CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero
La memoria de Jesús y los cristianismos de sus orígenes (579)
Escribe Antonio Piñero

No creo equivocarme mucho, cuando pienso que este último libro de Rafael Aguirre es un producto típico de la reflexión complexiva, interesante, y excelente por lo general, de un profesor jubilado, con muchos años de docencia e investigación a sus espaldas, que cree conveniente manifestar su pensamiento en cuestiones claves de una manera sintética y clara.

El libro está dividido en tres capítulos. El primero aborda el tema de la exégesis (en líneas generales confesional) de nuestros días: qué se entiende por métodos críticos, la relación entre la explicación y la comprensión de los textos, tan antiguos y para algunos tan aparentemente lejanos a nuestros días, que los hace difícilmente comprensibles en sus detalles; la tensión entre crítica y fe, entre exégesis científica y lectura creyente de la Biblia, ciertos subterfugios que utilizan algunos apologetas, un tanto torpes, para huir de la crítica bíblica y la importancia decisiva del lugar social del intérprete mismo.

El segundo capítulo trata de Jesús de Nazaret y lleva el título: “El replanteamiento de las relaciones entre el Jesús de la historia y el Cristo de la fe”. Es más que interesante, pues Aguirre aborda los aspectos discutidos hoy día, sobre todo entre los investigadores confesionales.

Y el tercer y último capítulo trata de describir un proceso histórico: el desarrollo ideológico y social del cristianismo primitivo. Para el autor es una necesidad actual ir a los orígenes para consolidar la identidad actual del cristianismo. Y aquí expresa con enorme claridad el autor que se introduce en un mundo que la investigación ve cada vez más complejo y difícil: el cristianismo primitivo –en mi opinión-- no fomenta precisamente una cómoda unidad, sino que empuja a la diversidad, naturalmente siempre en la línea de una reinterpretación honesta del legado de Jesús. A este propósito y a renglón seguido del autor, también mí me encantaría que fuera verdad que se puede ser estudioso y creyente y –al revés—que se pueda ser un duro crítico, racionalista y agnóstico, y a la vez sensible a las “verdades” religiosas o simplemente humanísticas que ofrecen los textos sacros cristianos.

Para ir directos al grano, debo decir que me han gustado los dos primeros capítulos. Valoro la sinceridad con la que se enfrenta el autor a problemas en sí imposibles de solucionar satisfactoriamente, como la relación entre fe/creencia, o la actitud creyente ante el positivismo de la crítica histórica de los textos antiguos, que en nada tiene en cuenta la inspiración ni la fe, y que es súper racionalista, pedestre si se quiere, y en el fondo agnóstico. Por ejemplo, es loable el esfuerzo por aceptar las sugerencias de críticos no confesionales, como Fernando Bermejo, al que cita repetidas veces, y del que acepta el cuestionamiento de la división --en el fondo apologética y que considera solo o casi solo la exégesis alemana o anglosajona-- de la típica división en tres fases de la historia de la cuestión del estudio sobre el Jesús histórico en los últimos tiempos.

Y me parece excelente que no comparta Aguirre el criterio de los autores de tantísimos libros de exégesis superficial y ligera que eluden sistemáticamente ir –e intentar solucionar—los problemas fundamentales de los textos que “aclaran”. Me parece valiente por parte del Autor el tratamiento del tema, “vuelve aflorar el malestar (eclesiástico) ante la exégesis crítica” y cómo decididamente la defiende ante oponentes. Son oportunas las observaciones de este libro sobre la situación actual de los estudios bíblicos confesionales y, por ejemplo, su crítica a la exégesis llamada canónica (de Brevar S. Childs y seguidores), junto con su defensa de la aproximación sociológica al estudio del Nuevo Testamento y del cristianismo primitivo en general al que el autor ha dedicado buena parte de su vida.

Igualmente alabo la sabiduría y conocimientos amplios de Aguirre sobre el tema “Jesús histórico” y el estado actual de su investigación; no está nada mal que admita que no todos son dudas e incertidumbres (por lo cual se debe uno acoger a la sola fe) en a investigación actual, en la que se ha llegado ya a un consenso, al menos, en 12 puntos acerca del Jesús histórico (F. Bermejo presenta 26 en su doble artículo de la Revista Catalana de Teología de 2005 y 2006 sobre la división artificial de la historia de la investigación sobre Jesús, aludido anteriormente y del que he hablado muchas veces). Es muy valiente Aguirre, y comparto su crítica del rechazo, sobre todo entre exegetas españoles del estudio histórico de Jesús como tarea ineludible y que afecta a la sociedad creyente entera, que vive en la superficialidad.

Escribe el Autor: “La imagen de Jesús que llega al gran público al margen de los circuitos eclesiales tristemente muy cerrados en sí mismos (pensemos, por ejemplo, en el caso de las editoriales de libros religiosos en España), linda casi siempre con lo fantasioso cuando no en lo esotérico (hay excepciones muy notables” (pp. 99-100: los paréntesis son del Autor). Y es también valiente la aceptación de los intentos, fallidos, por explicar la resurrección de Jesús, desde un punto de vista histórico y que una cosa es “explicar históricamente el proceso que llevó a quienes habían conocido en vida al Jesús terreno a confesarlo como Cristo resucitado y otra diferente es dar con ellos este paso” (p. 120).

Pero debo confesar --como adelanté ya-- que estoy bastante en desacuerdo en su descripción de los orígenes del cristianismo, es decir, de su proceso formativo. Aquí observo, desde mi punto de vista—de una reflexión también de muchos años en torno a la formación del cristianismo y el Nuevo Testamento— que lo que pinta Aguirre en este libro es más bien una mera descripción de ese período formativo (desde digamos el año 30 o 33, momento de la muerte de Jesús hasta el final del siglo II y comienzos del III, cuando el cristianismo tiene ya Escrituras propias y se va desligando claramente de la matriz judía común con el judaísmo rabínico) que un análisis serio y objetivo –hay muchas afirmaciones sin probar-- de nuestra casi única fuente para los momentos básicos, el Nuevo Testamento.

El análisis del Nuevo Testamento cuestiona, a mi parecer, la afirmación de una suerte de protoortodoxia (el autor dice, ciertamente que esta no existe hasta finales del siglo II, pero supone que hay una cierta unidad desde el principio que luego desembocará naturalmente en la “Gran Iglesia”). Sosteien Aguirre implícitamente –no hay pruebas--- de ese fondo común de los diversos cristianismos (sinóptico, johánico, judeocristianismo de Santiago, “el hermano del Señor” y colegas), paulinos, etc., que no es el paulinismo mismo, que va derrotando a otros cristianismos.

Llevo más de veinte años sosteniendo que el análisis del Nuevo Testamento demuestra que no tenemos testimonios de ningún movimiento “petrino” con una teología sobre la que podamos escribir libro alguno serio (hy mil anécdotas de Pedro, pero no una clara teología); que no existe la pretendida Gran Iglesia hasta finales del siglo II, y que esta es paulina; que no hay prueba alguna de que el paulinismo radical fuera conducido a una “ortodoxia común” fuera de la reflexión y reinterpretación del paulinismo mismo por los discípulos de Pablo, que forman a la postre el Nuevo Testamento; y que el Nuevo Testamento es un gran pacto de la grandes iglesias (paulinas) con otros cristianismos asimilables, representados por escritos que habían aceptado las líneas básicas de reinterpretación de Jesús por parte de Pablo de Tarso (incluso en el Apocalipsis o en la Carta de Santiago y el cuarto Evangelio).

Sostengo que sí tenemos pruebas de que Jesús de Nazaret fue reinterpretado por Pablo de Tarso, y que éste fue reinterpretado a su vez por sus discípulos. Y mantengo que quien cupo dentro de esta profunda reinterpretación fue admitido en el Nuevo Testamento que formaron las iglesias paulinas. Hay que plantearse básicamente desde esta perspectiva –creo, o defiendo con la inseguridad natural de toda propuesta— que el surgimiento del Nuevo Testamento y del cristianismo que conocemos procede de un paulinismo básico y autodepurado o reinterpretado. No hubo un cristianismo petrino probable por medio de textos y más allá de las anécdotas, no hubo Gran Iglesia casi desde el principio a la que reconducir a Pablo. Los sucesores de este fueron la Gran iglesia (expresión de Celso, el polemista anticristiano, cuya obra “El discurso verdadero” apareció hacia 170 d.C.: véase “Contra Celso de Orígenes V 61).

Formulo como hipótesis que debajo de este constructo de una línea de “pensamiento unido sobre Jesús” --> protoordoxia hay el miedo a reconocer lo siguiente: No puede dudarse de que la autovaloración de Jesús es totalmente distinta de la reinterpretación de Pablo. No hay manera de llenar este hiato teológico e histórico. En el fondo sabemos que nuestra interpretación de Jesús depende de Pablo… es decir, de algo no histórico, sino fundado en el Cristo celeste. Entonces se busca un lazo más firme con el Jesús histórico y Pablo y se encuentra en Pedro y en una tradición sobre Jesús “independiente” de Pablo: se inventa el cristianismo petrino (del que no hay fuente alguna) y el germen de Gran Iglesia (del que no hay testimonio alguno) a laos que es reconducido y suavizado el Pablo más radical. Finalmente esa Gran Iglesia en el siglo II reúne a los cristianismos sinópticos, paulinos, johánicos judíos moderados etc. en una conjunto más o menos armónico Pero el vínculo de unión no es el paulinismo, sino el petrinismo que funda una Gran Iglesia exterior a Pablo y los paulinos más radicales.

Pues bien: afirmo que toda esa construcción (formulada por mí como hipótesis subyacente, y con las debidas reservas) no encuentra base alguna en un análisis sereno y crítico de los datos del Nuevo Testamento.

Y, tras esta “disceptación” o controversia, que deseo educada y cortés, vuelvo a la valoración total del libro presente de R. Aguirre: en conjunto recomiendo la lectura de los dos primeros capítulos de esta obra. Y la lectura precavida del tercer capítulo. En general, este pequeño libro debe ser calificado de “recomendable”.

Su ficha: edición de “Verbo Divino” (Colección “Ágora”), Estella, 2015, 190 pp. ISBN: 978-84-9073-106-2.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
Universidad Complutense de Madrid
www.antoniopinero.com

Viernes, 15 de Mayo 2015


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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