Fuente: Pixabay - Printeboek.
Recuerdo cuando me invitaron a tomar un café en casa de una amiga. Vivían en un piso alto, uno de esos típico de estudiantes. En la cocina me presentaron a una chica morena, con aire despistado y enormemente tímida. Me saludó casi sin mirarme y se sentó en la mesa de esa cocina sencilla justo en frente de mí.
La conversación era interesante y me resultaba muy agradable. Mientras movíamos el tercer o cuarto café, para que se enfriaran un poco, le pregunté a esa chica enigmática a qué se dedicaba. Era investigadora en un centro de investigación. Se dedicaba a estudiar un organismo invisible altamente destructivo. Ella trabajaba con un microorganismo capaz de eliminar, de un plumazo, grandes cantidades de dinero en empresas del sector agroalimentario. Bien, pero, concretamente, ¿qué haces?
Su respuesta, quince años después, todavía me sigue resultando sorprendente.
En las investigaciones científicas siempre es necesario intentar tener material de experimentación con cierta facilidad y de una manera lo más barata posible. Este era el caso. Por ello su decisión fue la de congelar ese organismo.
¡Congelar un bicho! Inmediatamente pensé en el mito de Disney. ¡Nunca pensé que tan cosa fuese real! La idea era sencilla. Lograr tener en un congelador a este organismo. De esta manera siempre estaría allí. Sencillo y sorprendente.
Tras un mes de esfuerzos le pregunté qué tal avanzaba su trabajo. Nada, lo sigo intentando. Esa fue su respuesta. Mi sorpresa, nuevamente, era mayúscula. ¿Nada? Nada. Entonces intentó explicarme la complejidad de algo tan aparentemente sencillo.
Es necesario que ese organismo invisible se enfríe, sin que su interior se dañe. Para ello se emplean diferentes posibles compuestos. Por esta razón, es imprescindible probar aquellos que mejor funcionan y conocer si logran el efecto deseado. El problema es que cada vez que haces pruebas necesitas descongelar y comprobar la viabilidad. Un trabajo de detalle, lento y repetitivo. No sigo detallando la multitud de factores que ella me expuso. En mi ignorancia me parecían interminables, aunque sigo considerando que son innumerables. Ante tanta complejidad, dejamos ahí la conversación y las explicaciones.
Cada cierto tiempo le preguntaba por la situación de ese invisible Walt Disney. Por desgracia, tras un enorme y largo año de trabajo, el organismo parecía que era recalcitrante. Pasó el tiempo y finalmente se dejó a un lado las intenciones de congelar a ese pequeño bicho. Pienso que ello sucedió doce meses después. Un año de trabajo lleno de datos, repleto de información, de esfuerzo, de paciencia propia de un monje, de una heroína. ¿Dónde vas a publicar este inmenso trabajo?
No es posible, no he logrado el objetivo...
La conversación era interesante y me resultaba muy agradable. Mientras movíamos el tercer o cuarto café, para que se enfriaran un poco, le pregunté a esa chica enigmática a qué se dedicaba. Era investigadora en un centro de investigación. Se dedicaba a estudiar un organismo invisible altamente destructivo. Ella trabajaba con un microorganismo capaz de eliminar, de un plumazo, grandes cantidades de dinero en empresas del sector agroalimentario. Bien, pero, concretamente, ¿qué haces?
Su respuesta, quince años después, todavía me sigue resultando sorprendente.
En las investigaciones científicas siempre es necesario intentar tener material de experimentación con cierta facilidad y de una manera lo más barata posible. Este era el caso. Por ello su decisión fue la de congelar ese organismo.
¡Congelar un bicho! Inmediatamente pensé en el mito de Disney. ¡Nunca pensé que tan cosa fuese real! La idea era sencilla. Lograr tener en un congelador a este organismo. De esta manera siempre estaría allí. Sencillo y sorprendente.
Tras un mes de esfuerzos le pregunté qué tal avanzaba su trabajo. Nada, lo sigo intentando. Esa fue su respuesta. Mi sorpresa, nuevamente, era mayúscula. ¿Nada? Nada. Entonces intentó explicarme la complejidad de algo tan aparentemente sencillo.
Es necesario que ese organismo invisible se enfríe, sin que su interior se dañe. Para ello se emplean diferentes posibles compuestos. Por esta razón, es imprescindible probar aquellos que mejor funcionan y conocer si logran el efecto deseado. El problema es que cada vez que haces pruebas necesitas descongelar y comprobar la viabilidad. Un trabajo de detalle, lento y repetitivo. No sigo detallando la multitud de factores que ella me expuso. En mi ignorancia me parecían interminables, aunque sigo considerando que son innumerables. Ante tanta complejidad, dejamos ahí la conversación y las explicaciones.
Cada cierto tiempo le preguntaba por la situación de ese invisible Walt Disney. Por desgracia, tras un enorme y largo año de trabajo, el organismo parecía que era recalcitrante. Pasó el tiempo y finalmente se dejó a un lado las intenciones de congelar a ese pequeño bicho. Pienso que ello sucedió doce meses después. Un año de trabajo lleno de datos, repleto de información, de esfuerzo, de paciencia propia de un monje, de una heroína. ¿Dónde vas a publicar este inmenso trabajo?
No es posible, no he logrado el objetivo...