¿Puede haber acto creativo sin emoción? ¿Qué relación existe entre emociones y creatividad? A través de las emociones nos sentimos en armonía y ‘sintonizamos’ con nuestro propio ser y en nuestras relaciones inter-personales. Nos disociamos al experimentar emociones destructivas o cuando entra en conflicto lo que pensamos con lo que sentimos y el modo en que actuamos. Las emociones impregnan nuestra existencia y aunque hay cierto empeño en ignorarlo... son determinantes en la vida diaria de las escuelas, en el ‘clima del aula’, en cómo se enseña y se aprende y en dejar fluir (o no) la creatividad. Comparto algunas reflexiones en torno a estos temas, surgidas a partir de un artículo que publiqué recientemente en la obra colectiva 'Educar con emoción'.
La educación está prestando cada vez mayor atención a la influencia de las emociones en el aprendizaje y al desarrollo de la capacidad creativa. Muchos docentes queremos ayudar y orientar a los estudiantes para que desarrollen su creatividad, a que 'piensen creativamente' y ejerciten 'maneras creativas de pensar'. En suma: a desarrollar la competencia creativa. Por otra parte, hay una imperiosa necesidad de enseñarles a gestionar y dominar sus emociones, desarrollar su competencia emocional. Los menos optimistas dirán que ni una ni otra están todavía presentes en la mayoría de las escuelas y se trata más bien de una visión idílica o restringida a experiencias pioneras en algunos sitios, como el auge del mindfulness en muchos colegios. En estas actividades la creatividad parece estar ausente y el propósito es trabajar aspectos emocionales, 'educar' para focalizar la atención y la toma de conciencia del momento presente (aquí un ppt sobre el tema). En parte esta resistencia es entendible, si tenemos en cuenta que la educación formal gira en torno a la calificación de los alumnos (o a lo sumo una visión muy restringida y sui generis de evaluación). ¿Cómo se evalúa y/o califica a un alumno en competencias que se perciben como algo 'intangible' desde el punto de vista del currículum?
Pero en mi opinión la cuestión va más allá; emociones y creatividad aparecen en una telaraña de términos como mente, conciencia, cognición, sentimientos, intuición (insight), motivación e inteligencias múltiples… y esto produce bastante confusión. Pese a los avances experimentados en neurobiología y ciencias cognitivas y a que cada día nos sorprenden nuevos conocimientos acerca del funcionamiento de nuestro cerebro, no existe aún consenso en estos temas. Basta dar una vuelta por webs como The Organization for Human Brain Mapping, establecida en 1995, o del ambicioso Human Brain Project (Proyecto Cerebro Humano) que arrancó en el año 2013. Un claro ejemplo es lo que está costando erradicar el extendido mito de la creatividad asociada al hemisferio derecho, considerado el 'lado' cerebral creativo y emocional, del 'pensamiento divergente'...por oposición al hemisferio izquierdo, que nos arrastra a la tiranía de la racionalidad, la lógica y el 'pensamiento convergente'.
No existe un ‘lado creativo’ del cerebro y no es posible educar separando pensamiento y emoción
Ambas formas de pensar, convergente y divergente existen, pero no están 'tan localizados' como se afirmaba. No existe un 'dominio del cerebro derecho' que afecte a la forma en que funciona nuestro cerebro y determine nuestra capacidad creativa. Así lo demuestra una amplia revisión de 60 estudios experimentales realizada por Dietrich y Kanso, quienes llegaron a la conclusión de que 'el pensamiento creativo no parece depender críticamente de cualquier proceso único o región del cerebro' (Dietrich y Kanso, 2010, p. 822). Otra reciente investigación publicada en Tendencias21 reveló que la creatividad depende de las interrelaciones entre ambos lados y, más específicamente, de la intensidad de conexiones entre ambos hemisferios.
En síntesis, el ‘ser creativo’ se encuentra vinculado a funciones complejas que se dan en diferentes lugares de todo el cerebro, incluida las regiones atribuidas a las emociones. También he de decir que soy bastante crítica respecto al surgimiento de una especie de neo-conductismo de base neurobiológica y el ambicioso objetivo del Human Brain Project con su promesa de simular toda la complejidad del cerebro humano mediante supercomputación. Prefiero rescatar una interpretación más poética de la complementariedad entre hemisferios con las que aspiramos a entender esas dos caras llamadas racionalidad e irracionalidad.
' Mucho debo a las Tierras en que crecí
Más aún a las Vidas que me nutrieron
Pero sobre todo a Allah, que me dio
dos lados distintos en mi cabeza.
Mucho reflexiono sobre el bien y la Verdad
en las fes que hay bajo el sol.
Pero sobre todo pienso en Allah,
que me dio dos lados en mi cabeza, no uno.
Antes me quedaría sin camisa ni zapatos,
sin amigos, tabaco o pan
que perder por un minuto
los dos lados distintos de mi cabeza'
Rudyard Kipling
Conviene recordar, además, que la investigación en estos campos es muy incipiente y nos falta mucho por aprender. Como disciplina, comentado en otro post, el estudio de la creatividad se remonta a la década de los 50 y la famosa conferencia que Guilford dio en la Asociación Americana de Psicología, donde la presentó como un instrumento de trabajo relacionado con las capacidades de la mente y las facultades superiores del hombre para transformar la realidad, contribuyendo a la evolución del conocimiento y la cultura. La expresión ‘inteligencia emocional’ fue introducida por Salovey y Mayer recién en 1990, haciéndose popular y adquiriendo gran difusión a partir de las publicaciones de Daniel Goleman (1995, 1999).
Creatividad e inteligencia emocional
Henri Matisse, conocido como el 'pintor de la felicidad', afirmaba que 'sólo vivía para la luz' y cuando trabajaba 'trataba de no pensar, sólo de sentir' y experimentar 'el dolor' del proceso creativo. En esto de confrontar las ideas 'sentidas' con las 'pensadas' también es famosa la frase que dijo Einstein: 'La única cosa realmente valiosa es la intuición'. En la Grecia clásica no existía esta aparente división y la creatividad se asociaba a la inspiración divina proveniente de las musas (hasta 9 tipos diferentes de musas) y a las emociones suscitadas por la música, en ramas del conocimiento que hoy no nos parecen creativas, como la astronomía y la historia.
A pesar de las cavilaciones de Sócrates y Platón sobre el problema del ser humano y su vida anímica, tanto emoción como inteligencia ('facultad de la mente' que permite aprender, entender, razonar, tomar decisiones, resolver problemas y formarse una idea determinada de la realidad) han sido considerados constructos independientes e incluso vistos como antagónicos durante mucho tiempo. En la Edad Media la creatividad era una noción blasfema y en el siglo XIX era un término ignorado, incluso la admiración prodigada a los artistas del Renacimiento no se vinculaba a la creatividad. Hacia el siglo XVIII la psicología sostenía que la mente humana tenía tres partes diferenciadas, la cognición (en la que se enmarca la inteligencia), el afecto (que incluye la emoción) y la conación, que actualmente llamamos motivación (Hilgard, 1980).
Las emociones han sido definidas por Sloman (1981) como procesos neuroquímicos y cognitivos relacionados con la arquitectura de la mente que incluyen la toma de decisiones, memoria, atención, percepción, imaginación. Tampoco hay consenso en cuanto a qué produce las emociones: mientras algunas teorías consideran que los procesos inconscientes son dominantes, otras resaltan la importancia de las decisiones conscientes (LeDoux & Bernal, 1999; Ivcevic et al., 2007). Más allá de las discusiones, se reconoce que las emociones cumplen tres funciones en el desarrollo de la persona:
a) adaptativa, preparando y movilizando al individuo para que pueda responder a las exigencias ambientales,
b) social/expresiva, facilitando su interacción con otros y la creación de redes de apoyo social, y
c) motivacional, orientando su energía hacia una determinada meta o propósito.
Estas funciones se relacionan estrechamente con la creatividad, en el sentido que involucra a la persona que desea ‘crear algo’ ya sea para resolver un problema del medio en el que está inmerso o porque desea transformar ese medio, para lo cual se ‘siente motivado’ y proyecta esa actividad a través de un producto o ‘algo tangible’ que la sociedad recibe y que puede ser aceptado, rechazado o ignorado por los demás.
Fueron Salovey y Mayer (1990) quienes introdujeron el primer modelo de Inteligencia Emocional (IE) integrando las concepciones de inteligencia como capacidad de razonamiento abstracto y la emoción como un conjunto de señales universales que transmiten significados regulares y discernibles sobre las relaciones e interacciones humanas. Definen la IE como un tipo de inteligencia social que se compone de la habilidad de supervisar y entender las emociones propias y de los demás, discriminar entre ellas y guiar el pensamiento y las propias acciones (valorarlas y regularlas). Goleman (1995, p. 3) retoma estas ideas, conceptualizando la inteligencia emocional como ‘la capacidad para reconocer nuestros propios sentimientos, motivarnos y monitorear nuestras relaciones’. Propuso la noción de competencia emocional, que combina habilidades cognitivas con rasgos psicológicos y de personalidad, con un modelo que a su vez comprende un conjunto de competencias que facilitan a las personas la gestión de sus emociones.
Bar-On (2005) agregó a estas dos dimensiones (intrapersonal e interpersonal) una tercera: la gestión del cambio, aludiendo a la capacidad de manejar con eficacia el cambio personal, social y ambiental de una forma realista y flexible, haciendo frente a la situación inmediata para solucionar problemas y tomar decisiones. En la Tabla 1 se sintetizan las teorías más difundidas sobre inteligencia y sus referencias a la inteligencia emocional y la creatividad.
Las emociones han sido definidas por Sloman (1981) como procesos neuroquímicos y cognitivos relacionados con la arquitectura de la mente que incluyen la toma de decisiones, memoria, atención, percepción, imaginación. Tampoco hay consenso en cuanto a qué produce las emociones: mientras algunas teorías consideran que los procesos inconscientes son dominantes, otras resaltan la importancia de las decisiones conscientes (LeDoux & Bernal, 1999; Ivcevic et al., 2007). Más allá de las discusiones, se reconoce que las emociones cumplen tres funciones en el desarrollo de la persona:
a) adaptativa, preparando y movilizando al individuo para que pueda responder a las exigencias ambientales,
b) social/expresiva, facilitando su interacción con otros y la creación de redes de apoyo social, y
c) motivacional, orientando su energía hacia una determinada meta o propósito.
Estas funciones se relacionan estrechamente con la creatividad, en el sentido que involucra a la persona que desea ‘crear algo’ ya sea para resolver un problema del medio en el que está inmerso o porque desea transformar ese medio, para lo cual se ‘siente motivado’ y proyecta esa actividad a través de un producto o ‘algo tangible’ que la sociedad recibe y que puede ser aceptado, rechazado o ignorado por los demás.
Fueron Salovey y Mayer (1990) quienes introdujeron el primer modelo de Inteligencia Emocional (IE) integrando las concepciones de inteligencia como capacidad de razonamiento abstracto y la emoción como un conjunto de señales universales que transmiten significados regulares y discernibles sobre las relaciones e interacciones humanas. Definen la IE como un tipo de inteligencia social que se compone de la habilidad de supervisar y entender las emociones propias y de los demás, discriminar entre ellas y guiar el pensamiento y las propias acciones (valorarlas y regularlas). Goleman (1995, p. 3) retoma estas ideas, conceptualizando la inteligencia emocional como ‘la capacidad para reconocer nuestros propios sentimientos, motivarnos y monitorear nuestras relaciones’. Propuso la noción de competencia emocional, que combina habilidades cognitivas con rasgos psicológicos y de personalidad, con un modelo que a su vez comprende un conjunto de competencias que facilitan a las personas la gestión de sus emociones.
Bar-On (2005) agregó a estas dos dimensiones (intrapersonal e interpersonal) una tercera: la gestión del cambio, aludiendo a la capacidad de manejar con eficacia el cambio personal, social y ambiental de una forma realista y flexible, haciendo frente a la situación inmediata para solucionar problemas y tomar decisiones. En la Tabla 1 se sintetizan las teorías más difundidas sobre inteligencia y sus referencias a la inteligencia emocional y la creatividad.
Desde la educación se está produciendo un importante giro hacia una comprensión más global de la inteligencia como un fenómeno múltiple, al papel de las ‘múltiples’ inteligencias que ‘operan’ en el cerebro; pero incluso va más allá, desafiando nuestra comprensión de las interacciones entre procesos conscientes e inconscientes y nuestro conocimiento sobre la mente y la conciencia, tanto a nivel individual como colectivo. La IE en la actualidad contempla la capacidad del individuo de entender el mundo, para ‘saberse parte de él’ y de los recursos disponibles para actuar sobre él, para poner en práctica su potencial creativo y sobrellevar el cambio como parte del sistema complejo en el que se sitúa.
La creatividad y el fluir (emocional) de la conciencia
A grandes rasgos las interpretaciones sobre la creatividad se han situado durante siglos entre dos grandes vías: racionalismo y romanticismo. Según Sawyer (2011) la visión racionalista sostiene que la creatividad es generada por la mente consciente, como acción deliberada, inteligente y racional, mientras que el romanticismo mantiene que la creatividad se propaga a partir de un inconsciente irracional, donde la deliberación racional interfiere con el proceso creativo. Estas concepciones siguen alimentando las formas de definir la creatividad, con diferentes interpretaciones respecto no sólo a su significado sino a su papel en relación a la inteligencia, las emociones (e inteligencia emocional) y cómo se entiende y se practica desde el punto de vista educativo.
El punto de encuentro está en considerar el pensamiento creativo como la ‘generación de ideas originales, novedosas y útiles’ (Amabile, 1983) asociadas al fluir de la mente, tanto consciente como inconsciente (Csikszentmihalyi, 1998). Las emociones cumplen un papel fundamental, ya que pueden activar la motivación intrínseca y derribar los obstáculos o barreras que impiden el fluir de las ideas.
‘las emociones son en cierto grado los elementos más subjetivos de la conciencia, puesto que sólo uno mismo puede decir si realmente está experimentando amor, vergüenza, gratitud o felicidad’ y a la vez ‘es también el contenido más objetivo de la mente’
Csikszentmihalyi (1998, p. 27)
Csikszentmihalyi sostiene que las personas debemos aprender a fluir, a vivir en la búsqueda de las experiencias que nos permitan vivir en plenitud y desarrollar nuestros talentos y nuestra creatividad. La gestión de las emociones –un conjunto principal de nueve emociones que se reiteran de igual modo en todas las culturas (alegría, cólera, tristeza, miedo, interés, vergüenza, culpabilidad, envidia y depresión)- puede ayudar en ese proceso de dejarse fluir y dejar fluir la creatividad de cada uno, a la vez que resulta clave para la motivación y el aprendizaje. Como educadores, constituye la oportunidad de enriquecer los entornos de aprendizaje y proporcionar experiencias que faciliten a los estudiantes convertirse en líderes de su propia vida y su aprendizaje, así como para ser poderosos agentes de cambio en la sociedad y la cultura. En un presente donde pensamos que hasta los robots son 'seres' emocionales y creativos.
Referencias
Amabile, T.M. (1983). The Social Psychology of Creativity. New York:Springer.
Baas, M., Nijstad, B. A., & De Dreu, C. K. (2015). Editorial: The cognitive, emotional and neural correlates of creativity. Frontiers in Human Neuroscience, 9.
Bar-On, R. M. (2006). The Bar-On model of emotional-social intelligence (ESI). Psicothema, 18(1), 13-25.
Csikszentmihalyi, M. (1996). Creativity: flow and the psychology of discovery and invention . USA:Harper Collins Publishers.
Csikszentmihalyi, M. (1998). Aprender a fluir . Barcelona:Ed. Kairós.
Dietrich, A. & Kanso, R. (2010). A review of EEG, ERP, and neuroimaging studies of creativity and insight. Psychological Bulletin, 136(5):822-848.
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Goleman, D. (1999). La práctica de la inteligencia emocional. Barcelona: Ed. Kairós.
Goleman, D. (2012). El cerebro y la inteligencia emocional.
Hilgard, (1980). The triology of mind: cognition, affection, and conation. Journal of the History of the Behavioral Sciences 16, 107-117.
Ivcevic, Z.; Brackett, M. A. y Maye, J. D. (2007). Emotional Intelligence and Emotional Creativity. Journal of Personality, 75(2), 199-236.
LeDoux, J., & Bernal, I. M. (1999). El cerebro emocional . Bs. As.: Planeta.
Liu, S., Chow, H. M., Xu, Y., Erkkinen, M. G., Swett, K. E., Eagle, M. W. & Braun, A. R. (2012). Neural correlates of lyrical improvisation: an fMRI study of freestyle rap. Nature, Scientific reports, 2.
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Redactado por Mónica Edwards el Viernes, 3 de Marzo 2017 a las 16:29
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Mónica Edwards
Mónica Edwards Schachter es investigadora, educadora, consultora, escritora y emprendedora, aunque prefiere definirse como una mujer apasionada por aprender y compartir proyectos para mejorar el mundo. Doctora Cum Laude por la Universidad de Valencia con la tesis doctoral ‘La atención a la situación del mundo en la educación científica’ (2003) y Especialista en Proyectos de Ingeniería e Innovación por la Universidad Politécnica de Valencia (2006). Es Ingeniera en Electrónica, Licenciada en Matemática y Física y posee Diplomas de pos-grado en Gestión del Conocimiento por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (México) y Planificación, Gestión y Evaluación de Proyectos Educativos (Universidad Nacional de Córdoba, Argentina). Con más de 20 años de experiencia en formación y consultoría, ha participado en más de 20 proyectos de investigación a nivel nacional e internacional. Es autora y co-autora de más de un centenar de publicaciones, entre libros, capítulos de libros y artículos en prestigiosas revistas científicas en temas de innovación tecnológica e innovación social, innovación colaborativa, empoderamiento, living-labs, innovación educativa, educación científica y desarrollo y evaluación de competencias, especialmente creatividad, innovación y emprendimiento. Ha recibido seis distinciones literarias en poesía y en 2004 le fue concedido el segundo premio en el Concurso de Ensayo Manuel Castillo (patronato Nord-Sud de la Universidad de Valencia) con la obra “Redes para la Paz”, publicado en 2007 por el Seminario Gallego de Educación para la Paz y la Fundación Cultura de Paz.
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