A la hora de hablar sobre la intervención genética humana a edades tempranas nos surgen muchas dudas, problemas, cuestionamientos personales, ... , aunque también soluciones. Vamos, que estamos ante uno de los grandes debates actuales que se han aparcado al no poderse obtener ninguna solución. ¿Es beneficioso dirigir nuestros esfuerzos a la obtención de los mal llamados bebés de diseño?
Una parte fundamental de esta discusión proviene del hecho de saber si de lo que estamos hablando es de una intervención terapéutica y sanadora, o de un proceso de mejora irreverente de la especie lo que podría traer consigo cierta reminiscencia del nacismo o del esclavismo. Ejemplifiquemos esto.
Supongamos que nuestra madre tiene un problema en la consistencia de la mielina lo que le origina un problema sistémico y de disfuncionalidad en su vida cotidiana. Imaginanémonos también que poseemos la capacidad de modificar la secuencia génica que codifica dicha proteína haciéndola nuevamente funcional. Este proceso sólo implica la alteración de una parte de una persona que era patológica y no funcionaba con normalidad.
Ante esto podemos pensar en la posibilidad de modificar la genética de un embrión con el fin de alterar sus características innatas. En tal caso, podemos prevenir la aparición de una determinada enfermedad que, previsiblemente, iba a generarle cierto número de problemas. En este caso no podemos afirmar que el proceso es terapéutico, ya que lo que tenemos es una probabilidad de que se produzca una determinada patología.
¿Tenemos un tratamiento o una mejora?
La respuesta es sumamente complicada ya que es posible afirmar que una enfermedad está condicionada y asumida por un grupo social siempre que este tenga una actitud negativa hacia la primera. El problema fundamental de todo esto es que seguimos manteniendo una pequeña línea entre la libertad y el totalitarismo, ya que, por ejemplo, la patología genética que genera el síndrome klinefelter es obvio que es negativa pero ello no obsta para que estas personas sean consideradas normales y tratadas como tal. Algo semejante a esto lo podemos afirmar a la hora de hablar de muchas de las personas con disfuncionalidades, del tipo que sean. El gran debate lo tenemos, entonces, en cuestiones tales como la homosexualidad, las nuevas enfermedades, las personas ciegas de nacimiento, etc.
Debo reconocer que, desde un enfoque sociológico, no existe una respuesta clara al problema. En tal caso quizá sea la ética, la filosofía y la teología las que tengan la última palabra.
Una parte fundamental de esta discusión proviene del hecho de saber si de lo que estamos hablando es de una intervención terapéutica y sanadora, o de un proceso de mejora irreverente de la especie lo que podría traer consigo cierta reminiscencia del nacismo o del esclavismo. Ejemplifiquemos esto.
Supongamos que nuestra madre tiene un problema en la consistencia de la mielina lo que le origina un problema sistémico y de disfuncionalidad en su vida cotidiana. Imaginanémonos también que poseemos la capacidad de modificar la secuencia génica que codifica dicha proteína haciéndola nuevamente funcional. Este proceso sólo implica la alteración de una parte de una persona que era patológica y no funcionaba con normalidad.
Ante esto podemos pensar en la posibilidad de modificar la genética de un embrión con el fin de alterar sus características innatas. En tal caso, podemos prevenir la aparición de una determinada enfermedad que, previsiblemente, iba a generarle cierto número de problemas. En este caso no podemos afirmar que el proceso es terapéutico, ya que lo que tenemos es una probabilidad de que se produzca una determinada patología.
¿Tenemos un tratamiento o una mejora?
La respuesta es sumamente complicada ya que es posible afirmar que una enfermedad está condicionada y asumida por un grupo social siempre que este tenga una actitud negativa hacia la primera. El problema fundamental de todo esto es que seguimos manteniendo una pequeña línea entre la libertad y el totalitarismo, ya que, por ejemplo, la patología genética que genera el síndrome klinefelter es obvio que es negativa pero ello no obsta para que estas personas sean consideradas normales y tratadas como tal. Algo semejante a esto lo podemos afirmar a la hora de hablar de muchas de las personas con disfuncionalidades, del tipo que sean. El gran debate lo tenemos, entonces, en cuestiones tales como la homosexualidad, las nuevas enfermedades, las personas ciegas de nacimiento, etc.
Debo reconocer que, desde un enfoque sociológico, no existe una respuesta clara al problema. En tal caso quizá sea la ética, la filosofía y la teología las que tengan la última palabra.