uN DIVERTIDO TEXTO SATÍRICO DE Luciano
Se trata de un texto (que al ser de Lucinao no iba a ser de otro tenor) satírico, fresco y divertido. Es de El viaje al más allá, conocido también bajo el subtítulo de El Tirano. Es un diálogo entre algunos personajes que quizá nos resulten familiares: Caronte (el barquero que pintara Patinir), el dios Hermes, la Parca Cloto, así como un ciudadano acaudalado de nombre Megapentes (“el gran doliente”). La barca infernal de Caronte está repleta de las almas que han de ser transportadas al otro mundo, pero falta por llegar Hermes que quizá está entretenido “en el gimnasio con los efebos, o se dedica a tocar la cítara, o se entretiene haciendo alarde de su inútil locuacidad, o, bribón de él, está ocupado en sus hurtos, que es también una de sus habilidades”.
Pero la demora de Hermes se debe a otra circunstancia bien distinta; y es que uno de los muertos ha pretendido escapar de su postrera travesía, a pesar de que ya se le ha agotado el hilo de su existencia. Se trata de un tirano, que entre lamentos y gemidos ruega que lo dejen vivir y promete grandes recompensas si no lo embarcan en la nave de Caronte. Pero la cosa es que el control de las almas de los fallecidos es muy severo y Eaco enseguida se dio cuenta de que faltaba uno:
“Y cuando estábamos ya a la entrada misma y me ocupaba de dar cuenta a Eaco del número de muertos que traía y éste los cotejaba con la lista que tu hermana le había enviado, no sé cómo el tres veces canalla consiguió escapar y huir. De suerte que en la lista se echó en falta un muerto, ante lo cual Eaco, enarcando sus cejas, me dijo:
“No practiques permanentemente el hurto, Hermes; bastante tienes con las bromas que haces en el cielo. Los asuntos de los muertos se llevan a rajatabla y no es posible ocultar nada. En la lista constan, como ves, un total de mil cuatro muertos, y tú te has presentado aquí con uno de menos, a no ser que me digas que Atropo te hizo mal la cuenta”.
Tras hacer Cloto el catálogo de muertos que deben subir a bordo (niños, ancianos y mujeres) se produce una escena verdaderamente jocosa: el renuente Megapentes pide una última oportunidad y espera que los dioses no se la denieguen: desea saber qué ocurrirá después de su muerte. Curiosidad funesta, pues el panorama de su futuro no puede ser más lamentable: su esclavo, que desde hace tiempo mantiene relaciones adúlteras con ella, se quedará con su mujer; su propia hija pasará a enriquecer el número de concubinas del nuevo tirano, y hasta las estatuas que los amigos erigieron en honor de Megapentes caerán derribadas por el suelo. Y por si faltara algo, se le informará de que ha muerto envenenado por la traicionera y emponzoñada copa que le ofreció en el último banquete uno de sus mejores amigos. Sigue la descripción con un nuevo relato de un incidente jocoso ocurrido cuando Megapentes se hallaba de cuerpo presente en su propia casa, recién fallecido. Uno de los principales protagonistas del mismo es también su “amado” esclavo Carión:
“Mi esclavo Carión, tan pronto vio que me había muerto, subió a eso de media tarde al aposento donde yo yacía –disponía de todo el tiempo que quisiera, ya que nadie me estaba velando- acompañado de mi concubina Gliceria (con la que, creo yo, mantenía desde hace tiempo relaciones íntimas) y tirando de la puerta se puso a echarle un polvo como si nadie más estuviera en la habitación. Y una vez que hubo saciado su apetito, dirigiéndome una mirada dijo: “Tú, el más canalla de los hombres, me has golpeado mil veces sin que yo lo mereciera, pero ahora aquí estás tieso”. Y mientras así hablaba me tiraba del pelo y me daba cachetes, hasta que generando un gran salivazo me lo escupió a la cara diciendo: “Vete al infierno”. Y a continuación se marchó.
Yo estaba que ardía de ira, pero no podía hacer nada contra él, rígido y yerto como ya me encontraba. Y la sinvergüenza de la muchacha, al oír el ruido de algunos que se acercaban, se frotó los ojos con saliva como si estuviera llorando por mí, y sollozando y pronunciando mi nombre se marchó. ¡Si les hubiera podido echar mano!”
Pero la demora de Hermes se debe a otra circunstancia bien distinta; y es que uno de los muertos ha pretendido escapar de su postrera travesía, a pesar de que ya se le ha agotado el hilo de su existencia. Se trata de un tirano, que entre lamentos y gemidos ruega que lo dejen vivir y promete grandes recompensas si no lo embarcan en la nave de Caronte. Pero la cosa es que el control de las almas de los fallecidos es muy severo y Eaco enseguida se dio cuenta de que faltaba uno:
“Y cuando estábamos ya a la entrada misma y me ocupaba de dar cuenta a Eaco del número de muertos que traía y éste los cotejaba con la lista que tu hermana le había enviado, no sé cómo el tres veces canalla consiguió escapar y huir. De suerte que en la lista se echó en falta un muerto, ante lo cual Eaco, enarcando sus cejas, me dijo:
“No practiques permanentemente el hurto, Hermes; bastante tienes con las bromas que haces en el cielo. Los asuntos de los muertos se llevan a rajatabla y no es posible ocultar nada. En la lista constan, como ves, un total de mil cuatro muertos, y tú te has presentado aquí con uno de menos, a no ser que me digas que Atropo te hizo mal la cuenta”.
Tras hacer Cloto el catálogo de muertos que deben subir a bordo (niños, ancianos y mujeres) se produce una escena verdaderamente jocosa: el renuente Megapentes pide una última oportunidad y espera que los dioses no se la denieguen: desea saber qué ocurrirá después de su muerte. Curiosidad funesta, pues el panorama de su futuro no puede ser más lamentable: su esclavo, que desde hace tiempo mantiene relaciones adúlteras con ella, se quedará con su mujer; su propia hija pasará a enriquecer el número de concubinas del nuevo tirano, y hasta las estatuas que los amigos erigieron en honor de Megapentes caerán derribadas por el suelo. Y por si faltara algo, se le informará de que ha muerto envenenado por la traicionera y emponzoñada copa que le ofreció en el último banquete uno de sus mejores amigos. Sigue la descripción con un nuevo relato de un incidente jocoso ocurrido cuando Megapentes se hallaba de cuerpo presente en su propia casa, recién fallecido. Uno de los principales protagonistas del mismo es también su “amado” esclavo Carión:
“Mi esclavo Carión, tan pronto vio que me había muerto, subió a eso de media tarde al aposento donde yo yacía –disponía de todo el tiempo que quisiera, ya que nadie me estaba velando- acompañado de mi concubina Gliceria (con la que, creo yo, mantenía desde hace tiempo relaciones íntimas) y tirando de la puerta se puso a echarle un polvo como si nadie más estuviera en la habitación. Y una vez que hubo saciado su apetito, dirigiéndome una mirada dijo: “Tú, el más canalla de los hombres, me has golpeado mil veces sin que yo lo mereciera, pero ahora aquí estás tieso”. Y mientras así hablaba me tiraba del pelo y me daba cachetes, hasta que generando un gran salivazo me lo escupió a la cara diciendo: “Vete al infierno”. Y a continuación se marchó.
Yo estaba que ardía de ira, pero no podía hacer nada contra él, rígido y yerto como ya me encontraba. Y la sinvergüenza de la muchacha, al oír el ruido de algunos que se acercaban, se frotó los ojos con saliva como si estuviera llorando por mí, y sollozando y pronunciando mi nombre se marchó. ¡Si les hubiera podido echar mano!”
Martes, 13 de Octubre 2009
Redactado por Antonio Guzmán el Martes, 13 de Octubre 2009 a las 19:31
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Antonio Guzmán
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