CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
La profesora Avenoza escribe de su propio libro - Biblias Castellanas Medievales (y IV) (195-04)
Hoy escriben Gemma Avenoza y Antonio Piñero


Terminamos hoy con la presentación –en cuatro entregas- del libro “Biblias Castellanas Medievales”. Hoy concluimos con la transcripción de las páginas introductorias que la propia autora dedica a su obra:

“Por su parte, los centros de copia se servían de una serie de procedimientos que facilitaban la organización del trabajo. La preparación del soporte de la escritura realizado según unas pautas fijas, unas proporciones entre la altura y la anchura de la caja de escritura que variaban según el tipo de obra a reproducir y los gustos de los tiempos.

“La pulcritud de su trazado era fundamental para la belleza y equilibrio de la página y se encomendaba a veces a un artesano especializado y otras veces era responsabilidad de cada uno de los copistas que intervenían en la copia; en ambos casos, el resultado del libro acabado debía de ser uniforme, sin diferencias apreciables, lo que suponía el uso de reglas o de modos de calcular esas proporciones comunes a todos los implicados en la copia de una obra (estas proporciones giraban en torno al número de oro, al rectángulo de Pitágoras, al doble rectángulo de Pitágoras, a los rectángulos construidos según la fórmula a x a √2, etc.).

“Para marcar la pauta se empleaba una punta de plomo o de grafito, una punta seca que no dejaba trazo de color, tinta diluida, plegado tabeliónico (es decir, propio de los “tabeliones” o escribanos o se usaban mastaras o planchas de reglar y, para los renglones, si era el caso, se acudía al uso de una ruedecilla dentada que en los márgenes dejaba una hilera de perforaciones menudas que servían para trazar las líneas de guía para la escritura (Biblia de Alba).

“El orden de los bifolios que formaban cada uno de los cuadernos se aseguraba a través de signaturas de cuaderno, cuyas formas podían responder al uso del scriptorium o al gusto del copista y en este último caso su variación señala el cambio de amanuense en un punto determinado del manuscrito (BNM 10288 y Esc. I.i.4). Para que no se desordenaran los pliegos se acudía a la numeración de cuadernos y también a los reclamos, esas palabras anotadas en los márgenes inferiores del último folio de cada pliego que eran las primeras del cuaderno siguiente.

Buena parte de estos elementos desaparecían cuando el libro se terminaba y se le dotaba de una encuadernación, porque al igualar los folios se eliminaba parte de los márgenes. Ese era el momento en el que podían hacerse desaparecer las signaturas de cuaderno, las perforaciones que marcaban la justificación de la escritura o las anotaciones que los copistas dejaban para orientar a rubricadores y miniaturistas. Por fortuna para nosotros no siempre se han perdido estos elementos, bien porque estaban integrados en la decoración del volumen (caso de algunos reclamos) o porque su posición los mantuvo lejos de la cuchilla del encuadernador.

De todas estas técnicas quedan algunas señales en los libros, y la ciencia codicológica, actuando como una arqueología del libro manuscrito, examina todos esos indicios y busca darles una interpretación. Lo mismo que las piedras que quedan de una casa o de una calle permiten al arqueólogo explicar cómo era la vida ciudadana en un tiempo ya lejano, los elementos materiales que servían para organizar la copia permiten a la codicología explicar el cómo, el cuándo, el dónde, el quién y el para quién de la realización de los manuscritos medievales. Nos acerca al modo en el que trabajaban los copistas medievales y nos proporciona muchos datos sobre la historia de los textos y de su transmisión, de tal modo que a veces es en la constitución material de un volumen donde se encuentra la explicación a un determinado problema textual (los cambios de texto base, por ejemplo).

“En un corpus como el de las biblias romanceadas medievales hispánicas la aplicación del análisis codicológico ha sido especialmente rico en resultados; al estudiar un grupo de copias de la misma obra realizados en una época concreta (a mediados o en la primera mitad del s. XV), se ponen en evidencia datos que de otra forma, aislados, serían mudos. La materialidad de los volúmenes dice mucho de las variaciones textuales que presentan y existen elementos comunes entre unos manuscritos y otros, como el hecho de que más de un manuscrito registra la presencia de técnicas peculiares, la intervención de un mismo copista o el uso de un mismo tipo de papel. Los lazos materiales entre los testimonios van a la par de los lazos textuales y unos sirven a otros como piedra de toque para comprobar las hipótesis que relacionan entre si los distintos manuscritos.

“Para llegar a estos resultados ha sido necesario estudiar directamente todos los manuscritos conservados, aplicándoles un cuestionario codicológico elaborado a partir de la experiencia que desde 1989 acumula el grupo de investigación de BITECA. Los datos reunidos han sido contrastados y analizados teniendo en consideración las particularidades del corpus presente.

El estudio material de las biblias medievales romanceadas hispánicas que aquí se presenta ha surgido gracias a la Fundación San Millán de la Cogolla, con cuyo apoyo se ha podido pasar de una serie de estudios parciales, de notas tomadas sobre manuscritos medievales a lo largo de los años, a un estudio de todo el corpus bíblico castellano medieval.

Pese a la unidad el método de análisis empleado, la singularidad de todos y cada uno de los manuscritos ha orientado la investigación en un sentido u otro, primando a veces la perspectiva codicológica y otras la histórica, de modo que cada uno de los capítulos se puede leer como un artículo independiente.


Saludos cordiales de Gemma Avenoza y Antonio Piñero.


Viernes, 5 de Agosto 2011


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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