Había una vez un emprendedor que quería inspirar un nuevo sistema financiero. Para generar un ecosistema diferente, incorporando las lecciones aprendidas en España durante estos años.
Sus encorbatados asesores le recomendaron consultar con expertos en responsabilidad social, pero les pidió que consultaran ellos y que le contaran. Las imaginables conclusiones incluían que había que impulsar un nuevo cumplimiento de los estándares de la industria de la sostenibilidad, entre ellos los códigos de buen gobierno, los derechos humanos, los cambios en la regulación financiera, la lucha contra el fraude y la corrupción, los fondos éticos, la igualdad y no discriminación por género, raza o religión o el efecto multiplicador de considerar criterios medioambientales en sus inversiones crediticias. Sin olvidar la acción social, la fundación bancaria ni la vinculación con alguna de las más prestigiosas escuela de negocios. A través de anuarios, estadísticas, artículos y boletines. Todo ello unido a un plan de comunicación con el mismo presupuesto que el total de las actividades directas para que todo se conociera bien entre el gran público, que al final es quien paga la fiesta.
Mientras tanto, el emprendedor prefirió consultar en fuentes más ciudadanas que financieras y hablar con visionarios del futuro más que con sus consultores tradicionales, con el mundo de las ideas más que con el de los procedimientos, con el de la intuición más que con el del análisis.
Aparecieron temas de otro tipo. En primer lugar, sobre el servicio al cliente. Para no repetir situaciones como la de las preferentes, las cláusulas y prácticas abusivas a quienes no las entienden ni saben cómo defenderse, los fondos de pensiones con comisiones estratosféricas considerando su coste, volumen y rentabilidad, o las hipotecas inversas en condiciones incalificables. Contemplando una banca alternativa que incorporara un ángulo social con no menos peso que el medioambiental, o una banca comercial más cercana a las personas, con modelos colaborativos como los que están surgiendo en comunidades que se organizan para prestarse entre sí o para financiar ideas que les parecen interesantes a través del crowdsourcing, integrando monedas virtuales y bancos de tiempo como una parte complementaria a las actividad bancaria tradicional. En segundo lugar, un grupo de ideas relacionadas con la longevidad, porque parece que viviremos más años y con menos renta personal. Desde la planificación y el ahorro a largo plazo a costes razonables para el ahorrador, hasta los nuevos servicios para los mayores, universales y de bajo coste gracias a la tecnología, o la incorporación de la gestión de las plantillas considerando su edad, la gran ignorada en España de las políticas de igualdad. En tercero, un tema sobre el que todo el sector pasa de puntillas a pesar de su efecto multiplicador en la evasión de recursos públicos del sistema empresarial, no sólo del bancario. ¿Adivinan cuál es? Efectivamente, se trataría de dejar de operar en paraísos fiscales ni para sí mismos ni para sus clientes de banca privada y grupos internacionales. El cuarto tendría relación con la retribución de los altos ejecutivos, estéticamente sorprendente si se considera que una parte procede de prácticas inapropiadas como las que hemos conocido en muchas de las antiguas cajas de ahorros. Y el quinto es de puro sentido común, de pura inteligencia económica de cualquier actividad: buscar la inspiración en expertos en tendencias de futuro, con un peso especial de los no muy cercanos a la actividad financiera ni al análisis macroeconómico, suficientemente conocidos por los bancarios y cuya visión anticipada de lo que se nos avecina ha demostrado estar menos desarrollada que la interpretación a posteriori de lo ocurrido, sobre la que tampoco hay demasiadas coincidencias. En cuanto a la comunicación, se trataría de trabajar en contenidos y formas de comunicarlos que consideren los nuevos hábitos de los usuarios, más ajustados la demanda de conocer y aprender cuándo y como quieran a través de sistemas participativos multiplataforma y multidispositivo, sin que el banco deje de efectuar un seguimiento de la trazabilidad de los contenidos para mejorarlos continuamente. Con más peso de fórmulas audiovisuales gestionables intuitivamente por usuarios cada vez más duchos en el uso de tabletas y smartphones. Y con la ventaja de que, además, la inversión la hacen ellos no el banco.
No soy capaz de pronosticar el camino finalmente elegido por el emprendedor ni sobre la reacción del sistema. Sobre todo porque sería un pronóstico de alguien que no cree en los pronósticos. Especialmente si son de largo alcance. Pero le ayudaría con todas mis fuerzas si eligiera la opción más divertida.
Sus encorbatados asesores le recomendaron consultar con expertos en responsabilidad social, pero les pidió que consultaran ellos y que le contaran. Las imaginables conclusiones incluían que había que impulsar un nuevo cumplimiento de los estándares de la industria de la sostenibilidad, entre ellos los códigos de buen gobierno, los derechos humanos, los cambios en la regulación financiera, la lucha contra el fraude y la corrupción, los fondos éticos, la igualdad y no discriminación por género, raza o religión o el efecto multiplicador de considerar criterios medioambientales en sus inversiones crediticias. Sin olvidar la acción social, la fundación bancaria ni la vinculación con alguna de las más prestigiosas escuela de negocios. A través de anuarios, estadísticas, artículos y boletines. Todo ello unido a un plan de comunicación con el mismo presupuesto que el total de las actividades directas para que todo se conociera bien entre el gran público, que al final es quien paga la fiesta.
Mientras tanto, el emprendedor prefirió consultar en fuentes más ciudadanas que financieras y hablar con visionarios del futuro más que con sus consultores tradicionales, con el mundo de las ideas más que con el de los procedimientos, con el de la intuición más que con el del análisis.
Aparecieron temas de otro tipo. En primer lugar, sobre el servicio al cliente. Para no repetir situaciones como la de las preferentes, las cláusulas y prácticas abusivas a quienes no las entienden ni saben cómo defenderse, los fondos de pensiones con comisiones estratosféricas considerando su coste, volumen y rentabilidad, o las hipotecas inversas en condiciones incalificables. Contemplando una banca alternativa que incorporara un ángulo social con no menos peso que el medioambiental, o una banca comercial más cercana a las personas, con modelos colaborativos como los que están surgiendo en comunidades que se organizan para prestarse entre sí o para financiar ideas que les parecen interesantes a través del crowdsourcing, integrando monedas virtuales y bancos de tiempo como una parte complementaria a las actividad bancaria tradicional. En segundo lugar, un grupo de ideas relacionadas con la longevidad, porque parece que viviremos más años y con menos renta personal. Desde la planificación y el ahorro a largo plazo a costes razonables para el ahorrador, hasta los nuevos servicios para los mayores, universales y de bajo coste gracias a la tecnología, o la incorporación de la gestión de las plantillas considerando su edad, la gran ignorada en España de las políticas de igualdad. En tercero, un tema sobre el que todo el sector pasa de puntillas a pesar de su efecto multiplicador en la evasión de recursos públicos del sistema empresarial, no sólo del bancario. ¿Adivinan cuál es? Efectivamente, se trataría de dejar de operar en paraísos fiscales ni para sí mismos ni para sus clientes de banca privada y grupos internacionales. El cuarto tendría relación con la retribución de los altos ejecutivos, estéticamente sorprendente si se considera que una parte procede de prácticas inapropiadas como las que hemos conocido en muchas de las antiguas cajas de ahorros. Y el quinto es de puro sentido común, de pura inteligencia económica de cualquier actividad: buscar la inspiración en expertos en tendencias de futuro, con un peso especial de los no muy cercanos a la actividad financiera ni al análisis macroeconómico, suficientemente conocidos por los bancarios y cuya visión anticipada de lo que se nos avecina ha demostrado estar menos desarrollada que la interpretación a posteriori de lo ocurrido, sobre la que tampoco hay demasiadas coincidencias. En cuanto a la comunicación, se trataría de trabajar en contenidos y formas de comunicarlos que consideren los nuevos hábitos de los usuarios, más ajustados la demanda de conocer y aprender cuándo y como quieran a través de sistemas participativos multiplataforma y multidispositivo, sin que el banco deje de efectuar un seguimiento de la trazabilidad de los contenidos para mejorarlos continuamente. Con más peso de fórmulas audiovisuales gestionables intuitivamente por usuarios cada vez más duchos en el uso de tabletas y smartphones. Y con la ventaja de que, además, la inversión la hacen ellos no el banco.
No soy capaz de pronosticar el camino finalmente elegido por el emprendedor ni sobre la reacción del sistema. Sobre todo porque sería un pronóstico de alguien que no cree en los pronósticos. Especialmente si son de largo alcance. Pero le ayudaría con todas mis fuerzas si eligiera la opción más divertida.