ESCRITO POR MILTON ARAGÓN Stanisław Lem es uno de los principales autores de ciencia ficción. Su libro más reconocido es Solaris. Llevada al cine en dos ocasiones, por Andrei Tarkovsky en 1972 y por Steven Soderbergh en 2002. Su basta obra abarca desde temas de extraterrestres, ecosistemas con conciencia o robots. En su cuento La fórmula de Lymphater (incluido en Máscara, Impedimenta 2013), de 1961, aborda el desarrollo de una inteligencia artificial autopoiética, es un buen ejemplo de las narrativas de la tecnociencia y el imaginario que la significa.
La historia es un monologo que se desarrolla en un café, cuando un hombre viejo, nuestro narrador, le pide prestadas un par de revistas científicas a un joven estudiante de ciencias. El narrador se llama Ammon Lymphater, el cual tiene aspecto de un vagabundo loco, pero Lymphater en realidad es un brillante académico expulsado de la universidad por su obsesión sobre un extraño experimento para desarrollar un cerebro artificial.
Su aspecto, su obsesión y antecedentes laborales, dotan de sentido irreal a la historia que narra, pues no podemos saber sí en realidad ocurrió o simplemente fue producto de su imaginación. Como él mismo dice: “Está bien, se lo contaré, pero le advierto que mi historia es tan increíble que va a acabar decepcionado: no podrá creerme. No de verdad, es imposible, se lo aseguro. La he contado ya varias veces, y siempre me he negado a proporcionar los suficientes detalles como para que pueda ser contrastada”. Pero el uso de teorías, autores y la estructura de su discurso indican que así fue, y los motivos para no entrar en detalles específicos, tienen una razón pragmática del imaginario de la salvación secular de la tecnociencia.
Dado su carácter curioso, comenzó estudiando cibernética, teoría de la información, neurología de los animales, centrando su interés en el funcionamiento del cerebro humano, por ser: “[…] la inalcanzable y más perfecta máquina neuronal que jamás hubiera concebido nadie para el pensamiento”. De tal forma que centró toda su energía e interés en esta obsesión sobre el cerebro humano y su evolución, lo que lo llevo a intentar crear uno artificial. Para ello estudió la estructura y funcionamiento del cerebro de las aves y el comportamiento de los insectos, pues sus dudas eras: “¿Por qué se estanco la evolución? ¿Por qué no existen aves y hormigas inteligentes?”. Ya que para él, si las aves o los insectos hubieran evolucionado mentalmente como los humanos, controlarían la tierra por el hecho de llegar al mundo con la mayoría de los conocimientos necesarios para sobrevivir, a diferencia del seres humanos que dedicamos: “[…] la mitad de nuestras vidas al estudio para constatar, en la etapa siguiente, que las tres cuartas partes de cuanto nos hemos metido en la cabeza no son sino un lastre innecesario”. De ahí que le intrigaba ese el papel de la evolución, en la constitución de la herencia que permite el conocimiento adquirido, sobretodo por las características básicas de los cerebros de aves e insectos. Llegando a la conclusión que la corteza cerebral era el obstáculo para llegar a esa evolución mental de los conocimientos adquiridos. Pues las funciones que transmiten los conocimientos adquiridos se encargan de órganos como los intestinos.
Basado en esa hipótesis trató de construir un cerebro electrónico que imitará el sistema nervioso de los insectos, principalmente las hormigas. Pero aquí le surge otra duda sobre la posibilidad de que las hormigas presenten actividades habituales que no les fueran transmitidas por herencia, y que fueran adquiridas sin aprendizaje. Eso lo llevo a consultar al Profesor Shentarl, un reconocido etólogo ya retirado, que le dio pistas para resolver ese enigma, contándole una anécdota sobre el comportamiento de unas hormigas del amazonas que fueron depositadas en un hábitat de montaña por accidente y que siguieron con sus actividades habituales inmediatamente. Ante el asombro de haber encontrado la información que necesitaba, Lymphater le cuenta sobre sus hallazgos, recibiendo por respuesta de Shentarl: “Lo que me ha dicho, Lymphater, está lo suficientemente fundamentado como para que lo echen de la universidad. Eso, sin duda. Pero es demasiado poco para haber llegado hasta ese punto usted solo. ¿Quién lo está ayudando? ¿Quién es su tutor?”. La respuesta de Lymphater lo sorprende, pues le dice que de momento nadie, pero que tiene la intención de buscar a Van Gaelis como tutor, ya que él había construido una máquina con la capacidad de aprender que lo había llevado a los nominados al Nobel. Pero como el experimento de Lymphater superaba a la maquina de Van Gaelis, Shentarl, viejo lobo de mar del sistema tecnocientífico, le comenta: “Vaya. ¿Tres años y no se ha dado cuenta de que este mundillo es una selva y que se rige por las mismas leyes? Van Gaelis tiene una teoría y posee una maquina que la avala. Usted va a ir a verle y a explicarle que ha perdido diez años en tonterías, que su camino no conduce a nada y que, por esa vía, tan solo puede fabricar idiotas electrónicos; a grandes rasgos, es o es lo que siguiere, ¿no?”. Respuesta lapidaria, una creencia común dentro del sistema tecnocientífico, cuando se presentan nuevos paradigmas, pero a Lymphater solo le importaba su causa.
Así que siguió con su conjetura que lo llevo a buscar información en un área mal vista por la ciencia: la parasicología, principalmente los estudios sobre telepatía, lectura el pensamiento, telequinesis, la predicción del futuro. Ahora su hipótesis explora el caso de que solo un pequeño porcentaje de las hormigas presentaban esa capacidad de atrapar presas que no hacían las otras, ante lo que intuyo que un tipo de fenomenología extrasensorial, pues en los casos estudiados en humanos solo el 1% de los casos estudiados por la parapsicología, eran verificables. Imaginando ahora la máquina de Lymphater como: “[…] un sistema que, apenas puesto en marcha, lo sabría todo, rebosaría de conocimientos. ¿Qué conocimientos? De todo tipo […]”. Sería una máquina que simularía un cerebro mecánico capaz de acceder a la sabiduría instantánea.
En su búsqueda de información para construir la máquina se fue ganando la fama de loco y excéntrico, lo cual no negaba, por su estado de estasis para lograr el objetivo que lo fue marginando de la academia. Lo cual tocó su punto máximo, cuando Van Gaelis le niega toda ayuda, así como apoyo para logar algún financiamiento para su experimento. Lo cual llevo a negativas por distintas instancias de financiación tecnocientífica, orillándolo al alcoholismo y posterior despido de la universidad.
Once años dedicados a su experimento de manera teórica, hasta que un día recibe una herencia de un familiar desconocido, que le permite autofinanciar su trabajo. Después de varios intentos fallidos en echar andar su máquina, un día produjo un sonido parecido a una risa. Lo extraño es que la máquina carecía de aditamentos que permitieran cualquier sonido. Al conectarle un viejo altavoz a la máquina, escuchó una voz que le dijo: “Por fin” “No lo olvidaré Lymphater”, a lo que agrega que no le tenga miedo, que aún tiene tiempo para comprender. La máquina podía leer su mente, además: “Era capaz de apoderarse del pensamiento de cualquier ser humano y conocía todas la variables, a las que podía anticiparse fácilmente”. También su capacidad de conocer se extendía a velocidad de la luz. El cerebro mecánico en unos cuantos minutos poseía más conocimientos que todos los humanos. Se había vuelto una máquina autónoma que respondía a sus propias necesidades de conocer, por lo tanto autopoiética.
Ante ello, Lymphater se dio cuenta de su error, pues a pesar de no ser enemigo de los humanos: “[…] nosotros, simplemente, ya no significábamos nada”. Como ocurre con el operar de cualquier organismo autopoiético, los humanos formaron parte del entorno: “Por esa misma razón, estábamos condenados, pues Él tenía las respuestas a todas ellas y la solución a todos nuestros problemas –y no solo los nuestros-, volviendo innecesarios a los inventores, los filósofos, los pedagogos… a todo ser pensante”. La máquina sobrepasaba la narrativa de la salvación secular de los imaginarios tecnocientíficos, que haría dependiente al ser humano en lugar de fomentar la libertad. Por lo tanto la solución que encontró Lymphater fue destruir la máquina por su operar autónomo. Su cerebro mecánico se había vuelto una máquina autopoiética donde la función solo es en y para sus necesidades, no las del ser humano.
¿Y qué pasó con Lymphater? Pues él seguía obsesionado con el tema, por eso le pidió prestadas las revistas al joven estudiante de ciencias. Buscaba indicios de investigaciones similares y advertirles de lo ocurrido, pero ante la comunidad tecnocientífica, seguía representando un loco que destruyo la máquina por frustración al no lograr que funcionara. Máquina en la que perdió once años en diseñar y construir. Los mejores de su vida académica.
La historia es un monologo que se desarrolla en un café, cuando un hombre viejo, nuestro narrador, le pide prestadas un par de revistas científicas a un joven estudiante de ciencias. El narrador se llama Ammon Lymphater, el cual tiene aspecto de un vagabundo loco, pero Lymphater en realidad es un brillante académico expulsado de la universidad por su obsesión sobre un extraño experimento para desarrollar un cerebro artificial.
Su aspecto, su obsesión y antecedentes laborales, dotan de sentido irreal a la historia que narra, pues no podemos saber sí en realidad ocurrió o simplemente fue producto de su imaginación. Como él mismo dice: “Está bien, se lo contaré, pero le advierto que mi historia es tan increíble que va a acabar decepcionado: no podrá creerme. No de verdad, es imposible, se lo aseguro. La he contado ya varias veces, y siempre me he negado a proporcionar los suficientes detalles como para que pueda ser contrastada”. Pero el uso de teorías, autores y la estructura de su discurso indican que así fue, y los motivos para no entrar en detalles específicos, tienen una razón pragmática del imaginario de la salvación secular de la tecnociencia.
Dado su carácter curioso, comenzó estudiando cibernética, teoría de la información, neurología de los animales, centrando su interés en el funcionamiento del cerebro humano, por ser: “[…] la inalcanzable y más perfecta máquina neuronal que jamás hubiera concebido nadie para el pensamiento”. De tal forma que centró toda su energía e interés en esta obsesión sobre el cerebro humano y su evolución, lo que lo llevo a intentar crear uno artificial. Para ello estudió la estructura y funcionamiento del cerebro de las aves y el comportamiento de los insectos, pues sus dudas eras: “¿Por qué se estanco la evolución? ¿Por qué no existen aves y hormigas inteligentes?”. Ya que para él, si las aves o los insectos hubieran evolucionado mentalmente como los humanos, controlarían la tierra por el hecho de llegar al mundo con la mayoría de los conocimientos necesarios para sobrevivir, a diferencia del seres humanos que dedicamos: “[…] la mitad de nuestras vidas al estudio para constatar, en la etapa siguiente, que las tres cuartas partes de cuanto nos hemos metido en la cabeza no son sino un lastre innecesario”. De ahí que le intrigaba ese el papel de la evolución, en la constitución de la herencia que permite el conocimiento adquirido, sobretodo por las características básicas de los cerebros de aves e insectos. Llegando a la conclusión que la corteza cerebral era el obstáculo para llegar a esa evolución mental de los conocimientos adquiridos. Pues las funciones que transmiten los conocimientos adquiridos se encargan de órganos como los intestinos.
Basado en esa hipótesis trató de construir un cerebro electrónico que imitará el sistema nervioso de los insectos, principalmente las hormigas. Pero aquí le surge otra duda sobre la posibilidad de que las hormigas presenten actividades habituales que no les fueran transmitidas por herencia, y que fueran adquiridas sin aprendizaje. Eso lo llevo a consultar al Profesor Shentarl, un reconocido etólogo ya retirado, que le dio pistas para resolver ese enigma, contándole una anécdota sobre el comportamiento de unas hormigas del amazonas que fueron depositadas en un hábitat de montaña por accidente y que siguieron con sus actividades habituales inmediatamente. Ante el asombro de haber encontrado la información que necesitaba, Lymphater le cuenta sobre sus hallazgos, recibiendo por respuesta de Shentarl: “Lo que me ha dicho, Lymphater, está lo suficientemente fundamentado como para que lo echen de la universidad. Eso, sin duda. Pero es demasiado poco para haber llegado hasta ese punto usted solo. ¿Quién lo está ayudando? ¿Quién es su tutor?”. La respuesta de Lymphater lo sorprende, pues le dice que de momento nadie, pero que tiene la intención de buscar a Van Gaelis como tutor, ya que él había construido una máquina con la capacidad de aprender que lo había llevado a los nominados al Nobel. Pero como el experimento de Lymphater superaba a la maquina de Van Gaelis, Shentarl, viejo lobo de mar del sistema tecnocientífico, le comenta: “Vaya. ¿Tres años y no se ha dado cuenta de que este mundillo es una selva y que se rige por las mismas leyes? Van Gaelis tiene una teoría y posee una maquina que la avala. Usted va a ir a verle y a explicarle que ha perdido diez años en tonterías, que su camino no conduce a nada y que, por esa vía, tan solo puede fabricar idiotas electrónicos; a grandes rasgos, es o es lo que siguiere, ¿no?”. Respuesta lapidaria, una creencia común dentro del sistema tecnocientífico, cuando se presentan nuevos paradigmas, pero a Lymphater solo le importaba su causa.
Así que siguió con su conjetura que lo llevo a buscar información en un área mal vista por la ciencia: la parasicología, principalmente los estudios sobre telepatía, lectura el pensamiento, telequinesis, la predicción del futuro. Ahora su hipótesis explora el caso de que solo un pequeño porcentaje de las hormigas presentaban esa capacidad de atrapar presas que no hacían las otras, ante lo que intuyo que un tipo de fenomenología extrasensorial, pues en los casos estudiados en humanos solo el 1% de los casos estudiados por la parapsicología, eran verificables. Imaginando ahora la máquina de Lymphater como: “[…] un sistema que, apenas puesto en marcha, lo sabría todo, rebosaría de conocimientos. ¿Qué conocimientos? De todo tipo […]”. Sería una máquina que simularía un cerebro mecánico capaz de acceder a la sabiduría instantánea.
En su búsqueda de información para construir la máquina se fue ganando la fama de loco y excéntrico, lo cual no negaba, por su estado de estasis para lograr el objetivo que lo fue marginando de la academia. Lo cual tocó su punto máximo, cuando Van Gaelis le niega toda ayuda, así como apoyo para logar algún financiamiento para su experimento. Lo cual llevo a negativas por distintas instancias de financiación tecnocientífica, orillándolo al alcoholismo y posterior despido de la universidad.
Once años dedicados a su experimento de manera teórica, hasta que un día recibe una herencia de un familiar desconocido, que le permite autofinanciar su trabajo. Después de varios intentos fallidos en echar andar su máquina, un día produjo un sonido parecido a una risa. Lo extraño es que la máquina carecía de aditamentos que permitieran cualquier sonido. Al conectarle un viejo altavoz a la máquina, escuchó una voz que le dijo: “Por fin” “No lo olvidaré Lymphater”, a lo que agrega que no le tenga miedo, que aún tiene tiempo para comprender. La máquina podía leer su mente, además: “Era capaz de apoderarse del pensamiento de cualquier ser humano y conocía todas la variables, a las que podía anticiparse fácilmente”. También su capacidad de conocer se extendía a velocidad de la luz. El cerebro mecánico en unos cuantos minutos poseía más conocimientos que todos los humanos. Se había vuelto una máquina autónoma que respondía a sus propias necesidades de conocer, por lo tanto autopoiética.
Ante ello, Lymphater se dio cuenta de su error, pues a pesar de no ser enemigo de los humanos: “[…] nosotros, simplemente, ya no significábamos nada”. Como ocurre con el operar de cualquier organismo autopoiético, los humanos formaron parte del entorno: “Por esa misma razón, estábamos condenados, pues Él tenía las respuestas a todas ellas y la solución a todos nuestros problemas –y no solo los nuestros-, volviendo innecesarios a los inventores, los filósofos, los pedagogos… a todo ser pensante”. La máquina sobrepasaba la narrativa de la salvación secular de los imaginarios tecnocientíficos, que haría dependiente al ser humano en lugar de fomentar la libertad. Por lo tanto la solución que encontró Lymphater fue destruir la máquina por su operar autónomo. Su cerebro mecánico se había vuelto una máquina autopoiética donde la función solo es en y para sus necesidades, no las del ser humano.
¿Y qué pasó con Lymphater? Pues él seguía obsesionado con el tema, por eso le pidió prestadas las revistas al joven estudiante de ciencias. Buscaba indicios de investigaciones similares y advertirles de lo ocurrido, pero ante la comunidad tecnocientífica, seguía representando un loco que destruyo la máquina por frustración al no lograr que funcionara. Máquina en la que perdió once años en diseñar y construir. Los mejores de su vida académica.