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Los hombres y las mujeres proyectan sus destinos a lo largo de sus vidas abriendo, según sus condiciones, un cúmulo de posibilidades. La mayor parte de ellas se quedan sin materializar, ahogadas por las condiciones no previstas o abandonadas a causa de aquellas circunstancias que se le imponen y sobre las que no tienen capacidad de resolver o de asumir para convertir en nuevos recursos.
Un incontable número de intentos se van acumulando a través de los milenios, pareciendo que se han perdido en el anonimato. Luego, con el transcurrir de las generaciones, aquellos proyectos ideales resurgen, sin saber cómo ni por qué, con nuevos ímpetus y se implantan como si surgieran de la nada… Son las semillas que, en algún momento de nuestra historia, fueron rescatas de algún lugar anónimo tras ser depositadas por la capacidad creativa de los que fueron en ese entonces.
Cada impulso, cada voluntad de innovación, cada aliento inspirador, concebido por el alma de cualquier hombre o mujer, es recogido en el universo como un generador de vida que va buscando, a través del espacio y de los tiempos, las condiciones más favorables para alimentarse y crecer, hasta su eclosión en una nueva criatura.
Hemos de ser conscientes de que este proceso de acumulación crítica, hasta que algo se materializa, es un esfuerzo llevado a cabo inconscientemente, o no, por todos y cada uno de los individuos, en línea o alineados por leyes incomprensibles, hasta hoy, para la mente humana que no tiene consciencia, aún, de su pertenencia a un todo.
Un incontable número de intentos se van acumulando a través de los milenios, pareciendo que se han perdido en el anonimato. Luego, con el transcurrir de las generaciones, aquellos proyectos ideales resurgen, sin saber cómo ni por qué, con nuevos ímpetus y se implantan como si surgieran de la nada… Son las semillas que, en algún momento de nuestra historia, fueron rescatas de algún lugar anónimo tras ser depositadas por la capacidad creativa de los que fueron en ese entonces.
Cada impulso, cada voluntad de innovación, cada aliento inspirador, concebido por el alma de cualquier hombre o mujer, es recogido en el universo como un generador de vida que va buscando, a través del espacio y de los tiempos, las condiciones más favorables para alimentarse y crecer, hasta su eclosión en una nueva criatura.
Hemos de ser conscientes de que este proceso de acumulación crítica, hasta que algo se materializa, es un esfuerzo llevado a cabo inconscientemente, o no, por todos y cada uno de los individuos, en línea o alineados por leyes incomprensibles, hasta hoy, para la mente humana que no tiene consciencia, aún, de su pertenencia a un todo.
Cada mirada, aparentemente única e individual, pertenece a una visión que “acepta” disgregarse o expandirse, en todas las direcciones y sentidos, en un espacio sin límites ni fronteras. Este acto encierra en sí mismo la oportunidad de que se produzca, en todos los “puntos” que conforman lo que no tiene ni forma ni límites, la fecundación de la Vida, la cual se expresa en cada una de sus infinitas manifestaciones.
Aceptar lo que es y cómo se expresan sus cualidades, a través de las pequeñas consciencias de los humanos, es el primer paso hacia la comprensión de lo que denominamos “lo divino” (mientras no alcancemos otro estadio para señalar lo innombrable e incomprensible).
Es por ello que, como expresión de la madre que todas y todos somos, es preciso acoger en nuestros corazones todas aquellas manifestaciones, primitivas o más desarrolladas, que se materializan con el aliento vital de cada individuo, conscientes de que son interpretaciones de los humanos sobre una realidad que no pueden conocer ni abarcar en su totalidad. Y no desechos de una inconsciencia que carece de capacidades para expresarse de otras formas.
Los dogmas, los egos, las pasiones, los desencuentros, los conflictos, las guerras… son vehículos de un alma humana desperezándose aún; impedida para formular lo que percibe a través de un sujeto que, perdido en medio de la confusión y el caos que lo alimentan, trata de abrirse paso hacia la comprensión, con los sentidos atrofiados por un largo sueño del que le cuesta despertar.
Así que las “gafas” que nos ingeniamos, los proyectos que diseñamos, las especulaciones con las que nos entretenemos, las verdades que adoptamos, los dogmas que construimos, todos y todas, son fórmulas para tratar de entender esa voz que nos acompaña desde siempre y que alienta sin descanso nuestras búsquedas mientras las fuerzas físicas nos acompañen.
Después vendrán otras y otros a tomar el testigo allí donde nosotros lo hemos dejado, a continuar alimentando el movimiento que requiere la vida y que permite que haya más vida y más que vida.
Aceptar lo que es y cómo se expresan sus cualidades, a través de las pequeñas consciencias de los humanos, es el primer paso hacia la comprensión de lo que denominamos “lo divino” (mientras no alcancemos otro estadio para señalar lo innombrable e incomprensible).
Es por ello que, como expresión de la madre que todas y todos somos, es preciso acoger en nuestros corazones todas aquellas manifestaciones, primitivas o más desarrolladas, que se materializan con el aliento vital de cada individuo, conscientes de que son interpretaciones de los humanos sobre una realidad que no pueden conocer ni abarcar en su totalidad. Y no desechos de una inconsciencia que carece de capacidades para expresarse de otras formas.
Los dogmas, los egos, las pasiones, los desencuentros, los conflictos, las guerras… son vehículos de un alma humana desperezándose aún; impedida para formular lo que percibe a través de un sujeto que, perdido en medio de la confusión y el caos que lo alimentan, trata de abrirse paso hacia la comprensión, con los sentidos atrofiados por un largo sueño del que le cuesta despertar.
Así que las “gafas” que nos ingeniamos, los proyectos que diseñamos, las especulaciones con las que nos entretenemos, las verdades que adoptamos, los dogmas que construimos, todos y todas, son fórmulas para tratar de entender esa voz que nos acompaña desde siempre y que alienta sin descanso nuestras búsquedas mientras las fuerzas físicas nos acompañen.
Después vendrán otras y otros a tomar el testigo allí donde nosotros lo hemos dejado, a continuar alimentando el movimiento que requiere la vida y que permite que haya más vida y más que vida.