CRISTIANISMO E HISTORIA: A. Piñero

Notas

Juan el Bautista bautizaba. Veamos que se puede reconstruir sobre ese bautismo. En este caso sigo en buena medida el libro de Joan E. Taylor The Inmerser: John the Baptist within Second Temple Judaism.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


 
El cambio de actitud que reclamaba Juan y ese complementar la Ley con un compromiso mantenido, culminaba en el bautismo, que Flavio Josefo definía como “purificación del cuerpo una vez que el alma ya estaba purificada mediante la justicia”. Nótese, entonces, que para Juan el bautismo no era lavar pecados sino certificar que mediante la justicia (la observación de la Ley) ya se había preparado el fiel para la llegada del nuevo reino, para el final de los tiempos conocidos. A la vista de esto, hay que poner en cuarentena la información del autor de Marcos, que explica en Mc 1, 4:

“apareció Juan bautizando en el desierto y predicando el bautismo del arrepentimiento para absolución de pecados”.
Claramente el posterior rito de la época cristiana tenía diferente significado que el de Juan, perteneciente a la vida de Jesús.

El libro atribuido al profeta Isaías ofrece algunas claves para interpretar qué pensó el Bautista sobre su bautismo. En Is 1, 12-20 el profeta viene a decir que los ritos disgustan a Yahvé si se celebran sin justicia, es decir, no están acompañados de obediencia a la Ley: “buscad lo que es justo". Y en Is 58, 3-12 se indica que los ayunos no son válidos salvo que se ayune de riqueza si un pobre necesita algo; de alimento si hay hambrientos, etc. No se trata de ayunar por ayunar, sino de cumplir la Ley más allá de la pura reglamentación sin inteligencia. La idea es antigua, por tanto.

Y también era conocida y usada por otros: Filón de Alejandría, judío nacido en Egipto cerca del año 15 antes de nuestra era, en su obra Quod Deus immutabilis sit (Sobre la inmutabilidad de Dios) argumentaba en sentido parecido:

“porque es absurdo que a un hombre se le prohíba entrar al templo sin lavar y limpiar su cuerpo, y sin embargo intente rezar y sacrificar con un corazón todavía manchado y sucio. Los templos están construidos con piedras y vigas, es decir, de materiales sin alma, y de igual forma lo está el cuerpo, sin alma. ¿Cómo puede ser que se le prohíba a este cuerpo sin alma tocar las piedras sin alma salvo que se haya sometido a baños lustrales y purificatorios, y un hombre no se arredre por acercarse con alma impura a la máxima pureza que es la Divinidad, incluso cuando no va a arrepentirse?  Quien no sólo haya decidido no volver a transgredir la Ley, sino incluso lavar su pasado, puede acercarse con alegría; pero quien se acerque sin esto e impuro, aléjese; pues nunca se esconderá de quien ve lo más profundo del pensamiento y camina por sus lugares intransitables”.

Quien entre al templo ha de estar puro dentro y fuera, corazón y piel, para sacrificar correctamente. O, en palabras del libro de Isaías que reúnen las ideas de pureza y camino ajustado a la Ley (Is 35, 8): “habrá un camino, y una senda, y será llamado camino de santidad, el impuro no lo transitará, sino que estará destinado a quien recorra el camino”.

El texto con el que Josefo describe el bautismo que practicaba Juan (“convocaba a los que cultivaban la virtud y se conducían con justicia entre ellos y con piedad respecto a Yahvé”) parece más que apropiado para el contexto judío de la época: primero, cumplidores de la Ley; después, bautismo. Se entiende que, previo a la ceremonia bautismal, ha habido un cambio: “porque el bautismo le parecía apropiado no como una simple petición de perdón para algunos pecados, sino como una purificación del cuerpo una vez que el alma ya estaba purificada mediante la justicia”. Y traduzco “ya estaba purificada” porque el verbo griego proekkekatharménes es pretérito perfecto, lo cual, en ese idioma, indica que la acción ya está terminada y se mantiene en el presente. Algo así como “tengo acabado el trabajo”.

La justicia, el comportamiento observante de la Ley mosaica, era el camino para alcanzar la purificación, no la purificación el camino para alcanzar la absolución. El proceso, por tanto, sería el siguiente: uno se arrepiente y se aplica a comportarse según la Ley (justicia); una vez se mantenga ese comportamiento, con el tiempo quedará purificado el corazón; después de ese tiempo confirmado por el actuar, la persona se sumerge en agua; Yahvé acepta los dos gestos, el continuado cumpliendo la Ley y el momentáneo del bautismo, y el fiel es considerado puro exteriormente. Es decir, el bautismo no era la casilla de salida para empezar a ser justo sino otro paso dado tras mucho tiempo siendo justo.

Una nota más es de gran relevancia: es evidente que algunos judíos aceptarán volver a los caminos de la justicia, pero otros no. Eso explica la alusión en las fuentes neotestamentarias a la estirpe de Abraham:

Así pues, decía a las multitudes que salían a bautizarse por él: "Crías de víboras, ¿quién os enseñó a huir de la ira venidera? Dad en consecuencia frutos dignos de arrepentimiento y no comencéis a decir entre vosotros: “tenemos como padre a Abraham”. Pues os digo que Dios es capaz de hacer surgir de estas piedras hijos de Abraham. Y el hacha ya se encuentra junto a la raíz del árbol; es más, todo árbol que no da fruto bueno es talado y arrojado al fuego” (Lc 3, 7-11).

El aviso es contundente: quienes huyeran del arrepentimiento se enfrentarían a la cercanía del final, pues ya estaría todo preparado: el árbol que no dé fruto bueno (el judío que no cumpla la Ley) no será absuelto el día del juicio aunque sea judío. Habría, por tanto, un resto de judíos buenos. Dicho en términos coloquiales, el Bautista avisó: no iba a valer “genio y figura hasta la sepultura”.
 
 
Tomado de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.
 
Saludos cordiales.
 
 
Lunes, 3 de Marzo 2025

Notas

29votos

La figura de Juan Bautista resalta desde el comienzo de las biografías de Jesús: el primer evangelio comienza presentando a los dos personajes en una misma escena; Juan no falta en ningún evangelio; su muerte se narra en Marcos y Mateo y es implícita en Lucas. Pero el primer autor que tenemos, Pablo, jamás lo menciona en las cartas que actualmente tenemos de él.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


Juan fue muy importante para el cristianismo de la segunda generación por varios motivos: en la Palestina romana se hablaba de él, era bastante conocido y se le asociaba a Jesús; esta asociación convertía al primero en maestro del segundo e incluso el rito que servía para reconocer a un pagano como integrante de la nueva fe, el bautismo, se atribuía a Juan. Pero la concepción de Jesús como hombre casi divino se veía implícitamente debilitada si verdaderamente fue bautizado. Juan es todo un personaje.

Flavio Josefo informa sobre Juan diciendo que “era un buen hombre que convocaba a los que cultivaban la virtud y se conducían con justicia entre ellos y con piedad respecto a Yahvé”. Esta frase indica que Juan buscó a judíos que se comportaban correctamente, fueran quienes fueran, insistiendo en las normas exactas del judaísmo más ortodoxo: Ley y culto a Yahvé. Es importante el matiz “entre ellos”, pues parece indicar que el Bautista acentuó un rasgo que ya aparecía en los profetas, por ejemplo Ezequiel, que en el libro que le se atribuye pedía acciones que merecen la máxima consideración y que no están contempladas explícitamente en la Ley: no oprimir a nadie, alimentar al hambriento, no ser usurero, evitar la injusticia (Ez 18, 5-9). O en Isaías: librar a los maltratados, acoger a los vagabundos, vestir a los desnudos, atender a los semejantes (Is 58, 6-7). En definitiva, una extensión de la Ley que concretaría el famoso Lv 19, 18: “no odiarás a los hijos de tu pueblo y amarás a tu vecino como a ti mismo”.

Esta mejora del cumplimiento de la Ley se denominaba zekhut y aparece, también a propósito de Juan, en Lc 3, 10-14:
Y le preguntaban las multitudes diciendo: “¿qué haremos entonces?” Como respuesta les decía: “El que tenga dos túnicas dé parte al que no tenga, y el que tenga alimentos, haga lo mismo”. Y fueron también unos publicanos a ser bautizados y le dijeron: “Maestro, ¿qué hemos de hacer?” Y él les dijo: “No reclaméis nada más que lo que se os tiene ordenado”. Y le preguntaban también unos que estaban en el ejército diciendo: “¿Qué hemos de hacer también nosotros?” Y les dijo: “No extorsionéis a nadie ni delatéis por dinero y bastaos con vuestras pagas”. El texto, además, abunda en la noticia de Josefo sobre la influencia del Bautista.

Es también relevante, aunque generalmente está mal explicada, la idea de cumplir con la Ley como forma de asegurarse la salvación. No había otra posibilidad para la persona que se consideraba judía que cumplir la Ley para alcanzar el beneplácito final el día del juicio. Ese día culminaría en una vista universal que examinaría el comportamiento de toda la humanidad. En esa vista se decidiría si una persona ha sido justa o no, es decir, si se ha comportado según la Ley mosaica o no, y si ha aumentado su buen comportamiento mediante el recurso al zekhut. El repaso terminaría con la absolución o condena de cada persona. Esa decisión es lo que se denomina en muchas traducciones “justificación”, lo cual conlleva en español actual un problema de significado. No se trata del habitual significado de “explicar un comportamiento” sino de sancionar a alguien como persona justa.

La palabra “justificar” está construida sobre el adjetivo “justo” y sobre el verbo “hacer” en una forma todavía cercana al latín facere. Tenemos este tipo de compuesto en panificadora, escenificar, amplificar, certificar, purificar, santificar, beatificar, etc. La palabra española es traducción de la griega dikaiódsein, con el mismo significado, basado en dikaiós, “justo”, y el sufijo -dsein que indica lo mismo que el latino-español -ificar. Pero, como ya he indicado, no se trata de justificar sino de considerar justo, por lo tanto, “absolver en un juicio”. Olvidando la raíz “justicia” y mirando más a los resultados del proceso podríamos usar los términos “absolución”, “exculpación”, “absuelto”, “exculpado” en lugar de “justificación” y “justificado”.

Como se puede advertir tras estos comentarios, sólo podemos ver aquí un ambiente judío ortodoxo. De hecho, ese ambiente es lo que permite identificar correctamente el significado de “arrepentirse”, que no es exactamente el que en español aplicamos. En hebreo el verbo tesuba se deriva de la idea de volver, sub, es decir, desandar un camino, en este caso religioso: quienes recorrieron el camino del mal pueden volver sobre sus pasos hacia el del bien.

Si se compara lo que nos ofrece Flavio Josefo con las fuentes cristianas se puede mejorar la imagen de Juan. Hay una serie de pasajes paralelos que son fundamentales para entender el personaje: Mt 3, 7-12; Mc 1, 7-8; Lc 3, 7-18. En los textos, con sus lógicas variaciones, se da el diálogo entre unos fariseos y Juan a propósito del bautismo, de la forma de seguir la Ley y del futuro cambio que se augura en Israel a cuenta del reino de Yahvé. Además, hay una idea muy importante en estos fragmentos: “ser hijo de Abraham no basta”. La frase concreta indicaría que no hay que fiarse de ser judío de raza si no se cumple correctamente la Ley. Pero, ¿por qué?

El núcleo de lo que podemos reconstruir como mensaje de Juan el Bautista sería lo siguiente: se avecina el final del tiempo que conocemos y Yahvé, el Señor como se le denomina en la tradición bíblica, volverá para arreglar las cosas. Esta venida será acompañada de un examen del comportamiento de cada individuo para reconocer si actúa bien o mal según los preceptos dados como Ley al pueblo judío. El tiempo, por tanto, se ha convertido en una línea que desemboca en un proceso judicial sancionador que conducirá a un reino de justicia, de justicia según la legislación anhelada. No se olvide este detalle porque toda la idea de justicia que se lee en Antiguo y Nuevo Testamento es la de la legislación divina, no una abstracción de tipo filosófico como “la belleza”, “el bien”, etc. Justicia para el pueblo de Yahvé es atenerse a la Ley de Yahvé. Injusticia es infringir esa ley, los 613 apartados de la Ley mejorados con el comportamiento que ya se ha visto como complementario, zekhut, que en ningún caso puede contradecir la Ley.

Una primera conclusión se deriva de este análisis: cualquier pretensión de convertir a Juan en un cristiano anticipado fracasa inmediatamente, pues no es posible escapar al marco del Antiguo Testamento y sus ansias más propias.  Y algo de esto debió notar el autor de Lucas cuando asoció la prisión de Juan al comienzo de la actividad pública de Jesús y además consideró que Antiguo Testamento debía considerarse hasta Juan (Lc 16, 16): “La Ley y los profetas, hasta Juan”.  El dicho también aparece en Mt 11, 11.

En efecto, la inspiración que Juan recibió del libro de Isaías, uno de los profetas mayores de la tradición judía, así lo confirma. Las palabras atribuidas a Juan en Mc 1, 3; Mt. 3, 3; Lc. 3, 4; Jn 1, 23, “voz que clama en el desierto, enderezad el camino del Señor”, están asociadas a Is 40, 3-5. El texto incorpora una palabra que, leída en el siglo XXI acaba por provocar cierto malentendido, “desierto”. Normalmente nosotros evocamos el Sáhara cuando la leemos, pero en griego no es esa precisamente la idea. Está más cerca de la expresión “el pueblo estaba desierto”, es decir, no había gente donde debería haber gente. En griego, éremos, traducido generalmente como desierto, nos legó las palabras eremita y ermita, que no coinciden con el Sáhara sino con un despoblado, un lugar sin gente. Es decir, Isaías, y Juan y Jesús, buscaron al pueblo de Abraham pero no encontraron a nadie pese a que había gente. Quien busca al pueblo de Yahvé pide que los descarriados habitantes de las poblaciones donde debería habitar el buen judaísmo enderecen su comportamiento para atenerse a la Ley y ser realmente pueblo de Yahvé.

El caso es que al unir esa noticia con lo que expone Flavio Josefo se crea un conjunto muy interesante. Flavio Josefo explicó: “Y cuando otros judíos se reunieron (pues estaban realmente interesados en oír sus enseñanzas), Herodes, temeroso de que semejante influencia sobre la gente pudiera llevar a alguna sublevación (porque parecía que actuaban en todo según su consejo) …” Y verdaderamente queda un poco confuso para el lector moderno por qué un gobernante habría de preocuparse por alguien que recomienda comportarse respecto a la Ley. Evidentemente esto ocurrió porque esa Ley y los intereses de Herodes Antipas no coincidían, es decir, Herodes Antipas estaba incómodo si la Ley se aplicaba. El supuesto principal de esta hipótesis es que en la Ley habría algún aspecto que molestara. En efecto, ese aspecto existió y llevó a dos guerras entre el pueblo hebreo y Roma porque la Ley exige que ningún otro dominio haya sobre Israel salvo su dios único. Herodes Antipas tenía las de perder en ese caso.

Para que ese cambio se realizara, en Israel se conjeturaba, o más bien se esperaba, que Yahvé enviara avisos y, al menos tan importante como éstos, que el pueblo se volviera a los caminos de la Ley. Además, se entendía que un último eslabón ejecutaría las últimas órdenes: se trataría de un Ungido, es decir, un varón que, metafóricamente impregnado de aceite sagrado (Éx 30, 22-33), convertido por tanto en rey de Israel según la tradición bíblica, liderara a quienes respondieran a los avisos comportándose conforme a derecho. En palabras del profeta Malaquías (Ml 3, 1-2): “He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el Ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice Yahvé Sebaot. ¿Quién podrá soportar el Día de su venida? ¿Quién se tendrá en pie cuando aparezca?” Y, mientras tanto, avisa el texto de Malaquías:

Pues he aquí que viene el Día, abrasador como un horno; todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja; y los consumirá el Día que viene, dice Yahvé Sebaot, hasta no dejarles raíz ni rama. Pero para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos, y saldréis brincando como becerros bien cebados fuera del establo. Y pisotearéis a los impíos, porque serán ellos ceniza bajo la planta de vuestros pies, el día que yo preparo, dice Yahvé Sebaot. Acordaos de la Ley de Moisés, mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel. He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el Día de Yahvé, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que venga yo a herir la tierra de anatema (Ml 3, 19-24).

Éste es el contexto que permite aclarar las siguientes palabras atribuidas al Bautista: “el que viene detrás de mí, más fuerte…” Juan debió referirse a esa figura que decidiría la situación a favor del reino de Israel centrado en el culto a Yahvé. Juan debió considerarse integrante del proceso definitivo.

En resumen, parece acertado pensar que Juan el Bautista fue una de esas personas que recorrieron la Palestina romana en el siglo I, en concreto Galilea, comunicando su punto de vista sobre el pueblo de Yahvé, la Ley, la situación religiosa general (con los extremos políticos que ésta conllevaba)... Es decir: fue maestro si no profeta. Por otra parte, parece que creó un grupo a su alrededor, además de despertar conciencias. Que caló muy hondo lo demuestran, por un lado, la importancia y estima que le confiere Flavio Josefo (a diferencia de otros personajes de la época que incluyó en sus libros, por ejemplo Jesús, a quien, según A. Piñero, Josefo incluyó en una lista de gentes que arruinaron la vida en Judea (Antigüedades XVIII 63-64). Por otro, que Jesús mismo se sometiera a él para comenzar su labor (con la molestia que para los cristianos significó que el Mesías fuera bautizado, porque, si lo fue, según la teoría cristiana debía estar sometido a pecado, lo cual es una contradicción).
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

Saludos cordiales.
 
Martes, 25 de Febrero 2025

Si la anécdota de Jesús discutiendo con los sabios en el templo pude interpretarse como estilísticamente helena más que histórica, es lícito preguntarse qué sabía Jesús, qué formación real tenía. La Historia y la Arqueología pueden ayudarnos.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura


Para entender el carácter de Jesús y entender sus años ocultos se acude tradicionalmente a la anécdota que lo presenta argumentando en el templo con los expertos en la Ley, pero esa no es una anécdota histórica. Sin embargo, el tema de su formación y el de la maestría que alcanzara gracias a ella tienen una gran importancia para el investigador, pues de ahí se derivará tanto su encuadre dentro del judaísmo como lo que pudo predicar. Curiosamente, tampoco recoge Pablo en sus cartas esa competencia en materia de la Ley, como si ese tema no fuera importante para su idea de Jesús, máxime cuando habría sido un auténtico argumento de autoridad con ocasión de la redacción de Romanos, que tan profundamente trata el tema. Esto podría ser indicio de que Jesús y él opinaron de distinta manera sobre ese tema.

Así pues, para poder alcanzar alguna conclusión sobre la formación que recibió Jesús es necesario conocer el ambiente general de Galilea y Judea. Los datos no faltan, de modo que no será tan difícil compararlos con lo que se lee en los cuatro evangelios.

 
Para empezar, y asumiendo que Jesús fuera el primogénito de su familia, la tradición hebrea indica que debió ser instruido por su padre José en cuanto a leer y escribir, pues hay varias sentencias en este sentido y los testimonios antiguos afirman tal obligación para el padre de familia. En su obra Contra Apión (2, 204) escribe Flavio Josefo, quizá exagerando un poco: «y (la Ley) ordenó que se aprendiera de niño a leer lo relativo a las leyes y se conociera las hazañas de los antepasados; estas para imitarlas, las otras para que con ellas educados ni las quebranten ni tengan la excusa de ignorarlas». Un poco antes incluso apunta (2, 178): «a cualquiera de nosotros podría preguntar quienquiera por las leyes, y las recitaría más fácilmente que su propio nombre. A raíz de que desde la primera muestra de inteligencia las aprendemos, las tenemos como grabadas en nuestras almas».

Esta costumbre hubo de conjugar dos posibilidades: el aprendizaje familiar y el estudio y comentario en las sinagogas.
Además, sobre la lectura y escritura en época de Jesús es conveniente tener en cuenta algunos datos arqueológicos de gran interés. Por ejemplo, en Qumrán, entre los manuscritos que han dado fama al yacimiento, aparecieron algunos sumamente valiosos para este tema: cartas escritas por Simón Bar-Kokhba, caudillo de la segunda revuelta contra Roma, también algunas dirigidas a él. Incluso apareció un archivo personal de una mujer llamada Babatha, escrito en griego y arameo, con notas sobre propiedades, deudas, sentencias de divorcio, datado todo ello hacia el año 50.

También es interesante un acta de deuda fechada en 55-56, quizá ejemplo material de Lc 16, 6-7: «Y tras hacer llamar a cada uno de los deudores de su señor le decía al primero: ¿cuánto debes a mi señor? Él dijo: cien batos de aceite. Él le dijo: coge tus documentos y siéntate y escribe rápidamente cincuenta. A continuación, dijo a otro: ¿y tú cuánto debes? Él dijo: cien cores de trigo. Le dice: coge tus documentos y escribe ochenta».

Por otra parte, el uso de la escritura apunta a cierta extensión: se utilizaba para distinguir los osarios dentro de las tumbas mediante nombre propio; había inscripciones en el templo de Jerusalén; se utilizaban trozos de cerámica rota para entregar notas, fragmentos que, en las excavaciones, han aparecido en enormes cantidades incluso tirados por las calles. En Masada, por ejemplo, han aparecido estos fragmentos (técnicamente llamados óstraka) con nombres propios. Se interpretan como cupones para la entrega de comida durante el asedio romano.

Como puede verse, la posibilidad de que Jesús supiera leer y escribir es alta. Pero realmente no es fácil saber cómo debemos valorar esta posibilidad. Sobre este asunto la investigación moderna se centra en tres pasajes de los evangelios: Lc 4, 16-30 lo presenta leyendo los rollos de la Ley en la sinagoga, aunque el paralelo Mc 6, 1-6 no incluye el hecho de leer; en Jn 8,6, aparece garabateando sobre la arena; y Jn 7, 15, frente a los anteriores, indicaría que no tenía formación superior pero sí sabría leer.

Si se comparan estos tres textos con lo que se sabe sobre la educación y la alfabetización en la Judea de la época, la pintura que podemos ver es la siguiente: en Galilea no había escuelas básicas; una familia común no podría dedicar el tiempo y el dinero a la educación de un niño privándose de su fuerza de trabajo, incluso algunos cálculos hablan de tres o cuatro años para leer y escribir correctamente en aquella época (Piénsese que en España durante el siglo pasado muchos reclutas de reemplazo que provenían del campo a duras penas podían leer su nombre y se alfabetizaban mínimamente en el ejército). Así que cabe pensar que Jesús podría elaborar esas notas fáciles, listas de artículos o facturas pequeñas. La pista podría estar en que el fragmento de Lucas sobre la lectura en la sinagoga más encaja en lo que el autor quería mostrar sobre la importancia y habilidades de Jesús que en lo históricamente probable para la época. De esta forma, Jn 7, 15 no necesitaría retoque alguno para ser comprendido, pues dice expresamente: «En respuesta se sorprendían los judíos diciendo: "¿Cómo es que éste sabe letras si no ha sido enseñado?"» Leer se referiría al acto de interpretar un texto complejo mediante lectura, un paso muy lejano para quien sólo pudiera interpretar nombres y frases sencillas. El “no haber sido enseñado” sería precisamente esa enseñanza superior que Jesús no habría adquirido.

Otra cosa es decidir qué sabría un muchacho como él, qué formación habría recibido. Como ya expliqué en el post anterior (102), de ninguna manera se puede aceptar la anécdota relatada en Lucas sobre la admiración que habría causado entre los escribas del templo. Sí se reconoce habitualmente que cualquier persona habría aprendido memorísticamente fragmentos de la Ley y los Profetas, principalmente en casa, y que la escucha atenta de los servicios de la sinagoga bastaría para conferir la cultura religiosa más importante de su época. En contra de esta idea se suele aducir una supuesta extensión de las escuelas asociadas a sinagogas, pero los ejemplos que se citan, Gamla y Masada, no están en absoluto claros desde un punto de vista arqueológico.

Por otra parte, los fragmentos de Filón y Flavio Josefo citados a propósito de la lectura en casa son leídos en la actualidad con mucha cautela, pues ambos están en obras de muy fuerte carácter defensivo y propagandístico. Flavio Josefo, por ejemplo, aduce que las familias judías aprendían la Ley sin diversidad interpretativa, y la verdad es que eso parece chocar con la realidad del judaísmo de la época, con sus muchas escuelas de exégesis de la Ley.

Fijémonos, además, en este pasaje de 4 Macabeos:

4 Mac 18, 10-19: Cuando aún estaba con nosotros, os enseñó la ley y los profetas. Nos leía la historia de Abel, asesinado por Caín; la de Isaac, ofrecido en holocausto; la de José, Nos hablaba del celoso Pinjás; os enseñaba la historia de Ananías, Azarías y Misael en el fuego. Alababa a Daniel, arrojado al foso de los leones, y lo declaraba bienaventurado. Os recordaba el pasaje de Isaías, que dice: «Aunque camines por el fuego, la llama no te quemará». Nos cantaba el himno del salmista David: «Muchas son las tribulaciones de los justos». Nos citaba aquel proverbio de Salomón: «Es un árbol de vida para todos los que cumplen su voluntad». Insistía en las palabras de Ezequiel: «¿Revivirán estos huesos secos?». No olvidaba el canto de Moisés que dice: «Haré morir y daré vida. Esa es vuestra vida y la duración de vuestros días». Traducción de M. López Salva, Apócrifos del A. T., vol. 3, Ediciones Cristiandad.

A la vista de los datos previos y de otros de la historia judía más cercana a Jesús la formación que tendría un muchacho como él incluiría el conocimiento de la Ley, los profetas y los libros sapienciales, textos parcial o mayoritariamente memorizados por oírlos; leer y con casi toda probabilidad escribir dependería de la ocupación familiar, pues el campesinado no requiere la misma formación que los oficios. Esto supone en primer lugar hablar en arameo y en hebreo (quizá bíblico, quizá el hebreo vulgar que aún seguía hablándose en algunas zonas de Judea y Galilea) y, teniendo en cuenta la importancia de Séforis con su ambiente grecorromano, hablaría e incluso podría leer algo de griego. No ha de extrañar este dato, pues su oficio artesano hubo de llevarlo a trabajar en Séforis y usar cuentas con sus clientes griegos (recuérdese la aparición de óstraka en las excavaciones con este tipo de información).

En definitiva, parece que en Jn 7, 15, «¿cómo es que éste sabe letras si no ha sido enseñado?», «no ha sido enseñado» ha de entenderse en el sentido de ser instruido en una educación superior.
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

Enlace a la entrevista que me hicieron en Imagen por la Historia sobre Jesús de Galilea.
 
Saludos cordiales
 
Martes, 18 de Febrero 2025

Para comprender la información que hemos recibido sobre Jesús de Galilea es necesario atender al origen de los textos que nos describen su vida: textos de raigambre judía escritos para hablantes griegos. Estas dos vías culturales influyeron, quizá no por igual pero sí definitivamente, en cuanto sabemos sobre el de Galilea.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


Al estudiar, en la medida de nuestras posibilidades, la vida de Jesús de Galilea, es necesario enfrentarse a un hecho fenómeno cultural: su vida nos llega mediante textos, textos escritos en griego sobre un personaje cuyos origen y religión estaban en Judea. Es decir, debemos entender que los datos biográficos judíos en buena medida fueron transferidos a una cultura diferente. Se puede comprobar este trasvase al estudiar la presentación de Jesús como héroe de dos culturas: la hebrea y la clásica.

En ambos mundos (como en el nuestro) se intentaba recrear popularmente la vida de sus personajes ilustres según las características propias de cada uno. Así, ha de resultar  lógico buscar en la Biblia hebrea y Septuaginta profecías, avisos, explicaciones inadvertidas a pasajes oscuros u olvidados, en el caso que nos ocupa, siempre desde el punto de vista de los seguidores de Jesús. Esta forma de pensar se manifiesta claramente en los datos biográficos del nacimiento y la infancia, y es indispensable para entender cómo fue fraguándose su caracterización como héroe. De hecho, la comparación entre algunos personajes bíblicos y Jesús es fácil y revela los esfuerzos por circunscribir su figura en la tradición judía. Los datos básicos de esa comparación entre lo que los evangelios dicen de Jesús y la Biblia son: anuncio del nacimiento (que además será milagroso), exigencia de confianza en Yahvé, dificultades de supervivencia forzadas por actores políticos. Tres casos son ejemplo de esta tendencia: Isaac, José y Moisés.

Isaac (Gn 20-22) fue el hijo esperado y gestado milagrosamente por Sara, casada con Abraham. Mujer estéril y ya muy mayor, concibió de resultas de una promesa de Yahvé. También Sansón nació contra pronóstico de mujer estéril y fue salvador de los judíos. Por tanto, nacer de forma milagrosa ya era atributo de dos grnades personajes de la tradición hebrea.

Por otro lado, viajar en aquellos tiempos siendo niño era sumamente peligroso. José (Gn 37-45) era hijo de Jacob y Raquel, y uno de los doce patriarcas de las tribus de Israel. Debido a la envidia que suscitó entre sus hermanos huyó a Egipto, donde acabó siendo consejero del faraón. Tras muchos años volvió de allí reconocido por su padre y superada la envidia de sus hermanos. De Jesús se dice en Mateo (Mt 2, 13-15):

Tras marcharse ellos, he aquí que un ángel del Señor se aparece en un sueño a José para decir: “Al despertarte coge al niño y a su madre y huye a Egipto, y permanece allí hasta que te diga; pues Herodes va a buscar al niño para matarlo”. Él se despertó y tomó al niño y a su madre de noche y se marchó a Egipto, y permaneció allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio de su profeta cuando decía: De Egipto llamé a mi hijo.

De hecho, las últimas palabras del pasaje son cita de Os 11,1. Esta simple referencia es una muestra de la costumbre ya mencionada de buscar referencias para caracterizar a los personajes importantes.

Moisés (Éx 1-2) moldeó igualmente a Jesús. Como Jesús, Moisés sobrevivió a una matanza de recién nacidos que promulgó un faraón anónimo; Moisés, además, fue recordado como el gran legislador y el hombre que devolvió a su pueblo a la tierra prometida.

Estos detalles plantean la posibilidad de que las narraciones insertas en Mateo y Lucas no sean otra cosa que anécdotas de claro sabor bíblico utilizadas para adornar o urdir la desconocida infancia de Jesús. Si a esto unimos los oscuros datos sobre Belén o Nazaret y la fecha dispar del nacimiento, o la divergencia en cuanto a genealogías, la conclusión es que, ya para la segunda generación de seguidores de Jesús, y quizá especialmente para la parte griega, hubo un vacío de información que era imprescindible completar. Pero no como fuera, sino según las ideas de cada escritor.

De hecho, la labor se llevó a cabo según las dos tendencias ya mencionadas, que no se excluyeron:
 
  1. la primera es hebrea: buscar en la Biblia antecedentes que sirvieran para entender a Jesús dentro de esa religión;
  2. la segunda es helenística: apuntar en el recién nacido y su infancia detalles que serán característicos durante la madurez del personaje.

Una pista de que este segundo procedimiento es ajeno a la tradición judía es que en ningún caso se habla en la Biblia de una peripecia que dé pistas sobre la personalidad y futuras hazañas del protagonista de un relato a tan temprana edad. Es posible que esto fuera así porque la cultura judía definía claramente la edad a la que un varón sería considerado integrante pleno de la sociedad, veinte años, con los derechos y deberes bien especificados. No había opción para un adolescente.

Observemos que Mateo se inicia con la declaración de nacimiento excepcional de una virgen anticipado por Is 7, 14; continúa con la fantasiosa presencia de los reyes de Oriente, que permite incluir la persecución de los niños inocentes y la huida a Egipto, esto refrendado a su vez por una cita de Génesis (Gn 35, 19). Esta tendencia asemeja al protagonista con los grandes personajes de la historia sagrada según un detenido estudio de las cualidades que se quería resaltar de su vida en este mundo.

En cuanto a la elección del modelo biográfico de estilo griego, esta tendencia llevó a incluir detalles de la infancia que demostraran el dicho castellano “genio y figura hasta la sepultura”, en concreto la escena en que Jesús, con pocos años, era capaz de asombrar a los ancianos cuando discutía con ellos en el templo. El ejemplo típico de este proceder es la narración que Heródoto (1, 114-115) ofrece sobre la vida de Ciro el grande, fundador del imperio persa. Cuando era un niño, Ciro destacaba siempre entre sus compañeros de juegos porque, cuando jugaban “a las guerras” Ciro destacaba como organizador o jefe de su bando, incluso por encima de niños aristócratas a las que se hubiera atribuido plenamente esa capacidad como innata. Jesús discutiendo en el templo y venciendo a los mayores es una anécdota en este sentido griego de la biografía de grandes personajes.
 
Extracto de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon.

Una entrevista que Alonso Naranjo me hizo a propósito del libro en su canal Indagando en la Biblia.
 
Saludos cordiales.
 
 
[[1]]url:#_ftnref1 Gn 37-45.
Martes, 11 de Febrero 2025

Frente a la opinión común sobre el origen nazareno de Jesús y su adscripción a la casa de David, se puede postular que ni una ni otra cosa son históricamente comprobables.

Hoy escribe: Eugenio Gómez Segura


            El nacimiento de Jesús plantea numerosos problemas. Simplemente averiguar si nació en Nazaret, y de ahí el gentilicio que le daría apellido, o en Belén, según la tradición de la casa de David, o en ninguna de esas localidades abre un debate que puede caracterizar el resto de investigaciones sobre el personaje. En realidad, una lectura atenta de las fuentes a nuestra disposición resulta muy decepcionante porque en ellas no hay en absoluto claridad al respecto. Esto dirige el pensamiento crítico hacia la búsqueda de estratos en la tradición que tenemos a mano.

Es sumamente extraño que Pablo de Tarso, primer autor cronológico de la colección Nuevo Testamento, no mencionara en ninguna de sus cartas consideradas auténticas ni el lugar de nacimiento ni la divina concepción de Jesús. Aunque en general Pablo informa raquíticamente sobre él, es chocante que en sus discusiones epistolares a propósito de cuán judíos eran él mismo y su modelo desatendiera un dato de tanta importancia como un origen en la davídica Belén y, respecto a la trascendencia del personaje, olvidara su milagroso nacimiento de una virgen. Estos datos podrían haber apuntalado muy bien sus argumentaciones, especialmente en Romanos. Además, estos dos vacíos en la pobre biografía de Jesús que presenta Pablo chocan con la clara e inequívoca mención de un hermano de Jesús, Jacob (Gál 1, 19), cuando le hizo falta.

Este Jacob es el conocido en la tradición española como Santiago, cuya etimología aclara la cuestión: Sanct-Jacob, pronunciado «sanct-iacob». Los nombres Jacobo, Yago, Yagoba, derivan directamente del hebreo Jacob, nombre, además, muy anclado en la tradición de los fundadores del pueblo judío (Gn 25-37): nieto de Abraham e hijo de Isaac, fue quien recibió el sobrenombre de Israel y lo legó al pueblo de Yahvé, además de recibir la primera admonición para dejar de venerar al resto de divinidades (Gn 35, 2). De hecho todos los nombres de los hermanos varones de Jesús (y él mismo) resuenan con matices histórico teológico hebraicos: Mc 6, 3 menciona a Jacob junto a José, Judas y Simón. También se menciona a Jacob (sin referencia a la filiación con Jesús) en 1Cor 15, 8.

Volviendo a Jesús, cabe entonces preguntarse de dónde procede la tradición sobre Belén, que choca con el cartel de la crucifixión, Jesús Nazoreo, Rey de los judíos. La pista parece ser un pasaje, Rom 1, 3, en que Pablo dice expresamente «nacido de la estirpe de David según la carne», noticia que él debió recibir al indagar sobre Jesús. Tendríamos entonces un dato ya comentado por la primera generación de seguidores del Galileo. Otra cosa es que el dato sea correcto. Hay posibilidades de que lo sea, pues el orgullo por la genealogía propia, la pertenencia a una de las tribus míticas de Israel o a una casa concreta, en este caso la del antiguo y heroizado rey David, no resulta una incongruencia a la vista de lo que ocurrió entre quienes fueron exiliados a Babilonia en el siglo VI antes de nuestra era: los judíos que allí fueron deportados tuvieron que recordar su historia nacional y personal para poder volver a su país algún día (como así ocurrió). Gracias a este recurso pudieron sentirse unidos a la madre patria y, además, reclamar legítimamente sus tierras y bienes a la vuelta. Era, pues, frecuente en la tradición judía incorporar y ofrecer datos sobre la escrupulosa pertenencia a las tribus y casas del pueblo de Yahvé (Pablo así lo hizo en Flp 3, 5).

Pero esto también pudo llevar a construir un relato sobre Jesús que se adaptara a la tradición hebrea que detallaba un mesías de esta dinastía nacido en Belén. Es más, dicha circunstancia no sólo resultaría adecuada a la tradición; también engrandecería al personaje al aportar el prestigio requerido a su condición. De manera que también se piensa que, una vez muerto, se asociara a Jesús con David de resultas de su título.

Las dudas se confirman al comprobar que entre los primeros cristianos no sería unánime la idea de que Jesús perteneciera a la casa de David. Un texto de Juan plantea cuestiones importantes:
Como respuesta se dirigió de nuevo Jesús a ellos diciendo: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga jamás andará en la oscuridad, sino que llegará a la luz de la vida”. En respuesta le dijeron los fariseos: “Tú das testimonio de ti mismo; tu testimonio no es verdadero”. Respondió Jesús y les dijo: “Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio es cierto, porque sé de dónde vine y adónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni adónde voy. Vosotros juzgáis según la carne, yo no juzgo a nadie. Y si yo juzgo, mi sentencia es verdadera, porque no soy yo solo, sino yo y mi Padre que me envía. También en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos hombres es cierto. Yo soy el que da testimonio de mí y da testimonio de mí el Padre que me envía”. Por su parte le decían: “¿Dónde está tu Padre?". Respondió Jesús: “ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si me conocierais, también conoceríais a mi Padre” (Jn 8, 12-14)».

Si el autor de Juan creyera que Jesús perteneció a la casa de David, habría sido éste un momento más que oportuno para manifestarlo, pero no lo hace. De aquí se deduce que hubo un grupo de cristianos, para los que se escribió este evangelio, que no tenía necesidad de considerar a Jesús como vástago davídico.

De hecho, el pasaje se asocia con otro más, igualmente problemático. En Jn 7, 42 el autor presenta a una multitud, que había escuchado a Jesús, entre la cual había quienes dudaban de su calidad de Mesías diciendo: «¿No dijo la Escritura que de la descendencia de David y de la aldea de Belén, de donde venía David, viene el Cristo?» Como esas palabras son una crítica, de ellas parece deducirse que no era de Belén ni de la casa de David, atendiendo a que Jesús era un galileo y este hecho eliminaba la genealogía davídica.

Dicho esto, aún es preciso determinar si realmente Nazareno es un gentilicio apropiado, porque hay problemas etimológicos: Nazareno es una forma que no se corresponde con lo que sería el griego debido, pues de Nazaret derivaría «Nazaretano». De hecho, lo más usado en el Nuevo Testamento es Jesús el Nazoreo, que parece una confusión de hablantes o escritores griegos, ya que no hay derivación fácil del arameo o hebreo. Si tal derivación se diera, vendría de dos posibilidades: de nazir, «el consagrado» a Yahvé; o de nétzer, «el vástago», se entiende de David. La cuestión sigue debatida.

Lo más probable es que a Jesús se le denominara, con términos propiamente hebreos o arameos, de dos maneras sorprendentes para el mundo cristiano: Joshuah ben Josef, Josué hijo de José, por un lado, o Josué el Galileo por otro (Jesús es la versión griega de Josué).

Extracto de mi obra Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, Amazon

 Una entrevista que me realizó Norma Lilia sobre este libro.

Saludos cordiales.
 
Martes, 4 de Febrero 2025

Notas

La lectura atenta de los cuatro evangelios permite reparar en incoherencias entre los diversos autores. Esto no sería demasiado grave de haber pretendido el cristianismo basarse en hechos incontrovertibles dictados por la divinidad.

Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


         
Los textos de la colección Nuevo Testamento también ofrecen numerosos pasajes que son imposibles. Esto habría carecido de importancia caso de abstenerse el cristianismo de pretender ser historia verdadera. No es que otras religiones estuvieran más o menos lejos de la realidad, sino que la cercanía de los primeros cristianos respecto a su supuesto fundador hubo de resultar especialmente seductora para quienes se animaron a seguir la doctrina presentada por Pablo de Tarso en algunas ciudades del Imperio. La existencia de testigos oculares hubo de despertar tanto curiosidad como atracción.

Un punto imposible del relato evangélico es, por ejemplo, la relación entre el nacimiento de Jesús y el censo de Quirino, mencionado en Lc 2, 1-2: “Y sucedió en aquellos días que salió un decreto de Augusto César para que todo el mundo fuera censado. Este primer censo tuvo lugar siendo procurador de Siria Cirenio (Quirino)”. Este censo se llevó a cabo el año 6 de nuestra era, lo cual contradice la noticia del evangelio Mateo que afirma que Jesús de Nazaret nació durante el reinado de Herodes el Grande, muerto el año 4 antes de nuestra era. Además de la incompatibilidad entre las dos fechas es de destacar la novelesca anécdota del viaje de la familia a la que pertenecía Jesús a Belén.
Un dato más relacionado con el censo de Quirino resulta interesante: a consecuencia de dicho censo, tomado como ejercicio de poder absoluto por la población de Judea, se produjo una revuelta armada en la provincia.

            La conocida parábola del sembrador (Mc 4, 1-9; Mt 13, 1-9; Lc 8, 4-8), en realidad un ejemplo sobre la labor de quien enseña o predica, también merece un comentario sobre su imposibilidad. Sobre el fragmento, primero deberíamos considerar si un rabí judío (así se denomina al Galileo en muchos pasajes) que creció entre agricultores pudo ilustrar dicho tema mediante un ejemplo que proponía lo siguiente: aprender de un agricultor incapaz de sembrar correctamente pues arroja su grano a un camino, a unas malas hierbas o a unas piedras, además de a su campo labrado. Parece que tal agricultor no sería tomado muy en serio por quienes ya eran los receptores naturales de la doctrina del reino de Yahvé, los judíos. Por otra parte, el marco de referencia del ejemplo es muy vago, pues da la impresión de que el agricultor es consciente de que siembra en lugares que no darán el fruto apropiado. Este segundo dato lleva a pensar que realmente se trata de un ejemplo que se ajusta a la época en que el cristianismo predicaba por todas partes y a muchas gentes dispares: así se entendería que la intención del agricultor fuera diseminar sin prejuicio en lugar de trabajar cabalmente. Bajo este supuesto los receptores del mensaje sí aceptarían de forma natural lo que en términos agrícolas es una necedad.

Otro pasaje de los evangelios que presenta visos de imposibilidad es la conocida pregunta que uno de los crucificados formuló a Jesús también crucificado y la respuesta no de éste sino del tercer ajusticiado. Marcos (15, 27-32) reza: Y con él crucifican a dos bandoleros, uno a su derecha y otro a su izquierda. Y los que pasaban al lado lo infamaban moviendo sus cabezas y diciendo: "¡eh! El que iba a derribar el templo y reconstruirlo en tres días, sálvate bajando de la cruz". Igualmente, también los sumos sacerdotes se burlaban entre ellos junto con los escribas y decían: "A otros salvó, a él mismo no puede salvarse; el Cristo, el rey de Israel, que baje ahora de la cruz para que veamos y creamos". Y los crucificados con él lo injuriaban.

El relato en Mateo (27, 38-41) sigue este guion y presenta también escuetamente a los dos crucificados con Jesús: Ha confiado en Dios, que le salve ahora si quiere; pues dijo "soy hijo de Dios". Y esto mismo también le echaban en cara los bandoleros crucificados con él.

El relato de Lucas (23, 39-43) es: Uno de los malhechores colgados le injuriaba diciendo: "¿No eres tú el Cristo? Sálvate y sálvanos". Pero como respuesta le dijo el otro recriminándole: "¿No temes tú a Dios, cuando tienes el mismo castigo? Incluso nosotros con justicia, pues recibimos lo adecuado a lo que hicimos; pero él nada extraño hizo". Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino". Y le dijo: "Con seguridad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso".

La información resulta demasiado oscura como para tomarla literalmente. Si se atiende al relato según Marcos y Mateo habrá que preguntarse quiénes son esos dos crucificados de los que nada se dice anteriormente. Incluso se puede imaginar que hubo varias personas detenidas, juzgadas y crucificadas esos días. Si se atiende al relato según Lucas, cabe preguntarse por qué un malhechor haría una pregunta así en un momento como ese, es decir, por qué un crucificado, con sus respectivos dolores, habría de mofarse de otro; y también por qué un tercer crucificado, con sus respectivos dolores, habría de defender al segundo. Parece imposible, pese a los intentos, reconciliar las versiones tal como están. Se antoja más realista pensar que los crucificados podrían reprochar algo a Jesús (dos primeras versiones), en caso de pertenecer al mismo grupo que él, y que el relato se habría dulcificado con el tiempo para no dañar la imagen de Jesús; y en el caso de la tradición según cuenta Lucas, el reproche a propósito del salvarse, no sólo Jesús a sí mismo sino Jesús a los dos crucificados, parece corresponder a la misma lógica, cumplir lo prometido: los tres serían parte del mismo movimiento perseguido.

El breve estudio sobre la crucifixión de tres reos el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar, lleva a reflexionar sobre otro hecho sin paralelo en la historia de Roma: según los evangelios Marcos, Mateo y Lucas, durante los días en que fue apresado y ajusticiado el Nazareno había una fiesta en Jerusalén con una curiosa y, como se sabe, imposible tradición: liberar a un preso. Este proceder no es propio de ninguna instancia de la legislación romana que conozcamos. Hay base, por tanto, para considerar que se trata de una invención. Otra cosa es entender cómo se llegó a contar semejante imposible, cosa que trataré en su capítulo correspondiente.

Un último ejemplo puede resultar muy revelador: qué pensaba Jesús sobre el reino de Yahvé. Aunque parezca mentira, no hay descripción o desarrollo teórico sobre este tema en página alguna de los cuatro evangelios. Este extraño fenómeno, que aparentemente no debería haberse dado si Jesús quería predicar el reino de Yahvé, puede solucionarse atendiendo a la perspectiva histórica judía mencionada páginas atrás: el Nazareno no explicó lo que ya se conocía, lo que era propio de esa tradición. Esto significaría que era improbable que pensara en términos universales, es decir, que no habría contemplado la posibilidad de que ese concepto fuera a ser válido para el resto del mundo conocido en sus días. Una reflexión más podría ayudar a entender este punto de vista: habría sido más que oportuno o natural que se indicara a los futuros profetas de la nueva religión el contenido exacto de su promesa de nuevo mundo más allá de unas comparaciones si es que tenían que explicarlo a quienes lo ignoraban.

Por ahora, da la sensación de que leer la colección Nuevo Testamento como un texto acabado y sin contradicciones exige poco menos que una estrategia comprensiva. Una pista para alcanzarla puede darla una serie de interpretaciones que se constatan a la muerte de Jesús.

Extracto de mi obra Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica, amazon.


Saludos cordiales.

 
Lunes, 27 de Enero 2025
Hoy escribe Antonio Piñero
 
Con Paolo Sacchi, el editor italiano de esta literatura apócrifa de la Biblia hebrea, podemos decir que los problemas que angustiaban de un modo especial a las mentes judías de la época de los autores de los Apócrifos eran los siguientes:
 
            1. La existencia del mal y su origen;
 
            2. Las relaciones que debían mantener los israelitas con los paganos;
           
            3. La justicia de Dios en este mundo y el sufrimiento y fracaso aparente de los justos;
 
            4. La urgencia de la salvación y la figura que habría de ejecutarla: el mesías, como dijimos;
 
            5. El destino futuro del hombre: inmortalidad o no del alma, la resurrección, el juicio futuro;
 
            6. La libertad del ser humano y la de Dios a pesar de la predestinación;
 
            7. El intento de plasmar una ética interior que diera vida a los múltiples preceptos de la Ley y condujera a la salvación; los deseos de justificación /absolución partiendo de un estado de pecado.
 
 
Modelados por todas estas preocupaciones, los apócrifos del Antiguo Testamento desarrollan una cierta visión del mundo, un cierto talante espiritual, que varía algo, naturalmente, de unos escritos a otros, pero que muestra los siguientes rasgos comunes, algunos de los cuales se deducen de lo que he indicado hoy.
 
 
Enseguida les sonarán a los paralelos cristianos y los ecos de lo oído en las enumeraciones anteriores les servirá para la fijación de ideas. Vuelvo a hacer una lista:
 
 
            1) Se espera y se cree febrilmente en un fin del mundo muy próximo, en el que tendrá lugar la liberación de todos los justos. Las épocas anteriores han sido de preparación; Lo nuevo es en este número 1) la edad final es aquella en la que vive el escritor de cada libro en cuestión.
 
             2) Este fin del mundo será una gran catástrofe cósmica: habrá grandes guerras y conflagraciones, todo el universo se conmoverá, pero al final vencerán los justos. Este punto es parcialmente nuevo respecto a la Biblia hebrea
 
            3) El tiempo se divide en dos grandes períodos: uno, el presente (con toda su historia anterior), malo y perverso, dominado por el espíritu del mal, adversario de la divinidad; otro, el futuro, regido por Dios, en el que los justos habrán de vivir una vida paradisíaca y dichosa. Hay en este punto una insistencia mayor que en la Biblia hebrea.
 
            4) El período presente evoluciona irremisiblemente hacia el futuro según un esquema predeterminado por el plan divino. Parcialmente nuevo, pues se insiste en el “esquema”, pero se insiste en la predeterminación.
 
            5) El espacio entre la divinidad y el hombre se piensa como mucho más poblado por seres intermedios, ángeles y demonios, que influyen en el comportamiento del hombre y del mundo. Este punto es solo parcialmente nuevo en la intensidad de la idea y cómo se recalca el papel de ángeles y demonios.
 
            6) Se delinean con precisión las características del mesías. Se piensa menudo que vendrá un rey davídico anunciado por los profetas, a pesar se que se sabía que el último davídida, Zorobabel, había muerto; que será el héroe que aniquilará militarmente a los enemigos de Israel; pero ante todo juez supremo y príncipe de la paz. Al acabarse el período malo, el agente mesiánico abrirá de nuevo el paraíso de par en par para los justos. Dios oculta a su ungido durante un tiempo, pero al final aparecerá indefectiblemente. Este punto es parcialmente nuevo porque en la Biblia hebrea no hay mesías estricto.
 
            7) La gloria es el estado definitivo del justo. Para la mayoría de los apócrifos, será el estado solo del israelita piadoso; para algunos, de todo ser humano justo. Parcialmente nuevo.
           
 
El próximo día terminaremos las nociones generales sobre qué son los Apócrifos del Antiguo Testamento y qué importancia tienen para la comprensión del judaísmo de Jesús y el nacimiento del cristianismo.
 
Saludos cordiales
 
NOTA:
 
Enlace a una entrevista de Pedro Riba, “Luces en la oscuridad” sobre la novela “Herodes el Grande”:
 
https://www.youtube.com/watch?v=vMhlgOM5tAE
Martes, 21 de Enero 2025
Escribe Antonio Piñero
 
 
Resumo ahora los que creo rasgos esenciales del ideario teológico de los Apócrifos del Antiguo Testamento.
 
 
1. Dios existe y su existencia no necesita demostración alguna.
 
 
Ningún autor de los apócrifos manifiesta la mínima duda de su existencia, ni necesita probarla; ni se cuestiona. Tampoco duda de que se trata de un Dios único, el Dios de Israel, el mismo que luego el dios de los judeocristianos y luego cristianos a secas; en tiempo de los apócrifos, siglo IV a.e.c. en adelante, el politeísmo había sido desterrado de Israel hacía al menos un siglo o más.
 
 
Ahora bien, si se ataca vivamente el politeísmo en los apócrifos es sólo cuando la temática de algunos de estos libros reproduce momentos del pasado o reelabora pasajes de la Biblia ya existentes, o bien tiene dirige su discurso contra los gentiles de su tiempo. Este Dios de los apócrifos pierde rasgos antropomórficos de la Biblia hebrea (no es el dios del Génesis; por ejemplo, Dios se pasea por el Paraíso dónde está Adán después de caída y la primera pareja se esconde a sus ojos: Gn 3,8), y se convierte en absolutamente trascendente, es decir, está muy por encima de todo lo humano  y no se puede representar con ningún rasgo de hombre.
 
 
2. A pesar de que Dios es creador del mundo y del ser humano, el estado idílico del principio duró muy poco. La mala inclinación del hombre, en expresión de los rabinos posteriores, el corazón o inclinación maligna, condujo al pecado y éste trastornó todos los planes divinos sobre el cosmos.
 
 
3. Entonces Dios interviene en la historia; ha elegido para sí entre los pueblos a uno sólo, Israel. La historia no es cíclica o circular como pretenden los griegos. No se repiten el universo y los acontecimientos en él ocurridos después de un período más o menos largo y tras una conflagración o fuego purificatorios finales, como pensaban en general los gentiles helenos para quienes la materia es eterna, sino que la historia es lineal.
 
 
            La historia camina, pues, directamente hacia un objetivo decidido por Dios. Es como una línea más o menos recta, que va desde los orígenes hasta un fin predeterminado por Dios: a saber, la restauración del estado primigenio del paraíso antes del pecado, es decir, la mencionada línea directa de la historia hará que se restauren las condiciones del paraíso: el final será como  el principio. Ello conlleva la salvación de Israel y en algunos autores de los apócrifos de la salvación participarán también de los gentiles, o al menos de algunos de ellos.
 
 
4. Dios ha concedido a Israel una alianza y una ley. Si se cumplen los términos de esa Ley, Dios se mostrará benévolo e Israel gozará, ya en esta vida, de un estado normal de felicidad y abundancia de bienes materiales. Luego gozará de una vida y felicidad eternas y perfectas.
 
 
5. Dios es el rey verdadero de Israel. Para todos los judíos cualquier realeza terrena, incluso la judía, si no obraba conforme a la Ley, era contraria a esta realidad, pues sustituía el régimen ideal, el gobierno de Dios sobre su pueblo, postulado una y otra vez por los profetas del pasado, por el dominio de un rey humano. La religión judía en tiempos de los Apócrifos era una religión a la espera del reinado de Dios.
 
 
6. La realización práctica de este reinado habría de ser llevada a cabo por una personalidad misteriosa, el mesías. Sobre su figura circulaban muy diversas ideas y perspectivas, pero todas convergían en una idea simple y fundamental: el mesías sería la “mano derecha de Dios”, el agente divino para implantar su reino en la tierra. Y también en algunos ambientes la teología de Dios como rey de Israel se irá combinando con una teología de Dios como rey del mundo entero, incluidos los gentiles o paganos.
 
 
7. Si una cara de la Alianza era la firme creencia en la providencia divina, la otra cara era la necesidad de una absoluta obediencia a Dios por parte del ser humano. A esta obediencia se unen sentimientos de temor respetuoso, de confianza hacia el gobierno de Dios y de agradecimiento por sus dones. La insurrección contra ese Dios o contra sus designios es el pecado.
 
 
8. De resultas del mencionado pecado y del mal mundano, la historia se divide en dos grandes mitades: la “edad presente” y la “edad futura”. La presente –que dura desde la creación del mundo hasta el final físico de éste–, será sustituida por una edad futura, paradisíaca, donde todo será distinto y mejor.
 
 
            Las concepciones de esta edad futura varían en los apócrifos: la mayoría de las veces se piensa que ocurrirá en esta misma tierra, de Israel naturalmente, renovada y purificada; otras veces se piensa que la edad futura tendrá a su vez dos partes: una tendrá lugar en esta tierra –normalmente un Israel idílico y restaurado en sus doce tribus– durante un cierto lapso de tiempo; la segunda parte ocurrirá en un paraíso o cielo en el que entrarán unos pocos, los justos judíos salvados. Un solo apócrifo, el Testamento de Moisés piensa que la edad futura tendrá lugar exclusivamente en un espacio ultraterreno: el cielo, en un paraíso, o lugar celeste de suprema felicidad.
           
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
NOTA:
 
Entrevista hecha por Jorge Ferrándiz sobre Apocalipsis y el canon del Nuevo Testamento
 
Enlaces de Youtube partes 1 y 2
 
https://www.youtube.com/watch?v=5g04sAjG4uU
 
 
https://youtu.be/SKmoEDuBkPQ
 
 
Enlaces de Ivoox partes 1 y 2
 
<iframe src="/crist/https://www.ivoox.com/player_ej_137202014_6_1.html?c1=c66c2a " width="100%" height="200" frameborder="0" allowfullscreen="" scrolling="no" loading="lazy"></iframe>
 
 
<iframe src="/crist/https://www.ivoox.com/player_ej_137202083_6_1.html?c1=c66c2a " width="100%" height="200" frameborder="0" allowfullscreen="" scrolling="no" loading="lazy"></iframe>
Martes, 14 de Enero 2025

Una colección tan variada como el Nuevo Testamento exige a quien busca historia cierto método analítico, prudente y sosegado. Es preciso atender a muchas cosas, cosas que nadie tiene en conjunto y, por tanto, es preciso recopilar de muchas mentes expertas. Veamos algunos detalles de esta delicada lectura histórica.
Hoy escribe Eugenio Gómez Segura.


El Nuevo Testamento es en realidad una colección diversa de textos. Además de diversa es sumamente compleja por el origen, composición y autoría de los diferentes libros. Si a esto se añade el problema de la transmisión escrita, el número de manuscritos y su calidad, la forma en que se copiaron siglo tras siglo, con los consiguientes errores y malentendidos, así como la pluralidad de versiones que un mismo pasaje puede presentar, no sorprenderá que hagan falta unas instrucciones y avisos para leerlo con prudencia.
 

Todas estas vicisitudes y sus lógicas incongruencias han sido la materia que desde hace doscientos años ha estudiado la investigación con ánimo independiente. Las conclusiones que desde entonces se están alcanzado son, para el lector inadvertido, cuando menos desconcertantes porque chocan por completo con lo aprendido o leído tradicionalmente sobre los comienzos del cristianismo y sus personajes más relevantes.
 

Este hecho aconseja exponer algunos puntos y mecanismos de razonamiento que revelen las perspectivas y herramientas de la investigación independiente y que, al mismo tiempo, anticipen algunos temas sustanciales sobre el consenso histórico que ahora se reconstruye sobre Jesús de Galilea.
 

Un buen comienzo de esta muestra pueden ser los versículos 55-56 del capítulo 13 del evangelio atribuido popularmente a Mateo. Dicen así:
 

¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Jacob, José, Simón y Judas? ¿Y sus hermanas no están todas entre nosotros?
 

Dos palabras atrapan inmediatamente la atención: hermanos, hermanas, que, seguidas además de cuatro nombres claros y concretos, cuatro nombres relevantes del Antiguo Testamento, prometen alicientes a quien busca saberes. Las razones que habitualmente se aducen para explicar por qué quien no tuvo hermanos sí los tuvo suelen ser lingüísticas, en este caso la referencia a un idioma, el arameo, que traducido al griego de la época habría provocado un error de concepto: el arameo no dispondría de palabra similar en cuanto al uso y significado para “hermano”, que con ese término aludiría tanto a los hermanos de madre como a los parientes cercanos. Se trataría, en definitiva, de un problema de traducción entre el arameo y el griego. También se aduce que el supuesto error de traducción del arameo al griego se debería al hecho de que se describía un ambiente semítico y que ese ambiente es lo que debe primar al interpretar esta dificultad.
 

Quienes así argumentan, como queda meridianamente claro, argumentan lingüísticamente. Así pues, también puede haber respuesta lingüística para resolver la dificultad: Pablo de Tarso, judío nacido en el mundo griego, no debería confundir las palabras en su propio idioma, por eso, cuando se refirió en Gál 1, 19 a Jacob el hermano del Señor, tendría que saber perfectamente a qué se refería. Como, además, el nombre aportado por Pablo coincide con uno de los que el escritor conocido como Mateo también incluía en su lista, es posible pensar que Jesús sí tuvo hermanos y hermanas. Y es necesario, ante posibles opiniones contrarias a ésta, añadir que pensar que Jesús tuvo hermanos y hermanas no es un prejuicio sino una deducción.
 

Así pues, dado que la discrepancia sobre el personaje histórico Jesús de Galilea consiste en una argumentación lingüística y cultural, no resultará extraño que para conocer mejor una historia tan importante para Occidente, para aclarar discusiones como la de la familia de Jesús, para indagar también más allá de lo obvio sobre el propio libro Nuevo Testamento con el fin de comprender, en la medida de lo posible, el fenómeno histórico cristianismo en sus mismos orígenes, se tome esa misma idea de buscar el trasfondo cultural judío a un texto griego.
 

Lo que uno encuentra durante esa investigación que debería quedar unida a cierta frialdad analítica, es una sucesión de problemas encadenados cuya solución, apenas esbozada, conlleva más problemas e incertidumbres.

 

Tomado de mi libro Jesús de Galilea: una reconstrucción arqueológica.

 

Saludos cordiales.

Sábado, 11 de Enero 2025
Escribe Antonio Piñero
 
 
¿En qué suelo vieron la luz los libros apócrifos del Antiguo Testamento ?
 
 
Es este otro tema general que debemos tratar: el del lugar de procedencia de los apócrifos de la Biblia hebrea y los motivos de su composición. Con muy pocas excepciones (Novela de José y Asenet; Oráculos Sibilinos judíos, que proceden del judaísmo de Egipto), parece, por su contenido y temática, que el lugar sobre el que brotó esta pretendida prolongación del Antiguo Testamento que son los Apócrifos fue Palestina / Israel.
 
 
Recordemos que he escrito que “Palestina” fue una designación usada también por los hebreos antiguos. Solo en el Imperio Romano después de los tres  levantamientos judíos contra Roma adquirió un sentido antijudío. Se tomó como una designación despectiva: “la tierra de Israel era la tierra de los filisteos”, filistim o pilistim (con pérdida de la “aspiración” de la /h/ y con el iotacismo, cambio de /a/ breve en /i/: Mariam à Miriam).
 
 
El nacimiento de los apócrifos veterotestamen­tarios se debió sin duda a la ausencia de nuevos profetas en Israel, una vez que pasó tiempo suficiente tras la vuelta del Destierro. Y los rabinos decidieron que a profecía canónica se había acabado, con Malaquías y Zacarías. Además, era necesario acomodar a tiempos difíciles el mensaje, ya estereotipado, de los hagiógrafos /escritores de los libros santos del pasado. Sin duda también debió de influir en el nacimiento de los Apócrifos el conjunto de circunstancias históricas que motivaron el alzamiento de los Macabeos en el s. II a. C.
 
 
La historia de este período puede iluminar el porqué del nacimiento de esta litera­tura apócrifa. Desde la muerte de Alejandro Magno, en el 323 a. C., Palestina se vio sometida, muy a pesar suyo, a un proceso imparable de helenización. Comprimida entre dos grandes potencias, el Egipto de los Ptolemeos y la Gran Siria de los Seléucidas, de lengua y cultura griegas, Israel no podía quedar ausente de la gran corriente helenizadora que invadía la cuenca mediterránea.
 
 
Poco a poco, el país se fue dividiendo intelectual y afectivamente en dos grupos de muy diverso tamaño. Uno, formado por la aristocracia, los ricos comerciantes y la élite sacerdotal, grupo bastante dispuesto a dejarse invadir por las ideas helénicas, que debían aparecer a sus ojos como un verdadero modernismo.
 
 
Otro grupo, muy numeroso, constituido por las capas inferiores del sacerdocio y la mayor parte del pueblo, veía en la aceptación del ideario helenístico al gran enemigo del ser propio, religioso, de Israel. La gran batalla comenzó de hecho, como es sabido, cuando los hermanos Macabeos se levantaron en armas tras rechazar las terribles imposiciones del rey seléucida Antíoco IV Epífanes en el 168 a.e.c. Este monarca pretendía acabar, ni más ni menos y en un asalto definitivo, con una nación teocrática, de una religión muy particular y exclusivista, que se resistía a integrarse en su imperio y acomodarse a la cultura y religión griegas.
           
 
Esta situación de pugna y angustia nacional se prolongaba más de lo deseado y contribuyó poderosamente a la formación de grupos de “piadosos” (en hebreo hasidim), que luchaban por mantenerse fieles a la Ley y a su entidad nacional como pueblo teocrático.
 
 
Entre estos “piadosos” destacaron los fariseos y los esenios que nacieron por esta época. De tales grupos de “piadosos”, y de otros similares de clara mentalidad apocalíptico / escatológica (el fin del mundo presente, caótico y anti Yahvé está cercano), es de donde nace el deseo de prolongar la vida espiritual y el mensaje de la Biblia hebrea, y fue lo que, al parecer, condujo a la producción de literatura religiosa, de la cual casi todos acabaron siendo apócrifos.
 
 
En realidad, sociológicamente considerados, estos escritos no intentaban más que contribuir a salvaguardar la propia esencia religiosa, nacional, de Israel. Por este motivo, y aunque dirigidos en principio a cenáculos reducidos, selectos, los luego apócrifos no constituyen solo una literatura de marginados, que puede serlo sin duda, sino también los libros religiosos de amplios círculos populares que en tiempos de crisis se nutrían de ella espiritualmente.
 
 
Entre los manuscritos de Qumrán han aparecido con profusión los hoy apócrifos de la Biblia hebrea. Jesús y los primeros judeocristianos, sin duda, debieron también vivir inmersos en el ambiente espiritual que se formaba tanto por la continua lectura de la Biblia como por los comentarios de la escuela sinagogal que bebían de este tipo de literatura pseudónima que, como digo, esperaba influir en la vida espiritual de la nación.
 
 
Así pues, los libros judíos hoy no canónicos son herederos de la teología de la Biblia a la que desean matizar, complementar y en algunos casos corregir. Pero igualmente por ello son fieles al marco general de esta teología. Al enumerar los rasgos esenciales de la teología de los Apócrifos, en la postal próxima se verá cómo coinciden mucho con la teología de la Biblia hoy canónica, aunque se observará que hay variantes.
 
 
Saludos cordiales de Antonio Piñero
 
 
Enlaces de iVoox; Spotify; YoutubeMusic y Apple Podcast a una entrevista  de Raúl Fernández Gómez sobre la novela Herodes el Grande, editada por Penguin Random House, Barcelona 2024.
 
· iVoox: https://go.ivoox.com/rf/137196864
· Spotify: https://open.spotify.com/episode/1ZBJucrXGILG7jsCvzULAp?si=7037a9f1c19543ff
· YoutubeMusic : https://music.youtube.com/watch?v=XzFVe9LP9V0
· Apple Podcast  X: @sendsabiduria Instagram: @senderosdelasabiduria­­­
· Facebook: Raúl Fernando Gómez
Martes, 7 de Enero 2025
1 2 3 4 5 » ... 297


Editado por
Antonio Piñero
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”, “Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo Testamento.





Tendencias de las Religiones


RSS ATOM RSS comment PODCAST Mobile