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Unas reflexiones sobre nuestro posicionamiento ante el dolor ajeno
Las escenas que nos llegan estos días de Haití nos parten el corazón. En la televisión asistimos al horror de las muertes de tantas víctimas inocentes. Tanto dolor y tanto sufrimiento entre los supervivientes.
Cierto es que la pantalla determina una distancia aséptica entre esas espantosas realidades y
el espectador, que no las llega a interiorizar como cuando se siente el sufrimiento de cerca, en un contacto inmediato, carnal con la situación. Además nos defendemos por instinto, nos salen callos en la sensibilidad, porque hay que preservarse del dolor ajeno, como lo hacen médicos y enfermeras en el hospital.
Seguramente,nada tienen en común los hombres de nuestra refinada época con el populacho que abarrotaba los circos romanos para asistir a espectáculos horrendos hasta cien veces en un año (en tiempos de Tito). Ni tenemos nada en común con nuestros no tan lejanos antepasados que asistían en las plazas públicas a las torturas y ejecuciones de criminales, herejes y brujas.
Vigilemos de cerca la naturaleza humana.
¿No hay también una oscura y malsana complacencia en ver sobre pantalla el sufrimiento ajeno, como se ve el temporal de nieve, bien calentito a través de las ventanas? (¡Gracias a Dios, no soy yo el que padece!).
Quizás sea aún más ignominioso el poner en escena el dolor ajeno, el utilizarlo para ganar dinero.
Hay quien se sirve del dolor y el sufrimiento humano como artificio televisivo, literario o cinematográfico para impactar al lector o espectador. Hay algo intrínsecamente malvado, y ética y estéticamente repugnante en la exhibición de la sangre y la tortura, como sucede, por dar un ejemplo, en la película La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Y por supuesto en tantas series de televisión, que hacen estragos más profundos en los jóvenes que los pudiera hacer el cine erótico. Finalmente la pornografía no muestra sino una animalidad de los humanos, comparable a la de los perros que ya ven los niños en las calles del pueblo o en el campo.
Pocas cosas hay tan insoportables como asistir impotente al dolor crónico intenso de una persona muy querida. Hay momentos en los que enfrentarse al dolor, está muy lejos de ser una cuestión meramente filosófica. Si hasta hoy el problema no nos ha tocado de cerca directa o indirectamente, es muy probable que un día nos llegue.
Rebeldes ante el dolor, ¿hay alguna respuesta que nos alivie el alma?
Yo he visto morir ante mis ojos la persona más inocente y más limpia que he jamás conocido. Una persona totalmente ajena de egoísmo, siempre consagrada al servicio de los demás. Murió como muere un cordero, como si se le fuera degollando lentamente y con refinamiento, para sacarle y recoger poco a poco su sangre. ¡Qué obscenidad tan inútil! ¿Dónde está, dónde puede estar el sentido?
La reflexión central es ésta: Yo hubiera diseñado para los seres que quiero un mundo sin dolor. Para empezar, sin el dolor innecesario en el parto al llegar a este mundo. Y aún más absurdo es el dolor al dejarlo con la muerte.
¿Por qué razón? No me basta ni mucho menos con la explicación, aunque sea verdadera, de que el dolor es un mecanismo de defensa y preservación de la vida. Pero ¿y cuando se acerca la muerte? El dolor es un sinsentido total, física y metafísicamente escandaloso.
La Iglesia se ha opuesto desde hace siglos a la supresión del dolor. Hasta lo ha sacralizado.
Recuerdo haber leído que el descubridor de la morfina, Friedrich Sertürner, a principios del XIX, fue expulsado del cuerpo médico en Westfalia por haber empleado este derivado del opio para aliviar a sus pacientes. Otro ejemplo célebre en la historia de la Medicina: los clérigos calvinistas escoceses condenaron a Simpson, a mediados del XIX, por utilizar el cloroformo para ayudar al parto. Porque Dios dice en la Biblia a la mujer:"Parirás con dolor".
Nosotros mismos hemos oído en las prédicas espirituales hablar del valor redentor del sufrimiento, y de las prácticas ascéticas de cilicios y de disciplinas. ¡Cuántas absurdas tonterías, se han atribuido a la voluntad divina cuando quizás sean reminiscencias de mitos sacrificiales antiguos! ¿Cómo se imagina esta gente a Dios? ¿Qué placer puede encontrar Dios en que los hombres sufran?
Hoy es teóricamente posible la erradicación del dolor físico. Ya sabemos lo que es el dolor. Conocemos con bastante profundidad la compleja bioquímica y fisiología de transmisión de señales asociadas al dolor. Desde las estimulaciones nociceptivas, origen del dolor, hasta la estación final neocortical y, entre ambas, la totalidad del trayecto. Y lo que es verdaderamente importante, conocemos una larga serie de analgésicos potentes y muy eficaces.
Reclamo prioridad absoluta en los hospitales al tratamiento del dolor y en especial a los inadmisibles dolores terminales que preceden la muerte.
¿En nombre de qué pretendida voluntad divina hay aún quien está en contra de suprimir el dolor aunque con ello se acorte la vida? Revisemos la solidez de los argumentos de los que están en contra de la muerte voluntaria, en cualquier circunstancia, siempre, incondicionalmente. Es una cuestión que se ha de examinar sin prejuicios y con mucha honradez intelectual.
Los que tienen prejuicios morales, lean las Cartas a Lucilio de Séneca, el "Seneca saepe noster", que decían Tertuliano y tan alabado fue por los cristianos del siglo II.
Buscaré para otra vez la cita precisa de Séneca, porque vale la pena leer la carta. Y continuaré escribiendo sobre el sufrimiento psicológico, prolongando la reflexión sobre el sentido y el sinsentido de esta otra forma de dolor.
Cierto es que la pantalla determina una distancia aséptica entre esas espantosas realidades y
el espectador, que no las llega a interiorizar como cuando se siente el sufrimiento de cerca, en un contacto inmediato, carnal con la situación. Además nos defendemos por instinto, nos salen callos en la sensibilidad, porque hay que preservarse del dolor ajeno, como lo hacen médicos y enfermeras en el hospital.
Seguramente,nada tienen en común los hombres de nuestra refinada época con el populacho que abarrotaba los circos romanos para asistir a espectáculos horrendos hasta cien veces en un año (en tiempos de Tito). Ni tenemos nada en común con nuestros no tan lejanos antepasados que asistían en las plazas públicas a las torturas y ejecuciones de criminales, herejes y brujas.
Vigilemos de cerca la naturaleza humana.
¿No hay también una oscura y malsana complacencia en ver sobre pantalla el sufrimiento ajeno, como se ve el temporal de nieve, bien calentito a través de las ventanas? (¡Gracias a Dios, no soy yo el que padece!).
Quizás sea aún más ignominioso el poner en escena el dolor ajeno, el utilizarlo para ganar dinero.
Hay quien se sirve del dolor y el sufrimiento humano como artificio televisivo, literario o cinematográfico para impactar al lector o espectador. Hay algo intrínsecamente malvado, y ética y estéticamente repugnante en la exhibición de la sangre y la tortura, como sucede, por dar un ejemplo, en la película La Pasión de Cristo de Mel Gibson. Y por supuesto en tantas series de televisión, que hacen estragos más profundos en los jóvenes que los pudiera hacer el cine erótico. Finalmente la pornografía no muestra sino una animalidad de los humanos, comparable a la de los perros que ya ven los niños en las calles del pueblo o en el campo.
Pocas cosas hay tan insoportables como asistir impotente al dolor crónico intenso de una persona muy querida. Hay momentos en los que enfrentarse al dolor, está muy lejos de ser una cuestión meramente filosófica. Si hasta hoy el problema no nos ha tocado de cerca directa o indirectamente, es muy probable que un día nos llegue.
Rebeldes ante el dolor, ¿hay alguna respuesta que nos alivie el alma?
Yo he visto morir ante mis ojos la persona más inocente y más limpia que he jamás conocido. Una persona totalmente ajena de egoísmo, siempre consagrada al servicio de los demás. Murió como muere un cordero, como si se le fuera degollando lentamente y con refinamiento, para sacarle y recoger poco a poco su sangre. ¡Qué obscenidad tan inútil! ¿Dónde está, dónde puede estar el sentido?
La reflexión central es ésta: Yo hubiera diseñado para los seres que quiero un mundo sin dolor. Para empezar, sin el dolor innecesario en el parto al llegar a este mundo. Y aún más absurdo es el dolor al dejarlo con la muerte.
¿Por qué razón? No me basta ni mucho menos con la explicación, aunque sea verdadera, de que el dolor es un mecanismo de defensa y preservación de la vida. Pero ¿y cuando se acerca la muerte? El dolor es un sinsentido total, física y metafísicamente escandaloso.
La Iglesia se ha opuesto desde hace siglos a la supresión del dolor. Hasta lo ha sacralizado.
Recuerdo haber leído que el descubridor de la morfina, Friedrich Sertürner, a principios del XIX, fue expulsado del cuerpo médico en Westfalia por haber empleado este derivado del opio para aliviar a sus pacientes. Otro ejemplo célebre en la historia de la Medicina: los clérigos calvinistas escoceses condenaron a Simpson, a mediados del XIX, por utilizar el cloroformo para ayudar al parto. Porque Dios dice en la Biblia a la mujer:"Parirás con dolor".
Nosotros mismos hemos oído en las prédicas espirituales hablar del valor redentor del sufrimiento, y de las prácticas ascéticas de cilicios y de disciplinas. ¡Cuántas absurdas tonterías, se han atribuido a la voluntad divina cuando quizás sean reminiscencias de mitos sacrificiales antiguos! ¿Cómo se imagina esta gente a Dios? ¿Qué placer puede encontrar Dios en que los hombres sufran?
Hoy es teóricamente posible la erradicación del dolor físico. Ya sabemos lo que es el dolor. Conocemos con bastante profundidad la compleja bioquímica y fisiología de transmisión de señales asociadas al dolor. Desde las estimulaciones nociceptivas, origen del dolor, hasta la estación final neocortical y, entre ambas, la totalidad del trayecto. Y lo que es verdaderamente importante, conocemos una larga serie de analgésicos potentes y muy eficaces.
Reclamo prioridad absoluta en los hospitales al tratamiento del dolor y en especial a los inadmisibles dolores terminales que preceden la muerte.
¿En nombre de qué pretendida voluntad divina hay aún quien está en contra de suprimir el dolor aunque con ello se acorte la vida? Revisemos la solidez de los argumentos de los que están en contra de la muerte voluntaria, en cualquier circunstancia, siempre, incondicionalmente. Es una cuestión que se ha de examinar sin prejuicios y con mucha honradez intelectual.
Los que tienen prejuicios morales, lean las Cartas a Lucilio de Séneca, el "Seneca saepe noster", que decían Tertuliano y tan alabado fue por los cristianos del siglo II.
Buscaré para otra vez la cita precisa de Séneca, porque vale la pena leer la carta. Y continuaré escribiendo sobre el sufrimiento psicológico, prolongando la reflexión sobre el sentido y el sinsentido de esta otra forma de dolor.
Blas Lara
Jueves, 14 de Enero 2010 - 19:20
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Blas Lara
Actividades profesionales ejercidas: Catedrático de la universidad de Lausanne, Jefe del departamento de Informática, Investigación Operativa y Estadística de Nestlé (Vevey). Libros principales: The boundaries of Machine Intelligence; La decisión, un problema contemporáneo; Negociar y gestionar conflictos.
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