La angustia se presenta sin esperarla. No hay razones inmediatas, son sentimientos viejos, generados por viejas experiencias que quieren salir y ser reconocidas. Aprovechan para ello las condiciones actuales que enrarecen las relaciones humanas, y quiebran los cimientos de cualquier institución por grande o por pequeña que ésta sea: desde las más grandes corporaciones a las relaciones básicas, como la familiares o las de amistad.
Todo es miedo a la incertidumbre, nada da seguridad ni tampoco hay tregua para tomar distancias y reflexionar sobre los acontecimientos que se generan o que generamos. Todos corren hacia el abismo, huyendo de un abismo interior donde se deposita lo que no se mira, porque no hay herramientas suficientes para comprender y aceptar los momentos de quiebra de un modelo cultural y social que agoniza.
En ese interior desatendido están las experiencias pasadas, las cuales se han ido acumulando sin haberse tomado, de ellas, las lecciones de sabiduría necesarias para enfrentar el presente. Aquellas experiencias fueron tapadas en falso para continuar viviendo sin mirar atrás.
Asimismo, los retos del presente nos negamos a reconocerlos tal y como son, pues sus propuestas nos enfrentan a aceptar el vivir aquí y ahora, soltando viejos amarres y aceptando, con esperanza y apertura de mentes, el vértigo que nos produce el no saber hacia dónde nos dirigimos: el camino nos parece profundo y oscuro y no se percibe, en la distancia, ningún punto de luz que nos indique la seguridad de una llegada a algún lugar conocido y definitivo.
Si continuamos sin hacer un sincero balance de las experiencias vividas –individuales y colectivas- y nos negamos a construir lo nuevo con las lecciones aprendidas, volveremos a reproducir la historia y a acumular más escorias sobre el fondo de nuestro ya largo pasado.
Con mi corazón y mi pensamiento puesto en los ciudadanos y las ciudadanas catalanes, cuyas actuales circunstancias nos hablan de las de todos los seres humanos de este tiempo, hablemos –Parlem- y reconozcamos desde qué miedo y desde qué dolor miramos, y cómo y qué proyectamos hacia el futuro, el de nuestros descendientes.
Todo es miedo a la incertidumbre, nada da seguridad ni tampoco hay tregua para tomar distancias y reflexionar sobre los acontecimientos que se generan o que generamos. Todos corren hacia el abismo, huyendo de un abismo interior donde se deposita lo que no se mira, porque no hay herramientas suficientes para comprender y aceptar los momentos de quiebra de un modelo cultural y social que agoniza.
En ese interior desatendido están las experiencias pasadas, las cuales se han ido acumulando sin haberse tomado, de ellas, las lecciones de sabiduría necesarias para enfrentar el presente. Aquellas experiencias fueron tapadas en falso para continuar viviendo sin mirar atrás.
Asimismo, los retos del presente nos negamos a reconocerlos tal y como son, pues sus propuestas nos enfrentan a aceptar el vivir aquí y ahora, soltando viejos amarres y aceptando, con esperanza y apertura de mentes, el vértigo que nos produce el no saber hacia dónde nos dirigimos: el camino nos parece profundo y oscuro y no se percibe, en la distancia, ningún punto de luz que nos indique la seguridad de una llegada a algún lugar conocido y definitivo.
Si continuamos sin hacer un sincero balance de las experiencias vividas –individuales y colectivas- y nos negamos a construir lo nuevo con las lecciones aprendidas, volveremos a reproducir la historia y a acumular más escorias sobre el fondo de nuestro ya largo pasado.
Con mi corazón y mi pensamiento puesto en los ciudadanos y las ciudadanas catalanes, cuyas actuales circunstancias nos hablan de las de todos los seres humanos de este tiempo, hablemos –Parlem- y reconozcamos desde qué miedo y desde qué dolor miramos, y cómo y qué proyectamos hacia el futuro, el de nuestros descendientes.