Notas
Escribe Antonio Piñero
Si se considera atentamente lo que hemos expuesto hasta el momento en la docena de postales dedicadas al Diablo, debemos confesar que en el Nuevo Testamento la imagen del Diablo, de sus actuaciones y propiedades se halla llena de ambigüedades. No queda claro cuál es su origen, por qué se dividen en diversas clases, dónde se hallan sus moradas, cuál será exactamente su final. También dista de quedar claro quién es esa figura, el Anticristo, que según el Apocalipsis de Juan ayuda al Diablo en su batalla final contra Jesús. ¿Es una persona humana o un ente superior? ¿Qué representan exactamente el dragón y la bestia (Apocalipsis 11‑19) que lo acompañan? ¿No es el dragón precisamente la imagen del Diablo? Todas estas ambigüedades se explican de hecho, desde el punto de vista científico de la historia de la religión y de las tradiciones, porque en el Nuevo Testamento tanto las concepciones del Diablo como las de sus ayudantes son una confusa mezcla de diversas tradiciones tomadas de la apocalíptica judía común, del Libro de Daniel en particular, con su imagen del rey tiránico que impera en los últimos días de la historia, y del efecto que sobre los judíos habían hecho perversas figuras históricas, como Nerón y Calígula. Pero, a pesar de las contradicciones que podamos percibir, en el Apocalipsis o en otros libros del Nuevo Testamento, este cuerpo de escritos fija de un modo decisivo la imagen que del Diablo tiene el mundo occidental. Sus rasgos pueden resumirse muy sintéticamente así: 1. Es la personificación del mal; es el jefe de cualquier tipo de mal espíritu, ángel caído o demonio. 2. Es el causante último de ciertas enfermedades y daños físicos que sufren los hombres. 3. Él es el que prueba, tienta e incita al pecado. 4. Él acusa ante Dios a los hombres, y finalmente los castiga en el infierno. ¿Cómo se imagina el pueblo cristiano la figura visible del Diablo en las ocasiones en las que se presenta ante los mortales? ¿Ha influido en ella el Nuevo Testamento? En realidad en este conjunto de escritos no aparece ninguna descripción estricta del Diablo, sino ciertos rasgos de su posible imagen. · A veces, el Príncipe del Mal es asociado con animales salvajes, el león y la serpiente por ejemplo (1ª Epístola de Pedro 5,8 y Apocalipsis 12); pero esta asociación no es insistente. En el Nuevo Testamento los demonios tienen relación también con las langostas, escorpiones, leopardos, leones y osos. Pero en realidad toda esta iconografía ha influido poco en la imagen del Demonio en el pueblo cristiano. Pero sí otros rasgos: aunque el Diablo no aparece nunca pintado con diez cuernos y siete cabezas, tal como tiene la Bestia en Apocalipsis 13,1, sí con dos cuernos y rabo como el Dragón del Apocalipsis 13,11. · El olor a azufre, característico en las apariciones del Diablo, puede deberse, sin duda, a una reminiscencia al "lago de fuego que arde con azufre” (Apocalipsis 19,20), el lugar donde es arrojado el Diablo durante el reino mesiánico de los mil años (entre el primer combate escatológico y la derrota definitiva del Diablo en el segundo y definitivo combate entre el Cordero y Satán). · Las alas, asociados con el Diablo en la tradición posterior, no aparecen en el Nuevo Testamento. Tampoco estrictamente su color negro y la oscuridad y las tinieblas que rodean a Satanás. Pero como el conflicto entre la luz y las tinieblas ocupa un puesto tan central en la teología del Nuevo Testamento, era muy fácil asociar a Satanás con la oscuridad y denominarlo el "Señor de las tinieblas". · Otras capacidades, como la de metamorfosearse en lo que desee (incluida la imagen de una bellísima doncella) aparece implícitamente en el Nuevo Testamento: "El diablo se metamorfosea en un ángel de luz: 2 Corintios 11,14– y continúa entre los cristianos posteriores, como lo testifican dos obras de la antigüedad tardía: “Los dichos de los Padres” (obra anónimo) y el “Prado espiritual”, de Juan Mosco. Aquí aparece el diablo metamorfoseándose en todo lo que quiere (bella joven, un sarraceno, monje, diversos animales, etc.) con tal de lograr sus propósitos de seducción. En conclusión: al examinar la figura del Diablo y sus orígenes hemos podido ver cómo las nociones sobre los espíritus malignos las reciben los hebreos a partir de muy diversas religiosidades: cananea, babilónica, persa y griega, a las que añaden sus propias ideas. Hemos tenido ocasión de examinar también cómo las concepciones sobre los demonios y diablos son bastante complejas en un principio: hay diversas clases de espíritus malignos y diversos jefes que no tienen que ver entre sí; Satán y los satanes originariamente no eran demonios, y su función era neutra, más bien al servicio de los planes de castigo de la divinidad. Pero en nuestro recorrido histórico hasta el Nuevo Testamento hemos podido comprobar cómo estas concepciones sobre los malignos se van fundiendo entre sí y simplificando hasta llegar a los orígenes inmediatos de las creencias cristianas de hoy en la figura del Diablo en el judaísmo de los siglos inmediatamente anteriores al comienzo de nuestra era. Aun conservando ciertos rasgos antiguos hemos visto que para los escritos fundacionales del movimiento cristiano, el Nuevo Testamento, ya hay un solo Satán, Diablo o Demonio, y un único ejército de espíritus malvados. Satán concentra en sí toda la oposición a Dios, por lo que aparece implícitamente como el Principio del Mal._ Todo el que no sigue a Dios se halla bajo su dominio. Aunque el judaísmo y los cristianos no siguen totalmente el esquema dualista propio de la religión irania, el Diablo acaba pareciéndose muchísimo a Ahrimán, el Espíritu iranio del Mal. La religión del Nuevo Testamento concede a Satán un enorme poder porque así descarga a Dios de las quejas de los mortales por la existencia del mal. Con un dualismo mitigado, manteniendo siempre, ciertamente, el dominio todopoderoso de la divinidad suprema, el cristianismo atribuye a ese poder secundario, pero fortísimo, Satanás, el viejo Diablo, la enfermedad, la muerte, las catástrofes naturales, las malas inclinaciones y tentaciones. El Diablo no es una figura decorativa para el Nuevo Testamento y los cristianos. Su existencia no es simbólica, sino totalmente real, y sin ella no tendría sentido gran parte de la teología. El problema real consiste en que a pesar de atribuir al Diablo tan inmensos poderes, lo hace una criatura dependiente de Dios en último término. El mal procede, pues, de Dios mismo. El problema es irresoluble. A pesar de haber contribuido enormemente a la fijación de la figura del Diablo en Occidente, el Nuevo Testamento no hace apenas ninguna aportación a las nociones que lo configuran. Al estudiar los escritos judíos apocalípticos procedentes de los siglos inmediatamente anteriores a la era cristiana encontramos ya todos sus rasgos. Un examen detenido de la obra apócrifa “Vida de Adán y Eva” (que hemos mencionado repetidas veces: (publicada en la serie “Apócrifos del Antiguo Testamento”, vol. II de la editorial Cristiandad, Madrid 1983, con algunas reediciones) comparándola con el conjunto de escritos cristianos primitivos arroja muy pocas, o casi ninguna diferencia. Lo que sí es mérito del Nuevo Testamento es haber transmitido esa imagen casi inmutable a generaciones posteriores hasta hoy. En el mundo cristiano desde hace veinte siglos las creencias sobre el demonio han cambiado muy poco. Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Martes, 29 de Agosto 2023
Comentarios
Notas22-08-2023
Escribe Antonio Piñero
Y así llegamos a la figura del diablo en los orígenes mismos del cristianismo, en sus primeros documentos: el Nuevo Testamento. En líneas generales debemos afirmar que la “demonología” –creencia en los demonios– del cuerpo de textos en los que se basa el cristianismo se deriva fundamentalmente del judaísmo apocalíptico de los siglos anteriores, de ciertas tradiciones que habían ido acumulando los fariseos y de diversas ideas de los griegos, pero todas ellas tamizadas por el filtro del propio judaísmo. Es evidente que el grupo de escritos primitivos cristianos da por supuesta la existencia del Diablo y prácticamente no se plantea ninguna de las cuestiones en torno a su origen y procedencia. El Nuevo Testamento tiene muchas maneras de denominar al Diablo que son reflejos de creencias pasadas. Lo llama Satanás (término predilecto de Pablo que no usa Diablo: Beelzebul (en un par de ocasiones); Belial (sólo en 2 Corintios 6,15: texto no genuinamente paulino, sino probablemente insertado en la carta por un discípulo esenio convertido), enemigo, tentador, maligno, príncipe (Evangelio de Juan 12,31; 14,30; 16,11) y “dios de este mundo” (2 Corintios 4,4); “espíritu inmundo” o simplemente espíritu o ángel. La concepción neotestamentaria del Diablo se halla determinada por la oposición absoluta Dios‑Satán, o, si se quiere, entre el mediador del Reino de Dios, Jesús, y Satán. En verdad no son muchos los textos en los Evangelios que hablan claramente de esta oposición; en realidad sólo dos básicos y fundamentales: la historia de la tentación en el desierto (Evangelio de Mateo 4,1‑11 y paralelos) y la disputa con los fariseos sobre qué poder tiene Jesús para expulsar a los demonios (Evangelio de Marcos 3,22 y par.). Jesús es el único que puede con el Diablo, el que pone fin a su reino. Según el cuarto evangelista (12,31), por la venida y obra del Nazareno el príncipe de este mundo será arrojado fuera, y según Lucas (10,18), Jesús tuvo una visión en la que contemplaba a Satanás que caía del cielo, destronado, como un rayo, cuando sus discípulos pregonaban la venida del Reino de Dios. Imagen global del Diablo en el Nuevo Testamento El escenario completo de esta pelea se imagina más o menos así en el Nuevo Testamento considerándolo en conjunto y mezclando las concepciones de los diversos autores de las obras en él contenidas: Dios creó en el principio un mundo esencialmente bueno, pero que es estropeado por la rebelión angélica y sus consecuencias; muy cerca del comienzo del mundo, inmediatamente tras la creación de Adán, Miguel derrota a Satanás y sus huestes y los arroja del cielo. Entonces tiene lugar la seducción del paraíso (Génesis 3) producida por Satán como venganza. El pecado inducido por el Diablo trae como resultado la muerte, las enfermedades y toda suerte de desgracias. Otros diablos son también ángeles caídos, pero justamente por haberse enamorado de las hijas de los hombres. Este suceso ocurre mucho después de la creación de Adán. Tales ángeles son igualmente expulsados del cielo, son arrojados al mundo subterráneo, pero de algún modo salen de él para dañar a los humanos. Son éstos y los otros demonios, más el único jefe de ambos grupos (no se explica cómo se alza con el mando supremo), los causantes de todos los males. Por la continua actividad de Satán y sus secuaces el mundo ha caído de hecho en las redes del pecado. No hay manera de escaparse de esta esclavitud. El mal no procede de hecho directamente de Dios –aunque lo consiente; no se plantea nunca esta cuestión–, sino del Diablo y del mal uso del libre albedrío por parte de los hombres que siguen sus malas inclinaciones y las sugestiones perversas de Satanás. La situación de los hombres es desesperada, abocada a una condenación eterna hasta que llega la plenitud de los tiempos y aparece Jesús anunciando la inmediata venida del Reino de Dios. La misión de Jesús está abocada a contrarrestar toda la obra del Diablo, por lo que éste se opone con todas sus fuerzas. Pero Jesús demuestra ser mucho más poderoso, y por su predicación, curaciones y exorcismos comienza el Demonio a ser derrotado. Pero no del todo; ni mucho menos. Esta lucha se prolongará por largo tiempo, pero al final de los siglos el Demonio será totalmente derrotado y condenado al fuego eterno. No queda claro si este final del tiempo es algo absoluto y ocurre una vez tan sólo (teoría común en el Nuevo Testamento), o si antes del Juicio definitivo hay una segunda venida de Cristo en la que éste derrota a Satán y lo encadena durante mil años (Apocalipsis de Juan). En esta segunda concepción –que fue declarada herética en los siglos posteriores, a pesar de ser defendida por el autor del Apocalipsis– durante este tiempo vivirán los justos en la tierra felicísimamente. Pasados estos años, quedará suelto el Diablo, pero se producirá su segunda y definitiva derrota, el Juicio definitivo y la liquidación absoluta del mal sobre el universo. En las profundidades de la tierra, el infierno, vivirá por siempre el Diablo y no tendrá ya más poder que el que ejercerá contra los malvados humanos, condenados al igual que él a tormentos sin fin. Entonces vendrá el paraíso definitivo, donde reinarán Jesucristo y su Padre, y donde el Demonio no tendrá papel ninguno, por lo que los justos serán perpetuamente dichosos. Seguiremos, en lo poco que queda ya de esta serie, tratando más en concreto las actuaciones del Diablo según los primeros cristianos. Saludos cordiales de Antonio Piñero Apéndice: “Breves charlas sobre Jesús de Nazaret” por Antonio Piñero en podcasts realizados por Raúl Fernando Gómez Día 16 de agosto. Jesús de Nazaret, capítulo I Día 23 de agosto. Jesús de Nazaret, capítulo II Día 30 de agosto. Jesús de Nazaret, capítulo III Links / enlaces del capítulo I: iVoox: https://go.ivoox.com/rf/114307305 Spotify: https://open.spotify.com/episode/3xcE04LZfv142eRgq4ljL7?si=56de16cbb3c54f2e Apple Podcast y Google Podcast Redes Sociales: Web: www.senderosdelasabiduria.com Twitter: @sendsabiduria Instagram: @senderosdelasabiduria Facebook: Raúl Fernando Gómez
Martes, 22 de Agosto 2023
Notas
Escribe Antonio Piñero
Este es el título de un nuevo librito, que no es tal, sino librazo a pesar de su tamaño reducido. Ya he comentado en otras ocasiones la serie “Enigmas de la Biblia de Ariel Álvarez Valdés. Y ahora vuelvo a repetir que aunque el formato es divulgativo, el libro es de auténtica investigación. Normalmente se piensa que la investigación ha de ser farragosa, ya que la erudición suele presentarse como gruesos tomos que son difíciles de leer. Pues no. El caso de Ariel es presentar en pequeño formato las candentes cuestiones de la Biblia que necesitan una aclaración porque no se entienden a la primera al leerlas, sin recurrir al susodicho formato de erudición, echa hacia atrás a muchos lectores ¡No es el caso! Aprendo muchísimo siempre que leo un libro de este teólogo argentino que mezcla con gran acierto claridad con profundidad de pensamiento. Presento la ficha del libro para su fácil localización en librerías o Internet: “Nuevos enigma de la Biblia 5”, Editorial PPC, Boadilla del Monte, España 2023. ISBN 978-84.283-3999-0. 19x12 cms. 174 páginas. Precio 17 euros. Los temas de este libro son interesantísimos. Cito entre otros: ¿Condena la ley de Moisés la homosexualidad? ¿Cuántas clases de Mesías había en la época de Jesús? ¿Por qué no coindicen los antepasados de Jesús en las genealogías que aparecen en los evangelios de Mateo y Lucas? ¿Pronunció Jesús el famosísimo Sermón de la Montaña? ¿Por qué el Evangelio de Juan comienza con un himno? ¿Quiénes son los veinticuatro ancianos del Apocalipsis? Como ven no exagero un ápice al sostener que los temas son candentes hoy y que suscitan la curiosidad y el ánimo de leer. En absoluto pretendo con esta postal destripar este estupendo libro con los resultados que ofrece el autor, porque eso sería convertirme en alguien que arruina el interés del libro. El vocablo inglés “spoiler” que la gente emplea en el sentido de aquel que estropea el interés de una película o narración “revelando” el final de ellas, es aquí apropiado, pues el significado mezcla dos campos semánticos aparentemente diversos: “arruinar” y “revelar”. Pues bien, no hay ni un solo capítulo de este libro que no me haya interesado a pesar de los años y años que llevo estudiando el Nuevo Testamento. Ariel tiene la virtud de presentar siempre algo novedoso e interesante. Si fuere conveniente destacar algún capítulo que me haya interesado más que otro, señalaría la explicación de Ariel del famoso himno del principio del Evangelio de Juan, del que estoy convencido que es un “midrás”, es decir, una aclaración exegética judía de Génesis 1,1, aunque a simpe vista no lo parezca. Adelante, pues, Ariel, con este tipo de libros, de factura sencilla y clara que mezcla erudición con claridad y facilidad de lectura y que son verdaderamente iluminadores. Y otra cosa: al final de cada capítulo el autor presenta una brevísima bibliografía, en español, para quien desee profundizar más en cada tema. Otro día comentaré brevemente el siguiente libro “Nuevos enigmas de la Biblia 6” Saludos cordiales de Antonio Piñero
Lunes, 14 de Agosto 2023
Notas
Hoy escribe Antonio Piñero
Como resultado de los comienzos de esta fusión de las tres clases de malos espíritus en un solo grupo, más indeterminado, de diablos o demonios, o espíritus impuros como quiera llamárseles, el nombre también cambia. Un ejemplo: afirma el Libro 1 de Henoc que mientras era un ángel al menos neutro se llamaba Satanael, pero que cuando pasó a ser específicamente un ángel del todo malvado se llama ya Satán (31,4), Diablo o Satanás. Los nombres de los distintos jefes de las antiguas y diversas clases de espíritus malos se concentran también en este solo personaje, jefe de los satanes, el comandante supremo de toda suerte de espíritus perversos. De vez en cuando pasa a ser denominado también Belial (o más tarde Beelzebub) (manuscritos de Qumrán y Testamento de los XII Patriarcas, donde se dice que Belial tiene sus propios ángeles, "los ángeles de Satán": Testamento de Aser 6,4). También se le llama a veces Semiazá (1 Hen 6‑16), o Mastema (ibídem), o Azazel (1 Hen 8), nombres en principio reservados para otros personajes angélicos perversos que fueron los jefes de distintas secciones de los ángeles caídos. En esta literatura judía anterior al Nuevo Testamento, casi toda convertida luego en apócrifa, conservan a veces todavía estos personajes angélicos una personalidad relativamente definida e independiente. Pero, al fundirse, como decimos, las diversas clases de ángeles en una, llegará un momento en que todos estos nombres serán casi sinónimos. Poco a poco también irá prevaleciendo el de Satán o Diablo y olvidándose los restantes. Veamos un caso importante de cómo antes del cristianismo esta fusión no es aún completa. En los manuscritos del Mar Muerto Belial, o Satán, tiene ciertos rasgos propios en los que falta cualquier alusión a la función de acusador; falta también la idea de que haya tenido algo que ver con la caída de Adán y la entrada del mal en este mundo; tampoco se habla de él como un ángel caído por algún acto de soberbia o lapso sexual. Belial, por el contrario, queda especialmente caracterizado como el ángel de las tinieblas, que se opone radicalmente a la luz. Los hijos de la luz, o de Dios, están capitaneados por Miguel y existe entre los dos ámbitos una lucha sin descanso. Cada uno de esos ángeles tiene su propio reino. Aquéllos que se someten a Belial se apartan del reino de Dios y de Miguel voluntariamente. Aunque Belial, o Satán, pueda parecer como un anti‑Dios, jamás se llega a pensar que tiene un poder parecido al de la divinidad. Mas bien se trata de una permisividad por parte del Ser Supremo, que tolera ‑no se dice bien por qué- la existencia de este mal espíritu, de cuya existencia no se duda ni un momento, pero de cuyo origen tampoco se dice ni una palabra. El ángel de las tinieblas, Belial, controla sobre todo este mundo. Los justos, por el contrario, predestinados a serlo desde el principio, se destacan positivamente de entre la masa de los seguidores de Belial y se entregan voluntariamente al cumplimiento de la voluntad divina. Belial trata de seducirlos, los oprime y los persigue (1QS 3,24 y 1QH en general). Pero no los vencerá. Es cierto que Dios ha creado y permitido la existencia de este ángel malo y de sus huestes, pero ha determinado también de antemano un fin para sus tropelías (1QS 4,18): habrá una tremenda batalla final entre los hijos de la luz y los de las tinieblas; Belial resultará derrotado. El resultado de este combate producirá como una Jauja feliz: reinará la verdad sobre la tierra, volverá el paraíso y la vida de los hombres discurrirá junto con los ángeles (1 QS 4,20‑25; 1 QH 3,21; 6,13; 7,14s, etc., todos textos de los Manuscritos del Mar Muerto; pueden leerse en la edición de Florentino García Martínez, Editorial Trotta, Madrid). En conclusión: nos encontramos que en los momentos previos a aquéllos en los que nacerá en Israel una nueva secta judía, los nazarenos más tarde cristianos- que proclama como mesías a Jesús de Nazaret crucificado, la demonología bastante complicada de los hebreos ‑como nacida de un cúmulo de influencias externas y de influencias externas y de una evolución propia no siempre uniforme- ha tendido a simplificarse muchísimo: el conjunto numeroso de demonios, diablos, espíritus perversos etc. se simplifica en torno a una única figura principal, Satán, Satanás o el Diablo. Este Diablo está rodeado de un coro de ayudantes que le sirven de cortejo y de instrumentos para perpetrar sus designios, cortejo que se nutre de antiguos miembros de grupos de espíritus malignos originariamente diversos. Hacia el final de este período inmediatamente anterior al nacimiento del cristianismo, en las creencias de los judíos, la imagen del Diablo iba uniéndose cada vez más a ciertas características negativas que de algún modo habían aparecido ya en el Antiguo Testamento: el Demonio queda conectado con las tinieblas, el mundo subterráneo, las regiones del aire; es el estímulo de toda molestia y tentación, especialmente la sexual; aparece como causante de enfermedades y la muerte. Se le asocia con ciertos animales repugnantes o dañinos, como el león, el escorpión, la serpiente o los dragones. Saludos cordiales, Antonio Piñero www.antoniopinero.com Entrevista /diálogo con Irving Gatell y Adrián https://www.youtube.com/live/ZaHNFsHAZlU?feature=share
Martes, 8 de Agosto 2023
Notas
Escribe Antonio Piñero
En esta postal vamos concentrar nuestra atención en la primera clase de espíritus perversos (número 1 de, los "satanes") que hay en el judaísmo. Luego hablaremos de la fusión de las tres clases de malos espíritus. I. Satanes Tanto en los Manuscritos del Mar Muerto como en los principales apócrifos del Antiguo Testamento, se continúa la vieja tradición veterotestamentaria: los satanes siguen siendo un nombre común, una clase genérica de ángeles a las órdenes de Yahvé, distintos de los demonios, pero con funciones de daño y castigo. El carácter genérico del término se ve claro en los manuscritos de Qumrán, en cuyos textos leemos expresiones tales como "todo satán" (1QSb 1,8), o "todo satán y exterminador" (1QH 45,3), o "todo satán exterminador será reprimido" (1QH 4,6). El Libro de los Jubileos utiliza la misma frase, refiriéndose a los tiempos mesiánicos: en esos días "no habrá satán ni maligno destructor" (23,39; cf. 50,7: en la tierra prometida "no habrá satán ni maligno, y la tierra estará limpia desde este momento hasta siempre"), o aludiendo a los breves años dorados que vivieron los israelitas en Egipto bajo José como virrey del Faraón: "No hubo satán ni maligno alguno en todos los días de la vida de José" (Jubileos 46,2). El otro libro importante de este período, el Henoc etiópico, o Libro I de Henoc, menciona igualmente "la violencia de los satanes" (65,6) o la expulsión de los satanes de delante de la faz del "Señor de los espíritus" (40,7). Las funciones de estos satanes son las mismas que hemos visto ya en los estratos antiguos del Antiguo Testamento: actuar de fiscal o acusador ante el tribunal de Dios, de tentador e instigador hacia el mal, de verdugo o ejecutor del juicio de Dios, pues encarna la figura del ángel exterminador. Pero a la vez este personaje angélico es el adversario o enemigo por antonomasia del hombre; es maléfico, perturbador de la paz y el causante de todos los males físicos. El jefe de estos satanes es Satán (en griego "Diábolos", "acusador", "difamador"). El Testamento de Dan –uno de los escritos reunidos en el apócrifo denominado Testamentos de los XII Patriarcas) afirma: "Hijos míos, temed al Señor y protegeos de Satanás y sus espíritus" (6,1). En este texto se percibe el paso de este vocablo de nombre común a nombre propio. Encontramos, pues, en estos siglos inmediatamente antes del nacimiento del cristianismo que casi de repente Satán deja de estar solo, como en el Libro de Job, y pasa a ser el nombre propio del gran jefe de unos ciertos satanes, que son su cortejo de ayudantes. Se transforma en el comandante supremo de un antirreino del mal, aunque siempre, naturalmente sometido en último término a Dios. II Fusión de las tres clases de malos espíritus Se produce en dos momentos. En el primer momento las tres clases se reducen a dos. Luego estas dos se fusionan en una. Primer momento: Como las fronteras de las funciones maléficas de estos seres malvados son difusas y se entrecruzan, las tres clases de espíritus perversos, que se distinguían entre sí en un principio (satanes / ángeles caídos / “espíritus perversos” o demonios), se simplifican rápidamente en dos: · los "satanes" por un lado, · y por el otro los demonios y los ángeles caídos, fundidos, a su vez, en un único grupo. La distinción entre ángeles caídos y satanes permanece, sin embargo, bastante clara por dos razones: 1. porque el pecado que da origen a su existencia como tales es distinto; y 2. porque a veces se señala que sus funciones son también diversas. Veamos el apartado 1.: ángeles caídos y satanes siguen distinguiéndose porque tienen un origen distinto: Los “ángeles caídos” o “vigilantes” se transformaron, como ya sabemos, en espíritus malos por un pecado de lujuria, por haberse unido a las hijas de los hombres o por haberles enseñado secretos que a la larga serán perversos. Los satanes son tales por un pecado de rebelión contra Dios o por un acto o pecado de desobediencia meramente intelectual. El Libro de Henoc eslavo (cuyo núcleo se compuso quizás a mediados del s. de nuestra era) afirma que Dios reveló a Henoc lo siguiente: "Del fuego creé las formaciones de los ejércitos incorpóreos, diez miríadas de ángeles... y di órdenes de que cada uno se pusiera en su formación correspondiente. Pero un espíritu del orden de los arcángeles, apartándose juntamente con la formación que estaba a sus órdenes, concibió el pensamiento inaudito de colocar su trono por encima de las nubes para poder así equipararse con mi fuerza. Yo entonces lo lancé desde la altura juntamente con sus ángeles...". (11,37‑40 de Santos, cap. 29 Andersen). La versión latina de la Vida de Adán y Eva (del s. II o III d.C.) precisa más esta leyenda y añade que el acto de desobediencia tuvo su origen cuando la creación del hombre. Fe del modo siguiente: Dios a través de Miguel obligó a todos los ángeles a adorar esta criatura porque estaba hecha a imagen y semejanza de Aquél, y en este aspecto era superior a los ángeles; pero un arcángel díscolo y orgulloso se negó a doblar su rodilla ante el hombre. Esta acción le costó cara: perdió su trono celeste. El mismo arcángel malo lo explica así en un pasaje de esta Vida latina: "Toda mi hostilidad, envidia y dolor vienen por ti, oh Adán, ya que por tu culpa fui expulsado de mi gloria... Cuando Dios insufló en ti el hálito de vida..., Miguel te trajo y nos hizo adorarte a la vista de Dios... Yo respondí: No, no tengo porqué adorar a uno pero que yo, puesto que yo soy anterior a cualquier creatura... y si Dios se irrita conmigo pondré mi trono por encima de los astros del cielo... El Señor Dios se indignó contra mí y ordenó que me expulsaran del cielo y de mi gloria conjunto con mis ángeles..." (12‑16). 2. Distinción de ángeles caídos y satanes por su función diversa Afirmábamos antes que la segunda razón de la diversidad entre ángeles caídos y satanes eran sus funciones, a veces diversas: los satanes jamás se dedican a enseñar secretos celestes a los humanos; y, a su vez, a los ángeles caídos ‑que pueden actuar como ejecutores de los castigos divinos‑ jamás se les atribuye una actividad de fiscales o acusadores. Segundo momento: fusión de estas dos clases en una. A pesar de tener un origen distinto, el cometido dañino, seductor, tentador, instigador, y en una palabra la función de creadores de todos los males para los hombres es tan parecida, que las dos clases que habrían de acabar casi necesariamente fusionándose, formando un bloque un tanto indiferenciado: entonces los demonios se llamarán sin problemas "ángeles de Satanás" (Vida de Adán y Eva 16; Documento de Damasco 2,18). No importa que esta fusión acarree contradicciones. Hay una clarísima: ¿cómo va seguir Satán ejerciendo su función de acusador ante Dios si ha sido precipitado por Éste fuera de su presencia, arrojado del cielo tras su rebeldía? Pero la contradicción no se percibe; la fusión se llevará adelante simplemente porque la distinción entre tanta clase de espíritus impuros era para cualquier mente sencilla una enorme confusión. La tendencia innata a simplificar lo confuso conducirá en no mucho tiempo a juntar las diversas clases de diablos y demonios en una olvidándose de las diferencias. Así, en una sección bastante tardía del Libro 1 de Henoc (68‑69: dentro de las llamadas "Parábolas de Henoc") los ángeles caídos se confunden con los satanes, y a su vez en el Henoc eslavo, 18,3 (ya de época cristiana), los ángeles que estaban bajo el mando de Satanael, es decir eran "satanes", se les llama "Vigilantes" (nombre atribuido sólo a los ángeles caídos). Y la tradición del pecado de origen se mezcla también: primero se insurreccionaron contra Dios y luego bajaron al Monte Hermón para unirse con las mujeres. Como se puede observar, se unen aquí dos tradiciones en principio diferentes, que hemos expuesto de modo separado en líneas anteriores. La confusión llega a ser tanta que los textos son también contradictorios sobre el lugar en el que se aposentan tanto los satanes como los ángeles caídos: unas veces se afirma que estos espíritus están recluidos en las profundidades de la tierra y otras que su morada se halla por los aires (así en un mismo libro: el Henoc eslavo: 7,3; 7,18; 18,3.7 traducción de Aurelio de Santos Otero en Apócrifos del Antiguo Testamento, Edit. Cristiandad, Madrid 1984; pp. 147 y siguientes). Saludos cordiales de Antonio Piñero. www.antoniopinero.com
Martes, 1 de Agosto 2023
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Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
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