NEUROCIENCIAS: F.J. Rubia

Conferencias

Lunes, 7 de Julio 2008

Conferencia impartida por el Prof. F. J. Rubia Vila en la Real Academia Nacional de Medicina – 06.V.2008


El síndrome de Charles Bonnet, llamado así por su descubridor, un naturalista y filósofo suizo nacido en 1720 se caracteriza por la presencia de alucinaciones visuales muy vivas y complejas que afectan a personas que, por otra parte, son mentalmente normales. A veces, estas alucinaciones son llamadas “liliput”, porque los objetos son más pequeños que los reales. Las alucinaciones pueden durar desde pocos segundos a varias horas.

El síndrome de Charles Bonnet

El propio Charles Bonnet descubrió este síndrome observando a su propio abuelo por parte de madre, Charles Lullin, de 87 años, que estaba casi ciego por cataratas en ambos ojos, que había sido operado cuando tenía 77 años, pero que once años después de la operación empezó a percibir hombres, mujeres, pájaros, carruajes, edificios, tapices o andamios. Este síndrome, pues, suele afectar a personas normales, de edad avanzada, que tienen dificultades con la visión debido precisamente a la edad. Los pacientes saben perfectamente que estas visiones proceden de su cerebro, que no son reales.

Suele ocurrir este síndrome, como hemos dicho, en personas con dificultades de visión, sea por glaucoma, degeneración de la mácula, retinopatía diabética, lesión de córnea o cataratas.

Las visiones pueden ser de objetos corrientes, como una botella o un sombrero, pero también pueden verse cosas extraordinarias, como dragones, ángeles, animales de circo, payasos y elfos. Las imágenes son en blanco y negro, pero también en colores, estables o en movimiento. Raramente son amenazantes.

Una mujer, por ejemplo, vio por la ventana muchas vacas en el prado y al ser invierno se quejaba de la crueldad del campesino. Su asistenta le respondió que no veía ninguna vaca y, enseguida, la mujer, un poco avergonzada confesó que sus ojos le traicionaban.

Las alucinaciones se ven favorecidas cuando hay poca luz, como en el crepúsculo y suelen desaparecer cuando el paciente mueve la cabeza o enciende la luz. Pero los pacientes no tienen ningún control voluntario sobre estas alucinaciones, que suelen aparecer sin previo anuncio.

Parece evidente que estas imágenes que se producen en este síndrome de Charles Bonnet proceden de la memoria y, a veces, parecen más reales incluso que las imágenes normales y reales. La cuestión, pues, sería: ¿cómo es posible que distingamos las imágenes que proceden de nuestra percepción visual de las que el cerebro “rellena” cuando le faltan? Porque estamos, sin duda, ante un fenómeno ya conocido por otros motivos que nos dice que cuando al cerebro le falta información la genera él mismo recurriendo, probablemente en este caso, a las imágenes visuales que tiene almacenadas en la memoria.

Una explicación sería que en condiciones normales, las células de la retina están constantemente transmitiendo información a los centros superiores de la visión impidiendo un flujo que iría desde esos centros superiores y desde los almacenes de la memoria hacia la periferia para generar las imágenes alucinadas. Cuando este flujo constante desde la periferia al centro deja de existir parcialmente, como en los casos en los que los pacientes pierden algo de visión por las razones antes aducidas, el flujo centrífugo se desinhibiría produciendo estas alucinaciones. En otras palabras, en condiciones normales habría dos flujos para formar las imágenes: desde la periferia al centro, y desde el centro hacia la periferia guardando un equilibrio entre ambos.

Como decía el psicólogo norteamericano William James a finales del siglo XIX: ‘mientras una parte de lo que percibimos llega por los sentidos del objeto que está ante nosotros, otra parte siempre viene de nuestra mente’. Dicho de otra manera, la percepción es un fenómeno activo y no pasivo como suele entenderse.

El neurólogo norteamericano Vilayanur Ramachandran, de origen indio, supone que en el síndrome de Charles Bonnet ocurre lo mismo que en los pacientes con miembros fantasma. Estos sienten dolor en la extremidad no existente porque en condiciones normales, esa extremidad envía información a los centros superiores de que se encuentra en condiciones normales, sin dolor; pero cuando esa información falta, el otro flujo, el centrífugo, aporta información de dolores en la extremidad almacenados en la memoria y que ahora no se ven inhibidos por la información procedente de la periferia.

Ramachandran informa de una paciente que sólo veía figuras de cómics, lo que este neurólogo explica diciendo que, probablemente, provenían del lóbulo temporal en el que hay células especializadas en color y en formas, pero no en movimientos ni en profundidad, por lo que las alucinaciones eran todas figuras estables y sin profundidad.

Aquí lo importante es resaltar que lo que solemos llamar percepción y que nos figuramos es un proceso pasivo de recepción de información proveniente de la periferia, en realidad se trata de un doble proceso en el que hay dos flujos de información como dijimos antes: uno procedente de los órganos sensoriales que han sido estimulados por una determinada forma de energía, y el otro procedente del propio cerebro que se dirige en dirección contraria, desde el centro a la periferia, con informaciones procedentes de lo que hemos almacenado en la memoria. Todo este proceso se realiza de manera inconsciente.

En la historia, las alucinaciones han tenido una enorme importancia. Pensemos, por ejemplo, en el ‘daemon’ que guiaba a Sócrates, o las voces que guiaron a Juana de Arco, a Lutero, a Santa Teresa, y a tantos otros.

Me viene a la memoria la magnífica biografía de San Antonio abad que escribió San Atanasio, obispo de Alejandría, que vivió en el siglo IV de nuestra era y que refiere las tentaciones que tuvo San Antonio el Egipciaco que llevó una vida de eremita en el desierto y fue fundador del movimiento eremítico. Las tentaciones de San Antonio ha sido un tema recurrente como representación pictórica a lo largo de los siglos. Se le apareció primero el demonio, luego un dragón y un niño negro que le dijo que era el espíritu de la fornicación. En vista de las tentaciones, San Antonio aumentaba su austeridad, sin darse cuenta que mientras más reducía sus informaciones sensoriales y se aislaba más y más en el desierto, mayores eran sus tentaciones. Como hemos dicho anteriormente, cuando al cerebro, sea por privación sensorial o por lesión, le falta información periférica, aumenta la central proveniente de las imágenes que tenemos almacenadas en la memoria.
Las tentaciones de San Antonio (El Bosco)
Las tentaciones de San Antonio (El Bosco)

Las tentaciones de San Antonio (Salvador Dalí)
Las tentaciones de San Antonio (Salvador Dalí)

Las tentaciones de San Antonio (Jan Wellens de Cock)
Las tentaciones de San Antonio (Jan Wellens de Cock)

Para librarse de las tentaciones, San Antonio incluso se recluyó en una tumba y cerraron la puerta tras él. En sus alucinaciones, aparte de los demonios, veía leones, osos, leopardos, toros, serpientes, áspides, escorpiones y lobos. Como podrán imaginar, resulta imposible hoy saber si San Antonio Abad estaba afectado o no por el síndrome de Charles Bonnet.

Que la privación sensorial es causa de alucinaciones lo demuestra asimismo el hecho de que personas afectadas de hipoacusia, sea por lesión, por enfermedad o por vejez, tienen a menudo alucinaciones auditivas que varían desde sonidos hasta música o voces. Hay clínicos que sostienen que el síndrome de Charles Bonnet debería también aplicarse a pacientes con dificultades en otros sentidos que no son el sentido de la vista, sobre todo cuando los pacientes reconocen que esas alucinaciones no son reales. Si la región inferior del lóbulo parietal derecho se queda sin aferencias sensoriales se puede producir un éxtasis místico, en el que el sujeto se une con la naturaleza, el universo, el nirvana o Dios y desaparece la división entre el yo y el mundo, es decir, la visión dualista del mundo tan frecuente en el estado consciente normal. A veces se produce un fenómeno caracterizado por la sensación de flotar en el aire y observarse a sí mismo desde lo alto del espacio.

La prueba experimental de que la privación sensorial causaba alucinaciones la aportó el científico norteamericano John C. Lilly utilizando el tanque insonorizado en el que introducía a los sujetos de experimentación que flotaban en agua salada y a oscuras. Estos tanques se siguen utilizando para meditación, relajación y en medicina alternativa. Los sujetos no pudieron permanecer más de tres horas en los tanques porque eran incapaces de concentrarse, tenían alucinaciones y trastornos mentales, sobre todos sensaciones de pérdida de la realidad y de la propia identidad.

Otros investigadores en la Universidad de Montreal en Canadá también experimentaron con privación sensorial observando que cuando la restricción sensorial era muy profunda los sujetos sufrían de alucinaciones visuales, auditivas, así como experiencias corporales. Las alucinaciones más comunes fueron de tipo visual y muy parecido a las inducidas por drogas. Generalmente progresaban de simples a complejas, comenzando por líneas y puntos, seguidos de figuras y patrones geométricos para terminar con escenas completas.

En 1910, un discípulo del psicólogo británico Titchener, C. W. Perky, requirió de sujetos experimentales que observasen una mancha blanca en medio de una pantalla y que mientras mirasen esa mancha se imaginasen y describiesen un plátano. Sin que ellos lo supieran se les proyectó un plátano en posición vertical por detrás de la pantalla y con una luminosidad apenas supraliminal. Los sujetos no lo vieron, ocupados como estaban en imaginarse e informar sobre los detalles del plátano. En sus descripciones, algunos se asombraron de que lo hacían de un plátano en posición vertical, en vez de horizontal como es costumbre. Este procedimiento se repitió con otras imágenes y siempre ocurría lo mismo. Si se les preguntaba si estaban describiendo objetos puramente imaginarios, los sujetos respondían que estaban seguros de ello e incluso algunos se molestaron por la pregunta.

A este fenómeno se le llamó el ‘efecto Perky', que plantea la cuestión de cómo distinguimos la realidad de la imaginación creando estas ‘alucinaciones invertidas’ en sujetos normales. Estos experimentos muestran que no hay grandes diferencias entre las experiencias subjetivas de la percepción y la imaginación. La percepción suele ser más vívida, como ya apuntaba el filósofo empirista inglés David Hume, pero es una diferencia más de grado y no se puede garantizar que no se confundan.

Hay autores que consideran que las alucinaciones tienen un origen común en las personas normales y en los pacientes psiquiátricos. Sus hipótesis afirman que los fenómenos alucinatorios representan un fallo en lo que llaman el proceso de discriminación de la realidad que implica que una experiencia generada internamente puede ser atribuida a una fuente externa.

Una teoría que está en línea con lo que antes dijimos sobre la percepción es la teoría psicológica de la filtración que explica las alucinaciones en términos de algún tipo de filtración de actividades mentales hacia la consciencia que en condiciones normales permanecerían pre-conscientes. Uno de sus defensores, L. J. West, dedujo esta manera de pensar de las especulaciones del neurólogo inglés del siglo XIX Hughlings Jackson que pensaba que las descargas neuronales que eran la base de las alucinaciones se debían a procesos desinhibitorios que se producían por lesión cerebral.

West modificó esta teoría de Jackson en dos direcciones: la primera afirmando que las experiencias de la vida afectan al cerebro dejando huellas neurales permanentes, los famosos ‘engramas’ en la memoria, pero también en los pensamientos, imaginaciones y fantasías. En segundo lugar, que el estado mental y neurofisiológico del individuo era un producto de la interacción de fuerzas psicobiológicas que se originan tanto fuera como dentro del individuo. Las entradas sensoriales servirían normalmente para organizar el filtraje de los procesos atencionales que controlan la exploración de la información por la consciencia. Cuando el nivel de las entradas sensoriales es insuficiente para organizar los mecanismos de exploración y comprobación, pero el nivel de alerta es suficiente para la apercepción consciente, esas huellas mnésicas o engramas se liberan a la consciencia y se perciben como si se originasen de una fuente externa al organismo.

Con esta teoría West podía establecer un paralelismo no sólo con la privación sensorial que antes tratamos, sino también con el sueño y los ensueños. Como ya dijimos, durante la privación sensorial el nivel absoluto de estimulación está disminuido, el nivel de alerta se mantiene con el resultado de la producción de alucinaciones. Durante el sueño, el nivel de estimulación también está disminuido, como asimismo el nivel de alerta, pero West indicó que durante el sueño había variaciones cíclicas del nivel de alerta lo que le permitía explicar las alucinaciones que se producen durante los períodos hipnagógicos, es decir poco antes de entrar en el sueño, y los períodos hipnopómpicos, o sea, entre el sueño y el despertar.

En relación con las alucinaciones en los esquizofrénicos, West lo explicaba diciendo que en el enfermo de esquizofrenia no era necesaria la privación sensorial para tener alucinaciones, ya que ya había una reducción de la estimulación sensorial efectiva como resultado de un nivel anormalmente alto de alerta, lo que producía un bloqueo sensorial.

Una hipótesis un tanto atrevida y, desde luego, no comprobada es la del psicólogo norteamericano Julian Jaynes, quien en su libro El origen de la consciencia en la ruptura de la mente bicameral plantea que la consciencia humana resulta de la percepción o creencia de que los procesos cognoscitivos tienen lugar en un ‘espacio mental’ interno, subjetivo. Según Jaynes, los antiguos griegos, los que vivieron en la época de la Ilíada, es decir de Homero, no eran conscientes en ese sentido y experimentaban su lenguaje interno como alucinaciones o voces de los dioses. Para explicar este fenómeno Jaynes asumía que entre los dos hemisferios existía una comunicación muy pobre. En otras palabras, el desarrollo histórico de la autoconsciencia estuvo acompañado de una reorganización del cerebro en el que el hemisferio dominante inhibió, entre otras funciones, las capacidades lingüísticas del hemisferio no dominante. La implicación de esta teoría es que una reducción de esa inhibición liberaría ‘voces’ del hemisferio derecho que serían sentidas como extrañas o provenientes de los dioses. Este mismo fenómeno sería la explicación de las alucinaciones auditivas en enfermos esquizofrénicos.

La disfunción entre los hemisferios estaría de acuerdo con la hipótesis de Green que por sus propios experimentos llegó a la conclusión de que en los enfermos esquizofrénicos hay un trastorno en la transferencia de información entre los hemisferios, ya que la información táctil presentada a un hemisferio, es decir cuando se requiere del enfermo que sienta la forma de un objeto con una mano, no está disponible para el otro hemisferio, lo que se comprueba por la incapacidad del enfermo en reconocer el mismo objeto con la otra mano.

En otro orden de cosas se ha planteado la relación entre la serotonina y las alucinaciones, sobre todo por el efecto alucinógeno que tienen las drogas que afectan a este sistema serotoninérgico. El alucinógeno más potente que se conoce, la dietilamida del ácido lisérgico o LSD, fue sintetizado por Albert Hoffman en 1938 de alcaloides del hongo ergot o cornezuelo de centeno. Otras drogas conocidas que afectan también al sistema serotoninérgico son la mescalina, sustancia activa del cactus mejicano peyote, y la psilocibina, del hongo Psilocybe mexicana de hongos que crecen en los excrementos de mamíferos. El hongo ergot, con el nombre científico Claviceps purpura al contaminar los granos de centeno y utilizado luego para hacer pan producía lo que se llamó ‘El fuego de San Antonio’, o ergotismo, una afección común en la Edad Media. El 15 de agosto del año 1151 uno de cada veinte de los 4000 habitantes de un pueblo francés llamado Pont Saint Esprit empezaron a sufrir alucinaciones, se retorcían en sus camas, vomitando, corriendo como locos por las calles y teniendo terribles sensaciones de quemaduras en las extremidades.

La dietilamida del ácido lisérgico o LSD es muy potente. Entre 50 y 500 microgramos son suficientes para producir alucinaciones. Los efectos psicológicos incluyen un aumento de la percepción de estímulos sensoriales, pérdida de los límites de la percepción espacial, distorsión del sentido del tiempo y del espacio y cambios de humor. La composición química de esta sustancia es muy parecida a la serotonina y afecta a las vías serotoninérgicas del cerebro, aunque su acción es muy compleja. En el músculo liso actúa como antagonista de la serotonina, pero también puede actuar en otros lugares como agonista.

Desde que las modernas técnicas de imagen cerebral han mostrado que los objetos imaginados activan las mismas estructuras cerebrales que lo hacen los objetos reales se vuelve a plantear la importante cuestión de cómo somos capaces de distinguir lo real de lo imaginario, lo que se ha denominado discriminación de la realidad.

Algunos autores afirman que a niveles subconscientes no existen filtros que puedan distinguir la diferencia entre imaginación y realidad. Lo que parece claro es que las alucinaciones representan un fallo en la discriminación de la realidad.

Nuestra capacidad imaginativa ha supuesto, sin duda, un gran avance y una gran ventaja desde el punto de vista evolutivo. No sólo en términos de anticipación del futuro, sino como base para el desarrollo de nuestra capacidad creativa. Ahora bien, estoy convencido que cualquier ventaja se acompaña de una cierta desventaja, o, con otras palabras, que se paga un precio por todo. Esa misma capacidad imaginativa es la causa de grandes engaños haciéndonos ver como reales figuras imaginarias que, por cierto, nos han acompañado siempre a lo largo de toda nuestra historia. En este sentido puede decirse que la habilidad del cerebro para engañar también ha tenido sus ventajas desde el punto de vista evolutivo, ya que en muchas ocasiones los sucesos imaginados anticipativamente han resultado ser reales, lo que al parecer compensa las veces en las que esos sucesos imaginados son simplemente falsos.

Quizá un ejemplo que muestra los peligros de confundir la realidad con la ficción, aparte de los ya tan conocidos molinos de viento en el Quijote de Cervantes, sea el mito de Narciso en la mitología griega. Conocido por su gran belleza, tanto doncellas como muchachos se enamoraban de él, pero eran rechazados sin miramientos. Entre las jóvenes estaba la ninfa Eco que había molestado a Hera y ésta la había condenado a repetir las últimas palabras de lo que se le dijera. Fue incapaz de confesar a Narciso su amor, pero una vez que éste andaba por el bosque y preguntó: ‘¿Hay alguien aquí?’, Eco contestó: ‘Aquí, aquí!’. Narciso se negó a aceptar su amor por lo que la diosa de la venganza, Némesis, hizo que se enamorara de su propia imagen, reflejada en una fuente. Enamorado de su imagen, la tomó por real y se arrojó al agua para abrazarla ahogándose. Allí creció la flor que lleva su nombre.
Narciso (Caravaggio)
Narciso (Caravaggio)

A la vista de todo lo expuesto hasta aquí quisiera repetir una vez más que el cerebro, privado de información, es capaz de generarla aunque esa información no tenga ninguna validez en términos de verdad o autenticidad. Es más importante tener una historia plausible, aunque sea falsa, que no tener ninguna. En segundo lugar tenemos que ser muy cautelosos cuando nos fiamos de nuestras llamadas intuiciones, impresiones subjetivas o incluso firmes creencias, pues el cerebro no es un órgano al que le importe la verdad o la realidad, escritas éstas en letras mayúsculas, sino que está preocupado exclusivamente por garantizar la supervivencia del organismo que lo alberga. Si no queremos vivir permanentemente engañados, esta reflexión habría que tenerla muy en cuenta.


Francisco J. Rubia | Comentarios

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Editado por
Francisco J. Rubia
Ardiel Martinez
Francisco J. Rubia Vila es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Estudió Medicina en las Universidades Complutense y Düsseldorf de Alemania. Ha sido Subdirector del Hospital Ramón y Cajal y Director de su Departamento de Investigación, Vicerrector de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid y Director General de Investigación de la Comunidad de Madrid. Durante varios años fue miembro del Comité Ejecutivo del European Medical Research Council. Su especialidad es la Fisiología del Sistema Nervioso, campo en el que ha trabajado durante más de 40 años, y en el que tiene más de doscientas publicaciones. Es Director del Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense de Madrid. Es miembro numerario de la Real Academia Nacional de Medicina (sillón nº 2), Vicepresidente de la Academia Europea de Ciencias y Artes con Sede en Salzburgo, así como de su Delegación Española. Ha participado en numerosas ponencias y comunicaciones científicas, y es autor de los libros: “Manual de Neurociencia”, “El Cerebro nos Engaña”, “Percepción Social de la Ciencia”, “La Conexión Divina”, “¿Qué sabes de tu cerebro? 60 respuestas a 60 preguntas” y “El sexo del cerebro. La diferencia fundamental entre hombres y mujeres”.



El impacto de la neurociencia. Curso del profesor Francisco J. Rubia. Octubre noviembre 2013.

Facultades mentales del cerebro
Curso presencial del profesor Rubia en el Colegio Libre de Eméritos

Temas actuales en neurociencia. Conferencias del profesor Rubia pronunciadas en el Colegio Libre de Eméritos (2011)

Cerebro, mente y conciencia: nuevas orientaciones en neurociencia. Conferencias del profesor Rubia pronunciadas en el Colegio Libre de Eméritos (2010)

Número especial de la Revista de Occidente sobre Libertad y Cerebro. Artículos coordinados por Francisco J. Rubia. Enero 2011.



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