El paisaje en el que viven las personas en sociedad ha visto transformada su conceptualización. De una consideración objetivista de este, en el que el paisaje es independiente de la sociedad que vive en él, se ha ido cambiando a un paradigma subjetivista en el que son las sociedades las que se adaptan a él y éste modifica, a su vez, al propio paisaje.
En este sentido, podemos afirmar que nuestro entorno medioambiental es parte de nosotros mismos convirtiéndose en un artefacto social. En este sentido, y sin lugar a duda, los avances tecnológicos que está desarrollando sociedades tales como la nuestra están estableciendo lo que podríamos denominar como un paisaje tipo cyborg.
Los aerogeneradores, las placas solares, así como las transformaciones más convencionales del paisaje, artefactualizan el entorno humano cambiando sus usos e incluso su estética. De ahí que los procesos de percepción estéticos positivios (aquello considerado socialmente como bonito) también pueden traer consigo nuevas imágenes bellas y que podrían ser disfrutadas con la misma intensidad que las imágenes convencionales.
El problema con el que nos encontramos ahora proviene de los aspectos éticos. Es decir, pese a que esta cyborgización del paisaje es evidente, aunque todavía en menor medida, esto no quiere decir que podamos realzar cualquier tipo de actuación paisajística sin que ello comporte posibles efectos nocivos a nivel ético. Este es el caso del llamado feismo, tan clásico en regiones rurales.
No obstante, este mismo feismo también puede ser expresión de una reutilización francamente interesante de nuestros artefactos, así como ejemplo de procesos de alter-funcionalidad.
En este sentido, podemos afirmar que nuestro entorno medioambiental es parte de nosotros mismos convirtiéndose en un artefacto social. En este sentido, y sin lugar a duda, los avances tecnológicos que está desarrollando sociedades tales como la nuestra están estableciendo lo que podríamos denominar como un paisaje tipo cyborg.
Los aerogeneradores, las placas solares, así como las transformaciones más convencionales del paisaje, artefactualizan el entorno humano cambiando sus usos e incluso su estética. De ahí que los procesos de percepción estéticos positivios (aquello considerado socialmente como bonito) también pueden traer consigo nuevas imágenes bellas y que podrían ser disfrutadas con la misma intensidad que las imágenes convencionales.
El problema con el que nos encontramos ahora proviene de los aspectos éticos. Es decir, pese a que esta cyborgización del paisaje es evidente, aunque todavía en menor medida, esto no quiere decir que podamos realzar cualquier tipo de actuación paisajística sin que ello comporte posibles efectos nocivos a nivel ético. Este es el caso del llamado feismo, tan clásico en regiones rurales.
No obstante, este mismo feismo también puede ser expresión de una reutilización francamente interesante de nuestros artefactos, así como ejemplo de procesos de alter-funcionalidad.