Notas
Hoy escribe Antonio Piñero sobre un libro de Gonzalo Fontana Elboj que ha sido editado en Zaragoza, Editorial Contraseña, 2021 (361 páginas).
Gonzalo Fontana, junto con José Montserrat y yo somos los tres responsables principales del volumen –que esperemos salga finalmente en octubre de este año en la Editorial Trotta de Madrid– “Los libros del Nuevo Testamento. Traducción, introducción y comentario”. Obra independiente, no militante, aconfesional y respetuosa, orientado solamente a la historia a todos los textos que son el fundamento del cristianismo actual y responder a las dudas, sobre todo en el caso de los Evangelios, acerca de la historicidad de cada pasaje. El Profesor Fontana es polifacético y ha escrito también teatro y novela. Yo lo considero un buenísimo epigrafista, tanto de inscripciones griegas como latinas, que son una de las bases de nuestro conocimiento histórico de la Antigüedad. El libro del Prof. Fontana es una antología de textos, pertenecientes a todos los géneros y épocas de la literatura latina. Ofrece una compilación de pasajes relativos al oscuro y abigarrado catálogo de personajes y fenómenos sobrenaturales (espectros, casas encantadas, licántropos o muertos vivientes, entre otros) que poblaban los temores y las fantasías de la Roma de la Antigüedad, un asunto poco frecuentado por los manuales históricos al uso, más dados a reflejar una imagen augusta y estereotipada de aquella civilización. En el libro se dan cita casi todos los grandes autores de las letras latinas, como Virgilio, Horacio, Séneca, Ovidio o Cicerón, pero también otros menos conocidos, como Floro o Valerio Máximo. La antología incluye, además, una pequeña selección de textos anónimos en soporte epigráfico —cultos unos, populares otros—, entre los que cabe destacar una serie de maldiciones y hechizos amorosos, que sorprenderán seguro a buena parte de los lectores. A pesar de que la mayor parte de los textos incluidos en la obra corresponden a autores del clasicismo pagano, el lector interesado podrá hallar en ella algunos pasajes procedentes también de autores cristianos: San Agustín hablando de licántropos y casas encantadas, textos espeluznantes del rencoroso Lactancio que anticipan los capítulos más truculentos del gore contemporáneo; y también Constancio de Lyon, Gregorio Magno o Isidoro de Sevilla. Como mero botón de muestra voy a transcribir aquí un curioso texto altomedieval en el que el un monje recibe la horripilante visita del fantasma de Virgilio. Ya se ve que todavía faltaba un tiempo para que Dante lo mirara con ojos más amables. «Poeta fui, e cantai di quel giusto / figliuol d'Anchise che venne di Troia...» “Poeta fui y canté a ese varón / héroe justo, hijo de Anquises que de Troya vino” Palabras que corresponden al Canto I, el Infierno, de la Divina Comedia versos 72-73 Escribe el Profesor Fontana en su libro: A pesar de que los límites temporales de esta antología coinciden, en un principio, con el fin de la Antigüedad, hacemos aquí una excepción y transcribimos un curioso pasaje del monje benedictino Ermenrico de Ellwangen (siglo ix), quien, en su Carta al abad Grimaldo, relata sus experiencias con un horripilante fantasma que él identifica nada menos que con nuestro afable guía en los infiernos, el poeta Virgilio. En cualquier caso, su historia es fácilmente descifrable. De la misma manera que a san Jerónimo lo atormentaban los remordimientos por sus veleidades ciceronianas —«Tú eres ciceroniano, no cristiano» [Epístola 22, 30], le dijo Cristo en una aterradora visión—, el piadoso Ermenrico debía de sentirse terriblemente culpable por abandonarse a la dulce melancolía de los versos del mantuano. Sin embargo, no quiero volver a ver a Virgilio, quien, a mi juicio, está en el peor de los infiernos; y, por ello, me aterra verlo. Lo leía y, tras la lectura, lo llevaba a mi memoria; y pasaba luego al primer sueño, que tras una jornada de fatiga suele ser el más placentero. Pero con frecuencia se me aparecía como un monstruo negro y horrible por todos los conceptos: en ocasiones agitaba un libro; otras veces, un cálamo, como si fuera a escribir algo. Y se reía mientras me miraba, e incluso se burlaba de mí por estar leyendo sus obras. Así que yo, tras despertar bruscamente, me persignaba y arrojaba bien lejos el libro, logrando de esta manera que mis miembros volvieran a descansar. Pero ni aun así dejaba el fantasma de atormentarme. Ermenrico de Ellwangen Carta al abad Grimaldo 24 Lo sobrenatural en todas sus facetas atrae tremendamente a los humanos. Con cordial saludo de Antonio Piñero
Jueves, 17 de Junio 2021
Comentarios
Notas
Escribe Antonio Piñero
Poco hay que decir del resumen de los años 35-49 d. C., en donde aparecen tres dirigentes de los diversos grupos cristianos: Pablo, Pedro y Santiago / Jacobo, porque estoy de acuerdo en líneas generales con lo que dice el prologuista. Pikaza habla de tres personajes significativos que están detrás de otras tres interpretaciones de Jesús, y añade que faltan otros grupos como el del “Discípulo amado” y el de “las mujeres”. El grupo del que da origen al Cuarto Evangelio, tras muchas vicisitudes, es el del “Discípulo amado”, que en mi opinión es una figura ideal, no histórica, que amalgama recuerdos de Jesús que la tradición (no sabemos con qué grado de historicidad) atribuye a Juan, hijo del Zebedeo, y a Felipe, uno de los Doce. El desarrollo de la tradición confunde pronto a Felipe, uno de los doce apóstoles, con Felipe, el diácono helenista de Hechos 6,5 y que es el protagonista de la conversión al judeocristianismo del eunuco de la reina de Etiopía, Candace, que era un prosélito. Véase Hechos 8). El Felipe de la tradición johánica aparece en Jn 12,20-24, en donde Felipe presenta a Jesús unos “griegos” que quieren hablar con él. El texto no dice si el Maestro los recibe estrictamente o no. Pero al afirmar el Jesús johánico en el v. 23 que “Entonces les respondió, diciendo: Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre ha de ser glorificado”, da a entender que sí les hace algún caso. No queda claro si estos griegos eran paganos estrictamente o, más bien, judíos de lengua griega. Muchos comentaristas afirman que en el marco del Evangelio de Juan esta escena supone que el Jesús nacionalista se abre incipientemente a la misión de los paganos. Por tanto, aunque “quede fuera” de la mención de los líderes de grupo, como afirma Pikaza, sí formaban uno de los cristianismos de los orígenes los que se agrupaban en torno al “Discípulo amado” y Felipe. No me queda claro, sin embargo, a qué se refiere Pikaza cuando habla del “grupo de las mujeres”. Desde luego, como productoras de una teología especial sustentada nítidamente, tal grupo no aparece más que en germen en el Nuevo Testamento. Pero la literatura apócrifa del siglo II sí confirma este punto de vista de Pikaza, ya que existe un “Evangelio de María”. Esta obra, junto con otros textos gnósticos, se ha conservado en un papiro de Berlín, con la sigla BG 8502, y suele editarse junto con los textos de Nag Hammadi (edición también de Trotta). La existencia de una teología encratita (contraria al matrimonio) representada en los Hechos Apócrifos de los Apóstoles, de los siglos II y III, y del que algunos comentaristas afirman que es “literatura teológica de un grupo de mujeres liberadas de compromisos matrimoniales” podría confirmar que Pikaza lo considere como un grupo cristiano con su teología y libros particulares. Finalmente: para comentar esta división cronológica de los primeros cristianismos que Pikaza sitúa entre los años 35-49, diré que estoy muy de acuerdo con él en que en estos años y en esos tres grupos (Santiago / Pedro /helenistas, entre ellos Pablo) lo que está en juego no es –como se suele afirmar sin precisar debidamente– desvincular a los conversos del paganismo, sobre todo por obra de Pablo, de la “ley de Moisés” en general en la que está incluido el Decálogo, sino la libertad o no de los conversos respecto a cumplir la ley de Moisés entera. Ya sé que insisto muchas veces en este aspecto, pero es necesario. Agradezco a Pikaza que –aunque pueda parecer impreciso cuando afirma que Pablo defiende “la libertad de los cristianos”– me parece totalmente correcto al sostener que los conversos procedentes del paganismo a la fe en Jesús como mesías “podían y debían ser herederos –precisamente por esa fe en Jesús– de las promesas judías” sin dejar de seguir siendo gentiles, es decir, sin la obligación de “circuncidarse ni cumplir otras leyes nacionales” judías. Esta es una doctrina totalmente opuesta (a pesar de que Hechos 15, afirme que Santiago aceptó que los gentiles no tenían que circuncidarse para lograr la salvación, sino cumplir las leyes de Noé de convivencia con los judíos) a la del hermano de Jesús, Santiago, el cual –creemos– seguía la enseñanza del Jesús histórico que no se preocupó en absoluto de la salvación de los paganos, sino solo de la “ovejas de Israel” (Mateo 10,6). Finalmente Pikaza insiste (p. 21) en que “va emergiendo” la figura de Pedro como mediador, como suponen Hechos 15, Mt 16,17-28; Jn 21 y 2 Pedro. Es cierto…: hay una corriente del cristianismo que hace emerger a Pedro como mediador. Pero mi tesis es que ese “emerger” más que en los valores de Pedro mismo está construido en la voluntad de las iglesias paulinas para que sus doctrinas particulares no pareciesen desvinculadas de la iglesia de Jerusalén. Al fin y al cabo, en esos tiempos, el seguimiento auténtico del Jesús histórico estaba representado por Santiago y no por Pablo. Había que dibujar este hecho paulino con mejor luz… y eso es lo que procuró Pablo y lo que hicieron sus discípulos, que fueron sin duda los más interesados en que, dentro del manto amplio del pensamiento paulino dominante, fueran acogidos otros cristianismos ya petrinos ya “jacobinos”. Nos quedan todavía por comentar dos divisiones cronológicas (del 50 al 90; del 90 al 125). Lo haremos en sucesivas entregas. Saludos cordiales de Antonio Piñero www.ciudadanojesus.com
Jueves, 10 de Junio 2021
Notas
Escribe Antonio Piñero
La foto está tomada de “paseandoporisrael.blogspot.com” Sigo comentando “La infancia del cristianismo” de Étienne Trocmé, Trotta, Madrid, 2021, y me ocupo todavía de la interesante introducción de Xabier Pikaza, escrita para entender mejor el libro de Trocmé. En la sección “La novedad de Pablo” (p. 18) escribe Pikaza que Jesús había ido (mejor que “venido”) a Jerusalén para instaurar el reino de Dios al servicio de los excluidos del orden oficial de Israel, siendo allí ajusticiado”. Precisaría: aunque en el ámbito puramente histórico es muy difícil meterse en el interior de los personajes (y más en las “biografías” del siglo I que intentan todas ensalzar al héroe y presentar ante todo sus hechos gloriosos) creo que Jesús no fue a Jerusalén para instaurar él el reino de Dios, sino más bien para “urgir” a Dios que lo instaurara Él. Creo, insisto en el aspecto hipotético de mis enunciados, que Jesús era como una suerte de Gedeón, que pensaba que Dios no necesitaba ni siquiera la intervención de las “legiones de ángeles” (Mateo 26,53: “¿Piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y Él me daría más de doce legiones de ángeles?) para instaurar el Reino en la tierra de Israel. Jesús actúa aquí como profeta que tiene una suerte de “línea directa” con Dios de a que carecen los demás mortales. Segundo: precisaría que el Jesús histórico no pensaba el reino de Dios habría de instaurarse en servicio de los excluidos del orden oficial”, sino para todo Israel, con tal de que se arrepintieran de su falta de observancia de la ley de Moisés. Estoy de acuerdo con Pikaza en que –según la creencia de los seguidores de Jesús tras su persuasión firme de que este había resucitado y que había sido exaltado a la diestra del Padre, de donde volvería como Señor y Mesías” con plenos poderes (Hechos 2,36)– el Jesús resucitado, pero no el terreno, el histórico sí podría él mismo instaurar el Reino, porque entonces (insisto en la creencia de los judeocristianos primitivos) Jesús se había convertido en una entidad semidivina con poderes ya prácticamente divinos. Y por último, de acuerdo con Pikaza en que los Doce no “intentaron crear una comunidad verdadera de “pobres santos” como una comunidad duradera en la tierra (tampoco el Jesús histórico), pero le habría pedido al mismo Pikaza que hubiese sido más claro al escribir “A diferencia (de los Doce) los parientes de Jesús fueron los “creadores de la primera comunidad / iglesia / en hebreo qahal / que interpreta el mensaje y la muerte de Jesús como principio de una comunidad sagrada… para vivir en Jerusalén en radicalidad la ley israelita”, porque me temo que algún lector entienda estas palabras como que esa comunidad habría asumido que iba a durar en la tierra como institución más o menos permanente. Estoy seguro de que no es esto lo que afirma Pikaza. Y por último, ciertamente está bien visto que Pablo, aunque visite a Pedro y a Santiago (Gálatas 1,18-19) tras su “llamada” (muy bien; no “conversión, porque Pablo no se convierte a ningún cristianismo que aún no existía) y tras haber permanecido rumiando el sentido de esa “llamada” nada menos que durante tres años en Arabia, eso no significaba que él, Pablo, hubiese asumido el ideal de esa “comunidad de pobres”, sino el ideal interpretativo de los “helenistas”. Creo que Pablo debió de tener muy pronto la idea de ser “radical” él también en la observancia de la Ley, como judío circuncidado que era… (1 Corintios 7,17-21; Filipenses 3,5), pero no con la idea de que solo se salvarían los que pertenecieran a esos “santos pobres” (comunidad de Jerusalén), sino también otras personas, gentiles, que creyeran en Jesús como salvador pero que no tenían por qué hacerse judíos (por tanto no estaban obligados cumplir la ley de Moisés completa). Es muy posible que, aunque Hechos 10 diga que fue Pedro el “inventor” de esa idea, fueron los helenistas los que la inventaron (Hechos 11,20; el autor de1 Hechos se contradice en el fondo) y que Pablo desde muy pronto tuvo probablemente la misma concepción, quizás cuando aún estaba en Arabia (Gálatas 1,17). Me imagino que Pikaza estará de acuerdo con esto. Saludos cordiales de Antonio Piñero PD. Una noticia que me comunica Trotta el 1 de este mes de junio: “Hemos digitalizado dos nuevos títulos: Guía para entender a Pablo de Tarso. Una interpretación del pensamiento paulino” y “Guía para entender el Nuevo Testamento. Se suman así a los otros dos títulos que ya estaban disponibles en EPPUB: “Aproximación al Jesús histórico y El Jesús histórico. Otras aproximaciones”. Ya están a la venta en las principales plataformas de venta de ebooks. Saludos de nuevo
Jueves, 3 de Junio 2021
|
Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.
Secciones
Últimos apuntes
Archivo
Tendencias de las Religiones
|
Blog sobre la cristiandad de Tendencias21
Tendencias 21 (Madrid). ISSN 2174-6850 |