Bitácora
Martes, 1 de Marzo 2011
La ingesta de sustancias alucinógenas, también llamadas ‘enteógenas’, que etimológicamente significa ‘dios dentro de mí’, no es exclusiva del ser humano. Otros animales también ingieren hongos y plantas que contienen sustancias psicotrópicas.
Si nos remontamos a la Prehistoria, es muy posible que en esas épocas los chamanes utilizasen ya drogas enteógenas en sus rituales, sobre todo para alcanzar el trance o éxtasis.
El historiador de las religiones Mircea Eliade dice que cuando el chamán, una figura que se le ha llamado el sacerdote de las culturas de cazadores-recolectores ya presente en el Paleolítico, no puede llegar al éxtasis o trance por otros medios, utiliza sustancias enteógenas para alcanzarlo. No me parece a mí correcta la comparación con el sacerdote, ya que el chamanismo no es una religión en sentido estricto. El chamán es más bien una especie de hechicero o curandero, pero su principal importancia se deriva de la capacidad de ser un intermediario entre la realidad cotidiana y una segunda realidad a la que se accede por trance o éxtasis.
Por ser intermediario, puede comparársele con el sacerdote de religiones tradicionales, pero el sacerdote pertenece a una jerarquía eclesiástica que siempre estuvo en contra de los místicos, es decir, de aquellas personas que entraban supuestamente en contacto con la divinidad sin necesidad de ningún intermediario. En este sentido, el chamán es comparable más bien con los místicos de las religiones tradicionales.
Por tanto, ya en el Paleolítico el ser humano utilizaba drogas enteógenas para acceder a esa segunda realidad, en la que supuestamente podía entrevistarse con antepasados fallecidos, divinidades, espíritus y seres sobrenaturales en general.
¿Fuimos los primeros?
Pero la cuestión es si han sido los seres humanos los primeros en utilizar estas sustancias alucinógenas, sustancias que siguen usándose por chamanes en nuestros días. El etnobotánico y etnomicólogo italiano, Giorgio Samorini, ha estudiado este tema durante varias décadas llegando a la conclusión que muchas otras especies animales también buscan las sustancias enteógenas para drogarse.
Llama la atención, por ejemplo, que los renos de Siberia busquen el hongo alucinógeno llamado hongo matamoscas o falsa oronja (Amanita muscaria) para ingerirlo, práctica que también se ha dado en Europa y América. Este hongo crece sobre todo bajo coníferas, hayas y abedules y es buscado asimismo por ardillas y moscas. Los caribúes de Canadá lo ingieren asimismo. Es muy probable que los chamanes siberianos copiasen a los renos y de esta manera descubriesen la posibilidad de acceder a lo que hemos llamado antes ‘segunda realidad’.
La sustancia activa de este hongo es la muscarina, que en dosis alta puede producir la muerte y que estimula los receptores de acetilcolina, un neurotransmisor muy extendido en el sistema nervioso. Sus efectos pueden ser dolores abdominales, náuseas, vómitos, diarreas y dificultad para respirar.
Se supone que los componentes de este hongo figuraban en el llamado ‘soma’, un elixir que se menciona en Los Vedas y del que se habla ya en el año 1.500 a.C. en la India.
Otro hongo muy apreciado por algunos animales, entre ellos el hombre, es el hongo Psilocybe, muy conocido en la cultura azteca que le llamaba ‘hongo de dios’, aunque también se le ha denominado ‘carne de los dioses’. Pues bien, este hongo es ingerido asimismo por animales como el perro y la cabra, aunque también se ha encontrado en el estómago de primates no humanos. Estos hongos suelen crecer sobre excrementos de mamíferos.
Se ha planteado la cuestión de si el maná del que se habla en la Biblia (Éxodo, 16:14) no serían también drogas enteógenas. Por la descripción que del maná se hace en la Biblia algunos autores han sugerido similitudes con el hongo psilocybe.
Samorini también nos dice que la cabra ingiere las bayas de la planta del café para conseguir un estado de excitación. Y en Etiopía y Yemen las cabras se vuelven locas con la ingesta de khat, una planta con propiedades eufóricas que también es consumida por seres humanos. Se supone en este caso que las propiedades de este arbusto que se denomina ‘flor del paraíso’ fueron descubiertas por el hombre observando el comportamiento de los rebaños de cabras.
La ‘judía roja’ o ‘judía del mezclal’ es la semilla de una planta leguminosa conocida desde la Antigüedad por los indios de las llanuras de América del Norte y que utilizan en ceremonias religiosas. Parece ser que su uso se remonta a los 9.000 años a.C., y los indios descubrieron sus efectos observando las extrañas conductas de los animales que las consumían.
Samorini habla de muchos otros animales que se drogan como abejas, moscas, gatos, vacas, elefantes, koalas, mandriles, caballos, etc.
Posible espiritualidad animal
Habría que preguntarse: ¿entran también los animales en esa segunda realidad en la que se encuentran con antepasados fallecidos y todo tipo de seres sobrenaturales? La pregunta no es baladí, porque el cerebro emocional o sistema límbico lo compartimos los humanos, aunque con diferencias, con muchos otros mamíferos. Esta pregunta lo que quiere indicar es la posibilidad de una espiritualidad animal que haya precedido a la nuestra.
Hoy sabemos que estas experiencias pueden ser provocadas experimentalmente y no sólo por la ingesta de sustancias enteógenas, sino por la estimulación de determinadas estructuras del cerebro emocional. La experiencia espiritual, trascendente o religiosa, que tantos místicos han referido, es un producto cerebral. Por tanto, no puede extrañarnos que planteemos la existencia de precursores de la espiritualidad en los animales que nos han precedido en la evolución, sobre todo los que tienen un cerebro más parecido al nuestro.
Desgraciadamente, hoy por hoy no tenemos técnicamente la posibilidad de saber si este planteamiento tiene una base.
Si nos remontamos a la Prehistoria, es muy posible que en esas épocas los chamanes utilizasen ya drogas enteógenas en sus rituales, sobre todo para alcanzar el trance o éxtasis.
El historiador de las religiones Mircea Eliade dice que cuando el chamán, una figura que se le ha llamado el sacerdote de las culturas de cazadores-recolectores ya presente en el Paleolítico, no puede llegar al éxtasis o trance por otros medios, utiliza sustancias enteógenas para alcanzarlo. No me parece a mí correcta la comparación con el sacerdote, ya que el chamanismo no es una religión en sentido estricto. El chamán es más bien una especie de hechicero o curandero, pero su principal importancia se deriva de la capacidad de ser un intermediario entre la realidad cotidiana y una segunda realidad a la que se accede por trance o éxtasis.
Por ser intermediario, puede comparársele con el sacerdote de religiones tradicionales, pero el sacerdote pertenece a una jerarquía eclesiástica que siempre estuvo en contra de los místicos, es decir, de aquellas personas que entraban supuestamente en contacto con la divinidad sin necesidad de ningún intermediario. En este sentido, el chamán es comparable más bien con los místicos de las religiones tradicionales.
Por tanto, ya en el Paleolítico el ser humano utilizaba drogas enteógenas para acceder a esa segunda realidad, en la que supuestamente podía entrevistarse con antepasados fallecidos, divinidades, espíritus y seres sobrenaturales en general.
¿Fuimos los primeros?
Pero la cuestión es si han sido los seres humanos los primeros en utilizar estas sustancias alucinógenas, sustancias que siguen usándose por chamanes en nuestros días. El etnobotánico y etnomicólogo italiano, Giorgio Samorini, ha estudiado este tema durante varias décadas llegando a la conclusión que muchas otras especies animales también buscan las sustancias enteógenas para drogarse.
Llama la atención, por ejemplo, que los renos de Siberia busquen el hongo alucinógeno llamado hongo matamoscas o falsa oronja (Amanita muscaria) para ingerirlo, práctica que también se ha dado en Europa y América. Este hongo crece sobre todo bajo coníferas, hayas y abedules y es buscado asimismo por ardillas y moscas. Los caribúes de Canadá lo ingieren asimismo. Es muy probable que los chamanes siberianos copiasen a los renos y de esta manera descubriesen la posibilidad de acceder a lo que hemos llamado antes ‘segunda realidad’.
La sustancia activa de este hongo es la muscarina, que en dosis alta puede producir la muerte y que estimula los receptores de acetilcolina, un neurotransmisor muy extendido en el sistema nervioso. Sus efectos pueden ser dolores abdominales, náuseas, vómitos, diarreas y dificultad para respirar.
Se supone que los componentes de este hongo figuraban en el llamado ‘soma’, un elixir que se menciona en Los Vedas y del que se habla ya en el año 1.500 a.C. en la India.
Otro hongo muy apreciado por algunos animales, entre ellos el hombre, es el hongo Psilocybe, muy conocido en la cultura azteca que le llamaba ‘hongo de dios’, aunque también se le ha denominado ‘carne de los dioses’. Pues bien, este hongo es ingerido asimismo por animales como el perro y la cabra, aunque también se ha encontrado en el estómago de primates no humanos. Estos hongos suelen crecer sobre excrementos de mamíferos.
Se ha planteado la cuestión de si el maná del que se habla en la Biblia (Éxodo, 16:14) no serían también drogas enteógenas. Por la descripción que del maná se hace en la Biblia algunos autores han sugerido similitudes con el hongo psilocybe.
Samorini también nos dice que la cabra ingiere las bayas de la planta del café para conseguir un estado de excitación. Y en Etiopía y Yemen las cabras se vuelven locas con la ingesta de khat, una planta con propiedades eufóricas que también es consumida por seres humanos. Se supone en este caso que las propiedades de este arbusto que se denomina ‘flor del paraíso’ fueron descubiertas por el hombre observando el comportamiento de los rebaños de cabras.
La ‘judía roja’ o ‘judía del mezclal’ es la semilla de una planta leguminosa conocida desde la Antigüedad por los indios de las llanuras de América del Norte y que utilizan en ceremonias religiosas. Parece ser que su uso se remonta a los 9.000 años a.C., y los indios descubrieron sus efectos observando las extrañas conductas de los animales que las consumían.
Samorini habla de muchos otros animales que se drogan como abejas, moscas, gatos, vacas, elefantes, koalas, mandriles, caballos, etc.
Posible espiritualidad animal
Habría que preguntarse: ¿entran también los animales en esa segunda realidad en la que se encuentran con antepasados fallecidos y todo tipo de seres sobrenaturales? La pregunta no es baladí, porque el cerebro emocional o sistema límbico lo compartimos los humanos, aunque con diferencias, con muchos otros mamíferos. Esta pregunta lo que quiere indicar es la posibilidad de una espiritualidad animal que haya precedido a la nuestra.
Hoy sabemos que estas experiencias pueden ser provocadas experimentalmente y no sólo por la ingesta de sustancias enteógenas, sino por la estimulación de determinadas estructuras del cerebro emocional. La experiencia espiritual, trascendente o religiosa, que tantos místicos han referido, es un producto cerebral. Por tanto, no puede extrañarnos que planteemos la existencia de precursores de la espiritualidad en los animales que nos han precedido en la evolución, sobre todo los que tienen un cerebro más parecido al nuestro.
Desgraciadamente, hoy por hoy no tenemos técnicamente la posibilidad de saber si este planteamiento tiene una base.
Editado por
Francisco J. Rubia
Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Estudió Medicina en las Universidades Complutense y Düsseldorf de Alemania. Ha sido Subdirector del Hospital Ramón y Cajal y Director de su Departamento de Investigación, Vicerrector de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid y Director General de Investigación de la Comunidad de Madrid. Durante varios años fue miembro del Comité Ejecutivo del European Medical Research Council. Su especialidad es la Fisiología del Sistema Nervioso, campo en el que ha trabajado durante más de 40 años, y en el que tiene más de doscientas publicaciones. Es Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro numerario de la Real Academia Nacional de Medicina (sillón nº 2), Vicepresidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes con Sede en Salzburgo, así como de su Delegación Española. Ha participado en numerosas ponencias y comunicaciones científicas, y es autor de los libros: “Manual de Neurociencia”, “El Cerebro nos Engaña”, “Percepción Social de la Ciencia”, “La Conexión Divina”, “¿Qué sabes de tu cerebro? 60 respuestas a 60 preguntas” y “El sexo del cerebro. La diferencia fundamental entre hombres y mujeres”.
Libros de Francisco J. Rubia
Temas actuales en neurociencia. Conferencias del profesor Rubia pronunciadas en el Colegio Libre de Eméritos (2011)
Cerebro, mente y conciencia: nuevas orientaciones en neurociencia. Conferencias del profesor Rubia pronunciadas en el Colegio Libre de Eméritos (2010)
Número especial de la Revista de Occidente sobre Libertad y Cerebro. Artículos coordinados por Francisco J. Rubia. Enero 2011.
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Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850
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