NEGOCIACIÓN: Blas Lara
Habíamos dicho
En artículos precedentes presenté las razones para no emitir fácilmente juicios morales reprobatorios sobre la conducta del Otro. Resumo los argumentos:
o Nuestras percepciones de las situaciones que sometemos a juicio nos pueden engañar y mucho más nuestras interpretaciones de los comportamientos humanos.
o Al emitir un juicio moral estamos implicando la preexistencia de premisas de moralidad universal. ¿Qué justificación tienen esas leyes? La filosofía analítica niega que puedan validarse y justificarse científicamente tales premisas o proposiciones de valor universal.
o El sentido de la moralidad bien pudiera ser un producto de la evolución que selecciona grupos con mayor fitness social. De ahí viene para algunos la tentación nihilista puesto que el Bien y el Mal serían meros constructos de las sociedades humanas.

Mal e injusticia
En un email, comentando el artículo “De lo justo y de lo injusto” publicado en este blog, un analista programador me describe su desagradable situación:
Únicamente estoy intentando comprender mi situación... me acaban de notificar
hoy que me quieren echar de mi casa (piso compartido, 3 años en el, con mucha
historia y pocas ganas de escribir) en un plazo de 15 días... Soy analista-programador no puedo dormir... Sería justo encontrar una situación justa para todos... pero sin injusticia no existe justicia
.

Esperando haber entendido bien a este lector, y con la mayor modestia y el mayor respeto por su situación personal, preciso que la posición relativista no implica que yo niegue la existencia de las categorías bien y mal, justicia e injusticia. No es eso lo que pretendo decir.
Relativista es su posición: Sería justo encontrar una situación justa para todos... pero sin injusticia no existe justicia.

Existe el mal, no sabemos muy bien por qué, pero existe y no lo podemos evitar. Existe de muchas maneras. Desde las catástrofes naturales, hasta la enfermedad y la muerte.
Existe otra forma de mal que es la injusticia de los humanos- la que depende de nosotros. Quisiéramos atenuarla, poniendo filosofía y religión en la inteligencia y el corazón de los hombres y creando instituciones que administren la justicia. Pero nunca llegaremos a eliminarla.

Adentrándose en los problemas: las interrogaciones nihilistas

A propósito de las injusticias. ¿Y si fueran puramente artificiales todas esas barreras que el sentido de la justicia nos interpone para limitar nuestra libertad de decisión y de acción? ¿Y si las reglas morales fueran últimamente una invención para domesticar al individuo en beneficio de otros? Es decir, si no fueran otra cosa más que pura convención y artificio; o a lo más, producto de un mero contrato social implícito. Y por consiguiente algo movedizo y adaptable según las épocas y las culturas. ¿Por qué razón última, de orden metafísico, tendrían que existir unas reglas inmutables y permanentes que limiten nuestra libertad?

Otra pregunta respecto a la justificación social de esas supuestas reglas morales. ¿Por qué hemos de ser ingenuos optimistas y admitir que el mundo tiene que perfeccionarse y ser mejor? ¿No es un vano pataleo infantil? ¿Y si la historia de la sociedad humana no fuera sino los avatares aleatorios de entrechoques de ambiciones e intereses personales? ¿Y si la vida y la sociedad humanas, que distan mucho de ser perfectas, hubiesen sido diseñadas no para estar bien hechas, cuando podían haber sido bien hechas, es decir, sin injusticias, sin tragedias, sin dolor? ¿Es Dios el otro nombre del Azar?

Como tantas otras veces la palabra, o el pretexto, “Dios” se nos cruza de nuevo en el camino de nuestras interrogaciones fundamentales, a modo de respuesta universal, cuando no hay ya otra salida para la mente que busca razón y sentido de las cosas. Dios como llave passe-partout ante el absurdo, ante el abandono radical y la derelición heiderggeriana, propia de la condición del hombre.

De nuevo, religiones y filosofías nos vienen a responder con el recurso (¿fácil?) a la Trascendencia, tabla de salvación en el mar sin fondo del nihilismo. Las antiguas culturas politeístas inventaban divinidades para explicar las fuerzas desconocidas de la naturaleza. La revolución de la filosofía racional griega consistió precisamente en desalojar el Olimpo de sus inquilinos, para instalar a la Razón. (Como hizo simbólicamente la Revolución francesa con la diosa Razón). Con la racionalización, núcleo del proyecto de la cultura de occidente, el mundo se tornó menos fácil, más problemático. Quiero recordar que fue Herodoto quien decía que los egipcios eran felices porque encontraban dioses hasta en los huertos para explicar el crecimiento de las lechugas. Sócrates fue acusado de ateísmo. El pueblo que vivía tranquilo y libre de preguntas, se halló desamparado cuando quisieron privarle de sus mitos religiosos, intelectualmente cómodos.

Al plantearnos las interrogaciones radicales, no ya sobre los orígenes de los volcanes y las tempestades como los antiguos, sino sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto y sus fundamentos, quizás nosotros tendríamos que aceptar el vacío y el absurdo, quieta y pacíficamente, como hipótesis incuestionables. Y desechar como impertinentes esas interrogaciones tan fundamentales, aceptando mansamente y de una vez por todas el sinsentido de la existencia. Esa es la tentación nihilista.
Si destapamos las preguntas que plantea el nihilismo radical es porque estas preguntas tienen un valor dialéctico: tienen el gran mérito de la pedagogía de lo extremo, en la medida en que nos aproximan a una conclusión menos ingenua, más elaborada que la de la doxa común.

Nihilismo y relativismo moral

Claramente se ve que las actitudes que derivan del nihilismo radical serían excesivas. No hay que mezclar nihilismo y relativismo moral. El relativismo moral tiene una mala fama inmerecida, porque se le confunde con el nihilismo. El nihilista niega todo valor por el hecho mismo de la relatividad de esos valores. El nihilismo conduce en el mejor de los casos a la inmovilidad y a la parálisis para la acción. En el peor, al cinismo y a la amoralidad declarada.

¿Puede responder el relativismo a las que hemos llamado interrogaciones radicales?
El relativista comparte el escepticismo del nihilista y se confronta con las mismas interrogaciones radicales. No cierra los ojos, pero adopta una actitud positiva y pragmática, como el utilitarismo. El relativista determina sus propios valores sin tenerse que referir necesariamente a normas impuestas desde exterior y que todo el mundo debe reconocer.
Todo el mundo comprende que la Justicia es una necesidad para el orden y la estabilidad de la sociedad. Todo el mundo está de acuerdo en que la injusticia existe, y que la malicia existe entre los hombres. Las atrocidades cometidas en el siglo XX, el siglo de mayor desarrollo del saber humano, nos lo ha demostrado ampliamente que no porque sepamos más somos mejores y poseemos valores más altos.

Nihilismo y relativismo son dos posiciones diferentes que divergen en reconocer la necesidad de plantearse el problema metafísico del bien y el mal. Para el relativista la dimensión metafísica está hueca y vacía, simplemente no interesa. Prefiere definitivamente las realidades sociales concretas y espesas de Feuerbach o Marx a las telas de araña de Hegel, de que hablaba Nietzsche.

Conclusiones
• No creo que desde el punto de vista de la Teoría de la negociación sea preciso ser nihilistas para abstenernos de dogmatismos condenatorios prematuros que dan malos resultados para la buena marcha de una negociación, y para la interacción humana en general. Nos basta con un relativismo gnoseológico y moral razonable.
• La condena moral de una persona o un acto, supone como premisa una ley moral universal.
• Sin embargo no se puede condenar siempre y en cada caso, entre otras razones por relativismo gnoseológico. No lo sabemos todo en cada situación. (No podemos condenar el aborto en cada caso particular).
• El dogmatismo es simplista y por eso está destinado al consumo de las multitudes. El esquema de los buenos y los malos de las películas americanas funcionó comercialmente porque correspondía al simplismo de las masas y a su manera de ser. Otro tanto se puede decir de todas las formas de dogmatismo ingenuo.

Hay raras situaciones que son muy claras, en las que bien y mal, la justicia y la injusticia, están de una sola parte de la contienda. Constituyen casos extremos y, en la vida real, son probablemente la excepción. (Se encontraron razones para justificar y razones para condenar los bombardeos de Dresden, Berlin, Hiroshima y Nagasaki ).

En la mayoría de los casos existen los pros y los contras de cada posición antagónica. El lector de este blog dice... Sería justo encontrar una situación justa para todos... pero sin injusticia no existe justicia. Es en esos dominios confusos, donde no todo es luz ni todo sombra, donde tenemos que debatirnos y situar nuestras decisiones ante los dilemas éticos del cada día.

Las situaciones ambiguas son hoy frecuentes en particular en la práctica de la medicina y en la investigación médica y biológica, (ejemplo no único, la cuestión de las células madres), dominios en que además deberes y derechos entran en conflicto.
Para un nihilista, todo se vale, todo es igual. Mi tesis, sin embargo, no excluye la existencia de valores y de un último sentido de lo moral, cuya permanencia atraviesa los tiempos y las culturas.
Que su fundamento venga de Dios directamente, como quieren la filosofía tradicional y Kant, o que venga de la Razón Universal indirectamente a través de la selección genética, me parece casi una querella bizantina. Al fin y al cabo Dios no creó el universo en siete días, sino que sigue creándolo día tras día, al par que se despliega el tiempo y al compás de la evolución. Así se esfuma tal vez el conflicto de las ideologías antagónicas y quedamos todos tranquilos. Porque esos puntos de vista aparentemente contradictorios, no son en definitiva sino organizaciones ligeramente diferentes de las redes de configuraciones neuronales en el cerebro de cada uno.

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Blas Lara Miércoles, 22 de Abril 2009 - 10:39



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Blas Lara
Blas Lara
Actividades profesionales ejercidas: Catedrático de la universidad de Lausanne, Jefe del departamento de Informática, Investigación Operativa y Estadística de Nestlé (Vevey). Libros principales: The boundaries of Machine Intelligence; La decisión, un problema contemporáneo; Negociar y gestionar conflictos.

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