CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero


Hoy escribe Antonio Piñero


Quiero concluir ya de una vez todas las postales a propósito de una reflexión sobre la imagen presentada en la película “El discípulo” con las reflexiones de S. G. F. Brandon a propósito de los posibles contactos de Jesús con el celotismo. No tengo el menor deseo de ser acusado de “pesado”.

Y en la postal de mañana volveré a aclarar mi postura sobre Jesús y las armas, que en verdad no ha variado, sino que sólo ha acentuado un punto. Mi intención ha sido y es presentar ciertos pasajes evangélicos de la mano de Brandon, poco conocido en España y muy odiado, que simplemente demuestran que hay materia de reflexión y que no están tan “locos” los que defienden una postura brandoniana.

Brandon responde en su obra a las preguntas y objeciones usuales que le hicieron en su tiempo quienes habían leído sus obras anteriores, por ejemplo, The Fall of Jerusalem and the Christian Church (“La caída de Jerusalén y la iglesia cristiana” de 1951), y un artículo amplio que apareció poco antes de Jesús y los celotes: “The Trial of Jesus” (“El proceso de Jesús”) en History Today, nº XVI, Londres, 1966.

Jesús no fue ejecutado sólo y muy probablemente la represión romana no acabó sólo con el “cabecilla” o responsable, sino junto con dos “salteadores”/”bandidos”:


“Con él crucificaron a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda” (Mc 15,27).


Ahora bien, es sabido que la palabra “bandido” es la utilizada por Flavio Josefo, tanto en sus Antigüedades como en la Guerra de los judíos (Véase Antigüedades de los judíos XVII 269-285, en particular 278-284; XX 160-172; Guerra de los judíos II 55-65, en especial 60-65; 433-440 y IV 503-513), para designar despectivamente a los celotas, causantes de la Gran Revuelta contra los romanos y la consiguiente derrota. Es de suponer que Jesús fue crucificado con gentes que participaron con él en el mismo incidente contra el Templo, o en otra revuelta de la que da noticia el evangelista Marcos, en 15,7, o bien que fueron capturados en ese incidente en el huerto de Getsemaní. El Imperio interpretó claramente que el movimiento de Jesús no era grande ni grave; bastaba con cortar de raíz la cabeza; el resto se disolvería por sí sólo. Había así actuado en otras ocasiones.

El título de la cruz es de una autenticidad indiscutida, pues se corresponde con la práctica usual romana de informar y ejemplarizar al pueblo por medio de las ejecuciones públicas. Los comentaristas señalan unánimemente los siguientes pasajes confirmatorios, Suetonio, Vida de Calígula 32; Vida de Domiciano 10,1; Dión Casio, Historia romana 54,8. Además está atestiguado por los cuatro evangelistas, a pesar de que el contenido de la inscripción grabada en la tabla no era de hecho muy halagüeño para sus perspectivas religiosas. No eran muy corrientes las ejecuciones públicas, y Roma no acostumbraba a crucificar sin ton ni son, sin razones graves, incluso en provincias problemáticas y revoltosas como Judea.

Las condenas a muerte eran registradas en los documentos de las cancillerías de los gobernadores provinciales, y luego transmitidas a Roma por medio de un mensajero especial, o bien por el correo oficial que a intervalos regulares llegaba a la oficina del Emperador. El títulus, si hubiese sido una falsedad habría sido fácilmente refutable. La inscripción, “Jesús [Nazareno; sólo en Jn 19,19], rey de los judíos” (Mt 27,37 y paralelos), señala exactamente desde el punto de vista romano la causa de la muerte: delito de lesa majestad contra el Imperio por graves desórdenes públicos o sedición.

Argumenta Brandon: como ya se conoce la historia anterior, proporcionada por los evangelistas mismos, la entrada triunfal en Jerusalén, el asalto al Templo, la resistencia armada durante el prendimiento en Getsemaní, la equiparación de Jesús con un sedicioso como Barrabás…, parece bastante claro desde el punto de vista histórico que para los romanos Jesús era no sólo un mero simpatizante de la causa nacionalista, sino un activo colaborador con ella.

Ahora bien, como el Procurador decidió no prender también a todos sus discípulos, ya fuera por temor al pueblo que consideraría espontáneamente a Jesús y sus seguidores unos héroes de la resistencia, ya porque estimara que el movimiento subversivo estaba en sus principios y era de poca monta, el que cargó con la culpa del grupo entero fue Jesús…, más los dos crucificados con él.

Se ha argumentado en diversos comentarios a estas notas algo que fue dicho también a Brandon y a lo que responde largamente en su obra Jesús y los celotes, a saber, primero, que la vindicación de Jesús como mesías considera su muerte como gloriosa e injusta. Esto no podría predicarse si Jesús hubiese sido un activista armado.

La respuesta de Brandon es: justamente la espera de Jesús como mesías para concluir su obra es típico del judeocristianismo en Jerusalén que consideró gloriosa la muerte de Jesús como obra de los “jefe de los judíos” y de los romanos. Para el judeocristianismo la muerte de Jesús fue precisamente gloriosa e injusta porque murió por intentar que Dios instaurase su reinado. El que su última acción contra el Templo hubiera ocurrido con cierta presencia de armas no sólo no era un título negativo para los judeocristianos sino todo lo contrario: Jesús volvería como mesías glorioso porque su muerte fue en pro de la causa de Dios. Jesús era un héroe de la resistencia antirromana para los judeocristianos.

También hay respuesta, y larguísima de Brandon a otra objeción manifestada en los comentarios: la muerte de Jesús como rebelde a Roma, que de algún modo está relacionada con el uso de las armas no es congruente con la predicación de sus seguidores..., en especial la del prorromano Pablo.

A responder a esta objeción va dedicada casi la mitad del libro: Pablo cambia radicalmente la imagen de Jesús debido a sus circunstancias e intereses vitales. Es Pablo, probablemente de buena fe, con sus visiones que creía procedentes del cielo, quien predica un “evangelio” radicalmente distinto (“otro evangelio”) en su esencia al de los judeocristianos. Es Pablo el que inicia la construcción de un Jesús pacífico e irénico.

Y son los evangelistas –y Brandon prueba largamente en su obra la tendenciosidad absoluta de Marcos- (recuérdese como botón de muestra mi argumentación sobre la tendenciosidad absoluta del invento del secreto mesiánico por parte de Marcos) los que construyen un Jesús en absoluto concorde con lo que pudo ser la realidad. Y esa realidad se trasluce necesariamente a partir del material tradicional que Marcos –a pesar de su idea previa recibida de Jesús a partir de la doctrina de su maestro Pablo- no puede menos de transmitir porque se le impone como histórica. Esa realidad se obtiene, pues, de un material obtenido de la misma lectura de Marcos, y luego Mateo y Lucas. El conjunto de ese material puede resumirse en los catorce puntos reunidos en la postal de ayer por Fernando Bermejo y que yo había recogido igualmente en mi ensayo sobre “Jesús y la política de su tiempo”.

Ese material no es heterogéneo, pues apunta todo hacia una misma dirección: un Jesús implicado en la política de su tiempo como consecuencia exacta de su proclamación del Reino de Dios. No está sacado de su contexto, ni manipulado porque todo en conjunto forma un bloque armónico interpretativo, y es el único que explica lisa, llana y sencillamente ese conjunto de datos marcanos que el mismo evangelista no sabe o elude explicar.

El próximo día concluiré esta serie desencadenada por la película y el libro “El discípulo” con la aclaración de mi opinión personal acerca del tema “Jesús y las armas”, que ya traté al escribir hace tiempo varias postales sobre el mesianismo de Jesús. Algunos opinan que he cambiado de opinión, o incluso que soy capaz de mantener, como un sofista, dos discursos contradictorios a la vez.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
www.antoniopinero.com


Viernes, 28 de Mayo 2010


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





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