Era verano y Jorge jugaba en una playa, a orillas del mar Atlántico, haciendo formas y castillos con la arena mojada.
Inclinado sobre la superficie arenosa, contemplaba las figuras que modelaban sus manos. Tan abstraído estaba que no vio acercarse a un enorme cangrejo, el cual, parándose ante él, miraba sorprendido a aquel ser tan extraño de forma, pues sabrán que era la primera vez que aquel cangrejo veía a un niño.
De pronto, el pensamiento que tenía tan entretenida su cabeza de pelo rubio se interrumpió y dentro de ella Jorge oyó una voz que decía ¿qué cosa eres? ¿Yo?, respondió el niño, también desde el pensamiento, sí, tú el que me responde, volvió a sentir que le decían.
Soy un niño, dijo Jorge, sin darse cuenta que respondía, ni saber desde dónde llegaba la pregunta.
¿Un niño? Volvió a sentir que le decían ¿Qué es un niño?
Jorge calló un momento, reflexionando sobre la respuesta que iba a dar. Un niño, dijo al fin, es el hijo de una mamá y un papá humanos
¿Mamá y papá humanos? ¿Qué es un humano? Siguió preguntando aquella voz
Sí, tengo una mamá y un papá. Ellos son como yo pero más grandes
Inclinado sobre la superficie arenosa, contemplaba las figuras que modelaban sus manos. Tan abstraído estaba que no vio acercarse a un enorme cangrejo, el cual, parándose ante él, miraba sorprendido a aquel ser tan extraño de forma, pues sabrán que era la primera vez que aquel cangrejo veía a un niño.
De pronto, el pensamiento que tenía tan entretenida su cabeza de pelo rubio se interrumpió y dentro de ella Jorge oyó una voz que decía ¿qué cosa eres? ¿Yo?, respondió el niño, también desde el pensamiento, sí, tú el que me responde, volvió a sentir que le decían.
Soy un niño, dijo Jorge, sin darse cuenta que respondía, ni saber desde dónde llegaba la pregunta.
¿Un niño? Volvió a sentir que le decían ¿Qué es un niño?
Jorge calló un momento, reflexionando sobre la respuesta que iba a dar. Un niño, dijo al fin, es el hijo de una mamá y un papá humanos
¿Mamá y papá humanos? ¿Qué es un humano? Siguió preguntando aquella voz
Sí, tengo una mamá y un papá. Ellos son como yo pero más grandes
Pero ¿Tú quién eres? Ahora el que preguntaba era Jorge. ¿Dónde estás?
Yo soy yo, le respondió la voz, y estoy aquí a tu lado.
Jorge miró en todas las direcciones, buscando a otra persona. Pero no había nadie, ni niño ni adulto que estuvieran lo suficientemente cerca para hablar con él.
No te veo, le dijo a la voz ¿Dónde estás?
Y la voz le volvió a decir: aquí a tu lado
De pronto Jorge descubrió un hermoso cangrejo que movía sus pinzas como haciéndole señas para que lo descubriese. ¡Ah! Exclamó Jorge, eres un cangrejo
¿Cómo que un cangrejo? Dijo el pequeño ser, a mí no me llames eso. Yo soy yo y vengo de aquel lugar en donde vivo, señalando, a la vez que hablaba, unas rocas llenas de pequeños orificios, que estaban siendo cubiertos por el mar cada vez que las olas se acercaban a la orilla.
¿En aquellas rocas? Le preguntó el niño
El cangrejo volvió a extrañarse ¿rocas? Por qué le llamas así al lugar de dónde vengo
En ese momento Jorge comprendió lo que pasaba. El cangrejo desconocía que todo tiene un nombre para ser llamado. Al darse cuenta de esto, decidió contarle a su nuevo amigo cómo los humanos denominaban cada una de las cosas que les rodeaban a los dos en aquel momento. Así que le habló del mar, las gaviotas, la arena, el cielo azul, las nubes, la brisa, el sol, la luna...
Al cangrejo le divertía mucho el juego que se habían inventado los humanos para nombrar todo lo que existía a su alrededor. También le sorprendía el sonido diferente que emitía Jorge cada vez que indicaba un nombre distinto para denominar una nueva cosa.
Toda la tarde estuvieron los nuevos amigos compartiendo sus conocimientos. Al final, cuando al niño le llamaron para la cena, prometieron verse de nuevo al día siguiente y seguir profundizando sobre las distintas maneras de conocer el mismo mundo que compartían.
Yo soy yo, le respondió la voz, y estoy aquí a tu lado.
Jorge miró en todas las direcciones, buscando a otra persona. Pero no había nadie, ni niño ni adulto que estuvieran lo suficientemente cerca para hablar con él.
No te veo, le dijo a la voz ¿Dónde estás?
Y la voz le volvió a decir: aquí a tu lado
De pronto Jorge descubrió un hermoso cangrejo que movía sus pinzas como haciéndole señas para que lo descubriese. ¡Ah! Exclamó Jorge, eres un cangrejo
¿Cómo que un cangrejo? Dijo el pequeño ser, a mí no me llames eso. Yo soy yo y vengo de aquel lugar en donde vivo, señalando, a la vez que hablaba, unas rocas llenas de pequeños orificios, que estaban siendo cubiertos por el mar cada vez que las olas se acercaban a la orilla.
¿En aquellas rocas? Le preguntó el niño
El cangrejo volvió a extrañarse ¿rocas? Por qué le llamas así al lugar de dónde vengo
En ese momento Jorge comprendió lo que pasaba. El cangrejo desconocía que todo tiene un nombre para ser llamado. Al darse cuenta de esto, decidió contarle a su nuevo amigo cómo los humanos denominaban cada una de las cosas que les rodeaban a los dos en aquel momento. Así que le habló del mar, las gaviotas, la arena, el cielo azul, las nubes, la brisa, el sol, la luna...
Al cangrejo le divertía mucho el juego que se habían inventado los humanos para nombrar todo lo que existía a su alrededor. También le sorprendía el sonido diferente que emitía Jorge cada vez que indicaba un nombre distinto para denominar una nueva cosa.
Toda la tarde estuvieron los nuevos amigos compartiendo sus conocimientos. Al final, cuando al niño le llamaron para la cena, prometieron verse de nuevo al día siguiente y seguir profundizando sobre las distintas maneras de conocer el mismo mundo que compartían.
Jorge, impresionado por su hallazgo, se alejó pensando cómo contar su extraña experiencia a sus amigos para que lo creyeran. El cangrejo, por su parte, decidió ponerle un nombre a los seres humanos. Pensó que el que mejor les iba era el de seres que tienen palabras, de esta manera él también comenzó a nombrar.