El jardín de las hadas (all-fre-phtos.com)
En un hermoso jardín, de un país llamado Ilusión, vivía feliz una pequeña hada. Adda, que así se llamaba nuestra amiga, estaba siempre muy alegre en su mundo maravilloso, lleno de sensaciones placenteras.
Como cada mañana, al despertar y abrir sus redondos ojos, una linda sonrisa iluminó su preciosa cara. Saltó de la cama, sin pensarlo ni un instante, y se confundió con aquel mundo lleno de colores, sonidos de pájaros, dulces sabores, brisas que envuelven y acarician su cuerpo de hadita: ese era su desayuno de cada día.
Una vez que se sitió preparada para comenzar la jornada, se dirigió, con sus compañeras, a la escuela que las hadas tienen en su mundo, el cual, para que nos situemos, está a la derecha de cualquier camino que emprendamos los humanos, justo al lado de la vieja encina que está plantada en el borde del sendero, la cual guarda, con mucho celo, los secretos de la vida que las hadas le han confiado.
En la escuela, Adda aprendió a conocer el mundo de los niños, donde las hadas son las inspiradoras de lo mágico, de los más hermosos sueños, tal como le decía su maestra, una anciana hada de cabellos blancos y semblante sereno, que desprendía una gran sabiduría, esperanza y amor. Addita sabía que ella sería así también cuando fuese mayor... pero para eso aún quedaba muuucho, mucho tiempo.
Las hadas son las que alientan el espíritu de la infancia humana, decía su maestra, y, continuaba diciendo, mientras existan las hadas los niños y las niñas sabrán jugar; una infancia sin la presencia de las hadas podría hacer perder el espíritu en los adultos. Las hadas permiten que la magia siga alentando la esperanza en el devenir de los seres humanos.
La hada Addita, que es muy inquieta, apenas le faltó tiempo para levantar su mano y pedir la palabra a su maestra, su pregunta resonó en el silencio expectante de la clase: ¿Pero dónde están los niños? ¿Por qué no vamos a conocerlos y a acompañarlos durante su infancia? La maestra la miró con ternura, y con gran tristeza le dijo: ya no se acuerdan que existimos. Siempre que ellos nos llamaban allí estábamos. Los adultos de hoy se han olvidado de cuando eran niños, ya no sueñan con lo imposible, ya no alimentan sus espíritus imaginando mundos sutiles. Piensan que ser felices es tener cosas, muchas cosas, cuántas más mejor.
Por eso, porque no nutren su imaginación, no recurren a la memoria para atraer los mundos invisibles, no les hablan a los niños de ellos para que aprendan a vernos, nos oigan, jueguen con nosotras al escondite, saboreen el néctar de las flores que las hadas cuidamos. A los niños así tratados, todo les parece igual y se cansan pronto de lo que tienen, siempre están buscando nuevas sensaciones, pidiendo nuevos regalos y golosinas, buscan algo que no se halla en esas cosas.
Como cada mañana, al despertar y abrir sus redondos ojos, una linda sonrisa iluminó su preciosa cara. Saltó de la cama, sin pensarlo ni un instante, y se confundió con aquel mundo lleno de colores, sonidos de pájaros, dulces sabores, brisas que envuelven y acarician su cuerpo de hadita: ese era su desayuno de cada día.
Una vez que se sitió preparada para comenzar la jornada, se dirigió, con sus compañeras, a la escuela que las hadas tienen en su mundo, el cual, para que nos situemos, está a la derecha de cualquier camino que emprendamos los humanos, justo al lado de la vieja encina que está plantada en el borde del sendero, la cual guarda, con mucho celo, los secretos de la vida que las hadas le han confiado.
En la escuela, Adda aprendió a conocer el mundo de los niños, donde las hadas son las inspiradoras de lo mágico, de los más hermosos sueños, tal como le decía su maestra, una anciana hada de cabellos blancos y semblante sereno, que desprendía una gran sabiduría, esperanza y amor. Addita sabía que ella sería así también cuando fuese mayor... pero para eso aún quedaba muuucho, mucho tiempo.
Las hadas son las que alientan el espíritu de la infancia humana, decía su maestra, y, continuaba diciendo, mientras existan las hadas los niños y las niñas sabrán jugar; una infancia sin la presencia de las hadas podría hacer perder el espíritu en los adultos. Las hadas permiten que la magia siga alentando la esperanza en el devenir de los seres humanos.
La hada Addita, que es muy inquieta, apenas le faltó tiempo para levantar su mano y pedir la palabra a su maestra, su pregunta resonó en el silencio expectante de la clase: ¿Pero dónde están los niños? ¿Por qué no vamos a conocerlos y a acompañarlos durante su infancia? La maestra la miró con ternura, y con gran tristeza le dijo: ya no se acuerdan que existimos. Siempre que ellos nos llamaban allí estábamos. Los adultos de hoy se han olvidado de cuando eran niños, ya no sueñan con lo imposible, ya no alimentan sus espíritus imaginando mundos sutiles. Piensan que ser felices es tener cosas, muchas cosas, cuántas más mejor.
Por eso, porque no nutren su imaginación, no recurren a la memoria para atraer los mundos invisibles, no les hablan a los niños de ellos para que aprendan a vernos, nos oigan, jueguen con nosotras al escondite, saboreen el néctar de las flores que las hadas cuidamos. A los niños así tratados, todo les parece igual y se cansan pronto de lo que tienen, siempre están buscando nuevas sensaciones, pidiendo nuevos regalos y golosinas, buscan algo que no se halla en esas cosas.
Addita (pixabay.com)
Aquella noche Addita no pudo dormir pensando en lo que habría que hacer para volver a estar en el mundo de los humanos, para volver a inspirar la infancia de los niños, para que todos, niños y mayores, volvieran a jugar, cantar, contar cuentos, reír, mirarse a los ojos, hablar de lo que sentían, tocarse con cariño... Al levantarse, su rostro estaba muy serio, pero en sus ojos había una brillante chispa de determinación.
Como la hada Addita es una hada muy revoltosa, aquella mañana consiguió poner al pacífico mundo de las hadas alborotado. Iba de un lado para otro, llamando a todas las puertas, hablando con todas sus compañeras, había que hacer algo, y ella proponía el qué: "¡los niños harán volver a las hadas que se han ido porque nadie las llama, no hay que esperar más!”... ¿Cómo?, le preguntaban todas, si los humanos no recuerdan. “Las hadas han de ir en su busca”, respondía. Esa era su brillante idea.
Tanto, tanto insistió que, al atardecer de ese día, ya había conseguido que todas las hadas estuvieran reunidas debatiendo los pros y los contras de semejante proyecto. Era de noche cuando tomó la palabra la anciana maestra de nuestra amiga Addita, sus palabras emocionaron a toda la asamblea: muy bien, pese a que los seres humanos no nos llaman, el mundo de los niños no se puede quedar sin nuestra presencia, por lo tanto, el Reino de las Hadas ha decidido que va a ayudar a despertar a los humanos, esto iba a suponer un gran esfuerzo, pero si no se hacía los niños perderían su sonrisa, había que evitarlo urgentemente.
Ahora bien, continuo la venerable anciana, como esta decisión que hemos tomado ha sido impulsada por la hada Addita, será ella la que primero vaya como nuestra mensajera, para ello recibirá una pequeña ayuda. Consultados nuestros archivos, prosiguió, hemos encontrado a una familia cuyos adultos tienen, aún, algunos recuerdos, con ellos ha de empezar a trabajar.
Addita puso cara de sorpresa, esto no se lo esperaba, menuda tarea me había caído, pensó, pero no se acobardó. Según lo que sabía, el cometido de las hadas era ayudar a los humanos a sentir, a comprender el verdadero significado de la palabra felicidad. Así pues, con estos sencillos conocimientos, se despidió de sus compañeras y se fue hacia el lugar señalado, en busca del primer niño que iba a conocer, y tras apuntar en una de sus alas la dirección que le habían dado.
Como la hada Addita es una hada muy revoltosa, aquella mañana consiguió poner al pacífico mundo de las hadas alborotado. Iba de un lado para otro, llamando a todas las puertas, hablando con todas sus compañeras, había que hacer algo, y ella proponía el qué: "¡los niños harán volver a las hadas que se han ido porque nadie las llama, no hay que esperar más!”... ¿Cómo?, le preguntaban todas, si los humanos no recuerdan. “Las hadas han de ir en su busca”, respondía. Esa era su brillante idea.
Tanto, tanto insistió que, al atardecer de ese día, ya había conseguido que todas las hadas estuvieran reunidas debatiendo los pros y los contras de semejante proyecto. Era de noche cuando tomó la palabra la anciana maestra de nuestra amiga Addita, sus palabras emocionaron a toda la asamblea: muy bien, pese a que los seres humanos no nos llaman, el mundo de los niños no se puede quedar sin nuestra presencia, por lo tanto, el Reino de las Hadas ha decidido que va a ayudar a despertar a los humanos, esto iba a suponer un gran esfuerzo, pero si no se hacía los niños perderían su sonrisa, había que evitarlo urgentemente.
Ahora bien, continuo la venerable anciana, como esta decisión que hemos tomado ha sido impulsada por la hada Addita, será ella la que primero vaya como nuestra mensajera, para ello recibirá una pequeña ayuda. Consultados nuestros archivos, prosiguió, hemos encontrado a una familia cuyos adultos tienen, aún, algunos recuerdos, con ellos ha de empezar a trabajar.
Addita puso cara de sorpresa, esto no se lo esperaba, menuda tarea me había caído, pensó, pero no se acobardó. Según lo que sabía, el cometido de las hadas era ayudar a los humanos a sentir, a comprender el verdadero significado de la palabra felicidad. Así pues, con estos sencillos conocimientos, se despidió de sus compañeras y se fue hacia el lugar señalado, en busca del primer niño que iba a conocer, y tras apuntar en una de sus alas la dirección que le habían dado.
(pxhere.com)
Pronto descubrió, en un lugar de las afuera de una ciudad, una casa que destacaba entre todas porque en su jardín había una vieja encina. Esa debe ser, sin dudas la que yo busco, se dijo para sí, y revoloteó un rato alrededor de ella para conocer a las flores, a los pájaros y a los insectos que poblaban los exteriores de aquel hogar que le habían recomendado. La impresión que le causó todo lo que vio fue buena, y reforzó la decisión de entrar en contacto con el niño de aquella familia.
Se asomó a una de las ventanas del piso alto. Allí había un niño que se entretenía pulsando botones de colores de unos artefactos que ella desconocía. Nunca le habían hablado de aquellos objetos que aquel niño tenía y que le hacían estar, silencioso y concentrado, ante una pantalla en la que se movían formas planas.
Aquellos objetos, que tanta atención requerían del niño, tenían distintos tamaños: uno era grande y estaba colocado sobre una mesa, y otro era pequeño y lo sostenía en sus manos.
Addita continuó observando un rato. En las pequeñas pantallas sucedían cosas: se movían personajes que parecían humanos, pero que no se podían tocar, ni oler; que contaban historias que no vivían; que les sucedían múltiples cosas a la vez: lloraban, reían, cantaban, discutían o narraban sucesos tratando de explicar una realidad incomprensible para ella.
De pronto, se abrió la puerta y apareció la madre del niño. Ésta echó una mirada a la ordenada habitación, miró también al niño delante de su pantalla, y, sin decir nada, salió cerrando tras de sí la puerta.
Addita no entendía nada. Aquello no se lo esperaba. ¿Cómo iba a hacer su trabajo si no tenía la posibilidad de contactar con el niño, el cual estaba tan absorto con aquello que no podía ser un juguete.
Porque los juguetes, según ella sabía, permitían entender el lenguaje con el que hablan las hadas y los niños. Así que algo desanimada, con las alas caídas, se volvió a la escuela a contarle a su maestra la experiencia que había vivido aquel día.
Su maestra parecía esperarla. Con mucho amor le invitó a hablar. Adda sólo supo decir: no sé como podré despertarle; no sé como lograr que entre en contacto con el mundo de las hadas.
La anciana hada le respondió, como solía hacer en los momentos solemnes, con una frase que conmovía los cimientos de la memoria ancestral: para despertar hay que dormir; para dormir hay que tener el cuerpo cansado y para estar cansado hay que jugar... Has de entrar en su sueño.
Se asomó a una de las ventanas del piso alto. Allí había un niño que se entretenía pulsando botones de colores de unos artefactos que ella desconocía. Nunca le habían hablado de aquellos objetos que aquel niño tenía y que le hacían estar, silencioso y concentrado, ante una pantalla en la que se movían formas planas.
Aquellos objetos, que tanta atención requerían del niño, tenían distintos tamaños: uno era grande y estaba colocado sobre una mesa, y otro era pequeño y lo sostenía en sus manos.
Addita continuó observando un rato. En las pequeñas pantallas sucedían cosas: se movían personajes que parecían humanos, pero que no se podían tocar, ni oler; que contaban historias que no vivían; que les sucedían múltiples cosas a la vez: lloraban, reían, cantaban, discutían o narraban sucesos tratando de explicar una realidad incomprensible para ella.
De pronto, se abrió la puerta y apareció la madre del niño. Ésta echó una mirada a la ordenada habitación, miró también al niño delante de su pantalla, y, sin decir nada, salió cerrando tras de sí la puerta.
Addita no entendía nada. Aquello no se lo esperaba. ¿Cómo iba a hacer su trabajo si no tenía la posibilidad de contactar con el niño, el cual estaba tan absorto con aquello que no podía ser un juguete.
Porque los juguetes, según ella sabía, permitían entender el lenguaje con el que hablan las hadas y los niños. Así que algo desanimada, con las alas caídas, se volvió a la escuela a contarle a su maestra la experiencia que había vivido aquel día.
Su maestra parecía esperarla. Con mucho amor le invitó a hablar. Adda sólo supo decir: no sé como podré despertarle; no sé como lograr que entre en contacto con el mundo de las hadas.
La anciana hada le respondió, como solía hacer en los momentos solemnes, con una frase que conmovía los cimientos de la memoria ancestral: para despertar hay que dormir; para dormir hay que tener el cuerpo cansado y para estar cansado hay que jugar... Has de entrar en su sueño.
(pixnio.com)
Addita se fue dándole vueltas y más vuelta a lo que le dijera su maestra, pero, ¿cómo entrar en sus sueños si apenas los tiene, y cuando los tiene están ocupados por lo que sale de aquellas máquinas? Tiene que jugar, tiene que jugar... se repetía una y otra vez... ¿Pero dónde están los juguetes?... Y Addita decidió revolverlo todo hasta encontrarlos.
Abrió el armario, tiró al suelo los jerséis, los pantalones, todo lo que colgaba. Vació sus cajones. Lo mismo hizo con la cómoda, la mesilla de noche, el baúl, las estanterías de los libros... todo fue al suelo. Mientras tanto, Jorge (así se llamaba el niño), seguía delante de la pantalla, sin darse cuenta de que su ordenado mundo estaba patas arriba.
En ese preciso momento regresó la madre al cuarto y dio un grito de sorpresa, ante el panorama que se extendía delante de sus ojos. Fue así como Jorge cayó en la cuenta de que en su dormitorio había pasado algo muy gordo: mientras él estaba entretenido con su ordenador alguien lo había revuelto todo. Su madre, extrañada, lo mira y le pregunta por lo que había pasado ¿quién ha hecho esto? Yo no he sido, le contesta él, a punto de llorar, sin comprender nada.
En el rostro de la madre se dibuja una sonrisa, algo rosa parece revolotear y desprenderse de su memoria infantil, y en voz alta se pregunta ¿habrá sido una hada?
¿Una hada? ¿Qué es una hada? La madre con la mirada perdida en imágenes del pasado le responde, apenas sin voz: mi abuela me contaba lo que su abuela sabía sobre unos seres luminosos y juguetones que nos acompañan en nuestros juegos cuando somos niños, para que al hacernos mayores no nos olvidemos de la belleza de lo que somos, y sepamos ser felices con ella. A lo mejor se te ha colado en tu habitación una hada revoltosa que trata de llamar tu atención.
La madre se fue y Jorge empezó a buscar, debajo de toda aquella montaña de cosas a la posible hada. En este buscar, el desorden era cada vez mayor y, sin embargo, la hada no aparecía por ningún sitio. Así que decide ir ordenando a ver si, de esta manera, encuentra aquel ser extraño que le ha hecho semejante “perrería”.
La hada no apareció, pero Jorge encontró muchos objetos de su niñez que tenía olvidados: un boliche de cristal, cuyo interior era de muchos colores; una peonza de madera pintada de azul que su abuelita le había regalado hacía tiempo; también el trompo con música que le dio su tío Pedro en uno de sus cumpleaños y el disfraz de payazo que le hizo su tía Juana, para una de las fiestas de su colegio; así como, una cajita pequeña donde guardaba las postales de los viajes que sus padres habían realizado, antes de que él naciera.
Muchas cosas aparecieron, y, con ellas, los recuerdos de aquellos acontecimientos a los que estaban vinculadas y los sentimientos que le produjeron esas vivencias. Colocó todo encima del sillón del dormitorio... mañana las quería volver a mirar... Ahora, después de tanto trabajar, y de tantas emociones, estaba muy cansado y se iba a dormir.
Antes de cerrar los ojos se decía bajito: hay algo que no veo pero que está. ¿Cómo lograré encontrarme con eso?... Cuando Jorge se durmió, una sonrisa iluminaba su rostro y un rayo de La Luna, que penetraba por la ventana de su habitación, caía sobre su carita.
En ese momento Addita vio que entre la sonrisa del niño y el rayo de luna se abría una ventana a través de la cual se penetraba en los sueños del niño... así descubrió la manera de encontrarse con su espíritu y hablarle, tal como le había indicado su maestra. Por fin se restablecían las relaciones con los humanos.
Desde ese instante, Jorge empezó a conocer el mundo de las hadas y sirvió de puente entre las dos realidades... pero esas serán historias que contaremos en otra ocasión.
Abrió el armario, tiró al suelo los jerséis, los pantalones, todo lo que colgaba. Vació sus cajones. Lo mismo hizo con la cómoda, la mesilla de noche, el baúl, las estanterías de los libros... todo fue al suelo. Mientras tanto, Jorge (así se llamaba el niño), seguía delante de la pantalla, sin darse cuenta de que su ordenado mundo estaba patas arriba.
En ese preciso momento regresó la madre al cuarto y dio un grito de sorpresa, ante el panorama que se extendía delante de sus ojos. Fue así como Jorge cayó en la cuenta de que en su dormitorio había pasado algo muy gordo: mientras él estaba entretenido con su ordenador alguien lo había revuelto todo. Su madre, extrañada, lo mira y le pregunta por lo que había pasado ¿quién ha hecho esto? Yo no he sido, le contesta él, a punto de llorar, sin comprender nada.
En el rostro de la madre se dibuja una sonrisa, algo rosa parece revolotear y desprenderse de su memoria infantil, y en voz alta se pregunta ¿habrá sido una hada?
¿Una hada? ¿Qué es una hada? La madre con la mirada perdida en imágenes del pasado le responde, apenas sin voz: mi abuela me contaba lo que su abuela sabía sobre unos seres luminosos y juguetones que nos acompañan en nuestros juegos cuando somos niños, para que al hacernos mayores no nos olvidemos de la belleza de lo que somos, y sepamos ser felices con ella. A lo mejor se te ha colado en tu habitación una hada revoltosa que trata de llamar tu atención.
La madre se fue y Jorge empezó a buscar, debajo de toda aquella montaña de cosas a la posible hada. En este buscar, el desorden era cada vez mayor y, sin embargo, la hada no aparecía por ningún sitio. Así que decide ir ordenando a ver si, de esta manera, encuentra aquel ser extraño que le ha hecho semejante “perrería”.
La hada no apareció, pero Jorge encontró muchos objetos de su niñez que tenía olvidados: un boliche de cristal, cuyo interior era de muchos colores; una peonza de madera pintada de azul que su abuelita le había regalado hacía tiempo; también el trompo con música que le dio su tío Pedro en uno de sus cumpleaños y el disfraz de payazo que le hizo su tía Juana, para una de las fiestas de su colegio; así como, una cajita pequeña donde guardaba las postales de los viajes que sus padres habían realizado, antes de que él naciera.
Muchas cosas aparecieron, y, con ellas, los recuerdos de aquellos acontecimientos a los que estaban vinculadas y los sentimientos que le produjeron esas vivencias. Colocó todo encima del sillón del dormitorio... mañana las quería volver a mirar... Ahora, después de tanto trabajar, y de tantas emociones, estaba muy cansado y se iba a dormir.
Antes de cerrar los ojos se decía bajito: hay algo que no veo pero que está. ¿Cómo lograré encontrarme con eso?... Cuando Jorge se durmió, una sonrisa iluminaba su rostro y un rayo de La Luna, que penetraba por la ventana de su habitación, caía sobre su carita.
En ese momento Addita vio que entre la sonrisa del niño y el rayo de luna se abría una ventana a través de la cual se penetraba en los sueños del niño... así descubrió la manera de encontrarse con su espíritu y hablarle, tal como le había indicado su maestra. Por fin se restablecían las relaciones con los humanos.
Desde ese instante, Jorge empezó a conocer el mundo de las hadas y sirvió de puente entre las dos realidades... pero esas serán historias que contaremos en otra ocasión.