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El telespectador crítico debiera sentarse ante la pantalla con el ánimo de buscar racionalidad, objetividad y verdad, y no para ver un combate de boxeo, o un partido de fútbol en el que su equipo favorito gane.
Hay algo que es muy oportuno recordar en este momento, a la hora de enjuiciar la confrontación entre dos políticos ante las cámaras de televisión: Una de las tesis centrales de la Retórica de Aristóteles es que la falta de honradez (arete) corrompe el discurso del orador y corrompe la democracia.
Aristóteles defiende en la Retórica que es un error pensar que la democracia puede construirse gracias al debate totalmente libre de las ideas, sin ninguna cortapisa ni freno impuesto por reglas morales. Sin “virtud” la democracia no funciona , y el debate amoral la corrompe.
El ejercicio libre de la competición dialéctica fue concebido en Atenas para que la asamblea alcanzase la clarificación racional de los temas que iban a ser votados por el bien de la Polis.
¿Qué argumentos no son honrados?
El uso consciente de estadísticas falseadas.
El uso de datos que no son verificables por el público.
El afirmar como verdadera una proposición mediante una inducción incompleta. Es decir, generalizar partiendo de un caso particular o de un número reducido casos.
Utilizar de manera abusiva la emocionalidad del público que juzga.
Hacer pasar por verdaderas afirmaciones no probadas. Tanto más reprobable es el uso de contra-verdades manifiestas.
Y en general, la utilización de todas las figuras de los razonamientos falaciosos que han sido ya desde antiguo codificados en la Lógica formal.
Especificidad de la argumentación en la oratoria política
En el dominio de las matemáticas y en el de la Lógica se llega invariablemente a verdades indiscutibles y de valor universal a través del razonamiento. Y mediante él, las proposiciones falsas son fácilmente excluidas.
No se puede decir lo mismo en materia de praxis política y social. La prueba que aduce Aristóteles es que con sus “topoi” se pueden probar proposiciones opuestas, ya que las cadenas de razonamiento no parten de afirmaciones admitidas como de valor universal. (En materias sociales y políticas, lo que es bueno o eficaz aquí y ahora, no lo será en otro lugar o en otro momento).
El orador que utiliza razonamientos no honrados daña a la Polis
Dado el carácter eminentemente “deslizante” de la verdad en el dominio de la praxis política, dos personas pueden aportar sus pruebas y razones a favor de proposiciones totalmente contradictorias. Con el agravante de que una de estas personas puede inducir a error al pueblo.
En lo científico todo el mundo tiene derecho a aportar sus ideas; en la retórica es fundamental que sea una persona recta la que aporte las ideas. (El ethos es esencial). Aristóteles piensa que se ha de exigir del orador político, que instruye al pueblo con su oratoria, que haga un uso correcto de la argumentación. La moralidad es requisito indispensable para el buen uso de la oratoria en política.
La virtud en la retórica consiste precisamente en emplearla bien y para el bien. Aristóteles considera virtuoso a aquel que sabe encontrar y dar consejos correctos.
Pero cuando el orador se desentiende de la connotación moral de los medios que utiliza y trata únicamente de llegar a sus fines, la retórica deja de ser un arte que construye el equilibrio y el bienestar de la Polis. La retórica no debe ser una profesión al margen y fuera del control de la ética, como es el arte de la ingeniería.
Dice Aristóteles: Todo orador desea ganar. El problema con los sofistas es que no tienen otra finalidad que la de ganar, sea como sea.
Virtud y democracia
La competición retórica funciona bien en la Polis virtuosa y es un mecanismo indispensable para la búsqueda colectiva del bien general. La aportación de todo orador es aceptable y puede ser positiva con tal de que sea moral en su contenido y en su forma.
Por el contrario, la competición sola y por sí misma no produce la Polis virtuosa. (Es lo que quisieran hacernos creer los que usan y abusan del concepto de democracia. Ver De la démocratie en Amérique. Tocqueville).
No se trata de un libre mercado de ideas, en el que vendedor más hábil ofrezca la garantía de la verdad por el hecho de saber cómo ganar.
Aristóteles conocía y sabía…
Aristóteles conocía las durísimas luchas que el pueblo ateniense sostuvo durante más de un siglo por conseguir el triunfo de la democracia y por defenderla frente a los oligarcas, frente a los persas y frente a los espartanos.
Aristóteles sabía que pocos decenios antes de que él escribiese la Retórica, un gran debate político tuvo lugar en Atenas entre Alcibíades y Nikias, si creemos al historiador Tucídides. Ganó Alcibíades con ardides y mentiras y arrastró al pueblo de Atenas al colosal desastre de Siracusa en Sicilia y finalmente a la posterior caída ante Esparta. (Tucídides lo describe de maravilla en su libro La guerra del Peloponeso. Recomiendo la lectura de esta deliciosa obra histórica).
Para preservar la democracia de la corrupción del discurso envenenado, el proyecto principal de Aristóteles en la Retórica es poner de relieve la fuerza (energeia) del discurso racional. Moralizar con ello la actividad de los políticos cuyo trabajo consiste en influenciar las ideas y modelar las creencias del pueblo. Reducir el uso execrable de tácticas que no son honradas y el abuso de las emociones y pasiones del pueblo. Demostrar cómo el logos -la racionalidad en el discurso- , y el ethos- la honradez en el razonamiento- se necesitan mutuamente.
El razonamiento necesita la virtud para razonar por el bien de la Polis, y la virtud necesita el concurso de la inteligencia para saberse orientar hacia las finalidades correctas.
Tres ideas para concluir
1) Hay algo de utopía al aplicar las ideas de Aristóteles al complicadísimo ejercicio de la democracia en nuestros tiempos. El desarrollo de la moralidad y de la inteligencia de los pueblos no va de par con el formidable poder que dan a los políticos los medios de comunicación especialmente la televisión.
2) El telespectador crítico debiera sentarse ante la pantalla con el ánimo de buscar racionalidad, objetividad y verdad, y no para ver un combate de boxeo, o un partido de fútbol en el que su equipo favorito gane.
3) En el trasfondo de la cuestión hay una pregunta que se impone: la de saber si el formato actual del debate televisivo sirve realmente para que el telespectador llegue a posicionarse racionalmente. La respuesta podría ser positiva y hasta muy positiva. Pero sólo a costa de un gran esfuerzo que tal vez no todos los espectadores estén dispuestos a realizar.
Blas Lara
Lunes, 3 de Marzo 2008 - 06:38
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Blas Lara
Actividades profesionales ejercidas: Catedrático de la universidad de Lausanne, Jefe del departamento de Informática, Investigación Operativa y Estadística de Nestlé (Vevey). Libros principales: The boundaries of Machine Intelligence; La decisión, un problema contemporáneo; Negociar y gestionar conflictos.
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