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La evolución social no está acabada. La democracia, tal como la conocemos en la práctica no es la etapa final de dicha evolución, es un paso en el buen camino, pero solo eso. Entendemos por evolución el movimiento permanente de la vida, que va avanzando en espiral hacia formas cada vez más complejas, las cuales corresponden, también, a un nivel de conciencia en expansión.
En las últimas décadas, encaramos un punto de inflexión en la evolución de la conciencia social que se manifiesta a través de una grave crisis de múltiples dimensiones, en donde la crisis económica es sólo una de sus expresiones.
Los grandes desequilibrios con los que se evidencia esta multi-crisis nos hablan de que el modelo de sociedad que nos hemos dado no es el definitivo. Sus dolencias son los síntomas de sus imperfecciones: hambre, pobreza, enfermedad, conflictos, injusticias con los muchos. Frente a la abundancia, la riqueza, el lujo, el acaparamiento de recursos, la sobre explotación del entorno natural, por un poder acaparador que se concentra en unos pocos (el 1%).
A pesar de ello, y también gracias a ello, vivimos un despertar de nuestra dignidad humana que no tiene precedentes. Si bien la barbarie, la ignorancia, la carencia de empatía, la corrupción, los discursos deformadores de la realidad, se muestran cada día a través de los medios de comunicación, estos los tratan siguiendo viejas inercias periodísticas, que describen la superficie de lo que sucede, pero que no profundizan en la trascendencia que tienen los acontecimientos que vivimos.
Y es que, en el interior de los procesos sociales, en las corrientes que construyen la vida cotidiana, se están produciendo los verdaderos movimientos que persiguen la superación de esta etapa y que anuncia la posibilidad de acceder a un nuevo estadio de conciencia humana. Un ejemplo de ello fue el movimiento mundial de los indignados que emergió porque existían esas corrientes internas en la sociedad. Ahora ese nombre da identidad a todas las actividades de renovación que surgen por doquier.
La revolución de las Plazas fue una manifestación de la emergencia a la superficie de lo que se había ido gestando a lo largo de muchos años. De las plazas locales se ha pasado a los grupos de trabajo locales. Por doquier surgen pequeñas iniciativas que van enfrentando pequeños o grandes proyectos. La red crece y el protagonismo de cada uno de los miembros de esa red se intensifica. Las formas institucionales de la modernidad (partidos, sindicatos, etc.) ya no representan ni lo intentan, tampoco, al conjunto: esta sociedad ha de estar realmente representada por cada voz, por cada corazón, por cada voluntad de cada uno de sus miembros. Las formas de recoger esas voces han de ser otras, porque otra ha de ser la concepción de participación.
Estamos en un momento de grandes transformaciones sociales. Hoy, las fórmulas de relación y los objetivos que se persiguen responden a los entornos multidiversos que la vida social diseña, con las características que ellos tienen. Eso que nos parece tan humilde son los verdaderos síntomas del cambio: queremos una sociedad justa, solidaria, amorosa y responsable del legado que deja a las nuevas generaciones. Y esa intención se alienta en el respeto y en el reconocimiento que se merece el otro y la otra. Si estamos alerta, descubriremos cuáles son las emergencias creadoras de vida.
En las últimas décadas, encaramos un punto de inflexión en la evolución de la conciencia social que se manifiesta a través de una grave crisis de múltiples dimensiones, en donde la crisis económica es sólo una de sus expresiones.
Los grandes desequilibrios con los que se evidencia esta multi-crisis nos hablan de que el modelo de sociedad que nos hemos dado no es el definitivo. Sus dolencias son los síntomas de sus imperfecciones: hambre, pobreza, enfermedad, conflictos, injusticias con los muchos. Frente a la abundancia, la riqueza, el lujo, el acaparamiento de recursos, la sobre explotación del entorno natural, por un poder acaparador que se concentra en unos pocos (el 1%).
A pesar de ello, y también gracias a ello, vivimos un despertar de nuestra dignidad humana que no tiene precedentes. Si bien la barbarie, la ignorancia, la carencia de empatía, la corrupción, los discursos deformadores de la realidad, se muestran cada día a través de los medios de comunicación, estos los tratan siguiendo viejas inercias periodísticas, que describen la superficie de lo que sucede, pero que no profundizan en la trascendencia que tienen los acontecimientos que vivimos.
Y es que, en el interior de los procesos sociales, en las corrientes que construyen la vida cotidiana, se están produciendo los verdaderos movimientos que persiguen la superación de esta etapa y que anuncia la posibilidad de acceder a un nuevo estadio de conciencia humana. Un ejemplo de ello fue el movimiento mundial de los indignados que emergió porque existían esas corrientes internas en la sociedad. Ahora ese nombre da identidad a todas las actividades de renovación que surgen por doquier.
La revolución de las Plazas fue una manifestación de la emergencia a la superficie de lo que se había ido gestando a lo largo de muchos años. De las plazas locales se ha pasado a los grupos de trabajo locales. Por doquier surgen pequeñas iniciativas que van enfrentando pequeños o grandes proyectos. La red crece y el protagonismo de cada uno de los miembros de esa red se intensifica. Las formas institucionales de la modernidad (partidos, sindicatos, etc.) ya no representan ni lo intentan, tampoco, al conjunto: esta sociedad ha de estar realmente representada por cada voz, por cada corazón, por cada voluntad de cada uno de sus miembros. Las formas de recoger esas voces han de ser otras, porque otra ha de ser la concepción de participación.
Estamos en un momento de grandes transformaciones sociales. Hoy, las fórmulas de relación y los objetivos que se persiguen responden a los entornos multidiversos que la vida social diseña, con las características que ellos tienen. Eso que nos parece tan humilde son los verdaderos síntomas del cambio: queremos una sociedad justa, solidaria, amorosa y responsable del legado que deja a las nuevas generaciones. Y esa intención se alienta en el respeto y en el reconocimiento que se merece el otro y la otra. Si estamos alerta, descubriremos cuáles son las emergencias creadoras de vida.