrose es también de la opinión que el fenómeno de la vida mental requiere un conocimiento de la física que aún no tenemos.
El filósofo coreano Jaegwon Kim utiliza el término “superveniencia” (supervenience) para expresar el hecho de que un ámbito o dominio está determinado por otro. Por ejemplo, las propiedades biológicas supervienen o son supervinientes a las propiedades físicas, porque las propiedades biológicas de un sistema están determinadas por sus propiedades físicas. En una tabla de madera, por ejemplo, la madera superviene a las moléculas y las moléculas supervienen a los átomos. Lo mental sería, pues, superviniente a lo físico. La mente sería al cerebro como el rayo a las partículas cargadas eléctricamente.
Los electrones tienen masa y rotación, pero la electricidad tiene potencial e intensidad. Los componentes químicos tienen densidad y conductividad, mientras que los organismos biológicos tienen crecimiento y reproducción. A cada nivel hay propiedades distintas, propiedades “emergentes”. Sin embargo, la superveniencia no explica por qué y cómo la mente emerge del cerebro.
Los neurobiólogos Gerald Edelman, premio Nobel de Fisiología y Medicina de 1972 por sus trabajos sobre el sistema inmunológico, y Giulio Tononi proponen que la consciencia emerge cuando grandes grupos de neuronas forman un núcleo dinámico en el cerebro con conexiones que forman bucles entre la corteza y el tálamo. A estas conexiones Edelman les llama “mapas de reentrada”, parecido a lo que el psicólogo británico Nicholas Humphrey denomina “bucles de realimentación reverberantes sensoriales”. La idea en ambos es que el cerebro se refiere a sí mismo y esto es lo que desencadena la consciencia.
La alternativa al dualismo es el monismo que plantea que el cuerpo y la mente están hechos de la misma sustancia. Los idealistas piensan que todo es mental, los materialistas que todo es material. El filósofo Spinoza pensaba que sólo existía una sustancia y que la sustancia tenía dos propiedades: que era consciente y que tenía extensión.
Un ejemplo típico de la postura materialista es la sostenida por el filósofo francés Julien Offroy de LaMettrie que en su obra L’Homme machine (El hombre máquina) decía que la mente es una máquina hecha de materia y que el pensamiento era un proceso material.
Y el filósofo británico Bertrand Russell pensaba que lo mental y lo físico son diferentes formas de conocer la misma cosa, la primera por la consciencia y la segunda por los sentidos. La consciencia nos da un conocimiento directo, inmediato, de lo que hay en el cerebro, mientras que los sentidos pueden observar (posiblemente ayudado por instrumentos) lo que hay en el cerebro. La consciencia es, básicamente, otro sentido, un sentido que, en vez de percibir colores, olores o sonidos, percibe la verdadera naturaleza del cerebro.
El materialismo eliminativo es la doctrina que postula que los estados mentales no existen, o, al menos, que la terminología es equivocada y debería abandonarse. Tanto el filósofo alemán Paul Feyerabend como el filósofo norteamericano Richard Rorty niegan la existencia de lo mental. Lo mental no es más que un mito. Y el neurocientífico norteamericano Paul Churchland dice que lo mental es el sujeto de la “psicología popular”, y la psicología popular no es una ciencia. Adscribimos estados mentales a los individuos, pero en realidad sólo existen procesos cerebrales.
El filósofo estadounidense John Searle piensa que la consciencia no puede reducirse a los procesos neuronales que la causan, pero que la consciencia es una característica biológica del cerebro. Searle ataca tanto al dualismo como al materialismo diciendo que la división del mundo en materia y mente es arbitraria y contraproducente. En su opinión tenemos que tener en cuenta que la consciencia está causada por procesos cerebrales, pero no puede ser reducida a esos procesos porque es un fenómeno de “primera persona”, o subjetivo, mientras que los procesos cerebrales son fenómenos de “tercera persona”, es decir objetivos.
El psicólogo norteamericano Julian Jaynes estudió los documentos históricos, arqueológicos y biológicos de civilizaciones antiguas, llegando a la conclusión que hace unos 3000 años los humanos no tenían aún consciencia. Dependían aún, como otros primates, de reacciones aprendidas. Los individuos de civilizaciones desarrolladas antes de los 1000 años a.C. (en Asiria, Babilonia, Mesopotamia, Egipto) no eran verdaderamente conscientes. Libros antiguos, como la Ilíada o la Biblia fueron compuestos por personas no conscientes que no distinguían entre los sucesos reales y los imaginarios. Los personajes de esos libros actuaban inconscientemente tomando decisiones confiando en voces, en alucinaciones. Según este psicólogo la consciencia apareció en la Odisea y en las partes más recientes de la Biblia, hará unos 3000 años. Lógicamente, estas afirmaciones han sido muy discutidas.
El antropólogo británico Kenneth Oakley planteó que existirían tres niveles de consciencia que corresponderían a tres capas evolutivas del cerebro: la apercepción, controlada por las regiones más antiguas del cerebro y relacionada sólo con el condicionamiento; la consciencia, controlada por la corteza cerebral y el hipocampo y relacionada con la representación interna del mundo; y, finalmente, la auto-consciencia, dependiente de las regiones más modernas de la corteza cerebral y relacionada con la representación interna de la propia representación interna.
El lingüista sueco Peter Gardenfors ve en el lenguaje el último estadio en el proceso que lleva a la consciencia humana. Piensa que primero estuvieron las sensaciones, luego la atención, las emociones, la memoria, los pensamientos, la planificación, el yo, el libre albedrío y, finalmente, el lenguaje. La mayoría de estas facultades no son únicas en los humanos, ya que la mayoría de los mamíferos tienen emociones e incluso pensamientos. Los chimpancés llegan hasta la planificación, pero sólo los humanos tienen consciencia de sí mismos y lenguaje. Todos los animales tienen un cierto grado de consciencia, pero sólo mamíferos y aves tienen corteza que les permite representaciones separadas de la realidad por lo que pueden adivinar y planificar. Los pensamientos son representaciones internas del mundo, lo que permite a los animales que los tienen separarse del mundo inmediato, pudiendo crear más de un curso posible de acción.
El yo sería para Gardenfors un fenómeno emergente, una propiedad que surge de una red de funciones cognoscitivas relacionadas entre sí. El lenguaje, como último estadio en el ser humano requiere una representación interna sofisticada, que son los símbolos. Las representaciones de otros animales no están suficientemente separadas de la realidad exterior.
Nicholas Humphrey dice que ser consciente es tener sensaciones, como algo opuesto a las percepciones. Los animales desarrollaron dos formas de representación de la interacción entre el cuerpo y el entorno: unas cargadas de afecto que son las sensaciones y otras neutrales con respecto a los afectos que son las percepciones. Para Humphrey tenemos un “ojo interior” que se comporta como cualquier otro sentido, menos en el hecho de que su objeto es el propio cerebro. La consciencia me permite percibir el estado de mi cerebro.
El neurofisiólogo norteamericano William Calvin propuso la teoría llamada “darwinismo mental”. Según esta teoría, lo mismo que el sistema inmunológico y la evolución de las especies están impulsados por la selección natural, la vida mental también lo está. Los pensamientos se producen inconscientemente y el proceso darwiniano elige los mejores. Para Calvin, lo que pensamos está siempre en función de la acción; los pensamientos son sólo movimientos que no han sido aún realizados.
El psicólogo estadounidense Marcel Kinsbourne cree que la consciencia no es un producto de la actividad neural, sino la actividad neural misma. El cerebro no genera consciencia, sino que es consciente, por lo que no es necesario buscar una región que genere consciencia; no es la región lo que importa, sino el estado del circuito; cualquier región del cerebro puede ser consciente si sus circuitos están en un estado apropiado.
El matemático danés Tor Norretranders piensa que la consciencia no contiene casi ninguna información. La mayoría de los procesos mentales nunca alcanzan la consciencia. El cerebro descarta cantidades ingentes de información antes de que tenga lugar la consciencia, aunque esta información descartada tenga influencia sobre nuestra conducta. Esto significa que la consciencia trata sobre todo de lo que ocurre dentro de nosotros y no fuera. Los datos sensoriales se procesan de acuerdo con estructuras cerebrales y se comparan con los contenidos de la memoria, volviendo a ser procesados, y luego surge una sensación consciente. En esta sensación poco queda de los datos sensoriales originales. Nunca podemos experimentar los datos sensoriales originales, sino que experimentamos sólo los productos terminados. Con otras palabras: nuestro cerebro conoce mucho más de lo que conoce la consciencia.
Con esto no agotamos todas las teorías existentes sobre la consciencia, pero he elegido las que me parecieron más relevantes. Como vemos, hay opiniones para todos los gustos.
Origen y evolución de la consciencia.-
¿Cómo surge la consciencia en un individuo y cómo surgió en la evolución? Todos creemos que los humanos no nacen con consciencia y que la vida, como fenómeno natural no fue originalmente consciente. Existe, pues, un problema ontogenético, de cuándo surge la consciencia en un individuo, y un problema filogenético, de cuándo surgió la consciencia de la materia, si fue repentinamente en una especie determinada o por el desarrollo de ciertas estructuras cerebrales. La auto-consciencia surge en el niño en la segunda mitad del segundo año de vida, y depende de la memoria episódica y de la capacidad para la consciencia reflexiva.
Ya mencionamos que el psicólogo norteamericano Julian Jaynes piensa que surgió muy recientemente en el ser humano, en la época homérica. Por el contrario el neurofisiólogo australiano John Eccles pensaba que surgió con el neocórtex de los mamíferos y la bióloga norteamericana Lynn Margulis es de la opinión que la consciencia es una propiedad tan antigua como la vida de organismos unicelulares simples, hace miles de millones de años. Otros científicos piensan que la consciencia surgió por la necesidad de comunicación con otros individuos, es decir, que fue cercana al lenguaje. El filósofo austriaco Karl Popper decía que la consciencia emerge con el lenguaje, tanto ontogenética como filogenéticamente.
El psicólogo británico Nicholas Humphrey coincide con la opinión de que la función de la consciencia es la de interacción social con otras consciencias. La consciencia aporta a los humanos un modelo explicativo de su propia conducta y esta facultad es útil para la supervivencia; con otras palabras: los mejores psicólogos son los que mejor sobreviven. Al entender la propia mente, entienden también la mente de los demás y eso supone una ventaja evolutiva importante.
Sin embargo, la consciencia difícilmente contribuye a la supervivencia. Muchas veces nos deprimimos cuando pensamos en cosas futuras, como la vejez o la muerte. La consciencia muy a menudo resulta en una menor determinación y perseverancia. Visto así, no parece que sea el producto de una evolución darwiniana porque realmente lo que hace es debilitar nuestro sistema de supervivencia en esos casos.
El lingüista estadounidense Merlin Donald planteó que la mente moderna con pensamiento simbólico surgió de una forma de inteligencia no simbólica por absorción gradual de sistemas nuevos de representación. La mente humana se desarrolló en cuatro estadios que coinciden con los estadios de crecimiento cognoscitivo en humanos modernos. Los homínidos más antiguos estaban limitados a representaciones episódicas del conocimiento. La memoria episódica era útil para aprender asociaciones estímulo-respuesta, pero no podía recuperar memorias independientemente de las señales del entorno, es decir, no podía pensar. Estos seres episódicos vivían sus vidas totalmente en el presente. El Homo erectus desarrolló un sistema “mimético” de representación. La mente podía recuperar memorias independientemente del entorno y era capaz de re-describir la experiencia. La mente tiene una representación del mundo y es capaz de adaptarse continuamente a los nuevos conocimientos. Estas representaciones permitían al individuo comunicar sus intenciones y deseos. En este estadio existía una especie de memoria colectiva. En el tercer estadio, el Homo sapiens adquirió el lenguaje y, por consiguiente, la capacidad de construir relatos y formar mitos que representan modelos integrados del mundo por los que los individuos podían generalizar y predecir acontecimientos. El lenguaje permitió contar historias en grupo.
Hace unos 50.000 años los humanos comenzaron a almacenar contenidos de memoria en el mundo exterior en vez de en sus cerebros (pinturas rupestres, figuras, calendarios, etc.). Finalmente, con la escritura, hará unos 10.000 años, los humanos modernos alcanzaron capacidades representativas simbólicas y la lógica. Es la mente “teórica”.
En otro orden de cosas se estima que existen unos 10.000 millones de células corticales en el hombre moderno, de los que 1.000 millones estarían en relación con el cuerpo. Así que 8.900 millones se utilizarían para procesos internos y para las conexiones con otras neuronas del sistema. Se estima que el cerebro del Australopiteco tendría 3.500 millones de neuronas por encima de las relacionadas con el cuerpo, comparadas con los 2.000 millones del gorila y los 2.400 millones del chimpancé. El Homo habilis tendría unos 4.500 millones de interneuronas y el Homo erectus 7.000. Respecto al volumen, el Australopiteco tenía un cerebro de 500 c.c. frente a los 450 c.c. del gorila. El Homo habilis tenía unos 700 c.c., el Homo erectus unos 950-1050 c.c. y el Homo sapiens 1.350 c.c. Sin embargo, parece que el número de células no es determinante. El lingüista y neurólogo alemán Eric Lenneberg dice que el cambio más importante durante la expansión cerebral fue la interconexión entre las células.
Aparte de nuestras experiencias cotidianas existen informes procedentes de estadios cognoscitivos que sugieren que los seres humanos no somos los únicos animales que tienen consciencia. Quizá seamos los únicos que somos conscientes de que somos conscientes, y, desde luego, los únicos que podemos informar de nuestro estado consciente mediante el lenguaje sintáctico.
Parece evidente que la consciencia surge sobre el sustrato biológico del sistema nervioso y, por tanto, es un estado adquirido a lo largo de la evolución. Se suele distinguir entre una consciencia sensorial, llamada también “consciencia primaria”, probablemente común a muchos animales, y una consciencia llamada metacognición o “consciencia de nivel superior”, única en el hombre. Desde luego, si reconocerse en un espejo es señal de auto-consciencia, las ballenas, los delfines, los elefantes, los chimpancés, los gorilas, los orangutanes y los tamarinos poseen autoconsciencia. A favor de la presencia de consciencia en los mamíferos está el hecho de que todos poseen un sistema tálamo-cortical altamente desarrollado.
Informes sobre rendimientos considerables de la memoria en algunas aves, el aprendizaje vocal y la reproducción de lo aprendido, así como la discriminación en tareas difíciles hace pensar que la consciencia surge en las aves, probablemente de manera independiente de los mamíferos. En la solución de problemas que parecen requerir habilidades cognoscitivas de alto nivel destacan también los cuervos que son capaces de utilizar herramientas de distinto tamaño y longitud de acuerdo con la dificultad de la tarea para obtener alimentos.
Se ha llegado incluso a plantear niveles muy simples de consciencia en cefalópodos, tales como los pulpos y las sepias a los que se le reconoce una capacidad cognoscitiva muy elevada en la discriminación de objetos, en atención y en memoria.
¿Cuándo surge, pues, la consciencia? El problema cuando intentamos saber si otros animales son conscientes es que los organismos no humanos no pueden hablar. Estamos convencidos de que pueden sentir placer y dolor, pero no podemos saber si son conscientes de esos sentimientos. Entre los humanos también los niños pequeños no pueden hablar, aunque también estamos convencidos de que pueden tener sentimientos como nosotros.
No obstante, ha habido controversias sobre si los bebés son capaces de sentir como los adultos. La circunsición suele realizarse sin anestesia y generalmente a los bebés se les prescribe dosis post-operativas de analgésicos inferiores a las que se utilizan para el adulto. Se les puede preguntar cuando se hacen mayores, pero existe lo que Freud llamó la amnesia infantil, algo que según él se producía porque los contenidos de la memoria estaban reprimidos. Explorando esa amnesia se ha podido comprobar que los bebés tienen una buena memoria a largo plazo y que esa información no sufre en la transición entre la vida pre-verbal y la verbal. Pero no podemos saber si en la vida pre-verbal el bebé tiene consciencia de esa memoria, ya que el recuerdo utiliza el lenguaje.
Por todo ello se ha sugerido que los bebés que aún no han aprendido a hablar no tienen recuerdos conscientes, mientras que los bebés parlantes sí los tienen. Que el lenguaje juegue un papel crítico en este proceso lo indica que las niñas, que suelen aprender antes a hablar que los niños, tienen recuerdos más antiguos de su niñez.
Se ha propuesto la existencia de dos tipos de memoria. El primer sistema operaría a lo largo de toda la vida y no puede accederse a él intencionalmente; el segundo sistema dependería del lenguaje y puede accederse a él intencionalmente. Otros autores han planteado que la memoria autobiográfica se desarrolla cuando lo hace el concepto del yo o de sí mismo. Los niños comienzan a utilizar la palabra ‘yo’ y ‘mi’ poco antes de los dos años de edad y ‘tú’ uno o dos meses después. Se calcula que el concepto del yo surge, pues entre los 18 y los 24 meses de edad. En resumen: que el acceso consciente al sistema autobiográfico que depende del hipocampo coincide con el desarrollo del lenguaje y con el desarrollo del concepto de sí mismo.
Correlatos neurales de la consciencia.-
Cuerpo y cerebro son observables por terceros. Pero la mente sólo es accesible por el que la posee. Los pesimistas niegan la posibilidad de salvar esa distancia. Sólo podremos describir los correlatos de estados mentales, pero no cómo esos correlatos generan la consciencia, el sentido del yo. Otros argumentan que es absurdo llevar a cabo una investigación sobre la mente que es el instrumento que se emplea en la búsqueda de la solución del problema.
Algunos científicos han abordado la prometedora tarea de buscar los correlatos neuronales específicos de la consciencia. Los diversos autores proponen diferentes estructuras del cerebro para el asiento de la consciencia, estructuras como los núcleos talámicos intralaminares, el núcleo reticular, la formación reticular mesencefálica, la red intracortical tangencial de las capas I y II y los bucles tálamo-corticales.
Para Francis Crick y Christof Koch la mejor manera de abordar el tema de la consciencia es concentrarse en encontrar sus correlatos neuronales y las funciones cerebrales que dan lugar a las experiencias conscientes.
Edelman y Tononi piensan que el sustrato neuronal de la consciencia comprende grandes poblaciones de neuronas – en especial las del sistema tálamo-cortical – que se encuentran ampliamente distribuidas por todo el cerebro. Por otro lado, ningún área concreta y única del cerebro es responsable de la experiencia consciente.
Las únicas lesiones cerebrales localizadas que tienen como resultado la pérdida de la consciencia son las que suelen afectar al llamado sistema reticular de activación, situado en las porciones superiores del tronco cerebral (las regiones superiores de la protuberancia y el mesencéfalo) hasta el hipotálamo posterior, los llamados núcleos talámicos intralaminares y reticulares y el cerebro basal anterior. Su actividad es esencial para el mantenimiento del estado de la consciencia. Se supone que no genera consciencia por sí mismo.
En seres humanos se han identificado varios correlatos de la consciencia, como el bucle tálamo-cortical, un EEG característico de ondas frecuentes y de baja amplitud que va de 12-70 Hz y la formación reticular mesencefálica. Se ha propuesto que la descarga sincrónica de neuronas corticales, con una frecuencia de 40 Hz, también conocida como oscilación gamma, sea el correlato neural de la consciencia y sirva para unir la actividad de diversas áreas corticales, en relación con un mismo objeto. Pero estudios recientes en sujetos anestesiados han podido mostrar que la frecuencia de 40 Hz puede existir sin consciencia.
Se ha postulado que las células piramidales de la capa V y VI de la corteza, cuyos axones proyectan fuera de la corteza, serían responsables de la consciencia visual.
Los neurocientíficos británicos Karl Friston y Richard Frackowiak mostraron que las áreas que disminuyeron su actividad cuando una actividad motriz es aprendida son la corteza prefrontal y el área motriz suplementaria, lo que puede indicar que estas regiones cerebrales están implicadas en la producción de consciencia. La corteza prefrontal se sabe que está implicada en la toma de decisiones y el AMS es uno de los lugares implicados en la iniciación de la acción. Las regiones que participan en el control inconsciente de la actividad motriz son probablemente la corteza parietal posterior y el cerebelo. Es sorprendente la cantidad de corteza cerebral que puede perderse sin que el individuo pierda la consciencia.
El neurocirujano norteamericano Joseph Bogen tenía dos pacientes que tras una operación habían conservado sólo el hemisferio derecho. Perdieron las funciones sensoriales y motoras de la parte derecha del cuerpo y casi toda la capacidad de hablar, pero los sujetos estaban conscientes y respondían apropiadamente a los estímulos.
El nivel de consciencia se regula por el Sistema Activador Reticular Ascendente, descubierto por Moruzzi y Magoun en 1949 y que es la formación reticular que se extiende por el bulbo, la protuberancia y el mesencéfalo. Las neuronas necesitan mantener un nivel de actividad determinado. La formación reticular actúa no sólo modificando el nivel de actividad, sino también modulando las entradas y salidas, sobre todo las que salen de la médula espinal. Podemos modular los niveles de consciencia alterando la actividad de la formación reticular probablemente desde la corteza prefrontal. Estas estructuras son necesarias, pero no suficientes para la consciencia. Se necesita también la actividad de neuronas corticales.
El núcleo reticular del tálamo funciona como un interruptor para la consciencia. Cuando el nivel de activación del tronco del encéfalo disminuye, los circuitos tálamo-corticales comienzan a oscilar. Este ritmo sincrónico contribuye a la pérdida global de consciencia como ocurre en el sueño no REM. En el EEG se ven los husos característicos del sueño y las ondas lentas. A este fenómeno se le ha llamado “sincronización del EEG”.
Cuatro neurotransmisores juegan un papel en la función cerebral: el sistema noradrenérgico del locus coeruleus, el sistema serotoninérgico de los núcleos del rafe, el sistema dopaminérgico del mesencéfalo y el sistema histaminérgico del hipotálamo. La noradrenalina y la histamina están implicadas en la vigilia, la alerta y la atención; la serotonina en frenar la acción motora, ayudándola para que sea estímulo- y situación- específica; la dopamina apoyando y facilitando el movimiento, la emoción positiva y el pensamiento.
En la visión hay una vía que va desde la retina a la corteza visual primaria, pasando por el núcleo geniculado lateral. Esa vía no implica consciencia. En la corteza visual primaria, la información se dirige luego a las áreas corticales donde está representado el movimiento y a otras donde se representa el color; de ahí pasa la información a células que reconocen los objetos en la corteza asociativa temporal inferior, donde la información se hace consciente. La cuestión es: ¿Cómo se explica que unas descargas neuronales de una región asociativa de la corteza pueda ir acompañadas de consciencia y otras no? Gerald Edelman piensa que esa pregunta puede contestarse con lo que él llama “darwinismo neural”, que trata sobre la cooperación y competición entre grandes grupos de neuronas; las que salen triunfantes de esta competición serían las que van acompañadas de consciencia. A esto Edelman le llamó la “hipótesis del núcleo dinámico”.
Se sabe asimismo que la vía visual dorsal, que va desde el área visual primaria hacia la corteza asociativa parietal, también llamada la vía del “dónde”, que es capaz de localizar los objetos en el espacio, es inconsciente, mientras que la vía ventral que se dirige a las áreas asociativas temporales, llamada vía del “qué” es consciente. Las proyecciones de la corteza parietal a las áreas premotoras son inconscientes, mientras que las proyecciones de corteza parietal a la corteza prefrontal están relacionadas con la consciencia.
Experimentos realizados por Benjamín Libet mostraron que era necesario estimular la corteza somestésica con un tren de impulsos de al menos medio segundo para producir una experiencia consciente. Libet llamó a este fenómeno la “adecuación neural para la consciencia”. Este hecho significa que la consciencia tiene que estar mucho más atrás en el tiempo que los sucesos del mundo real y, por tanto, tiene que ser inútil para responder a un mundo que se mueve rápidamente.
La consciencia no es un fenómeno todo-o-nada, sino que existen diversos niveles de consciencia. Y la transición de la inconsciencia a la consciencia no es simplemente un cambio de una inactividad a una actividad neuronal, sino que supone un cambio en lo que hacen las neuronas, cambio que hoy por hoy es desconocido.
Todos estos resultados indican que la consciencia es un producto de la actividad cerebral, pero que muchas de las actividades de las neuronas cerebrales no van acompañadas de consciencia.
¿Máquinas con consciencia?
¿Puede crearse consciencia en una máquina? Los ordenadores pueden resolver problemas que los humanos encuentran difíciles, como la comprobación de teoremas, pero tienen enormes dificultades en tareas fáciles para los humanos, como el reconocimiento de objetos y la manipulación de los mismos.
En 1997 el mejor jugador del mundo de ajedrez, Gary Kasparov fue vencido por “Deep Blue”, un ordenador IBM. El ordenador era capaz de calcular 200 millones de posiciones de las fichas del ajedrez por segundo, mientras que Kasparov sólo podía procesar tres o cuatro posiciones. Además, el ordenador no estaba sometido a emociones o a estrés. La pregunta que se plantea es la siguiente: si Kasparov es considerado un ser inteligente, ¿por qué no podemos darle a Deep Blue la misma consideración?
Uno de los ataques más relevantes a la idea de que la IA podría desarrollar una mente ha sido la llamada Habitación China del filósofo estadounidense John Searle, un “Gedankenexperiment” en el que una persona en una habitación recibe caracteres chinos, los procesa siguiendo una serie de reglas, saca los resultados correctos sin entender lo que significan.
Aunque muchas actividades y acciones complejas pueden realizarse de manera inconsciente, actividades más dinámicas e interactivas, como el diálogo interpersonal, sólo puede llevarse a cabo de manera consciente.
Ahora mismo, en Internet, hay unidos cientos de millones de ordenadores, y el ancho de banda de las conexiones crece cada año. Algunas personas afirman que si Internet sigue creciendo llegará a un tamaño en el que inevitablemente se volverá consciente.
En los últimos 50 años la densidad de empaquetamiento de transistores en los circuitos integrados se dobla aproximadamente cada dos años. Esta tasa de crecimiento exponencial, llamada la ley de Moore, se espera que continúe durante una década o dos, lo que supone un aumento del rendimiento y una disminución de los costes. Se ha calculado que en el año 2019 un ordenador típico de mesa tendrá la capacidad del cerebro humano y costará sólo unos 1000 dólares. Y se calcula que el año 2029 se podrá construir una máquina que pase el test de Touring.
En 1950 Alan Touring planteó la respuesta a la pregunta: “¿Pueden pensar las máquinas?”. El test que lleva su nombre se aprobaría si durante 5 minutos la máquina podría responder de tal manera que el interrogador no pudiese distinguirla de un ser humano. Supongo que se necesitará más que pasar el test de Touring para que una máquina genere consciencia.
Conclusiones.-
El dualismo que subyace a algunas de las teorías sobre la consciencia plantea una cuestión importante, a saber cómo superarlo, ya que a lo largo de la historia de la filosofía este dualismo no ha podido aclarar cómo es posible que un ente inmaterial pueda interaccionar con la materia que es el cerebro. Por tanto, entiendo que la superación de esta visión dualista ha ayudado mucho a la neurociencia para plantearse el estudio de las funciones mentales, considerando éstas el producto de la actividad cerebral.
Ahora bien, la cuestión no es tan fácil, ya que considero imposible liberarse completamente del pensamiento o la visión dualista. Y pienso que es imposible porque supongo que esta forma de pensamiento en antinomias o antítesis podría bien ser una categoría más de nuestra mente con la que analizamos el mundo. Estoy convencido de que nuestro pensamiento lógico-analista es dualista, nos hace ver el mundo en antinomias o conceptos contrarios.
Todos tenemos la impresión de que nuestra experiencia consciente subjetiva es algo distinto del mundo físico que nos rodea y, si el cerebro pertenece a ese mundo físico, como es el caso, nos resulta muy sencillo separar la actividad cerebral de las experiencias subjetivas. De ahí que el pensamiento dualista sea común a mitos y religiones, a la filosofía y a la ciencia. Me hace pensar en una predisposición genética que denomino “pensamiento dualista”, aunque ya previamente el psiquiatra de Pensilvania Eugene D’Aquili, fallecido en 1998, lo llamó “operador binario”, una estructura, módulo o dispositivo neural que estaría localizado en el lóbulo parietal inferior izquierdo. El neuropsicólogo ruso Alejandro Luria tuvo un paciente con una lesión en esa región cerebral y el sujeto no podía ya distinguir entre los conceptos contradictorios, como arriba/abajo, delante/detrás o antes y después. Había perdido la visión dualista del mundo que nos caracteriza.
Si esto es cierto, entonces el dualismo que parecemos percibir en la naturaleza no es tal, sino simplemente que nuestro cerebro lo percibe así, pero que no existe en la naturaleza, en el mundo exterior.
A mi entender, esta manera de ver el problema de la consciencia dificulta enormemente su solución. En otro lugar he argumentado que la experiencia mística, producida no sólo espontáneamente, sino provocada experimentalmente por estimulación de ciertas regiones del cerebro, es una experiencia en la que una de sus características es la anulación de la visión dualista, o sea, la desaparición del yo frente al mundo, uniéndose el sujeto con la naturaleza, el vacío o Dios. Este hecho nos está diciendo, en mi opinión, que la visión dualista no es la única posible con la que el cerebro se enfrenta a la realidad exterior. Pero también nos dice que el cerebro es capaz de generar experiencias espirituales, es decir, que considerar a este órgano como materia, simplemente, no sería correcto. Más bien habría que hablar de algo así como “espiriteria”, o sea la contracción de espíritu y materia.
Esto quiere decir que los conceptos “materialismo”, “espiritualismo”, no son otra cosa que “dualismos cojos” en el sentido que de la partición dualista de una totalidad eligen solamente una parte.
En cualquier caso, espero que haya quedado claro que estamos aún lejos de comprender el salto cualitativo que supone pasar de la actividad neuronal del cerebro a la experiencia subjetiva de la consciencia. Aquellos que opinan que este es un enigma insoluble y que nunca llegaremos a encontrar una solución deberían considerar los enormes avances que ha experimentado la neurociencia, sobre todo en la segunda mitad del siglo pasado, y deberían asimismo pensar que en ciencia la palabra “nunca” no debe utilizarse. Por mi parte, considero que es posible que sea el resultado de una visión dualista que habría que superar.
He dicho
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Conferencias
Jueves, 19 de Noviembre 2009
Conferencia del Prof. F. J. Rubia en la Real Academia Nacional de Medicina – 29 de mayo del 2001
De los cuatro lóbulos cerebrales, frontal, parietal, temporal y occipital, el temporal es el que, al parecer, tiene mayores conexiones con el sistema límbico, aparte de albergar en él estructuras subcorticales que, como la amígdala y el hipocampo, pertenecen por sí mismas al sistema límbico. El polo anterior del lóbulo temporal está considerado como el área de asociación del sistema límbico y, a excepción del área órbito-frontal del lóbulo frontal, que posee fuertes conexiones con este sistema, son los trastornos de la función del lóbulo temporal los que producen más síntomas relacionados con emociones, estados de ánimos y conductas emocionales.
Conferencias
Miércoles, 22 de Abril 2009
Conferencia del Prof. F. J. Rubia en la Real Academia Nacional de Medicina – 16 de abril de 2009
Conferencias
Martes, 29 de Julio 2008
Conferencia impartida por el Prof. F. J. Rubia Vila en la Real Academia Nacional de Medicina – 16.V.2006
Solemos admirar las obras de un pintor, las piezas musicales de un compositor, los poemas de un poeta o los descubrimientos científicos porque estamos convencidos de que, detrás de cada una de esas obras hay una persona creadora.
A mi entender, no deberíamos utilizar la palabra ‘creadora’, cuya primera acepción en el diccionario de la lengua es “producir algo de la nada”, ya que la nada no es otra cosa que una creación más de nuestro cerebro. Que yo sepa, hasta ahora nadie ha visto la nada y su definición como ‘carencia absoluta de todo ser’ no es ni siquiera imaginable. Por ello, crear no puede ser producir algo de la nada.
Sólo en las artes utilizamos el término crear para designar lo que en el diccionario de la lengua se aplica a crear en una segunda acepción, a saber, “establecer, fundar, introducir por vez primera algo nuevo”. Sin embargo, en ciencia solemos hablar no de creación sino de descubrimiento y descubrir es “destapar lo que está tapado o cubierto”. Quizás por eso se dice en el Eclesiastés que no hay nada nuevo bajo el sol.
Estamos hablando de un mismo proceso: el proceso creativo, y, sin embargo, en un caso decimos que algo surge de la nada, y en el otro que estamos destapando, descubriendo algo que ya estaba ahí. ¿Cuál de las dos interpretaciones es la verdadera?
En mi modesta opinión, de lo que no existe no puede surgir algo que tenga existencia, de forma que, para mí, el proceso creativo no es otra cosa que una combinación nueva de pensamientos, sonidos, palabras, formas o colores, ya existentes, por supuesto, en nuestro cerebro de forma potencial.
Ahora bien, la combinación nueva de pensamientos es común a muchas personas que, sin embargo, no son creativas. ¿Cuáles serían entonces las características que distinguen a las personas creativas de las que no lo son?
La creatividad es, sin duda, una de las conductas más complejas que puede tener el ser humano y, por tanto, estamos aún lejos de entender sus bases neurobiológicas. Pero todos estaríamos de acuerdo al afirmar que si pudiésemos encontrar no sólo esas bases orgánicas, sino también el modo de desarrollarlas habríamos recorrido un camino extraordinario en la mejora del rendimiento de nuestra especie.
En condiciones normales, las personas no son creativas, lo que implica que el acto de creación es algo insólito y poco frecuente. Solemos entonces hablar de inspiración cuando una nueva idea o concepto aparece de repente ante nosotros y nos conduce a cualquier tipo de creación.
El escritor húngaro Arthur Koestler en su libro “El acto de la creación” dice que hay dos formas de escapar a nuestras rutinas de pensamiento y conducta. La primera es zambullirse en el ensueño o estados similares, donde los códigos del pensamiento racional quedan suspendidos. Y la otra manera de escapar es en dirección opuesta, es la caracterizada por el momento espontáneo de la intuición que conlleva la creatividad.
La primera vía de escape significaría una regresión a niveles más antiguos, más primitivos de ideación, mientras que la segunda, que es la que aquí hoy nos interesa, es un ascenso a un nivel nuevo, más complejo de la evolución mental.
En la obra citada de Koestler, el acto creativo del humorista, por ejemplo, se caracteriza porque crea una momentánea fusión de dos matrices, dos niveles de pensamiento que habitualmente son incompatibles. De forma similar, podría describirse también el descubrimiento científico o la creación artística.
Uno de los ejemplos que Koestler utiliza para confirmar sus aseveraciones es, en el terreno humorístico, la siguiente anécdota atribuida al académico francés del siglo XVIII Chamfort:
Un marqués de la corte de Luis XIV, al entrar en el boudoir de su esposa, la encuentra en brazos de un obispo y sin decir palabra se dirige a uno de los ventanales del palacio, lo abre y comienza a impartir bendiciones al pueblo en la calle.
La angustiada esposa le grita: Pero, ¿qué estás haciendo?
A lo que el marqués tranquilamente responde: “Monseñor está usurpando mis funciones, así que yo realizo las suyas”.
La historia se mueve en dos planos, o matrices, de pensamiento: la una es una historia de adulterio que es, de pronto, sustituida por una reacción totalmente inesperada del marqués, lo que hace que la tensión se relaje y surja la risa. Es lo que Koestler llama “bisociación”. Dos historias, antes incompatibles, aparecen juntas creando hilaridad.
Esta bisociación o conjunción de dos planos de pensamiento incompatibles, opuestos, no es nada nuevo; ocurre constantemente durante el ensueño, en donde no reina la lógica ni el pensamiento dualista característicos del estado de vigilia consciente. La yuxtaposición de términos antitéticos, la falta de consciencia de que existe un conflicto o una incongruencia, son características del ensueño. La lógica del ensueño no es la lógica aristotélica, es indiferente a las leyes de la identidad y de la contradicción, su forma de razonar está ligada a la emoción y su simbolismo es pre-verbal y arcaico.
Como he expresado en otro lugar, a este tipo de pensamiento onírico Freud le llamó proceso primario para distinguirlo del proceso secundario, que es el pensamiento lógico-analítico que usamos durante la vigilia consciente.
El pensamiento en el proceso primario significa una superación del dualismo que nos recuerda otra experiencia humana parecida, al menos, en esta característica. Me refiero a la experiencia mística o espiritual, en la que la persona se une con la divinidad, con la naturaleza o con los animales, se identifica con ellos, perdiendo la consciencia del yo como algo separado del mundo.
Así, pues, llegamos a considerar que la persona creadora supera también las contradicciones, por lo que se asemeja tanto al místico como a la persona en estado onírico. Ahora bien, que sepamos, ni el místico se ha caracterizado por ser una persona creadora, ni la inmensa mayoría de los ensueños conduce a una intuición creadora. He dicho la inmensa mayoría, porque hay ejemplos, como el del químico alemán August Kekulé von Stradonitz, que soñó con uno de lo que Carl Gustav Jung llamaba arquetipos, a saber, con el uroboro, la serpiente que se muerde la cola, descubriendo así la estructura del anillo de benceno.
Uno de los autores que más han estudiado la creatividad desde el punto de vista psicológico ha sido el psiquiatra norteamericano Albert Rothenberg que fue profesor en Harvard. Este autor considera que el proceso creativo es la imagen especular del ensueño, imagen que tiene que ser similar al objeto que refleja, pero que tanto biológica, como psicológica y socialmente es el reverso del ensueño.
¿Por qué dice esto Rothenberg? Pues porque la persona creativa utiliza conscientemente los mecanismos y procesos característicos del pensamiento onírico para abstraer, conceptuar y concretar, pero así también para revertir los efectos de la censura consciente.
El sujeto creador emplea la lógica característica de la vigilia consciente, los procesos de su pensamiento son similares a lo que Freud llamó proceso secundario, pero prestando también atención a los factores que son importantes en el pensamiento inconsciente, alterando las secuencias temporales, desplazando y comprimiendo. El sujeto creador utiliza, pues dos procesos específicos de pensamiento que son similares, pero inversos, de manera simultánea.
Si el pensamiento onírico produce imágenes y secuencias confusas, caóticas e ilógicas, el proceso creativo produce orden e imágenes y metáforas significativas, así como conceptos claros.
Una característica del proceso creativo es revertir los efectos de la censura inconsciente, de manera que, por ejemplo, en la creación artística, encontramos mucho material inconsciente y que contribuye a su valor intrínseco.
Pero la contribución que, a mi entender, es más significativa del análisis que Rothenberg hace del proceso creativo es haber formulado que la persona creadora se guía por un tipo de pensamiento que él llama “jánico”, término basado en las cualidades del dios romano Jano, dios cuyas muchas caras miraban en varias direcciones al mismo tiempo y que, por ello, da el nombre al mes de Enero, January en inglés, por mirar hacia el pasado y el futuro simultáneamente.
Según Rothenberg, el pensamiento jánico se caracteriza por concebir activamente dos o más ideas, imágenes o conceptos opuestos simultáneamente. Los conceptos opuestos o antitéticos se conciben como existentes uno junto al otro, o igualmente operativos y verdaderos. Es un pensamiento complejo, diferente del pensamiento dialéctico, de la ambivalencia y de los pensamientos de niños o esquizofrénicos.
Para poner un ejemplo, me voy a referir a un trabajo que Rothenberg publicó en 1971 en donde acuñó por vez primera el término “jánico” para el pensamiento creativo de Albert Einstein. En este trabajo, Rothenberg cita un ensayo de Einstein publicado en 1919 con el título: “La idea fundamental de la relatividad general en su forma original”. Este ensayo fue descubierto por Gerald Norton en los papeles de Einstein, que fueron luego coleccionados para una publicación posterior por la Princeton University Press. Y, refiriéndose a las teorías contradictorias de Faraday y Maxwell-Lorentz, escribía:
“En el desarrollo de la relatividad especial, un pensamiento – no mencionado previamente – relativo a la obra de Faraday sobre inducción electromagnética jugó para mí un papel decisivo.
Según Faraday si un magneto está en movimiento relativo respecto a un circuito conductor, se induce una corriente eléctrica en este último…
Todo es lo mismo, se mueva el magneto o el conductor; sólo el movimiento relativo cuenta, según la teoría de Maxwell-Lorentz. Sin embargo, la interpretación teórica del fenómeno en estos dos casos es muy diferente:
Si es el magneto el que se mueve, en el espacio existe un campo magnético que cambia con el tiempo y que, según Maxwell, genera líneas cerradas de fuerza eléctrica – es decir, un campo eléctrico físicamente real; este campo eléctrico pone en movimiento masas eléctricas movibles (es decir, electrones) en el conductor.
Sin embargo, si el magneto está en reposo y se mueve el circuito conductor, no se genera campo eléctrico; la corriente se genera en el conductor porque los cuerpos eléctricos que se transportan en el conductor experimentan una fuerza electromotriz, como estableció hipotéticamente Lorentz, a causa de su movimiento relativo respecto al campo magnético.
El pensamiento de que estemos tratando aquí con dos casos fundamentalmente diferentes fue para mí insoportable. La diferencia entre estos dos casos no podía ser una diferencia real, sino más bien, en mi convicción, sólo podía ser una diferencia en la elección del punto de referencia”.
Así nació la teoría general de la relatividad.
Einstein se refiere, pues, a dos pensamientos contradictorios que él supera aceptando ambos, o, con otras palabras, dando un salto no-dualista en su pensamiento.
El pensamiento jánico tiene lugar en plena consciencia, con plena racionalidad y facultades lógicas plenamente operativas, por tanto, es un tipo especial de operación de proceso secundario. Pero que hace uso de mecanismos del pensamiento onírico, aprovechándose del material inconsciente.
Los griegos algo de esto ya sabían cuando crearon el mito de Tiresias. Según este mito, Tiresias era un sacerdote de Zeus y, siendo aún un hombre joven, se encontró a dos serpientes copulando; golpeó a la hembra en la cabeza con su bastón y al punto se convirtió él mismo en mujer. Transformado en mujer, se hizo sacerdotisa de Hera, se casó y tuvo varios hijos, entre ellos su hija Manto, que en griego antiguo significa vidente, profeta. Tras siete años de ser mujer, Tiresias se encontró de nuevo a dos serpientes copulando y esta vez golpeó con su bastón la cabeza del macho, convirtiéndose de inmediato de nuevo en hombre. Como resultado de sus experiencias en ambos sexos, Zeus y Hera le plantearon la pregunta de quién de los dos sentía más placer en el acto sexual, si el hombre o la mujer. Zeus era de la opinión que era la mujer y Hera sostenía que era el hombre. Tiresias se colocó del lado de Zeus diciendo que en una escala del uno al diez la mujer gozaba seis veces frente a sólo una el hombre. Irritada por la respuesta, Hera lo dejó ciego. Como Zeus no quiso deshacer lo que la diosa había hecho, le concedió el don de la profecía.
De nuevo, aquí se intuye que la conjunción de dos contrarios, en este caso el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, son capaces, cuando se poseen ambos, de adquirir facultades extraordinarias como son la videncia y la profecía.
Otra característica del proceso creativo es lo que se ha llamado pensamiento homoespacial, que consiste en concebir activamente dos o más entidades discretas ocupando el mismo espacio, una concepción que lleva a la articulación de nuevas identidades. Dependiendo de dónde se manifiesta este proceso creativo, se trataría de la superposición de sensaciones discretas, patrones de sonidos, palabras escritas, imágenes visuales, etc. Se suele dar este fenómeno mucho más corrientemente en las artes.
Algo parecido a lo referido sobre Einstein ocurrió con Charles Darwin. Veamos aquí su propia descripción de las circunstancias en las que tuvo lugar este salto de pensamiento, el salto teórico creativo. Tras un largo tiempo de búsqueda de la formulación apropiada (unos cuatro años según su propia biografía), constató lo siguiente:
“Tuve la ocasión de leer por pura diversión a Malthus, su libro sobre Poblaciones”, y, tras algunas frases dice Darwin: “y de pronto se me ocurrió…”
El hecho de que Darwin estuviese leyendo a Malthus cuando descubre su idea de la selección natural se ha interpretado siempre como algo extraño y paradójico, dado que el elemento principal de la tesis de Malthus era que el crecimiento sin trabas de la población humana en un entorno fijo llevaría a la exterminación de la especie por la lucha por la existencia. Sin embargo, vemos a Darwin postular lo contrario, es decir, que esa lucha por la existencia resulta en el aumento y la perfección de las especies respecto al entorno. Probablemente Darwin aceptó y entendió la idea de Malthus de que la lucha por la existencia podría llevar a la destrucción de la especie, pero pensó también en lo contrario, que podría conducir a la selección adaptativa. De acuerdo con Rothenberg, estaríamos de nuevo ante una manifestación del pensamiento jánico.
En otro orden de cosas, siempre se ha postulado que, como algunas personas creativas han estado gravemente enfermas con enfermedades psíquicas, el genio y la locura deberían ser estrechos aliados. Sin embargo, recientemente Eduardo Monteverde, médico patólogo, novelista y periodista científico, en su libro “Los fantasmas de la mente” rompe ese mito de que hay que ser enfermo mental para poder crear. Y plantea que las personas creativas poseen los siguientes seis rasgos:
1. Son gente fuera de lo convencional, lo que significa que no se conforman con los estándares de la sociedad; nadan contra corriente y tienen ideas originales que colocan el mundo al revés.
2. Son personas individualistas, que suelen estar “fuera de época”, por lo que la mayoría de sus trabajos son reconocidos una vez muertos.
3. Son personas altamente inteligentes que suelen tener dificultades interpersonales.
4. Son personas proactivas que no pueden estar sin hacer nada, que sienten un fuego en su interior que les lleva a crear belleza o mejorar el mundo.
5. Son personas visionarias, con una visión que guía su conducta y que les hace incluso a veces entregar sus vidas por ella.
6. Son personas intuitivas, que están mucho más en relación con sus sensaciones internas que el resto de las personas.
En cualquier caso, no pensemos que la persona creativa es alguien que no necesita preocuparse del tema en cuestión para recibir esa chispa de inspiración que le lleve a la creación de algo nuevo. Thomas Edison decía que la invención era en un 99 por ciento perspiración y en un uno por ciento inspiración.
Hace ya unos años, en este mismo lugar, me referí a los mitos de la creación, planteando que el origen del pensamiento dualista estaba bien expuesto en ellos, ya que de un dios andrógino, a veces con la creación de dioses gemelos con características antitéticas, nacían los demás dioses. Los dioses creadores, pues, en las mitologías de las más diversas culturas, representan la unidad de los contrarios, contrarios que luego se manifiestan posteriormente en el marco de la propia creación. Por tanto, también aquí parece que el pensamiento que Rothenberg ha llamado “jánico” sea el pensamiento que ha llevado a los diferentes pueblos de la tierra a colocarlo como fuente de la creación de sus mitos.
Suzuki, un maestro del budismo Zen lo explica de la forma siguiente; “En tanto que este mundo, concebido por la mente humana, es el reino de los opuestos, no existe una vía de escape de él, pero los budistas pretenden entrar en un mundo del vacío, donde todos los opuestos se supone que se funden”.
Vivimos, pues, en el pensamiento del proceso secundario de Freud, en el pensamiento lógico-analítico, dualista, secuencial y temporal, que caracteriza las funciones del hemisferio izquierdo del cerebro. Con este pensamiento hemos alcanzado grandes conquistas. El poeta William Blake en su obra con un título opuesto y yuxtapuesto titulado “Bodas del Cielo y del Infierno” afirma inequívocamente: “Sin contrarios no hay progresión”. Es muy posible que el pensamiento dualista sea necesario para analizar el mundo que nos rodea; en mi opinión corresponde a una categoría de la mente que se le escapó a Kant y que es innata. Lo que el psiquiatra norteamericano Eugene D’Aquili llamaba el “operador binario”. Toda la historia de la filosofía está impregnada de dualismo. Pero ya Heráclito, que subrayaba la unidad de los opuestos o su constante igualdad frente al conflicto, utilizó el término “enantiodromia”, es decir, que los opuestos fluían el uno en el otro, para describir un principio o ley general.
Hemos visto que el proceso creativo necesita precisamente la superación de esa forma de pensamiento, la superación del dualismo, el pensamiento “jánico” que nos permite pensar dos ideas o conceptos contrapuestos de forma simultánea.
Finalmente quisiera exponerles algunas de las teorías recientes sobre la creatividad. La teoría de Kris propone que las personas creativas son mejores en alternar entre el proceso primario y el proceso secundario de pensamiento. Recordemos: el proceso primario es el que rige en la ensoñación mientras que el proceso secundario es el pensamiento abstracto, lógico-analítico. Mendelsohn propuso que las diferencias individuales en el foco de atención eran la causa de las diferencias de creatividad. Si alguien puede atender sólo a dos cosas al mismo tiempo podrá descubrir una analogía, si puede atender a cuatro cosas al mismo tiempo podrá descubrir seis analogías, etc. Mednick propuso que las personas creativas poseían jerarquías asociativas que les permitían realizar más asociaciones a un estímulo. En realidad, las tres teorías son más o menos idénticas, pero expresadas de manera diferente.
Se ha planteado que el hemisferio derecho del cerebro opera con procesos primarios de pensamiento, mientras que el izquierdo lo hace con procesos secundarios. Por eso, algunos autores han planteado que el equilibrio interhemisférico es crucial para la creatividad. En estado de reposo, el hemisferio izquierdo suele estar más activo que el derecho. Por tanto, tareas que activen el hemisferio derecho pueden producir ese equilibrio entre los dos hemisferios.
No obstante, el hecho de que la percepción y la producción musicales estén mejor localizadas en el hemisferio derecho, así como que este hemisferio esté más implicado en la producción de imágenes mentales, hace sospechar que es este hemisferio derecho el que mejor está conectado con la creatividad.
Un fenómeno ya mencionado entre las características de las personas creativas es lo que se ha llamado desinhibición cognitiva. Sabido es que la inhibición cognitiva es una de las funciones del lóbulo frontal, más correctamente de la corteza prefrontal. Y efectivamente se han registrado ondas lentas, tipo theta, sobre el lóbulo frontal en personas creativas.
Resumiendo, pues, podemos decir que hoy por hoy la inspiración creativa es un estado mental donde la atención está desfocalizada, el pensamiento es de proceso primario y secundario, jánico, asociativo y que es capaz de activar un gran número de representaciones mentales simultáneamente. Este estado puede presentarse de tres maneras: por bajos niveles de actividad cortical, por mayor activación del hemisferio derecho comparativamente con el izquierdo y por bajos niveles de activación de la corteza prefrontal.
A mi entender, no deberíamos utilizar la palabra ‘creadora’, cuya primera acepción en el diccionario de la lengua es “producir algo de la nada”, ya que la nada no es otra cosa que una creación más de nuestro cerebro. Que yo sepa, hasta ahora nadie ha visto la nada y su definición como ‘carencia absoluta de todo ser’ no es ni siquiera imaginable. Por ello, crear no puede ser producir algo de la nada.
Sólo en las artes utilizamos el término crear para designar lo que en el diccionario de la lengua se aplica a crear en una segunda acepción, a saber, “establecer, fundar, introducir por vez primera algo nuevo”. Sin embargo, en ciencia solemos hablar no de creación sino de descubrimiento y descubrir es “destapar lo que está tapado o cubierto”. Quizás por eso se dice en el Eclesiastés que no hay nada nuevo bajo el sol.
Estamos hablando de un mismo proceso: el proceso creativo, y, sin embargo, en un caso decimos que algo surge de la nada, y en el otro que estamos destapando, descubriendo algo que ya estaba ahí. ¿Cuál de las dos interpretaciones es la verdadera?
En mi modesta opinión, de lo que no existe no puede surgir algo que tenga existencia, de forma que, para mí, el proceso creativo no es otra cosa que una combinación nueva de pensamientos, sonidos, palabras, formas o colores, ya existentes, por supuesto, en nuestro cerebro de forma potencial.
Ahora bien, la combinación nueva de pensamientos es común a muchas personas que, sin embargo, no son creativas. ¿Cuáles serían entonces las características que distinguen a las personas creativas de las que no lo son?
La creatividad es, sin duda, una de las conductas más complejas que puede tener el ser humano y, por tanto, estamos aún lejos de entender sus bases neurobiológicas. Pero todos estaríamos de acuerdo al afirmar que si pudiésemos encontrar no sólo esas bases orgánicas, sino también el modo de desarrollarlas habríamos recorrido un camino extraordinario en la mejora del rendimiento de nuestra especie.
En condiciones normales, las personas no son creativas, lo que implica que el acto de creación es algo insólito y poco frecuente. Solemos entonces hablar de inspiración cuando una nueva idea o concepto aparece de repente ante nosotros y nos conduce a cualquier tipo de creación.
El escritor húngaro Arthur Koestler en su libro “El acto de la creación” dice que hay dos formas de escapar a nuestras rutinas de pensamiento y conducta. La primera es zambullirse en el ensueño o estados similares, donde los códigos del pensamiento racional quedan suspendidos. Y la otra manera de escapar es en dirección opuesta, es la caracterizada por el momento espontáneo de la intuición que conlleva la creatividad.
La primera vía de escape significaría una regresión a niveles más antiguos, más primitivos de ideación, mientras que la segunda, que es la que aquí hoy nos interesa, es un ascenso a un nivel nuevo, más complejo de la evolución mental.
En la obra citada de Koestler, el acto creativo del humorista, por ejemplo, se caracteriza porque crea una momentánea fusión de dos matrices, dos niveles de pensamiento que habitualmente son incompatibles. De forma similar, podría describirse también el descubrimiento científico o la creación artística.
Uno de los ejemplos que Koestler utiliza para confirmar sus aseveraciones es, en el terreno humorístico, la siguiente anécdota atribuida al académico francés del siglo XVIII Chamfort:
Un marqués de la corte de Luis XIV, al entrar en el boudoir de su esposa, la encuentra en brazos de un obispo y sin decir palabra se dirige a uno de los ventanales del palacio, lo abre y comienza a impartir bendiciones al pueblo en la calle.
La angustiada esposa le grita: Pero, ¿qué estás haciendo?
A lo que el marqués tranquilamente responde: “Monseñor está usurpando mis funciones, así que yo realizo las suyas”.
La historia se mueve en dos planos, o matrices, de pensamiento: la una es una historia de adulterio que es, de pronto, sustituida por una reacción totalmente inesperada del marqués, lo que hace que la tensión se relaje y surja la risa. Es lo que Koestler llama “bisociación”. Dos historias, antes incompatibles, aparecen juntas creando hilaridad.
Esta bisociación o conjunción de dos planos de pensamiento incompatibles, opuestos, no es nada nuevo; ocurre constantemente durante el ensueño, en donde no reina la lógica ni el pensamiento dualista característicos del estado de vigilia consciente. La yuxtaposición de términos antitéticos, la falta de consciencia de que existe un conflicto o una incongruencia, son características del ensueño. La lógica del ensueño no es la lógica aristotélica, es indiferente a las leyes de la identidad y de la contradicción, su forma de razonar está ligada a la emoción y su simbolismo es pre-verbal y arcaico.
Como he expresado en otro lugar, a este tipo de pensamiento onírico Freud le llamó proceso primario para distinguirlo del proceso secundario, que es el pensamiento lógico-analítico que usamos durante la vigilia consciente.
El pensamiento en el proceso primario significa una superación del dualismo que nos recuerda otra experiencia humana parecida, al menos, en esta característica. Me refiero a la experiencia mística o espiritual, en la que la persona se une con la divinidad, con la naturaleza o con los animales, se identifica con ellos, perdiendo la consciencia del yo como algo separado del mundo.
Así, pues, llegamos a considerar que la persona creadora supera también las contradicciones, por lo que se asemeja tanto al místico como a la persona en estado onírico. Ahora bien, que sepamos, ni el místico se ha caracterizado por ser una persona creadora, ni la inmensa mayoría de los ensueños conduce a una intuición creadora. He dicho la inmensa mayoría, porque hay ejemplos, como el del químico alemán August Kekulé von Stradonitz, que soñó con uno de lo que Carl Gustav Jung llamaba arquetipos, a saber, con el uroboro, la serpiente que se muerde la cola, descubriendo así la estructura del anillo de benceno.
Uno de los autores que más han estudiado la creatividad desde el punto de vista psicológico ha sido el psiquiatra norteamericano Albert Rothenberg que fue profesor en Harvard. Este autor considera que el proceso creativo es la imagen especular del ensueño, imagen que tiene que ser similar al objeto que refleja, pero que tanto biológica, como psicológica y socialmente es el reverso del ensueño.
¿Por qué dice esto Rothenberg? Pues porque la persona creativa utiliza conscientemente los mecanismos y procesos característicos del pensamiento onírico para abstraer, conceptuar y concretar, pero así también para revertir los efectos de la censura consciente.
El sujeto creador emplea la lógica característica de la vigilia consciente, los procesos de su pensamiento son similares a lo que Freud llamó proceso secundario, pero prestando también atención a los factores que son importantes en el pensamiento inconsciente, alterando las secuencias temporales, desplazando y comprimiendo. El sujeto creador utiliza, pues dos procesos específicos de pensamiento que son similares, pero inversos, de manera simultánea.
Si el pensamiento onírico produce imágenes y secuencias confusas, caóticas e ilógicas, el proceso creativo produce orden e imágenes y metáforas significativas, así como conceptos claros.
Una característica del proceso creativo es revertir los efectos de la censura inconsciente, de manera que, por ejemplo, en la creación artística, encontramos mucho material inconsciente y que contribuye a su valor intrínseco.
Pero la contribución que, a mi entender, es más significativa del análisis que Rothenberg hace del proceso creativo es haber formulado que la persona creadora se guía por un tipo de pensamiento que él llama “jánico”, término basado en las cualidades del dios romano Jano, dios cuyas muchas caras miraban en varias direcciones al mismo tiempo y que, por ello, da el nombre al mes de Enero, January en inglés, por mirar hacia el pasado y el futuro simultáneamente.
Según Rothenberg, el pensamiento jánico se caracteriza por concebir activamente dos o más ideas, imágenes o conceptos opuestos simultáneamente. Los conceptos opuestos o antitéticos se conciben como existentes uno junto al otro, o igualmente operativos y verdaderos. Es un pensamiento complejo, diferente del pensamiento dialéctico, de la ambivalencia y de los pensamientos de niños o esquizofrénicos.
Para poner un ejemplo, me voy a referir a un trabajo que Rothenberg publicó en 1971 en donde acuñó por vez primera el término “jánico” para el pensamiento creativo de Albert Einstein. En este trabajo, Rothenberg cita un ensayo de Einstein publicado en 1919 con el título: “La idea fundamental de la relatividad general en su forma original”. Este ensayo fue descubierto por Gerald Norton en los papeles de Einstein, que fueron luego coleccionados para una publicación posterior por la Princeton University Press. Y, refiriéndose a las teorías contradictorias de Faraday y Maxwell-Lorentz, escribía:
“En el desarrollo de la relatividad especial, un pensamiento – no mencionado previamente – relativo a la obra de Faraday sobre inducción electromagnética jugó para mí un papel decisivo.
Según Faraday si un magneto está en movimiento relativo respecto a un circuito conductor, se induce una corriente eléctrica en este último…
Todo es lo mismo, se mueva el magneto o el conductor; sólo el movimiento relativo cuenta, según la teoría de Maxwell-Lorentz. Sin embargo, la interpretación teórica del fenómeno en estos dos casos es muy diferente:
Si es el magneto el que se mueve, en el espacio existe un campo magnético que cambia con el tiempo y que, según Maxwell, genera líneas cerradas de fuerza eléctrica – es decir, un campo eléctrico físicamente real; este campo eléctrico pone en movimiento masas eléctricas movibles (es decir, electrones) en el conductor.
Sin embargo, si el magneto está en reposo y se mueve el circuito conductor, no se genera campo eléctrico; la corriente se genera en el conductor porque los cuerpos eléctricos que se transportan en el conductor experimentan una fuerza electromotriz, como estableció hipotéticamente Lorentz, a causa de su movimiento relativo respecto al campo magnético.
El pensamiento de que estemos tratando aquí con dos casos fundamentalmente diferentes fue para mí insoportable. La diferencia entre estos dos casos no podía ser una diferencia real, sino más bien, en mi convicción, sólo podía ser una diferencia en la elección del punto de referencia”.
Así nació la teoría general de la relatividad.
Einstein se refiere, pues, a dos pensamientos contradictorios que él supera aceptando ambos, o, con otras palabras, dando un salto no-dualista en su pensamiento.
El pensamiento jánico tiene lugar en plena consciencia, con plena racionalidad y facultades lógicas plenamente operativas, por tanto, es un tipo especial de operación de proceso secundario. Pero que hace uso de mecanismos del pensamiento onírico, aprovechándose del material inconsciente.
Los griegos algo de esto ya sabían cuando crearon el mito de Tiresias. Según este mito, Tiresias era un sacerdote de Zeus y, siendo aún un hombre joven, se encontró a dos serpientes copulando; golpeó a la hembra en la cabeza con su bastón y al punto se convirtió él mismo en mujer. Transformado en mujer, se hizo sacerdotisa de Hera, se casó y tuvo varios hijos, entre ellos su hija Manto, que en griego antiguo significa vidente, profeta. Tras siete años de ser mujer, Tiresias se encontró de nuevo a dos serpientes copulando y esta vez golpeó con su bastón la cabeza del macho, convirtiéndose de inmediato de nuevo en hombre. Como resultado de sus experiencias en ambos sexos, Zeus y Hera le plantearon la pregunta de quién de los dos sentía más placer en el acto sexual, si el hombre o la mujer. Zeus era de la opinión que era la mujer y Hera sostenía que era el hombre. Tiresias se colocó del lado de Zeus diciendo que en una escala del uno al diez la mujer gozaba seis veces frente a sólo una el hombre. Irritada por la respuesta, Hera lo dejó ciego. Como Zeus no quiso deshacer lo que la diosa había hecho, le concedió el don de la profecía.
De nuevo, aquí se intuye que la conjunción de dos contrarios, en este caso el hombre y la mujer, lo masculino y lo femenino, son capaces, cuando se poseen ambos, de adquirir facultades extraordinarias como son la videncia y la profecía.
Otra característica del proceso creativo es lo que se ha llamado pensamiento homoespacial, que consiste en concebir activamente dos o más entidades discretas ocupando el mismo espacio, una concepción que lleva a la articulación de nuevas identidades. Dependiendo de dónde se manifiesta este proceso creativo, se trataría de la superposición de sensaciones discretas, patrones de sonidos, palabras escritas, imágenes visuales, etc. Se suele dar este fenómeno mucho más corrientemente en las artes.
Algo parecido a lo referido sobre Einstein ocurrió con Charles Darwin. Veamos aquí su propia descripción de las circunstancias en las que tuvo lugar este salto de pensamiento, el salto teórico creativo. Tras un largo tiempo de búsqueda de la formulación apropiada (unos cuatro años según su propia biografía), constató lo siguiente:
“Tuve la ocasión de leer por pura diversión a Malthus, su libro sobre Poblaciones”, y, tras algunas frases dice Darwin: “y de pronto se me ocurrió…”
El hecho de que Darwin estuviese leyendo a Malthus cuando descubre su idea de la selección natural se ha interpretado siempre como algo extraño y paradójico, dado que el elemento principal de la tesis de Malthus era que el crecimiento sin trabas de la población humana en un entorno fijo llevaría a la exterminación de la especie por la lucha por la existencia. Sin embargo, vemos a Darwin postular lo contrario, es decir, que esa lucha por la existencia resulta en el aumento y la perfección de las especies respecto al entorno. Probablemente Darwin aceptó y entendió la idea de Malthus de que la lucha por la existencia podría llevar a la destrucción de la especie, pero pensó también en lo contrario, que podría conducir a la selección adaptativa. De acuerdo con Rothenberg, estaríamos de nuevo ante una manifestación del pensamiento jánico.
En otro orden de cosas, siempre se ha postulado que, como algunas personas creativas han estado gravemente enfermas con enfermedades psíquicas, el genio y la locura deberían ser estrechos aliados. Sin embargo, recientemente Eduardo Monteverde, médico patólogo, novelista y periodista científico, en su libro “Los fantasmas de la mente” rompe ese mito de que hay que ser enfermo mental para poder crear. Y plantea que las personas creativas poseen los siguientes seis rasgos:
1. Son gente fuera de lo convencional, lo que significa que no se conforman con los estándares de la sociedad; nadan contra corriente y tienen ideas originales que colocan el mundo al revés.
2. Son personas individualistas, que suelen estar “fuera de época”, por lo que la mayoría de sus trabajos son reconocidos una vez muertos.
3. Son personas altamente inteligentes que suelen tener dificultades interpersonales.
4. Son personas proactivas que no pueden estar sin hacer nada, que sienten un fuego en su interior que les lleva a crear belleza o mejorar el mundo.
5. Son personas visionarias, con una visión que guía su conducta y que les hace incluso a veces entregar sus vidas por ella.
6. Son personas intuitivas, que están mucho más en relación con sus sensaciones internas que el resto de las personas.
En cualquier caso, no pensemos que la persona creativa es alguien que no necesita preocuparse del tema en cuestión para recibir esa chispa de inspiración que le lleve a la creación de algo nuevo. Thomas Edison decía que la invención era en un 99 por ciento perspiración y en un uno por ciento inspiración.
Hace ya unos años, en este mismo lugar, me referí a los mitos de la creación, planteando que el origen del pensamiento dualista estaba bien expuesto en ellos, ya que de un dios andrógino, a veces con la creación de dioses gemelos con características antitéticas, nacían los demás dioses. Los dioses creadores, pues, en las mitologías de las más diversas culturas, representan la unidad de los contrarios, contrarios que luego se manifiestan posteriormente en el marco de la propia creación. Por tanto, también aquí parece que el pensamiento que Rothenberg ha llamado “jánico” sea el pensamiento que ha llevado a los diferentes pueblos de la tierra a colocarlo como fuente de la creación de sus mitos.
Suzuki, un maestro del budismo Zen lo explica de la forma siguiente; “En tanto que este mundo, concebido por la mente humana, es el reino de los opuestos, no existe una vía de escape de él, pero los budistas pretenden entrar en un mundo del vacío, donde todos los opuestos se supone que se funden”.
Vivimos, pues, en el pensamiento del proceso secundario de Freud, en el pensamiento lógico-analítico, dualista, secuencial y temporal, que caracteriza las funciones del hemisferio izquierdo del cerebro. Con este pensamiento hemos alcanzado grandes conquistas. El poeta William Blake en su obra con un título opuesto y yuxtapuesto titulado “Bodas del Cielo y del Infierno” afirma inequívocamente: “Sin contrarios no hay progresión”. Es muy posible que el pensamiento dualista sea necesario para analizar el mundo que nos rodea; en mi opinión corresponde a una categoría de la mente que se le escapó a Kant y que es innata. Lo que el psiquiatra norteamericano Eugene D’Aquili llamaba el “operador binario”. Toda la historia de la filosofía está impregnada de dualismo. Pero ya Heráclito, que subrayaba la unidad de los opuestos o su constante igualdad frente al conflicto, utilizó el término “enantiodromia”, es decir, que los opuestos fluían el uno en el otro, para describir un principio o ley general.
Hemos visto que el proceso creativo necesita precisamente la superación de esa forma de pensamiento, la superación del dualismo, el pensamiento “jánico” que nos permite pensar dos ideas o conceptos contrapuestos de forma simultánea.
Finalmente quisiera exponerles algunas de las teorías recientes sobre la creatividad. La teoría de Kris propone que las personas creativas son mejores en alternar entre el proceso primario y el proceso secundario de pensamiento. Recordemos: el proceso primario es el que rige en la ensoñación mientras que el proceso secundario es el pensamiento abstracto, lógico-analítico. Mendelsohn propuso que las diferencias individuales en el foco de atención eran la causa de las diferencias de creatividad. Si alguien puede atender sólo a dos cosas al mismo tiempo podrá descubrir una analogía, si puede atender a cuatro cosas al mismo tiempo podrá descubrir seis analogías, etc. Mednick propuso que las personas creativas poseían jerarquías asociativas que les permitían realizar más asociaciones a un estímulo. En realidad, las tres teorías son más o menos idénticas, pero expresadas de manera diferente.
Se ha planteado que el hemisferio derecho del cerebro opera con procesos primarios de pensamiento, mientras que el izquierdo lo hace con procesos secundarios. Por eso, algunos autores han planteado que el equilibrio interhemisférico es crucial para la creatividad. En estado de reposo, el hemisferio izquierdo suele estar más activo que el derecho. Por tanto, tareas que activen el hemisferio derecho pueden producir ese equilibrio entre los dos hemisferios.
No obstante, el hecho de que la percepción y la producción musicales estén mejor localizadas en el hemisferio derecho, así como que este hemisferio esté más implicado en la producción de imágenes mentales, hace sospechar que es este hemisferio derecho el que mejor está conectado con la creatividad.
Un fenómeno ya mencionado entre las características de las personas creativas es lo que se ha llamado desinhibición cognitiva. Sabido es que la inhibición cognitiva es una de las funciones del lóbulo frontal, más correctamente de la corteza prefrontal. Y efectivamente se han registrado ondas lentas, tipo theta, sobre el lóbulo frontal en personas creativas.
Resumiendo, pues, podemos decir que hoy por hoy la inspiración creativa es un estado mental donde la atención está desfocalizada, el pensamiento es de proceso primario y secundario, jánico, asociativo y que es capaz de activar un gran número de representaciones mentales simultáneamente. Este estado puede presentarse de tres maneras: por bajos niveles de actividad cortical, por mayor activación del hemisferio derecho comparativamente con el izquierdo y por bajos niveles de activación de la corteza prefrontal.
Editado por
Francisco J. Rubia
Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Estudió Medicina en las Universidades Complutense y Düsseldorf de Alemania. Ha sido Subdirector del Hospital Ramón y Cajal y Director de su Departamento de Investigación, Vicerrector de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid y Director General de Investigación de la Comunidad de Madrid. Durante varios años fue miembro del Comité Ejecutivo del European Medical Research Council. Su especialidad es la Fisiología del Sistema Nervioso, campo en el que ha trabajado durante más de 40 años, y en el que tiene más de doscientas publicaciones. Es Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro numerario de la Real Academia Nacional de Medicina (sillón nº 2), Vicepresidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes con Sede en Salzburgo, así como de su Delegación Española. Ha participado en numerosas ponencias y comunicaciones científicas, y es autor de los libros: “Manual de Neurociencia”, “El Cerebro nos Engaña”, “Percepción Social de la Ciencia”, “La Conexión Divina”, “¿Qué sabes de tu cerebro? 60 respuestas a 60 preguntas” y “El sexo del cerebro. La diferencia fundamental entre hombres y mujeres”.
Libros de Francisco J. Rubia
Temas actuales en neurociencia. Conferencias del profesor Rubia pronunciadas en el Colegio Libre de Eméritos (2011)
Cerebro, mente y conciencia: nuevas orientaciones en neurociencia. Conferencias del profesor Rubia pronunciadas en el Colegio Libre de Eméritos (2010)
Número especial de la Revista de Occidente sobre Libertad y Cerebro. Artículos coordinados por Francisco J. Rubia. Enero 2011.
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